Mark Billingham - En la oscuridad

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Durante una noche de lluvia, Theo Shirley, un chico de diecisiete años, dispara al coche de una mujer cumpliendo así con la ceremonia de iniciación para formar parte de una banda. Ella no muere, pero su coche se estrella contra una parada de autobuses, matando a un policía.
La novia de éste, también policía, no acepta que su muerte haya sido un accidente. En su deseo por descubrir la verdad, llevará a cabo su propia investigación e irá descubriendo oscuros secretos que nos conducirán a un sorprendente giro final de la historia.

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Helen se detuvo a unos metros de ellos y esperó un segundo o dos. Dijo:

– ¿Estoy embarazada o sólo gorda? ¿Os acordáis?

La jirafa recién nacida dio un paso hacia ella y se metió los pulgares en la cinturilla de los vaqueros. Le mostró unos cuantos centímetros más de sus Calvin Klein.

– Estoy buscando a T -dijo Helen.

– ¿Ah sí?

El más bajo levantó los ojos del teléfono sólo un segundo. Helen intentó no mostrar ninguna emoción por el hecho de que evidentemente sabían a quién se refería.

– Tengo que hablar con él.

La jirafa recién nacida sonrió.

– Pues dale un toque. Te dejo un teléfono, si quieres.

– No tengo su número.

Otra mirada del chico bajo. Estaba claro que se turnaban para hacer el papel del tipo huraño y peligroso.

– Escucha, tengo que verle, en serio. Es urgente.

Nadie habló durante unos segundos. Parecía como si la conversación ya se hubiese olvidado y los chicos se contentasen con quedarse allí de pie, escuchando la música. Entonces el más alto volvió a mirarla.

– ¿Qué es tan urgente?

Sabía desde el principio que la placa no sería la estrategia adecuada. Igual de instintivamente, sabía que tenía que trabajar con lo que tenía. Se echó las manos a la barriga e hizo una mueca.

– ¿Tú qué crees?

Hubo risas y codazos.

– ¿Ni siquiera sabes dónde vive? -Los vaqueros bajaron aún más-. Uno rapidito, ¿eh?

– Esto no tiene nada de rápido -dijo Helen-. Se divirtió, así que ahora voy a hacer que asuma sus responsabilidades.

La jirafa recién nacida dejó por fin de reír e hizo un gesto despreocupado hacia el bloque del extremo más alejado de la plaza.

– T está ahí arriba, tía. En la tercera planta, por algún sitio.

El chico más bajo levantó la vista.

– ¿Qué coño estás haciendo?

– ¿Has visto a la novia de T, tío? Van a saltar chispas cuando esta aparezca en su puerta.

– No es asunto tuyo, ¿me entiendes?

– Va a ser descojonante…

Helen se dio la vuelta mientras aún discutían y caminó hacia el bloque, consciente, cuando llegó junto al ascensor, de que la habían seguido lentamente hasta la plaza.

El ascensor era ruidoso y olía como esperaba. Las paredes estaban rayadas pero brillantes, como si las hubiesen limpiado recientemente. Más arriba, el viento le dio con más fuerza en la cara, una pequeña bofetada, al salir a la pasarela de la tercera planta y avanzar hasta la primera puerta.

La primera de treinta o más.

Llamó pero no obtuvo respuesta; avanzó hasta la siguiente y obtuvo el mismo resultado, aunque podía oír que había gente dentro. La tercera puerta se abrió unos centímetros, luego la cerraron de golpe sin una palabra en cuanto hizo la pregunta. El viejo del siguiente piso la escuchó con atención, luego le preguntó si era de Servicios Sociales.

Estaba sin aliento, y sólo llevaba cuatro puertas.

Tal vez debería haber hecho aquella llamada. Quizá no encontrasen el lugar correcto tan rápido, pero una buena brigada de agentes habría invadido la urbanización bastante rápido cuando lo hubiesen encontrado; le habrían sacado mucho más rápido de lo que ella podía.

Helen miró desesperanzada la pasarela mientras recuperaba el aliento. Se estaba preguntando si debería limitarse a quedarse allí y gritar, cuando le tomaron la delantera.

– ¡Eh, T! Será mejor que salgas, tío…

Miró por encima de la barandilla y vio a tres de los chicos de los garajes debajo de ella.

La jirafa recién nacida se llevó las manos a la boca y volvió a gritar.

– Te espera una buena aquí afuera, T. -compartió una risa con los demás y gritó otra vez, alzando la voz por encima de la batería y el bajo y haciéndola resonar por toda la urbanización-. Eh, T. ¡Sal a conocer a la familia!

Helen esperó. Quince segundos después, oyó abrirse una puerta y vio salir al chico a la pasarela, a cincuenta metros de donde ella estaba. Le vio asomarse y gritar, diciéndoles a los chicos de abajo que se callasen. Debió de captar el movimiento cuando ella empezó a caminar hacia él, porque de repente se giró y la miró fijamente.

Siguió andando, observándole mientras él desviaba la mirada unos segundos y volvía a girarse luego para mirarla de frente. Los chicos seguían gritando. Se habían abierto otro par de puertas y la gente había asomado la cabeza para ver qué estaba pasando.

– Tengo que hablar contigo -dijo Helen.

– ¿Cómo te llamas?

Había reculado hacia el interior de su piso y Helen le había seguido, se había metido por un pasillo estrecho que daba a un salón. Le encontró de pie junto a la ventana. Había una televisión encendida en el rincón más alejado, y notó el olor a hierba. Unos segundos más tarde, una joven con un bebé en brazos pasó a su lado y fue a unirse al chico.

Helen volvió a preguntar.

– Theo -dijo el chico.

– ¿Quién es esta? -preguntó la chica.

Helen se acercó y apagó la televisión. Vio cajas de cartón apiladas detrás del sofá, bolsas de plástico llenas de CD y juegos de ordenador. La pareja la miraba sin decir nada, pero en cuanto Helen intentó hablar, la chica empezó a gritar:

– ¿Qué coño crees que haces viniendo aquí? -El chico le puso una mano en el brazo, pero ella se la sacó de encima con una sacudida-. Te voy a arrancar la puta cabeza…

– Cállate.

– Te juro…

– Me llamo Helen Weeks -buscó su placa en el bolso-. Soy agente de policía -la chica no se molestó en mirar; se encogió de hombros como si le diese igual. El chico se miraba los pies-. Mi compañero fue asesinado hace unas semanas. Estaba en una parada de autobús…

Ahora la chica la miró y aupó un poco más al niño. Él parecía bastante contento, olisqueándole el cuello. La chica asintió y habló tranquilamente.

– Lo vi en las noticias.

Helen miró fijamente al chico, pero él se negaba a levantar la cabeza.

– ¿Theo?

Él giró el cuerpo hacia la chica.

– Deberías irte. Mete al niño en la cama o haz algo.

– No me voy a ninguna parte.

– No puedo hacer esto contigo aquí.

– Fue lo de esos chicos del coche, ¿verdad? -La chica miró a Helen-. ¿El tiroteo?

– Sí, pero es complicado.

La chica se sorbió los mocos y parecía intentar con todas sus fuerzas no llorar. Volvió a girarse hacia el chico.

– ¿Qué has hecho? -Le dio un puñetazo en el brazo con la mano que tenía libre y empezó a gritar otra vez-. Tú y tu amigo, ¿qué habéis hecho?

– Él no ha hecho nada -dijo Helen-. Theo, tienes que escucharme. Tú no fuiste el responsable.

Él la miró bien por primera vez.

– Le dieron el mensaje, ¿no? Fui yo quien disparó.

– No hubo ningún disparo.

Él sacudió la cabeza lentamente.

– No sé qué está haciendo aquí. A qué viene esto. No es que pueda sentirme peor, ¿sabe?

– La pistola tenía balas de fogueo -dijo Helen-. La mujer del coche chocó con la parada de autobús a propósito.

La chica se acercó al chico, repentinamente asustada. El niño estiró el brazo, agarrándose al hombro de su padre.

– ¿Qué está pasando, T?

– ¿Recuerdas cuando disparaste a aquel coche?

– Sí, lo recuerdo.

– La ventanilla de atrás estaba abierta, ¿verdad? -El chico asintió-. ¿Entonces, por qué había cristales por toda la parte de atrás del coche? Los disparos ya se habían hecho, y la mujer del coche lo sabía todo. Estaba pensado para que pareciese un accidente, ¿de acuerdo? Como si fuese una casualidad -el chico estaba quieto, con la mirada fija, ignorando la mano de su hijo, que ahora le daba palmadas en el hombro-. Alguien quería ver muerto a mi compañero -Helen sintió una punzada, como ligamentos estirándose allá abajo, y respiró hondo-. Quería ver muerto a Paul.

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