– Culpable por asociación ilícita. Seguramente pensarán que te has casado con una loca.
Hank se abrió paso entre la gente y condujo a Maggie hacia el bar, forcejeando en un despliegue de fibrosos músculos frente a Andy White, y pisoteando sin piedad el empeine de Farley Boyd cuando éste trató de acercarse a su “esposa”.
– Como eres escritora, te consideran una especie de celebridad.
Henry Gooley, a los tumbos, se plantó frente a Maggie y le guiñó un ojo. Hank lo tomó de la corbata y lo levantó ocho centímetros del suelo.
– ¿Buscas algo, Henry?
– Glup.
– ¡Bájalo! -ordenó Maggie-. ¡Lo vas a ahogar!
Hank apoyó a Henry en el piso y le alisó la corbata.
– Yo sólo quería saludar -dijo Henry, retrocediendo.
Maggie cerró los ojos y contó hasta diez.
– Creo que nunca en mi vida me he sentido tan abochornada como esta noche. Y es mucho decir, dada la clase de vida que he llevado. Te estás comportando como el terrorista a sueldo del pueblo.
– Sí. Tú provocas a la bestia que hay en mí.
Elsie se abrió paso entre la multitud a los codazos, tratando de llegar hasta Maggie.
– Es una fiesta excelente; de lo mejorcito que tenemos. Hay gente que debe haber venido desde muy lejos; setenta a ochenta kilómetros tal vez. Apuesto a que esos tipos que se metieron en su casa también están aquí -Palmeó su gigantesco monedero de cuero negro-. He traído a Junior conmigo, por las dudas.
– ¿No estará cargado, verdad? -preguntó Hank-. No me gustaría verla envuelta en un tiroteo en el salón de baile.
– Por supuesto que está cargado. Una mujer tiene que protegerse.
Slick Newman se paró junto a Maggie.
– Hola -la saludó-. Soy Slick Newman y me gustaría bailar contigo.
Hank apretó el brazo de Maggie por encima del codo.
– Elsie, ¿podría prestarme su monedero de cuero un momento, por favor?
Maggie lo miró, furiosa.
– Ni te atrevas a pedírselo -Se volvió hacia Slick-. Me encantaría bailar.
– Oh, no -intervino Hank, sosteniéndola aún por el brazo-. Me has prometido la primera pieza -Sonrió a Slick con simpatía-. Esta noche estoy un tanto tenso. Es la primera vez que estoy casado.
– Qué pena -respondió Slick, con una palmada comprensiva en el hombro de Hank-. Tú también eras uno de los verdaderos grandes.
Hank condujo a Maggie a la pista de baile.
– Muy bien. Ahí vamos -anunció, asumiendo una postura de baile. Respiró hondo y comenzó a balancearse ligeramente-. ¿Qué tal voy?
– Buen comienzo -lo elogió Maggie.
Hank la abrazó con más fuerza y siguió balanceándose.
– Después de todo, bailar no es tan terrible. Creo que me agradará.
– Sería más interesante si girásemos un poco, así nos desplazamos.
– No lo sé… Eso de los giros suena complicado -Cuando la hizo avanzar, la pisó-. Huy, lo lamento.
– Será mejor que te esmeres en esto -le aconsejó Maggie-, porque no voy a casarme de verdad con un hombre que no sepa bailar.
– No hay problema. Es sólo una cuestión de sincronización. Ay, lo siento -Con mucho cuidado, la hizo girar alrededor de Evelyn Judd y Ed Kritch-. ¿Con eso debo entender que, si aprendo a bailar, te casarás conmigo?
– No. Sólo estaba buscando un tema de conversación. Quería incentivarte de alguna manera. Fue una broma.
Evelyn Judd golpeó a Hank en el hombro.
– ¿Qué ven mis ojos? ¿Hank Mallone bailando? No lo creo. ¡Hace quince años, fuimos elegidos reyes de la feria y a este inepto no se le ocurrió nada mejor que faltar al baile de coronación! Sé que están recién casados, pero Hank me debe un baile.
Maggie se quedó boquiabierta al ver cómo Evelyn Judd se acomodaba diestramente entre los brazos de Hank y se alejaba con él. Luego la oyó quejarse mientras Hank decía-: Ay, lo lamento.
Entonces se sintió un poco mejor.
– Supongo que tendremos que bailar nosotros también -dijo Ed Kritch.
Era alto y esbelto, con cabellos trigueños que le caían sobre las orejas y la frente. Conducía a Maggie por la pista con naturalidad, sin apretarla, y la entretenía con la trivial conversación característica en esas circunstancias.
– ¿Te gusta Skogen? -le preguntó.
– Bastante -contestó ella.
– Esta semana el tiempo ha estado bastante seco -le recordó él.
Maggie coincidió en el comentario.
Se produjo una pausa. Ambos sabían que se estaba gestando la pregunta clave.
– Tengo entendido que eres escritora.
– Así es -afirmó ella.
– ¿Es cierto que tú tía te dejó un diario con… información personal?
– Mi tía era propietaria de un prostíbulo y, si bien su diario contiene ciertas observaciones personales, la información es sobre todo de carácter mundano.
Habían recorrido la mitad del salón y se encontraban a la sombra de una puerta abierta.
– ¿Te importa si nos detenemos aquí? -preguntó Ed-. El aire fresco me parece delicioso.
Por un momento, Maggie dio la espalda a Ed y a la puerta abierta para buscar a Hank con la mirada.
– Lamento tener que hacer esto -se disculpó Ed-. Espero que tu peinado no se estropee -Repentinamente la empujó hacia la puerta y le puso un saco de granos en la cabeza. Su grito quedó ahogado, pues una mano le cubrió la boca de inmediato. Empezó a patalear en el aire, pero unos fuertes brazos la levantaron del suelo, la transportaron una corta distancia y, finalmente, la arrojaron en el interior de un automóvil. En el acto encendió el motor y el vehículo salió de la playa de estacionamiento a tanta velocidad, que al tomar una curva Maggie perdió el equilibrio. Después, todo lo que se oyó fue el monótono zumbido del motor. Ed Kritch le quitó el saco para granos de la cabeza y se cobijó en el extremo del asiento posterior-. Ojalá que esto no empañe nuestra amistad, ya que vivirás en este pueblo por el resto de tus días. Además, somos prácticamente vecinos y todo eso -continuó-. Tienes que entender. Un millón de dólares es mucho dinero. Jamás se me habría cruzado por la mente la idea de un secuestro, o de un robo. Por ejemplo, la semana pasada compré un cuarto de aceite para autos en la tienda y Mamá Irma se equivocó con la vuelta. Me dio de más, pero yo se lo devolví. El problema radica en que el trabajo escasea mucho aquí en Skogen. Lo único que conseguí fue un puesto en la estación de servicio de Mamá Irma, para atender los surtidores de combustible. Pero el sueldo es muy bajo. No alcanza para mantener una familia. Y Evelyn y yo queremos casarnos.
Había otros dos hombres en el asiento de adelante. El conductor se volvió a medias y sonrió a Maggie.
– Yo soy Vern Walsh -se presentó-. Un placer conocerte -Asintió en dirección a su copiloto-. Él es Ox Olesen. Ed, Ox y yo vamos a dividir el millón entre los tres. Ox usará su dinero para pagar la universidad. Quiere estudiar computación. Y yo, con mi parte, compraré un par de vacas para poder instalar un tambo. ¿Ves que no somos tan malos? Nuestras raíces están en este pueblo, pero aquí no podemos ganar dinero. Hemos conversado el asunto y decidimos que, si tomamos prestado el diario de tu tía, no haremos daño a nadie.
Maggie meneó la cabeza. No podía creerlo. Su terror e ira iniciales pronto fueron desplazados por una devastadora curiosidad.
– Creo que me he perdido. ¿Qué es eso del millón de dólares?
– Alguien…, no creo que debamos decirte quién, ha ofrecido un millón de dólares por el diario de tu tía.
Maggie sintió que se sofocaba.
– ¿Un millón de dólares? ¿Y por qué rayos alguien iba a pagar un millón de dólares por el diario de mi tía Kitty? He leído hasta la última letra que está escrita en él y no vale un millón de dólares.
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