A las ocho, Joss estaba en su caja, perfectamente preparado. Todos estaban en sus puestos, como bailarines en una coreografía ensayada durante más de mil representaciones: Decambrais en el umbral de su puerta, con la cabeza inclinada sobre su libro, Lizbeth entre el pequeño gentío, a mano derecha. Bertin a mano izquierda, detrás de las cortinas rayadas rojiblancas de El Vikingo. Damas apoyado sobre el escaparate de Roll-Rider, no muy lejos de la inquilina de Decambrais, habitación número 4, casi escondida tras un árbol, y finalmente las cabezas familiares de los aficionados dispuestos en círculo, cada uno volviendo a encontrar por una suerte de atavismo su emplazamiento de la víspera.
Joss había comenzado el pregón.
– Uno: Busco receta de pastel en que las frutas confitadas no caigan al fondo. Dos: De nada sirve cerrar tu puerta para esconder tus suciedades. Dios que está en lo alto te juzga a ti y a tu puta. Tres: Hélène, ¿por qué no has venido? Perdón por todo lo que he hecho. Firmado, Bernard. Cuatro: Perdidas seis bolas de petanca en la plaza. Cinco: Vendo ZR7.750, 1999, 8.500 km, roja, alarma, parabrisas, parachoques, 3.000francos.
Una mano ignorante se alzó desde el gentío para señalar su interés por el anuncio. Joss tuvo que interrumpirse.
– Dentro de un rato en El Vikingo -dijo con algo de rudeza.
El brazo descendió, vergonzoso, tan rápido como se había alzado.
– Seis -retomó Joss-: No trabajo con la carne. Siete: Se busca camión de pizza con abertura panorámica, permiso VL, horno para 6 pizzas. Ocho: Los chicos que tocan el tambor, la próxima vez llamo a la policía. Nueve…
En su impaciencia por coger el anuncio del sabihondo, Decambrais no escuchaba con la misma atención los mensajes del día. Lizbeth tomó nota de una venta de hierbas de Provenza, se acercaba el tiempo de la mar. Decambrais se preparó, orientando la punta del lápiz en su palma.
– … la 8 suavizándose gradualmente 5 a 6 y después volviendo al sector oeste de 3 a 5 por la tarde. Mar fuerte, lluvias o chaparrones atenuándose.
Joss llegó al anuncio 16 y Decambrais lo reconoció a la primera palabra.
– Después, estuve en puntos suspensivos por la orilla, hice que me desembarcase en el otro extremo de la ciudad y, a la caída de la noche, pude entrar en casa de la mujer de puntos suspensivos y allí obtuve su compañía, aunque con mil dificultades; sin embargo al fin conseguí lo que deseaba de ella. Saciado por ese lado, partí a pie.
Se hizo un silencio atónito que Joss disipó rápidamente prosiguiendo con algunos mensajes más inteligibles antes de abordar su Página de la Historia. Decambrais gesticuló. No había tenido tiempo de anotarlo todo, el texto había sido demasiado largo. Alzó la oreja para conocer el destino del Derechos Humanos, navío francés de 74 cañones, el 14 de enero 1797, de regreso de una campaña fracasada en Irlanda con 1.350 hombres a bordo.
– … Y perseguido por dos navíos ingleses, El Infatigable y El Amazona: tras una noche de combate, vino a sucumbir frente a la playa de Canté.
Joss volvió a guardar sus papeles en su chaquetón marinero.
– ¡Eh, Joss! -gritó una voz-. ¿Cuántos se salvaron?
Joss descendió de un brinco de su caja.
– Uno no puede esperar saberlo todo -dijo con una pizca de solemnidad.
Antes de recoger su estrado y guardarlo en el local de Damas, su mirada se cruzó con la de Decambrais. A punto estuvo de dar tres pasos en su dirección pero decidió retrasar el asunto hasta después del pregón de mediodía. Se bebería un calvados para reunir fuerzas.
A las doce cuarenta y cinco, Decambrais anotó febrilmente el siguiente anuncio atestado de abreviaciones:
Doce: Los magistrados harán que se redacten los reglamentos que tendrán que ser observados y harán que se cuelguen en las esquinas de las calles y en las plazas para que ninguna perfona los ignore. Puntos suspensivos. Harán que se mate a los canes , a los gatos; las palomas, los conejos, los pollos y las gallinas. Pondrán una atención fingular en guardar las casas limpias y las calles, en limpiar las cloacas de la ciudad y de los alrededores , las fofas repletas de estiércol, el agua eftancada, puntos suspensivos; o al menos se ordenará que se fequen.
Joss ya estaba en El Vikingo dispuesto a almorzar cuando Decambrais se decidió a abordarle. Empujó la puerta del bar y Bertin le sirvió una cerveza, sobre un posavasos de cartón rojo ornado con los dos leones de oro de Normandía, fabricado especialmente para el local. Para anunciar el almuerzo, el patrón golpeó con el puño una ancha placa de cobre suspendida sobre el mostrador. Cada día, en las comidas del mediodía y de la noche, Bertin golpeaba su gong, dejando escapar un quejido de tormenta que hacía despegar en masa a todas las palomas de la plaza y, en un rápido fuego cruzado de volátiles y de hombres, acudían todos los hambrientos a El Vikingo. Con este gesto, Bertin recordaba a todos eficazmente que había sonado la hora de comer y, al mismo tiempo, rendía homenaje a sus temibles orígenes, que nadie debía olvidar. Bertin era un Toutin por parte de madre, lo que demostraba, con apoyo de la etimología, su lazo de ascendencia directa de Thor, el dios escandinavo del trueno. Si algunos estimaban arriesgada esta interpretación, y Decambrais era uno de ellos, nadie se atrevía a desmenuzar el árbol genealógico de Bertin aniquilando así todos los sueños de un hombre que lavaba vasos desde hacía treinta años sobre el suelo de París.
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