Philip Kerr - Plan Quinquenal

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Dave Delano conoce la libertad después de cinco años alojado a costa del estado. Un alojamiento que ha merecido por encubrir a un apreciado mafioso de Florida, Tony Nudelli, al cual, desde luego, no le hace ninguna ilusión la liberación de Delano: después de cinco años a la sombra, uno puede volverse un tanto vengativo…
Pero el ex preso viene con las mejores intenciones. De hecho, propone a Nudelli un plan para hacerse en alta mar con un fabuloso envío de dinero -negro, por supuesto- que va a remitirse a Rusia. Una cantidad que arreglaría la vida de los más exigentes. La que también quiere cambiar su vida es Kate Furey, agente del FBI destinada en Miami, que ha detectado un cargamento de cocaína que va a ser enviado a Europa. Interceptarlo significa para Kate no sólo un éxito profesional sino, sobre todo, escapar de la rutina de un trabajo burocrático.

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– Eso es de antes de mi época.

– También de la mía. Pero sigue siendo una buena película. -Dave cogió la botella que ella le ofrecía y bebió un trago de cerveza fría-. ¿Los que están mirando la tele son su tripulación?

– Soy la capitana, no la propietaria. El propietario es uno de los que están viendo el partido de fútbol. ¿No le gustan los deportes?

– Sí, claro, pero un partido lo puedo ver en cualquier momento. Y no se sale de viaje a través del Atlántico cada día. -Dave miró hacia estribor y dijo-: Siento que estoy a punto de experimentar un cambio marino, de convertirme en alguien muy rico y suntuoso.

– ¿Es poesía? -preguntó Kate sonriendo.

Dave, que calculaba que lo de rico era por lo menos una sólida posibilidad, completó la cita y dijo:

– Es de Shakespeare: La Tempestad.

Kate levantó la botella.

– Por que nunca nos encuentren.

– ¿Hay alguna probabilidad de eso?

– Realmente, no. Al menos en esta época del año. Pero navegando por los trópicos nunca se sabe.

Se quedaron silenciosos durante un momento, como si se sintieran cómodos el uno con el otro, lo bastante como para permanecer allí, sentados, contemplando como la tripulación del Grand Duke se preparaba para salir del muelle. De vez en cuando, Kate echaba una mirada a popa, donde el Britannia, el barco de Rocky Envigado estaba ya cargado y amarrado. Empezaba a sentirse un poco más relajada. El Britannia había sido el último barco en entrar en el Duke y, durante una o dos horas, pareció como si ella y sus dos compañeros fueran a zarpar sin que estuviera a bordo el objeto de su misión.

Un remolcador hizo sonar su sirena a babor, se soltaron las amarras del muelle y Kate y Dave oyeron un retumbar sordo a estribor cuando los propulsores de proa y popa empezaron a girar. Sólo había dos cuerdas uniéndolos a tierra y al ver que se aflojaban, los hombres del muelle las soltaron del noray y las dejaron caer al agua con reflejos de arcoiris.

– ¡Maniobra completa! -gritó alguien.

Una vez comprobada la situación del barco de Rocky, Kate miró a David de reojo mientras él observaba cómo los propulsores hacían que el barco se alejara. Máxima puntuación por citar a Shakespeare. Y tenía razón, había algo rico y extraño en un viaje como aquél. Máxima puntuación también por no estar interesado en el fútbol. ¿Qué importancia tenía un partido cuando se podía contemplar la partida de América por barco? Había empezado a pensar que los hombres como David Delanotov simplemente no existían. Románticos, felices de permanecer sentados, en silencio, en lugar de tratar de usar su labia para lograr que te quitaras las bragas. Mientras observaba sus ojos, grandes y castaños, fijos en el lejano horizonte, se preguntó qué otras sorpresas le depararía el viaje y cuántas de ellas incluirían a aquel hombre tan apuesto.

14

Algunos de los tripulantes y propietarios de los yates se quedaron en sus propias embarcaciones para cenar. Pero la mayoría fue al bloque de alojamientos de la cubierta de proa, curiosos por ver algo más del buque y conocer al capitán, a sus oficiales y a la tripulación. Los oficiales y la tripulación del Duke comían por separado en comedores diferentes. En la Marina Mercante británica siempre se había hecho de esa manera. Jellicoe dio órdenes de que se permitiera a los propietarios y a sus capitanes cenar en el salón de oficiales. Los tripulantes, sin embargo, tendrían que comer con los del Duke en el comedor de la tripulación. Así fue como Dave se encontró sentado con Jellicoe, los oficiales que no estaban de servicio y un par de docenas de propietarios y capitanes, entre ellos Al Carnaro, Kate Parmenter y la capitana del Jade, la atractiva Rachel Dana.

– Capitán Jellicoe -dijo Rachel-, me gustaría saber cuál es el propósito de los dos cañones de bronce que hay en su castillo de proa.

– ¿Qué coño es un castillo de proa? -murmuró con un gruñido Kent Bowen.

– Es la cubierta que hay por encima de la proa del barco – explicó Jellicoe, y calificó a Bowen como un completo idiota en todo lo referente al mar y la navegación. Volviéndose hacia Rachel, sonrió flemático-. La verdad es que esos cañones tienen su pequeña historia -dijo-. Verá, cuando volvíamos de las Baleares -hizo un gesto con la cabeza hacia Bowen-… Son ese pequeño grupo de islas que incluye Mallorca que es, claro, nuestro destino. Bueno, tuvimos que detenernos para hacer unas reparaciones, muy cerca de Lanzarote -otro cabeceo para Bowen-, que, por supuesto, está en las Islas Canarias. Como sea, estuvimos anclados cerca de unos acantilados la mayor parte de un día mientras el primer maquinista trabajaba con las máquinas, y los chicos empezaban a aburrirse. Bien, pues en lo alto de los acantilados había dos cañones para rendir honores y a mí se me ocurrió que una buena manera de evitar que se metieran en problemas era que escalaran hasta la cresta de los acantilados, tal como había visto hacer en una película y, en lugar de dinamitarlos, los robaran -Jellicoe se iba riendo entre dientes mientras revivía la hazaña-. Y eso fue exactamente lo que hicimos. Nos llevó la mayor parte del día porque, como pueden imaginarse, pesaban bastante. De cualquier modo, funcionan perfectamente. Los disparamos una vez al año, para conmemorar la victoria del almirante lord Nelson contra los franceses en la batalla de Trafalgar -volvió a cabecear en dirección a Bowen-… Una famosa batalla marítima durante las guerras napoleónicas, el 21 de octubre de 1805, por si le interesa. Se libró al norte de las Canarias, de hecho. Verán, originariamente los cañones eran británicos, de un buque de la escuadra de Nelson que naufragó en Madeira, y se quedaron allí durante un tiempo hasta que el gobernador los perdió en una partida de cartas con el gobernador de Lanzarote. Bueno, o algo por el estilo. Así que lo único que hicimos fue recuperar una propiedad británica. Es lo que Inglaterra espera de nosotros, ¿eh, primer oficial?

Bert Ross exhibió una glacial sonrisa y se puso un poco más del execrable vino blanco que se servía a bordo del Duke.

– ¡Qué heroico! -dijo Rachel-. Quizás debería usted hacer una película, capitán.

Kate se preguntó en qué clase de película estaría pensando Rachel Dana. Dirigiéndose al capitán dijo:

– Capitán Jellicoe, si así es como consigue que sus hombres no se metan en problemas, me gustaría ver qué pasaría si fuera usted quien quisiera causar problemas.

– Vamos, vamos, capitana Parmenter. Fue sólo una diversión, eso es todo -Jellicoe miró a Dave-. ¿No le parece, señor?

– Seguro que fue un desmadre -dijo Dave, devolviéndole la sonrisa y preguntándose cómo reaccionaría Jellicoe cuando Al y él escenificaran su propia diversión. Y decidió que mal. Jellicoe era la clase de tipo que llamaría «piratería» a lo que Dave estaba planeando. Bueno, eso no le importaba. Errol Flynn y Tyrone Power siempre le habían gustado. Cuando estuviera escondido en algún lugar, varios millones de dólares más rico, quizás incluso se dejara crecer un pequeño bigote. Puede que hasta volviera a llevar pendiente. Cuando uno valía varios millones de dólares, podía llevar lo que quisiera y nadie protestaba nunca.

– ¿Un desmadre? -dijo Jellicoe-. Sí, supongo que lo fue.

– Unas cuantas cervezas de más es el delirio máximo en el Carrera -dijo Kate sonriendo a Dave.

– Lo mismo en el Juarista -respondió Dave, sonriendo también, aunque estaba pensando que lo que le había pasado a Lou Malta y a su Pepe podría describirse como bastante delirante.

Al, que había permanecido sensatamente callado durante la cena, se inclinó sobre el hombro de Dave y murmuró:

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