– Entonces todavía crees que soy un fascista.
– Tú no lo sabes, pero eso es lo que eres, Günther. -Se tocó la cabeza-. Puede que nunca te hayas unido al partido nazi, pero en tu mente crees en el poder centralizado, en la derecha y en la ley, y no crees en la izquierda. Para mí siempre serás un fascista. Sin embargo, tengo la impresión de que Elisabeth tiene depositadas algunas esperanzas en ti. Debido al mucho respeto que le tengo. Por mi amor hacia…
– ¿Tú?
– Sí, la quiero como a una hermana.
Sonreí.
Mielke pareció sorprendido.
– Sí. ¿Por qué sonríes?
Sacudí la cabeza.
– Olvídalo.
– Amo a las personas. A todas las personas. Por eso me hice comunista.
– Te creo.
Frunció el entrecejo y luego me arrojó las llaves de un coche.
– Tal como acordamos, Elisabeth ha dejado su apartamento y te espera en el Hotel Steinplatz. Salúdala de mi parte. Cuida bien de esa mujer. Si no lo haces, enviaré a un asesino para que te mate. Ocúpate de que no ocurra. Elisabeth es la única razón por la que te dejo marchar, Günther. Su felicidad es más importante para mí que mis ideales políticos.
– Gracias.
– Hay un coche en la Grenz Strasse. Ve a la derecha y después a la izquierda. Verás un VW Tipo 1 gris. En la guantera encontrarás dos pasaportes con vuestros nuevos nombres. Me temo que tuvimos que usar tu foto de cuando eras un pleni. Hay visados, dinero y los pasajes de avión. Mi consejo es que los utilices. Los americanos no son estúpidos, Günther. Y los franceses tampoco. Irán a por vosotros. Así que sal de Berlín. Sal de Alemania. Sal mientras puedas.
Era un buen consejo. Encendí otro cigarrillo y me marché sin decir nada más.
Al salir de la tienda doblé a la derecha y caminé a lo largo del cementerio. Todas las tumbas habían desaparecido y, en la oscuridad y la niebla, no parecía mucho más que un campo gris. ¿Habían desaparecido sólo las tumbas y las lápidas, o se habrían llevado también los cadáveres? Nada duraba lo que se suponía que debía durar. Ya no. No en Berlín. Mielke tenía razón. Había llegado la hora de que yo también me moviese. Como aquellos otros cadáveres de Berlín.
El Volkswagen Escarabajo estaba donde Mielke había dicho que estaría. En la guantera había un sobre grande y grueso. En el salpicadero había un pequeño jarrón con unas pocas flores diminutas. Lo vi y me eché a reír. Después de todo, quizás a Mielke le gustaban las personas. En cualquier caso, busqué si había alguna bomba en el motor o debajo del chasis. Era muy capaz de enviarme flores de funeral antes de que estuviese muerto.
En realidad, ésa son las únicas flores de funeral que me gustan.
Erich Mielke (1907-2000) fue ministro de la Seguridad del Estado de la República Democrática Alemana desde 1957 a 1989. En 1993 fue declarado convicto por los asesinatos en 1931 de los policías Paul Anlauf y Franz Lenck. Fue sentenciado a seis años de cárcel y puesto en libertad condicional menos de dos años después. Cualquier interesado en saber más de Mielke puede ver en este enlace de YouTube uno de los más famosos incidentes televisados de la historia alemana: http://www.youtube.com/watch?v=ACJHB9GZN18. Seis días después de la caída del Muro de Berlín, Mielke pronunció un discurso en el parlamento de la RDA. Algunos de los parlamentarios protestaron cuando él los llamó camaradas, según tenía por costumbre. Mielke intentó justificarse diciendo: «Pero yo quiero… yo quiero… a todas las personas…». Los miembros de la asamblea se echaron a reír porque él era uno de los hombres más odiados y odiosos de Alemania Oriental, temido incluso por los funcionarios de su propio ministerio.
Quien quiera saber más sobre las terribles condiciones de los campos de concentración franceses de Gurs y Le Vernet debería leer la soberbia novela La espuma de la tierra (1941), de Arthur Koestler, que no ha perdido su capacidad para asombrar. Koestler estuvo prisionero en Le Vernet durante varios meses después de la caída de Francia en 1940. The Guardian la describe como la mejor obra sobre la caída de Francia, y no me veo capaz de estar en desacuerdo con dicha valoración.
El mejor relato sobre las SS francesas lo escribió Robert Forbes en su libro For Europe: The French Volunteers of the Waffen-SS (2006). Los miembros de la división Carlomagno de las SS francesas fueron los últimos defensores del F ü hrerbunker de Hitler en mayo de 1945.
Mi historia preferida sobre el colaboracionismo francés y el nazismo es el documental The Sorrow and the Pity (1969), de Marcel Ophuls.
También siento un agradecimiento especial por el esclarecedor libro Ville Lumi è re, Ann é s Noires (2008), de Cécile Desprairies.
Hay dos libros sobresalientes sobre los SS-Einsatzgruppem Ambos resultan sorprendentes en su propio estilo. Masters of Dearth (2002), de Richard Rhodes, sigue siendo el testimonio más claro y horripilante sobre este tema, y es muy recomendable. También lo es el libro The Nuremberg SS-Einsatzgruppen Trial 1945-1958 (2009), de Hilary Earl. Estoy en deuda con este trabajo por la información sobre el destino de los veinticuatro acusados de los Einsatzgruppen.
Trece de ellos fueron condenados a muerte y cuatro fueron ajusticiados el 7 de junio de 1951. Éstos fueron los últimos de los 275 criminales de guerra ahorcados en la República Federal Alemana. Los restantes veinte acusados obtuvieron la libertad condicional o fueron puestos en libertad en 1958. Un hecho que todavía me parece increíble.
No menos increíble es el destino de Martin Sandberger, comandante del Einsatzkommando 1a (parte del Einsatzgruppe A). Sandberger fue, hasta su muerte en una residencia de la tercera edad en Stuttgart el 30 de marzo de 2010 a los noventa y ocho años de edad, el criminal de guerra de más alto rango con vida. Abogado de profesión, fue responsable de la muerte de 14.400 judíos y comunistas, y fue condenado a muerte en 1951. Le conmutaron la sentencia por la cadena perpetua, pero obtuvo la libertad condicional en febrero de 1958.
La prisión de Landsberg dejó de ser utilizada por los americanos como cárcel para los criminales de guerra en 1958. Actualmente depende del ministerio de Justicia de Baviera.
El mejor libro sobre la batalla de Könisberg es The Fall of Hitler's Fortress City (2007), de Isabel Denny.
Debo expresar mi agradecimiento a varios libros sobre los campos de prisioneros de guerra soviéticos. Los mejores son Im Archipel GUPVI (1995), de Stefan Karner, y Red Cage (1994), de George Schinke. El mejor libro sobre el regreso de los prisioneros de guerra alemanes es Homecomings (2006), de Frank Biess.
Edgard de Boudel es un personaje ficticio basado en dos criminales de guerra franceses reales: Edgard Puaud y Georges Boudarel.
Helmut Knochen y Carl Oberg fueron indultados por Charles de Gaulle y puestos en libertad en 1962. Oberg murió en 1965 y Knochen en 2003.
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[1]ANZAC (Australian and New Zealand Army Corps). Siglas del ejército conjunto formado por tropas australianas y neozelandesas, creado en 1915. (N del T.)
[2] Voinapleni: prisionero de guerra; davai: continúe, o está bien; bistra: ¡deprisa!; nichevo: no importa; kasha: gachas de cebada; klopkis: piojos; kate: choza o barracón; pravda: verdad; Voronezh: nombre de una provincia rusa.
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