Philip Kerr - Una Llama Misteriosa

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Vuelve Bernie Gunther. Huyendo de una absurda acusación de criminal de guerra, dejará Berlín con destino a Buenos Aires. Es 1950 y su destino no es casual: una muchacha ha sido asesinada de forma espantosa al otro lado del Atlántico y el modus operandi lo enlaza con otro semejante en los últimos días de la República de Weimar. Y Gunther nunca se rinde.
Philip Kerr nos vuelve a proporcionar un thriller poderoso e irresistible, trasladándonos de la Alemania nazi a la convulsa Argentina de 1950.

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– De acuerdo. ¿Y qué averiguó?

– Nada. Las notas del comisario Herzefelde sobre el caso habían quedado bajo el control de-los detectives que ahora investigaban su asesinato. Por lo tanto, no pude hacer lo que pretendía, señor.

– Y por tanto, pagó su frustración con un agente colega.

– No fue así en absoluto, señor. El sargento en cuestión…

Melcher hizo un gesto negativo con la cabeza.

– Le he dicho que no quiero oír su explicación, Gunther. No hay excusa que valga para quien pega a otro agente. -Miró a Mosle un instante.

– No hay excusa que valga -repitió el subdirector.

– Bueno, ¿y hasta dónde ha llegado en este caso?

– Señor, creo que nuestro asesino puede ser de Munich. Algo lo trajo a Berlín. Un tratamiento médico, quizá. Creo que se estaba tratando una enfermedad venérea. Un nuevo tratamiento que se está investigando en la ciudad. De todos modos, cuando llegó aquí, conoció a Anita Schwartz. Posiblemente fue cliente suyo. Parece que la chica era prostituta ocasional.

– Qué disparate -dijo Melcher-. Un hombre con una enfermedad venérea no suele mantener relaciones sexuales con una prostituta. ¿En qué cabeza cabe?

– Con el debido respeto, señor, precisamente así se propaga la enfermedad venérea.

– Y eso de que Anita Schwartz era puta es otro sinsentido. Se lo digo con sinceridad, Gunther, lo que yo creo, y lo que creen varios detectives importantes de Alex, es que usted se ha inventado toda esa línea de investigación para avergonzar a la familia Schwartz. Por motivos políticos.

– Eso no es cierto, señor.

– ¿Acaso niega que eludió la supervisión del agente político que se asignó a este caso?

– ¿Arthur Nebe? No, no lo niego. No pensé que fuera necesario. En mi mente tenía la satisfacción de no haber actuado ni remotamente de forma tendenciosa contra la familia Schwartz. Lo único que quería hacer es atrapar al lunático que mató a su hija.

– Bien, pues yo no estoy satisfecho. Y usted no va a atrapar a su asesino. Lo aparto del caso, Gunther.

– Si me lo permite, señor, está cometiendo un grave error. Sólo yo puedo atrapar a ese hombre. Si me autorizase a ver los expedientes de Herzefelde, señor, estoy seguro de que podría resolver este caso en menos de una semana.

– Ha tenido ya su tiempo para resolverlo, Gunther. Lo siento, pero así es. Queda apartado del caso. Además, voy a reasignarlo. Voy a expulsarlo del cuerpo de inspectores A.

– ¿Me expulsa de homicidios? ¿Por qué? Se me da bien este trabajo, señor. -Miré a Gennat-. Dígaselo, Ernst. No se quede ahí mirando como un pastel de carne. Usted sabe que se me da bien. Usted me formó.

Gennat movió incómodamente en la silla su enorme culo. Parecía afligido, como si le diesen guerra las hemorroides.

– No está en mi mano, Bernie -dijo-. Lo siento. De verdad que lo siento. La decisión está tomada.

– Claro, ya entiendo. Quiere llevar una vida tranquila, Ernst. Sin problemas. Sin política. Por cierto, ¿es verdad que fue usted uno de los detectives que se presentaron en el despacho de Izzy con una botella de vino para brindar con el doctor Mosle? ¿Cuando se quedó con el trabajo de Izzy?

– No fue así, Bernie -insistió Gennat-. Conozco a Mosle desde hace más tiempo que tú. Es buena persona.

– También lo era Izzy.

– Eso está por ver, creo yo -dijo Melcher-. Su opinión no nos importa aquí. Lo transfiero del cuerpo de inspectores A al J. Con efectos inmediatos.

– ¿Al J? Es el departamento de antecedentes penales. Ni siquiera es propiamente un cuerpo de inspectores, maldita sea. Es un cuerpo auxiliar.

– Es un traslado temporal-dijo Melcher-. Mientras decido en cuál de los demás cuerpos de inspectores puede encajar un hombre con su experiencia de investigación. Hasta entonces, quiero que dedique su experiencia a sugerir mejoras en el departamento de antecedentes penales. Al parecer, el problema de los archivos de ese departamento es que no tienen muy en cuenta cómo funciona una investigación. Usted se encargará de enmendar eso, Gunther. ¿Está claro?

Normalmente habría discutido más. Hasta puede que hubiera presentado mi dimisión. Pero estaba cansado después del viaje en tren desde Munich y muy dolorido por la paliza que me habían dado. Lo que quería era irme a casa, darme un baño, tomarme una copa y dormir en una cama de verdad. Además, todavía quedaba el «pequeño escollo» de las elecciones generales, previstas para pocos días después, el 31 de julio. Todavía albergaba esperanzas de que el pueblo alemán entrase en razón y escogiese a los socialdemócratas como el partido con mayor representación en el Reichstag. Después de lo cual el ejército no tendría otra opción que restaurar el gobierno prusiano y expulsar a tipos como Papen y Bracht y Mosle de sus cargos ocupados de forma ilegal.

– Sí, señor -dije.

– Eso es todo, Gunther.

– Si fuera posible, me gustaría tomarme una semana de permiso, señor.

– Concedido.

Salí caminando muy despacio, mientras Ernst Gennat levantaba el culo. Mosle se quedó en lo que fue, durante un tiempo, el despacho de Melcher.

– Lo siento, Bernie -dijo Gennat-, pero no podía hacer nada.

– Pero podía hablar, a fin de cuentas.

– Llevo en el cuerpo más de treinta años, Bernie -dijo con una sonrisa algo cansina-. Me nombraron comisario en 1906. Si he aprendido algo en todo este tiempo es a distinguir entre las batallas por las que vale la pena luchar y las que están perdidas de antemano. No tiene sentido discutir con estos cabrones, como tampoco tiene sentido enfrentarse al ejército. Sólo nos queda esperar y rezar para que el resultado electoral nos sea favorable. Tras lo cual podrás volver a ser detective de homicidios. Puede que Izzy y los demás también. Aunque, después de lo que ocurrió con tu amigo Herzefelde en Munich, me temo que no tiene muchas opciones. Sospecho que la ley marcial se levantará dentro de unos días. No se atreverán a celebrar las elecciones con el ejército en las calles. Y los cargos contra Weiss y Heimannsberg se retirarán por falta de pruebas. Grezinski ya está preparando una serie de mítines por la ciudad para defender su política de la no violencia. Así que vete a casa. Recupérate. Confía en la democracia alemana. Y reza para que Hindenburg permanezca con vida.

CAPITULO 13

BUENOS AIRES. 1950

Me quedé trabajando hasta tarde en mi despacho de la Casa Rosada. Era poco más que una mesa y un archivador y un perchero en un rincón de la oficina de la SIDE que daba a Irigoyen, justo enfrente del Ministerio de Finanzas. Mis presuntos colegas me hacían bastante el vacío, cosa que me recordaba a la mesa de Paul Herzefelde en la sala de detectives de la jefatura de Munich. No es que pensasen que yo era judío, pero sencillamente no confiaban en mí y, hasta cierto punto, era comprensible. No sé qué les habría dicho el coronel Montalbán sobre mí. Seguramente nada. Seguramente todo. Seguramente algo un tanto equívoco. Es lo que tiene ser espía. Resulta fácil sospechar que a uno también lo espían.

Encima de mi mesa tenía abiertos los expedientes del Kripo de Berlín. El archivador que los contenía era lo más parecido a una máquina del tiempo que me podía imaginar. Todo parecía tan antiguo… Y sin embargo es como si hubiera sido ayer. ¿Cómo era lo que decía Herr Adlon? La maldición confuciana. Ojalá vivas tiempos interesantes. Sí, qué duda cabe, aquéllos lo fueron. Al menos eso lo había hecho bien. Mi vida había sido más interesante que la mayoría.

Tenía ya un recuerdo claro de todo lo que había ocurrido durante los últimos meses de la República de Weimar, y me parecía evidente que el único motivo por el que no pude resolver entonces el crimen de Anita Schwartz era que, después de mi reunión con Kurt Melcher, no volví a trabajar en homicidios. Cuando regresé a la jefatura, después de una semana de permiso, ocupé mi nuevo puesto en el Departamento de Antecedentes Penales, con la vana esperanza de que, de alguna manera, el SPD cambiase el curso de las cosas y se restaurase una República en plenitud de facultades. No fue así.

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