Kate se rió. Estaba mirando el acuario de falso cristal de Lalique que rodeaba el sofá y pensando que el interior del barco era mucho menos masculino de lo que había imaginado. Dejando de lado el cristal, estaban los cojines que había en el sofá. Nunca había conocido un hombre que llevara cojines a bordo de un pesquero deportivo.
– Bonito interior -dijo educadamente.
– No está mal -admitió Dave-. Un poco cursi. No estoy seguro de que el cristal encaje. Así que estoy pensando en hacer cambios en invierno. Algo más práctico, quizás -añadió dándole el Margarita.
Kate tomó un sorbo.
– Mmmm. Perfecto.
– Así es como me gustan.
– Perfeccionista.
– Eso explicaría por qué me atrae.
– La adulación es mi cumplido favorito.
– Hubiera dicho que a estas alturas ya estaba acostumbrada.
– En realidad, no. Mi ex marido era un tanto avaro con sus buenas opiniones. Sin embargo, lo compensaba con las malas.
– Esa parte del ex suena bien.
– Está totalmente fuera de mi vida -mintió Kate-. A pesar de lo poco amante que era de hacer cumplidos, siempre se quitaba el sombrero ante una mujer bonita; el problema es que nunca se limitaba sólo al sombrero.
– Un don Juan, ¿eh?
– Sí, aunque se llamaba Phil y era de Filadelfia.
Dave sonrió.
– ¿Quién le escribe los diálogos? -preguntó-. Me encanta la manera que tiene de hablar.
– Un hombrecito, con una vieja Remington, aquí arriba en mi cabeza; se parece un poco a William Holden.
– William Holden. Antes era grande.
– Sigue siendo grande -declaró Kate, con fingida solemnidad-. Son sus arterias lo que se ha encogido.
Le gustaba que a él le gustara su forma de hablar. Howard nunca había apreciado su ingenio. Siempre era demasiado rápida para él y eso era algo que él odiaba. A veces, era demasiado rápida incluso para ella misma, y decía cosas, cosas divertidas que luego lamentaba haber dicho. Si su boca hubiera sido una pistola, habría sido Sundance Kid. Pero, en su opinión, no era que Howard careciera de ingenio o inteligencia; era simplemente que se tomaba a sí mismo demasiado en serio. «Es bueno que tú y yo tengamos el mismo sentido del humor -le había dicho una vez-. El único problema es que yo tengo el 95 % del total.»
Desde luego, el sentido del humor de Dave no tenía nada de malo. A Kate también le gustaba mucho la forma en que él hablaba.
– A usted tampoco se le da mal. Después de todo, lleva a Van Morrison en la maleta. Siempre me ha gustado Van, el Hombre. *¿De dónde eres, Van?
Dave sonrió y apartó la mirada un momento.
– No importa -respondió-. Lo que de verdad importa es adónde vas y cómo llegas hasta allí.
– Ajá; así que eres de Miami -dijo Kate.
Dave se echó a reír.
– Todo el mundo se vuelve tímido cuando tiene que reconocer que es de Miami -explicó Kate.
– Tienes razón -dijo-. Es como decir que naciste en un supermercado K-Mart.
– Apenas se te nota el acento -observó Kate.
Desde que empezó a estudiar ruso, Dave se había esforzado, también, por perfeccionar la manera en que hablaba inglés. Por utilizar conjunciones y preposiciones; salvo cuando hablaba con Al. No parecía importar gran cosa la manera en que uno hablara con Al.
– Eso -respondió- es porque lo restregué hasta que desapareció.
– Alguien que se perfecciona a sí mismo, ¿eh?
– ¿No lo hacemos todos? ¿Y qué hay de ti? ¿De dónde eres? ¿O también te sientes tímida?
– Yo y la timidez nunca nos hemos llevado muy bien. Ella y su hermana mansa nunca me gustaron.
– Así que no crees que los mansos heredarán la tierra.
– Si lo hacen será porque tienen un buen abogado. En realidad soy de la Space Coast. Suena mejor que decir que soy de Titusville, ¿no? Si Miami es un K-Mart, no sé dónde deja eso a Titusville.
Pensó en la cuestión durante un momento.
– Una tienda de cosas de segunda mano organizada por la iglesia con fines benéficos, probablemente. De verdad, lo único bueno de Titusville es la vista del edificio de ensamblaje de los co hetes a unas veinte millas. Más o menos, yo crecí con el programa espacial. Cuando era niña quería ser astronauta. La primera mujer de Estados Unidos en pisar la luna. Y ahora tripulo yates de lujo -dijo sonriendo y encogiéndose de hombros-. Un paso lógico en mi carrera -añadió, después de acabarse la bebida y lamerse los labios.
– ¿Quieres un poco más? -preguntó Dave-. He preparado una jarra entera, por si cambiabas de opinión sobre lo de tomar sólo uno.
– Un hombre que conoce la psicología femenina -respondió Kate, alargándole el vaso-. ¿Lo añadimos a la lista de tus habilidades?
Dave cogió los vasos, puso sal en el borde y luego volvió a llenarlos hasta arriba.
– ¿Quién lleva la cuenta?
Kate esperó hasta que Dave se hubo sentado de nuevo, lo miró directamente a los grandes ojos castaños y le respondió con una franqueza que encontró casi tonificante.
– Yo.
Luego levantó el vaso antes de que él se le acercara demasiado, tratando de controlar lo que pasaba el mayor tiempo posible.
– Bueno, así es como llegué a ser capitana de un yate. ¿Cómo llegaste tú a ser propietario? Quiero decir, éste es un barco muy caro.
– Normalmente sé lo que me gusta -dijo Dave, con lo que confiaba que sonara como modestia evasiva-. Así que, si puedo, voy y lo consigo.
– ¿Vas a por todo lo que te gusta?
– No, no todo. Pero es así como elegiría a una mujer.
– Haces que suene igual que elegir una corbata.
– Elegir una corbata es un asunto serio -dijo Dave-. Puede que la lleves colgada alrededor del cuello doce horas al día.
– ¿Doce horas al día? Suena como si trabajaras en algo de alta presión. ¿Qué haces exactamente para ganarte la vida?
– ¿Exactamente? -preguntó Dave sonriendo-. Un poco de esto, un poco de aquello.
– Suena como si fuera un trabajo realmente agradable. ¿Cuál de los dos es más rentable?
– Por lo general, aquello.
– Es lo que yo pensaba.
– Trabajo en el Centro Financiero del Sudeste, en el bulevar Biscayne.
– Ya. El edificio más alto de Florida.
– Tiene que serlo, para que quepan todas las historias que tengo que contarles a mis clientes.
– O sea que eres un mentiroso experimentado, ¿es eso lo que me estás diciendo?
– Experimentado no. Perfecto.
– Tiene que irte bien -dijo Kate sonriendo.
Dave adoptó un aire evasivo.
– Quiero decir -prosiguió Kate-, ya hemos establecido que este barco no es exactamente la Chalupa John B. Un yate como éste debe costar sus buenos tres millones. Eso es un montón de historias. Incluso para alguien del Centro Financiero.
– ¿Tú que harías si tuvieras tres millones de dólares? -preguntó Dave dejando el vaso en la mesa.
– ¿Qué es esto, Una proposición indecente?
– He dicho tres millones.
– Bueno, naturalmente habría algunos cambios.
Dave se deslizó por el sofá y le rodeó los hombros con el brazo.
– ¿Dónde nos habíamos quedado con el gambito de rey? – dijo. Y luego la besó.
Kate pensó que se podía saber mucho de un hombre por la forma en que besaba. A veces se podía saber lo que había tomado para cenar. Pero casi siempre podías decir si querías acostarte con él. En el mismo momento en que él puso los labios sobre los suyos Kate supo que quería sentirlos también en otras partes de su cuerpo. Cuando él se apartó para observar su reacción, dijo:
– Me parece que el gambito ha sido aceptado, sólo que la reina blanca está mal situada aquí. Tendría que moverse si quiere evitar el mate.
Kate puso su Margarita en la mesa, le rodeó el cuello con la mano y atrajo de nuevo su boca a la de ella, como si ya se hubiera vuelto adicta a su efecto narcótico. Soñadora, cerró los ojos y se entregó a la borrachera de sus labios, que todavía tenían rastros de la sal cristalina del vaso. El último hombre que la había besado había sido Nick Hemmings, el oficial de enlace británico. Un tipo agradable, pero no muy bueno besando. Y antes de eso Howard, claro, que besaba como una almeja. Pero esto, esto era un auténtico zumbido, con un alto potencial de adicción. Un beso de 200 dólares la onza, con un efecto igual que si lo estuviera absorbiendo por las dilatadas ventanas de la nariz y, al cabo de unos segundos, lo sintiera cosquilleándole en los dedos de los pies.
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