Janet Evanovich - Amor Comprado

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Hank Mallone tenía un pasado turbulento. Casarse con Maggie Toone era parte de un plan para mostrar a su padre -presidente de un banco- que había decidido sentar cabeza y conseguir el préstamo que se negaba a concederle. Maggie se había sentido demasiado intrigada por la propuesta como para rechazarla… y demasiado ansiosa por escapar de una vida poco feliz.
Ambos convinieron en que la relación sería estrictamente comercial. Sin embargo, a su lado, Maggie se convirtió en un ser tan atractivo, simpático e irresistible, que Hank no pudo evitar enamorarse perdidamente de ella.
Había querido comprar una esposa por un tiempo. Y ahora temblaba ante la posibilidad de perderla para siempre…

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– Ahora lo vale -la contradijo Ed-. Podríamos compartir parte del dinero contigo, por habernos permitido que te sacáramos del baile. No somos codiciosos. No necesitamos todo el millón. Podríamos repartirlo entre cuatro en lugar de entre tres.

– No puedo entregar el diario de tía Kitty -dijo Maggie-. Ella me lo confió a mí. Yo prometí escribir un libro basándome en él.

– Caray -exclamó Ed Kritch-. No contábamos con eso.

– En mi opinión-dijo Vern Walsh-, tu tía Kitty era una buena tipa y seguramente habría estado dispuesta a ayudarnos a todos. Se habría alegrado de saber que su diario iba a servir para algo útil -Condujo el auto hacia el camino de ingreso a la casa de Hank-. Si no perdemos tiempo para ir a buscar ese diario, tal vez podamos regresar al baile justo a tiempo para ver la coronación del rey y la reina.

Maggie se cruzó de brazos y entrecerró los ojos.

– No voy a entregarles el diario. Está escondido y ustedes jamás lo encontrarán. Por otra parte, ¿han pensado en las consecuencias por haberme secuestrado?

– Somos ciudadanos de primera -comentó Ed-. Nunca hemos hecho nada malo. Podemos mentir como los mejores y todo el pueblo creería en nosotros.

– ¿Fueron ustedes los que irrumpieron en casa anoche y anteanoche? -preguntó Maggie.

– No. Este es nuestro primer intento. Según se dice, fue Lumpy Mooney el que trató de robarse el diario anoche. Además, se ha corrido la voz de que casi se rompe la espalda al caer de la escalera.

Todos, excepto Maggie, festejaron el comentario con risas.

Vern se detuvo a pocos metros de la casa. Había dos autos estacionados a la entrada y todas las luces estaban encendidas.

– ¡Miren eso! -gritó-. Ése es el auto de Slick Newman. Y la basura que está estacionada delante de él pertenece a Naricita Purcell.

– Han venido por el diario -dijo Ed Kritch-. Esto apesta, viejo. Se han metido en la casa de la abuela de Hank. Si quieren mi opinión, muchachos, este pueblo se está yendo al demonio. Cuando yo era chico, uno jamás tenía que preocuparse por estas cosas. Ni loco se nos habría ocurrido cerrar la puerta de calle antes de salir.

– ¿Entonces qué les parece? -preguntó Vern-. ¿Deberíamos dar parte al comisario?

Ed se mordió el labio inferior mientras examinaba esa posibilidad momentáneamente.

– No -respondió por fin-. La familia Purcell está pasando por épocas muy duras. Tienen siete hijos y el viejo Purcell ha quedado cojo desde que Maynard Beasley le disparó en la rodilla al confundirlo con un ciervo. Mejor les decimos que no está bien meterse en la casa de la gente sin permiso. Después, buscamos el diario y repartimos el dinero. Total, hay para todos.

Un auto se estacionó detrás de ellos. Todos se volvieron y tuvieron que entrecerrar los ojos encandilados por los faros.

– Tal vez sea Hank -dijo Maggie-. Será mejor que anden con pie de plomo. Cuando los atrape, les romperá hasta el último hueso.

– No -dijo Ed-. No es Hank. Hank conduce una camioneta y esos faros son demasiado bajos. Además, es un buen tipo. Comprendería nuestra necesidad de dinero.

Las luces se apagaron y varias figuras descendieron del vehículo. Uno de los hombres traía un cuerpo cargado al hombro. Se acercaron a Ed Kritch y miraron por la ventanilla.

– Es Spike -dijo Ed, bajando la ventanilla-. Eh, Spike. ¿Qué estás haciendo aquí?

– Tenemos un rehén -respondió Spike-. Hemos venido por el diario ¡y trajimos a alguien que sabe dónde está!

Ed abrió la puerta y Spike arrojó a Elsie sobre el asiento posterior, junto a Maggie.

– Nunca lo diré -dijo Elsie-. Ni en un millón de años. Pueden torturarme si quieren, pero no diré una palabra.

– No conocemos ningún método de tortura -dijo Spike-. Contábamos con su ayuda voluntaria.

– Me han envuelto como a un pavo para el día de Acción de Gracias -protestó Elsie-. Me han traído hasta aquí en un saco para harina. ¿Se imagina? Después que he gastado dieciséis dólares en la peluquería para que me arreglasen el pelo.

– Está bastante bien -dijo Spike-. Además, nos hemos tomado la molestia de lavar el saco anoche, para no arruinarle el vestido. Hemos pensado en todo.

– Antes de pensar cualquier cosa tendrían que hacerse un trasplante de cerebro -dijo Elsie.

Spike y Ed intercambiaron miradas de preocupación.

– ¿Y ahora qué hacemos? -preguntó Spike-. ¿Cómo nos apoderaremos de ese diario?

Ed se pasó la mano por el pelo.

– No lo sé, Vern. Tú has estado en el ejército. ¿Conoces algún método de tortura aplicable a las damas?

– Nunca me han enseñado a torturar damas -dijo Vern-. Debes estar en las fuerzas especiales para aprender esas cosas.

– ¡Debería darles vergüenza por tratar de aterrorizar a un par de damas indefensas como nosotras! -comentó Elsie.

– ¡Indefensas, eh! -gruñó Spike-. Por poco le quiebra la rodilla a Melvin Nielson cuando quiso ayudarme a meterla en el auto. Y además, tiene una boca bastante sucia. La avergonzada debería ser usted por el repertorio que conoce.

Elsie se alisó prolijamente la falda sobre sus rodillas y colocó en ella el monedero de cuero negro.

– Todo esto ha sido muy angustiante -dijo-. No les importa si saco un pañuelito de mi monedero, ¿verdad?

– No, señora -dijo Ed-. Adelante. Busque su pañuelo.

Elsie metió la mano en su monedero y sacó la cuarenta y cinco.

– ¡Ay carajo! -bramó Ed Kritch-. ¿Qué mierda hace un revólver en su monedero? No estará cargado, ¿cierto?

Elsie lo apuntó.

– Por supuesto que lo está, tarado. Y no creas que soy incapaz de usar al bebé sólo por mi vejez. Podría pelar las pestañas de un perro a doce metros de distancia.

Ed tenía la mano en el picaporte de la puerta.

– Guarde el arma, señora. No querrá lastimar a nadie, ¿no?

– Sería un homicidio en defensa propia -replicó Elsie, apuntando a Spike-. No pueden secuestrar a mujeres a intentar robar sus bienes personales impunemente. Todo tiene su precio. Además, me han aguado la fiesta. Seguramente me perdí los trucos de magia. Creo que se merecen lo que venga.

Ed Kritch se abalanzó sobre Elsie, le torció el brazo hacia un costado y en el forcejeo, el arma se disparó involuntariamente. El ruido agitó al vehículo y la bala agujereó el techo. Ed Kritch, Vern, Ox y Spike se quedaron sentados, impávidos e inmóviles por una décima de segundo. Luego, al unísono, salieron corriendo a gritos, despavoridos. Se metieron todos en el auto de Spike y se alejaron de la casa.

– Qué sarta de ineptos -dijo Elsie-. Por supuesto que no iba a dispararle a ninguno.

Maggie, con una mano temblorosa, se apartó el cabello de la frente.

– Lo sabía. Sabía que los haría ensuciarse los pantalones de miedo -Inspiró profundamente y se llevó la mano al pecho, para asegurarse de que el corazón hubiera recuperado sus latidos-. ¿Qué cree que debamos hacer con los sujetos que están dentro de la casa?

Elsie volvió a guardar el arma en el monedero y lo cerró.

– Nunca encontrarán esos diarios, por más que pasen cien años buscándolos. Los hemos escondido muy bien. Propongo que regresemos al baile y si estos individuos hacen algún desastre en la casa, los obliguemos a volver mañana para limpiar y ordenar todo.

Maggie aceptó, pues le pareció una solución mucho más atinada que enviar a Elsie adentro, con su pistola lista para iniciar la acción. Se sentó al volante a insertó la llave. Ahora sólo tendría que inventar una excusa para Hank. Si había estado dispuesto a estrangular a Henry Gooley sólo por haberle guiñado un ojo, no se tomaría la noticia del secuestro con tranquilidad.

– Creo que esperaré un tiempo antes de contar a Hank todo este episodio -dijo Maggie a Elsie-. Tal vez se lo diga en el camino de regreso.

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