Philip Kerr - Una Llama Misteriosa

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Vuelve Bernie Gunther. Huyendo de una absurda acusación de criminal de guerra, dejará Berlín con destino a Buenos Aires. Es 1950 y su destino no es casual: una muchacha ha sido asesinada de forma espantosa al otro lado del Atlántico y el modus operandi lo enlaza con otro semejante en los últimos días de la República de Weimar. Y Gunther nunca se rinde.
Philip Kerr nos vuelve a proporcionar un thriller poderoso e irresistible, trasladándonos de la Alemania nazi a la convulsa Argentina de 1950.

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En las elecciones del 31 de julio de 1932 los nazis obtuvieron más escaños en el Reichstag, pero no alcanzaron la mayoría absoluta con la que Hitler habría podido formar gobierno. Por increíble que parezca, los comunistas se aliaron con los nazis en el Parlamento para aprobar una moción de censura contra el desventurado gobierno de Papen. A partir de entonces, aborrecí a los comunistas aún más que a los nazis.

Se disolvió el Reichstag una vez más. Y una vez más se convocaron elecciones, en este caso para el 6 de noviembre. Y de nuevo la República se resistió a caer, porque los nazis no alcanzaron la mayoría absoluta. Schleicher intentó ser canciller de Alemania. Duró dos meses. Se preveía un nuevo golpe de estado. Y Hindenburg, desesperado porque alguien gobernase en Alemania con autoridad, expulsó al incompetente de Schleicher y pidió a Adolf Hitler, el único líder de partido que no había tenido ocasión de ser canciller, que formase gobierno.

En menos de treinta días, Hitler declaró que no habría más elecciones infructíferas. El 27 de febrero de 1933 quemó el Reichstag. Así comenzó la revolución nazi. Poco después dejé la policía y me fui a trabajar al Hotel Adlon. Me olvidé por completo de Anita Schwartz. y no volví a hablar con Ernst Gennat. Ni siquiera cuando, cinco años después, volví a Alex a petición del general Heydrich.

En el archivador estaba todo. Mis notas, mis informes, mi agenda de policía, mis memorandos, el informe forense de Illmann, mi lista inicial de sospechosos. Y más. Mucho más. Porque en aquel momento me percaté de que la caja no sólo contenía los papeles de Anita Schwartz, sino también las notas sobre el asesinato de Elizabeth Bremer. Cuando me expulsaron de homicidios, cedieron el caso Schwartz a mi sargento, Heinrich Grund, y él logró que le enviasen desde Munich las notas de Herzefelde. Para mi sorpresa, me encontraba ante el expediente que quise consultar en mi viaje a Munich aquel aciago julio de 1932.

Gran parte de la investigación de Herzefelde se centró en Walter Pieck, un tipo de Gunzburg de veintidós años. Pieck era el profesor de patinaje de Elizabeth Bremer en el Prinzregenten Stadium de Munich. En verano trabajaba como monitor de tenis en Ausstellungspark. También era miembro del derechista Stahlhelm y estaba afiliado al Partido Nazi desde 1930. Costaba comprender qué podía haber visto un muchacho de veinte años en una niña de quince. Parecía increíble. Al menos, hasta ver la foto de Elizabeth Bremer. Era igualita a Lana Turner y, al igual que Lana, llenaba hasta el último milímetro del suéter que vestía en la fotografía. Los momentos más felices de mi vida fueron los pocos que pasé en el seno familiar. Habrían sido aún más felices si mi familia hubiera tenido un seno como el de Elizabeth Bremer. Sólo había visto un busto mayor en los museos.

Al leer las notas de Herzefelde sobre el caso, recordé que Pieck declaró, en su momento, que Elizabeth lo había mandado a paseo la semana anterior a su asesinato, porque lo había sorprendido leyendo su diario. Para Elizabeth aquello fue un pecado imperdonable. La verdad es que su enfado me parecía comprensible: a lo largo de los años he leído unos cuantos diarios personales y no siempre para bien. Poco satisfecho con esta explicación, Grund cogió el diario y observó que Elizabeth tenía la costumbre de anotar su período menstrual con la letra griega omega. En las semanas anteriores al asesinato, una sigma reemplazó a la omega en el diario de Elizabeth Bremer, lo que indujo a Grund a suponer que tal vez estaba embarazada. Grund interrogó a Pieck y concluyó que el presunto embarazo era el verdadero motivo por el que adquirió la costumbre de leer el diario de su novia; y que Pieck había intentado procurarle a Elizabeth un aborto ilegal. Sin embargo, después de varios días de interrogatorio, Pieck lo negó rotundamente. Es más, Pieck tenía una sólida coartada en la forma de su padre, que casualmente era jefe de policía de Gunzburg, a cientos de kilómetros de Berlín.

Ni el médico ni ninguna compañera de Elizabeth estaban informados sobre el embarazo. Pero Grund observó que Elizabeth había heredado un dinero por el testamento de su abuelo y lo utilizó para abrir una cuenta de ahorros; la víspera de su muerte había retirado casi la mitad de este dinero, pero no apareció nada en su cuerpo. Y Grund coligió que, aunque Pieck no le hubiera procurado un aborto, Elizabeth -que al parecer era una chica de recursos y muy capaz- lo hizo por su cuenta. Y que Anita Schwartz probablemente hizo lo mismo. Y que estos abortos fueron una chapuza. Y que el abortista ilegal intentó ocultar sus huellas simulando que las muertes accidentales habían sido asesinatos.

No podía discrepar mucho de las conclusiones de Grund. Sin embargo, nunca detuvieron a nadie por los crímenes. Se agotaron las pistas y, con posterioridad a 1933, sólo se añadieron dos notas al expediente. Una era de 1934: Walter Pieck ingresó en las SS y pasó a ser guardia en el campo de concentración de Dachau. La otra guardaba relación con el padre de Anita Schwartz, Otto.

Después de ingresar en la policía de Berlín en 1933, como ayudante de Kurt Daluege, Otto Schwartz fue nombrado juez.

Me levanté de la mesa y me acerqué a la ventana. Había luces encendidas en el Ministerio de Finanzas. Probablemente intentaban solventar la rampante inflación argentina. a quizá se quedaban trabajando hasta tarde para decidir de dónde iban a sacar el dinero para las joyas de Evita. En la calle había mucho ajetreo. Por algún motivo, la gente hacía cola delante del Ministerio de Trabajo y había mucho tráfico. Siempre había tráfico en Buenos Aires: taxis, trolebuses, microbuses, coches americanos y furgonetas, como ideas inconexas en un cerebro de detective. Debajo de mi ventana todo el tráfico circulaba en la misma dirección. Al igual que mis pensamientos. Me dije que quizá empezaba a entenderlo todo, más o menos.

Anita Schwartz debió de quedarse embarazada y Herr y Frau Schwartz, temiendo el escándalo que se desataría si se descubría la prostitución ocasional de su hija discapacitada, pagaron al curandero de Munich para que le practicase un aborto. Probablemente por eso llevaba tanto dinero en el bolsillo. Pero el aborto salió mal y, ansioso por ocultar su crimen, el curandero intentó que la muerte pareciese un crimen lascivo. Al igual que había hecho en Munich. Al fin y al cabo, era mejor para él que la policía buscase a cierta clase de asesino sexual trastornado que a un médico incompetente. Muchas mujeres habían muerto a manos de los abortistas ilegales. Por algo llamaban «fabricantes de ángeles» a los abortistas clandestinos. Recordé el caso de un hombre en la década de 1920, un dentista de la ciudad bávara de Ulm, que estranguló a varias mujeres embarazadas para tener relaciones sexuales con ellas, cuando se suponía que debía practicarles un aborto.

Cuanto más lo pensaba, más me gustaba mi solución. El hombre que buscaba era médico, o cierto tipo de curandero, con toda probabilidad de Munich. Mi primera idea fue el médico de la sífilis, Kassner, hasta que recordé su coartada: el día de la muerte de Anita Schwartz estaba en un congreso de urología en Hanover. y luego me acordé del joven amigo de su ex mujer, aquel tipo de aire agitanado que se marchó en el Opel pequeño sin capota, con matrícula de Munich. Beppo. Así se llamaba. Nombre extraño para ser alemán. Kassner me dijo que era estudiante de la Universidad de Munich. Estudiante de medicina, seguramente. ¿Pero cuántos estudiantes podían permitirse un Opel nuevo? A no ser que tuviese ingresos adicionales con la práctica del aborto ilegal.

Acaso en el mismo apartamento de Kassner durante su ausencia. y si, como muchos estudiantes que viajaban a Berlín para conocer la famosa vida nocturna berlinesa, este Beppo hubiese contraído una enfermedad venérea, ¿quién mejor que Kassner para ayudarle con un tratamiento de Protonsil, la nueva Bala Mágica? Esto habría explicado por qué figuraba la propia dirección de Kassner en la lista de sospechosos que elaboré, utilizando el Directorio del Diablo del Kripo y la lista de pacientes copiada en la consulta de Kassner. Así pues, Beppo. El hombre que conocí en el portal de Kassner. ¿Por qué no? En tal caso, si se encontraba en Argentina, no me costaría mucho reconocerlo. Desde luego, si estaba en Argentina, significaba que había cometido algún acto criminal y huía de Alemania. Algo turbio en las SS, quizá. No parecía el tipo ideal de las SS. Al menos en 1932. Por aquel entonces les gustaban los tipos de raza aria, rubios y de ojos azules, como Heydrich. Como yo. Beppo no era así, desde luego.

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