Philip Kerr - Unos Por Otros

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Transcurre el año 1949. Harto de ocuparse del hotel de su suegro situado a un paso del campo de concentración de Dachau, en Alemania, y con su esposa ingresada en una institución mental, el sardónico detective Bernhard Gunther ha decidido ir tras los pasos de un famoso sádico, uno de los muchos espías de las SS capaz de infiltrarse entrelas filas de los aliados y encontrar refugio en América. Pero, por supuesto, nada es lo que parece, y Gunther pronto se encontrará navegando en un mar mortal habitado por ex-nazis que huyen de la persecución y de organizaciones secretas constituidas con el objetivo de facilitar la huída a los verdugos del tercer Reich.

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– La Stif tskaserne -dije-. El 796º Regimiento de Policía Militar estadounidense, ¿verdad? Y la CIA, no la PI. De be de ser un caso para los de Inteligencia, aparte de un homicidio. Me pregunto en qué andaría metida Britta que pueda interesar a la CIA.

Los policías intercambiaron miradas.

– Nadie ha mencionado a la CIA.

– No, pero por lo que acaban de decirme es evidente que está implicada.

– ¿Ah, sí?

– Claro -dije-. Estuve en la Ab wehr durante la guerra, así que sobre estas cosas sé un poco. Tal vez pueda serles de ayuda cuando llegue el americano. Después de todo, he visto al tal Bernie Gunther. Y conocía a Britta Warzok. Si algo puedo hacer para atrapar a su asesino, me gustaría colaborar. Además, soy médico y hablo inglés, esto también podría ser útil. Ni que decir tiene que sabré ser discreto si todo esto tiene que ver con algún asunto de alto secreto de la CIA o la policía austriaca.

Por su expresión, se veía que los agentes no veían el momento de deshacerse de mí lo antes posible.

– Quizá más tarde pueda sernos de ayuda, doctor -dijo el del sombrero-. En cuanto hayamos examinado detalladamente el escenario.

Cogió la bolsa y la llevó por mí hacia la puerta.

– Estaremos en contacto -dijo el otro policía, cogiéndome por el brazo para que me levantara.

– Pero no saben dónde me alojo -dije-. Y no sé sus nombres.

– Llámenos más tarde a Deutschmeister Platz y háganoslo saber -dijo el del sombrero-. Yo soy el inspector Strauss, y mi compañero el Kriminalassistent Wagner.

Me levanté fingiendo reticencia a abandonar el apartamento y me dejé conducir hasta la puerta.

– Me alojo en el hotel de France -mentí-. No está lejos de aquí. ¿Lo conocen?

– Sabemos dónde está -dijo el del sombrero con impaciencia al tiempo que me acercaba la bolsa.

– De acuerdo -dije-. Les llamaré más tarde. Esperen, ¿cuál es el número?

El del sombrero me tendió una tarjeta.

– Sí, por favor, llame más tarde -dijo procurando disimular una mueca.

Sentí su mano en la espalda y en cuanto quise darme cuenta ya estaba en el descansillo y la puerta se había cerrado. Satisfecho de mi actuación, bajé rápidamente las escaleras y me paré ante la puerta del piso inferior, desde el cual, por lo visto, habían llamado informando sobre el hedor y el correo. Desde allí, parecía poco probable. Para empezar, no se notaba el olor, y para seguir no había vecino metomentodo asomado al rellano para ver qué hacía la policía. Ambos elementos hubieran estado presentes si los agentes me hubieran dicho la verdad.

Me disponía a marcharme cuando oí pasos en el vestíbulo de la escalera y, al asomarme por la ventana, vi un Mercury negro aparcado en la calle. Pensé que lo más inteligente sería no cruzarse con el americano, así que llamé a la puerta del vecino.

Tras unos agónicos segundos, la puerta se abrió y apareció un hombre vestido con pantalones y chaleco. Un hombre velludo. Parecía que hasta al vello le crecía vello. A su lado, Esaú tenía la piel más lisa que el cristal de una ventana. Le enseñé la tarjeta del policía y eché una mirada nerviosa a mi espalda. Los pasos se acercaban.

– Siento molestarlo, señor -dije-. ¿Me permite entrar y hablar con usted un minuto?

34

Esaú se quedó mirando la tarjeta del inspector Strauss durante una eternidad antes de invitarme a entrar. Entré con él, olía a comida. No olía bien. Fuera lo que fuera, lo habían cocinado con grasa caducada. La puerta se cerró justo en el momento en que el americano hubiera doblado la esquina de la escalera y hubiera visto la entrada del apartamento. Respiré aliviado.

El vestíbulo, al igual que el del piso superior, era grande como una estación de autobuses. Junto a la entrada había una bandeja de plata para el correo y un paragüero hecho con pezuña de elefante. De todos modos, la pezuña bien hubiera podido ser la de la voluminosa señora que acababa de aparecer por la puerta de la cocina. Tenía puesto un delantal y, como le faltaba una pierna, caminaba con la ayuda de unas muletas.

– ¿Quién es, Heini? -preguntó.

– Es la policía, cariño -respondió él.

– ¿La policía? -exclamó sorprendida-. ¿Qué desea?

Después de todo no me equivocaba: era obvio que esa gente no había llamado a la comisaría de Deutschmeister Platz ni a nadie.

– Lamento molestarlos -dije-, pero ha ocurrido un incidente en el apartamento de arriba.

– ¿Un incidente? ¿Qué clase de incidente?

– Me temo que por ahora no puedo decirles mucho -dije-. Veamos, quisiera saber cuándo vieron por última vez a frau Warzok, y si cuando la vieron, iba acompañada. O si por casualidad han oído ruidos extraños en el piso de arriba.

– Hace una semana que no la vemos -dijo Heini, rizándose el vello de los brazos con los dedos-. La última vez la vimos de pasada. Creía que estaba de viaje. Por el correo que se acumula.

La mujer de las muletas había logrado llegar hasta mi lado.

– La verdad es que no tenemos mucho trato con ella -dijo-. Hola y adiós. Es una mujer discreta.

– No causa molestias -dijo Heini-. Sólo se oye el piano, y eso en verano, cuando las ventanas están abiertas. Toca maravillosamente. Era concertista antes de la guerra, cuando la gente aún tenía dinero para esetipo de cosas.

– Últimamente por la casa sólo pasan niños con sus madres -dijo la esposa de Heini-. Da clases de piano.

– ¿Nadie más?

Quedaron en silencio un instante.

– Vimos a alguien, hará una semana -comentó Heini-. Un americano.

– ¿De uniforme?

– No -dijo-. Pero se los reconoce, ¿no? La forma que tienen de caminar, los zapatos, el corte de pelo… Todo.

– ¿Qué aspecto tenía?

– Iba bien vestido. Americana buena, pantalones bien planchados. Ni alto ni bajo, normal. Con gafas. Reloj de oro. Bastante bronceado. Ah, sí, otra cosa que me hizo pensar que era americano: el coche que tenía aparcado fuera. Un coche americano. Verde, con neumáticos blancos.

– Gracias -dije mientras le cogía la tarjeta del inspector-. Han sido de gran ayuda.

– ¿Pero qué ha ocurrido? -preguntó la esposa de Heini.

– Si se lo preguntan, yo no les he dicho nada -dije-. No debería decir ni una palabra, por lo menos no todavía. Pero ustedes son personas decentes, salta a la vista. No son de esos que andan por ahí extendiendo rumores sobre cosas como ésta. Frau Warzok ha muerto. Asesinada, según parece.

– ¡Asesinada! ¿Aquí? -parecía asombrada-. ¿En este edificio? ¿En este barrio?

– Ya he hablado más de la cuenta -dije-. Escuchen, más tarde pasará a verles alguno de mis superiores. Será mejor que finjan no saber nada, ¿de acuerdo? Me estoy jugando el puesto.

Entreabrí la puerta. No se oían pasos en el edificio.

– Será mejor que cierren con llave -dije, y salí.

Había oscurecido y nevaba otra vez. Salí del edificio a toda prisa y bajé hacia el Ring, donde cogí un taxi para volver al hotel. No podía seguir alojándome allí, desde luego, no sabiendo que la Pat rul la In ternacional le seguía la pista tanto a Eric Gruen como a Bernie Gunther. Recogería mis cosas, pagaría la cuenta y me iría aalgún bar hasta decidir qué hacer.

El taxi giró por Wiedner Hauptstrasse y al acercarnos a la entrada del hotel vi el vehículo de la PI aparcado fuera. El estómago, que ya lo traía revuelto, me dio un vuelco como si alguien lo removiera con un cucharón de madera. Le dije al taxista que continuara hasta la esquina. Pagué y, como quien no quiere la cosa, me mezclé con un pequeño grupo de mirones que se había congregado junto a la entrada a la espera de ver salir a alguien arrestado. Dos policías militares evitaban que la gente entrara o saliera del hotel.

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