– Mmmm -dijo, con ganas de más, y recorrió la cálida mejilla y la caliente oreja de Dave con sus encendidos labios-. Esta sensación se podría cortar con una tarjeta de crédito.
– ¿Has estado alguna vez totalmente despierta y lo único que querías era irte directa a la cama?
– Yo nunca he hecho nada directamente -dijo Kate, disfrutando de aquel nuevo papel que estaba creándose. Barbara Stanwyck. Lauren Bacall. Bette Davis. Apartó suavemente a Dave-. Si lo hubiera hecho, ahora sería astronauta. Pero, para como están los viajes en cohete, esto ha sido bastante rápido. Mírame. Estoy sin respiración.
Se sentó y cogió su casi vacío vaso de la mesa.
– Me estoy quedando sin combustible ni oxígeno. Me parece que será mejor que vuelva a la nave nodriza.
Dave cogió un almohadón y se lo colocó sobre las rodillas.
– Probablemente es una buena idea -dijo.
Se acabó el Margarita esperando que Kate diera alguna señal más evidente de querer marcharse. Por ejemplo, ponerse de pie.
Cuando vio que no se movía del sofá, cogió uno de los cigarrillos de Kate mientras pensaba en algunos versos apropiados. Había algo de Andrew Marvell que encajaba perfectamente en la situación, sólo que ya se había apoyado demasiado en las palabras de otros. Era hora de ser él mismo. O por lo menos tanto como pudiera, teniendo en cuenta lo que estaba planeando. Así que dijo sencillamente:
– ¿Sabes?, para ser capitán de barco eres una chica muy atractiva.
– Entre los requisitos para el puesto no está que tengas que parecerte a Charles Laughton y andar por cubierta arrastrando un cabo de cuerda.
– Al hace que Charles Laughton parezca Cary Grant.
– Probablemente más vale que sea así -señaló Kate-. Imagina lo violentos que os sentiríais los dos si fuera él quien estuviera sentado aquí.
Lo repulsivo de la imagen hizo que Dave soltara una carcajada.
– Entonces sería más fácil decir buenas noches -dijo.
– ¿Sabes, David?, para ser millonario, te rindes con bastante facilidad.
– Y yo que pensaba que estaba mostrando una contención admirable.
– Tu admirable contención es agradable, no me malinterpretes. Representa un cambio muy de agradecer. Pero, ¿cómo lo diría? Veamos, si pensamos en un mayordomo, hay demasiado de inglés y no lo suficiente de Rhett Butler. Es evidente que no sé qué hacer en este momento. Quizás necesito un poco del arte de vendedora de un centro financiero.
– Francamente, amiga mía, no me siento con ánimos para contarte un montón de mierda. Todo se reduce a que vales demasiado para mí como para que rebaje tu precio. Prefiero forzar ese precio a la alza que a la baja. Cuando compro una participación en algo, no es porque quiera liquidarlo rápidamente, sino porque creo en la empresa. Sólo hay que vender cuando se está seguro de ello. Un trato sólo es un buen trato cuando ambas partes creen que lo es.
– Me encanta la manera como hablas -dijo Kate-. Me hace sentirme como la Bell Atlantic.
Lo besó y se levantó.
– Estaré esperando tu oferta, Rhett. Ya sabes dónde encontrarme. Sales, miras hacia el mar por la mañana y luego te das media vuelta.
– ¿Quieres que te acompañe a casa?
– No es necesario, me he traído mis equilibrios para caminar por el barco.
– Ya me he dado cuenta. En realidad, me he estado fijando en ellos toda la noche. Te sientan bien. Como si una se llamara Cyd y la otra Charisse. Hacen un dúo bastante bueno.
– Y a pesar de cualquier impresión que pueda haberte dado, Dave, es difícil verlas separadas.
– No lo he dudado en ningún momento -dijo Dave, escoltándola hacia la popa del yate-. ¿Sabes, Kate?, esto no ha sido, no es, sólo un ligue para pasar el rato. Lo que dije lo dije de verdad. Y no es algo que me pase a menudo, créeme.
– Y si te dijera que yo también he sentido lo mismo.
Lo hizo callar, besándolo de nuevo.
– Tenemos diez días para averiguar si esto significa algo más que simple biología humana -añadió.
David frunció el ceño, desconcertado por un momento.
– ¿Diez días? -preguntó.
– Eso es lo que vamos a estar en esta lata de sardinas flotante hasta llegar a Mallorca, ¿no?
– Sí, claro -respondió Dave, cuyo reloj mental estaba programado sólo para un viaje de cinco días.
– Me lo harás saber si piensas marcharte antes, ¿verdad, David? -dijo Kate-. Es que detestaría despertarme una mañana y ver que ya no estabas.
– ¿Dónde podría ir? -preguntó Dave con una sonrisa forzada-. Sólo están la luna y las estrellas.
– Ya sabes que la noche es mágica, Van. Tú mismo lo dijiste, ¿recuerdas?
– Volviste bastante tarde anoche, ¿no Kate?
– Kent -protestó Kate-, habla igual que mi padre. Además, me sorprende que se diera cuenta después de la cantidad de alcohol que despachó ayer.
Estaban en la cocina, Bowen sentado detrás de la dinette en forma de L y Kate detrás del mostrador empotrado de imitación a granito, vertiendo agua hirviendo en el café. Abajo, desde la escalera de babor, les llegaba la voz de Sam Brockman cantando en la ducha.
– Bueno lo que sucedió fue que entre el partido de la televisión y el lujo de este barco, y el inicio del viaje y tu encantadora compañía, Kate, y porque realmente no había mucho más que hacer ayer, salvo relajarse, supongo que bebí un poco más de lo que debía. Pero con seguridad observarías que no afectaba mi capacidad para el trabajo.
– No, ciertamente no lo observé -admitió-. Mayormente, trato de no observarte ni a ti ni a tus capacidades -añadió entre dientes.
– ¿Cómo dices?
Kate sacudió la cabeza.
– ¿Qué problema hay con mi horario, señor?
– Sólo me preguntaba qué te había retenido hasta tan tarde.
Kate no vio ninguna razón para negar dónde había estado. En realidad, era muy poco lo que había pasado. A menos que contara un pequeño viaje antes, de enamorarse, quizás, locamente. No había pasado nada en el dormitorio.
– El tipo del barco de al lado me invitó a tomar algo -dijo; encogiéndose de hombros-. Eso es todo. Prepara unos Margaritas bastante buenos.
– Eso me interesa. El Margarita es mi cocktail favorito. ¿Y no será por casualidad el mismo tipo que vino a tomar algo aquí ayer tarde?
– El mismo.
Bowen se puso pensativo.
– ¿Hay algo malo en eso? -preguntó Kate.
– Sin duda es un tipo apuesto -observó Kent.
Bowen empezó a sonreírle de una forma que encontraba ofensiva. Como si fuera su amante, viejo y rico, y estuviera celoso o algo así.
– ¿Y eso qué quiere decir?
– Quiere decir que, sin duda, es un tipo apuesto -dijo él con fingida inocencia.
Kate puso una taza de café frente a él en la mesa y luego volvió detrás del mostrador, para evitar la tentación de tirarle el café hirviente por encima. Miró cómo tomaba un sorbo y casi deseó que el café estuviera envenenado, como la mente de Bowen. Como mínimo le habría gustado coger su estúpido sombrero Tilley por el ala y tirar de él hacia abajo con fuerza, hasta taparle los ojos y las orejas, sólo para ver si eso cambiaba en algo su manera de comportarse.
– Ya que él y yo vamos a ser vecinos, supongo que más vale que me digas cómo se llama.
Kate bebió un poco de café y miró hacia fuera por el parabrisas que iba de pared a pared, abstraída. Aunque aún no eran las diez, ya hacía calor. El Trópico de Cáncer estaba sólo a unas cien millas al sur. Segura de su tipo, quería ponerse un bikini, pensando en Dave; pero la idea de llevar algo más revelador que un hábito de monja con Bowen por allí le resultaba repulsiva. Esperaba poder tumbarse en el solarium que había en el techo de la cabina de popa y tomar el sol mientras escuchaba el micrófono oculto que uno de los estibadores había colocado en el Britannia durante los trabajos de carga. El problema era que un único aparato no resultaba suficiente y Kate iba a tener que instalar otro ella misma. Seguía sin decidir cómo vestirse.
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