– ¿A qué viene ese súbito interés?
– Somos amigos, ¿no? -sonrió Richardson-. ¿Es que no te puedo hacer una pregunta de amigo?
– ¿Es una pregunta de amigo? Y a propósito, Ray, ¿cómo te has enterado?
– Lo sé desde que te la llevaste a la fábrica de mármol de Vicenza. -Se encogió de hombros-. Un cliente alemán estaba en vuestro hotel.
Mitch alzó las manos.
– De acuerdo, de acuerdo. -Cogió un poco de kedgeree con el tenedor y se lo llevó a la boca. Se le había quitado el apetito, ahora que se había descubierto su secreto. Seguidamente observó-: Pero tú no comes.
Richardson miró de nuevo su reloj.
– No quiero perderme el partido. Además, no tengo mucha hambre. En todo caso, Mitch, las sabes elegir. Te lo reconozco, colega. Aunque nunca habría pensado que te diera por eso.
De pronto, Mitch se odió a sí mismo tanto como a Ray Richardson.
– Ni yo tampoco -repuso en tono sombrío.
– Oye, Mitch, quiero que pidas un pequeño favor a Jenny.
– Eso significa que es grande. ¿De qué se trata?
– Quiero que la convenzas de que firme el feng shui antes de que procedamos a las transformaciones.
– ¿Por qué?
– Te lo voy a explicar. El señor Yu quiere hacer la inspección personalmente, por eso. Y se sentirá mucho más satisfecho recorriendo el edificio si sabe que tu jodida amiguita ha dado el visto bueno. ¿Vale? Será menos probable que encuentre defectos. Si hubiera tiempo para hacer los jodidos cambios antes de que él viniera, los haríamos, pero no lo hay. Así de simple. Mira, Mitch, sólo será por un día. Después podrá romper el certificado y hacer nuevas objeciones si le da la gana. Pero en cuanto Yu haya dado su aprobación, podremos largarle la factura. Hemos tenido muchos gastos estos meses, con lo de la oficina de Alemania y todo eso.
– Lo comprendo. Pero no estoy seguro de que acepte. Sé que es algo difícil de entender para una persona como tú, pero Jenny tiene principios.
– Prométele una semana en Venecia. Contigo. En el hotel que prefieras. En el Cipriani, si quieres. Yo pago.
– Haré lo que pueda -dijo Mitch en tono cansado-, pero no le gustará. No es una adivinadora de feria, Ray. No se trata de untarle la mano lo suficiente. Jenny cree en lo que hace. Y recuerda que han muerto dos personas en el edificio. Desde luego, ella no lo ha olvidado.
– Pero intentarás convencerla.
– Sí. De acuerdo, sí, lo intentaré. Pero no va a ser fácil. Y quiero que me des tu palabra, Ray, de que si no firma el certificado no la joderás. Y que haremos las transformaciones que hagan falta.
Richardson se encogió de hombros.
– Claro. ¿Por qué no? Y lo de joderla es cosa tuya, colega.
– Espero que lo que falle sea sólo el feng shui.
– ¿Qué coño significa eso? Tranquilo, ¿quieres? Todo irá bien, estoy seguro. Este trabajo me da buena espina. La buena suerte es una simple cuestión de trabajar mucho y estar preparado. Mi inspección previa a la entrega es el viernes, ¿no? Con todo el equipo de proyecto en la obra. El edificio en acción, por decirlo así, una demostración real. Apretar algunos botones.
Mitch decidió pulsar otro botón.
– Ese poli quiere que revise los ascensores -soltó de pronto-. Dice que es posible que tengan algo que ver con la muerte de Sam Gleig.
Richardson frunció el ceño.
– ¿Quién coño es Sam Gleig?
– ¡Venga, Ray! El guarda jurado. El que mataron.
– Pero creía que ya habían detenido al culpable. Uno de esos manifestantes de los cojones.
– Sí, pero lo volvieron a soltar.
– Esos ascensores no tienen nada malo. Son los más perfectos de California.
– Eso mismo le dije al poli. Que funcionan muy bien. Pero quiere que vengan los de Otis a echarles un vistazo.
– ¿Y dónde está ahora ese tío? El que detuvieron.
– En libertad, supongo.
– ¿Libre para ponerse a la puerta de mi edificio y distribuir octavillas?
– Supongo que sí.
– ¡Inútiles cabrones! -Richardson cogió el teléfono y llamó a su secretaria- ¡Gilipollas de mierda…! Shannon, ponme con Morgan Phillips, ¿quieres? -Hizo una mueca y sacudió la cabeza-. ¿A su casa? Sí, ¿dónde, si no? Es domingo. -Colgó y asintió-. Arreglaré esto en cinco minutos.
– ¿Estás llamando al teniente de alcalde? ¿Un domingo? ¿Qué te propones, Ray?
– No te apures, seré de lo más diplomático.
Mitch enarcó una ceja.
– Tranquilo, Morgan es amigo mío. Jugamos juntos al tenis. Y me debe muchos favores, créeme… Voy a hacer que saquen a esos mamones de la plaza. Os los voy a quitar de encima. Iba a hacerlo de todos modos: lo que nos hace falta es que estén fuera cuando Yu venga a la inspección de entrega.
– ¿Por qué molestarse? -repuso Mitch, alzando los hombros-. Sólo son una pandilla de crios.
– ¿Por qué molestarse? ¡Por el amor de Dios, Mitch, uno de ellos te rompió el parabrisas! ¡Te podría haber matado!
– En aquel momento yo no estaba dentro del coche, Ray.
– Eso es lo de menos. Además, uno de ellos es sospechoso en una investigación de asesinato. Una vez que vean que los putos ascensores marchan perfectamente, los polis tendrán que volver a detenerlo. Puedes estar seguro.
– ¿Alison? Soy Allen.
Alison Bryan emitió un suspiro de impaciencia.
– ¿Qué Allen?
– Allen Grabel.
Alison dio un buen mordisco a la manzana que tenía en la mano y dijo:
– Bueno, ¿y qué?
– Trabajo con Mitch. Donde Richardson.
– Ah -repuso Alison, en tono aún más frío-. Pues me alegro por usted. ¿Qué desea?
– ¿Está Mitch?
– No -contestó ella secamente.
– ¿Sabe dónde está?
– Pues claro que sé dónde está. ¿Qué se cree, que no sé dónde está mi marido? ¿Qué clase de esposa piensa que soy?
– No, no me refería a eso… Mire, Alison, necesito ponerme en contacto con él. Es muy urgente, de verdad.
– Pues claro. Siempre es muy urgente con ustedes. Está en casa de Richardson. Parece que tienen que hablar de trabajo. Como si no se vieran lo suficiente durante la semana. Puede llamarle allí, supongo. ¿Quién sabe? A lo mejor los pilla juntos en la cama.
– No. No, prefiero no llamarle allí. Oiga, ¿podría decirle que me llame? ¿En cuanto llegue a casa?
– ¿Tiene algo que ver con ese edificio estúpido de la Parrilla?
Alison tenía la costumbre de llamar estúpidos a los edificios inteligentes, sólo para molestar a Mitch.
– En cierto modo, sí.
– Hoy es domingo. Día de descanso, por si lo ha olvidado. ¿No puede esperar a mañana?
– Lo siento, pero no. Y preferiría no llamarle al estudio. Sería mejor que me llamara él. Dígale… Dígale…
– ¿Que le diga qué? ¿Que le quiere? -Se rió de su propia broma- ¿Que se marcha en un avión de reacción? ¿Qué?
Grabel respiró hondo.
– Oiga, no deje de darle el recado, por favor. ¿De acuerdo?
– No faltaba más.
Pero Grabel ya había colgado.
– ¡Gilipollas! -dijo Alison, dando otro mordisco a la manzana. Cogió un bolígrafo y lo mantuvo unos momentos sobre un cuaderno. Luego lo pensó mejor. Ya era bastante lamentable que Mitch trabajase en domingo. Hablaba con sus colegas todos los días en el estudio. Dejó el bolígrafo a un lado.
Mitch tardó dos días en atreverse a plantear a Jenny Bao su penosa misión. No sería fácil convencerla de que se aviniese a los deseos de Richardson. Estaba seguro de que le quería, pero eso no significaba que la tuviese en el bolsillo. Salió temprano de casa, compró flores en una estación de servicio de la Freeway, y a las ocho y cuarto ya estaba a la puerta del chalé de madera gris. Se quedó diez minutos sentado en el coche, buscando justificaciones para lo que iba a hacer. Al fin y al cabo sólo se trataba de un certificado provisional. Sólo para unos días. No había nada malo en eso.
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