Helen se preparó un buen baño caliente. Mientras se metía lentamente en la bañera, decidió que no le vendrían mal unas barras de pared o unas asas; una de esas cosas que anunciaban a media tarde, cuando se suponía que los viejos y enfermos estaban viendo la tele. Incluso una de esas bañeras con puerta para entrar. Recordó a Paul riéndose al ver el anuncio un día y preguntando cómo funcionaban. Por qué no se salía toda el agua al abrir la puerta.
Se alegró de haber decidido pasar la noche en casa y que su padre fuese a recogerla a primera hora de la mañana. Él había parecido decepcionado cuando le llamó para decírselo, pero ella sabía que estaría mucho más relajada a solas. Tan relajada como le era posible, en cualquier caso.
– Lo que te haga feliz -había dicho su padre, queriendo decir «menos desgraciada».
Se había traído la radio del dormitorio y se acomodó para quedarse un buen rato a remojo. Su barriga sobresalía por encima del agua y se echó pequeñas oleadas por encima con los dedos, contemplando los pequeños riachuelos que bajaban por su ombligo distendido. Le habló suavemente al bebé durante unos minutos, pasando una mano enjabonada por la parte donde creía que estaba la cabeza y, cuando sus pechos empezaron a gotear un poco, limpió los rastros lechosos con un paño.
Sabía que las cosas empezarían a ir mucho mejor, si era capaz de superar el día de mañana…
En el funeral de su madre, ella y Jenny habían sido capaces de superarlo juntas. Sabía que este sería distinto. Sí, Jenny estaría allí, y varios amigos íntimos, y sabía que a la familia de Paul le sería tan duro como a ella. Pero ellos se tendrían los unos a los otros para apoyarse, para compartir el dolor y la estupefacción. Helen sabía que en todo lo verdaderamente importante, pasaría el día sola.
Ella sola, y el hijo no nato a quien tendría que explicárselo todo algún día.
Dios, esperaba que no se pareciese en nada al funeral de su madre. La madre de Paul probablemente se enorgullecería de organizar algo decente luego, pero los sándwiches pasados y los parientes cuyos nombres nadie lograba recordar parecían prácticamente inevitables. A menos que las cosas se hiciesen de un modo diferente en casos como aquel; después de muertes como la de Paul. Que nadie en sus cabales se riese en un momento inoportuno, o sonriese con aire melancólico al recordar tiempos pasados.
Ni siquiera podía recurrir al alcohol para ayudarle a pasarlo, como ella y Jenny habían hecho en el funeral de su madre.
Volvió a acariciarse la barriga y dijo:
– Por tu culpa.
En la radio empezó a sonar una vieja canción de Oasis que le encantaba cuando estudiaba; la típica canción de borrachera. Se incorporó para subir el volumen y se detuvo al oír un ruido. Como de algo cayendo en el rellano que había entre los pisos o una puerta cerrándose.
Apagó la radio y escuchó.
Tal vez el ruido procediese de arriba. Dios, ¿había olvidado cerrar bien la puerta al entrar? A lo mejor había salido alguien del piso de al lado.
El siguiente ruido no dejaba lugar a dudas: un cajón cerrándose; el de encima del aparador del salón. Conocía aquel chirrido, como una fuerte inhalación al engancharse en el riel.
Como el suyo…
Se esforzó para oír por encima del tamborileo de su corazón y el ruido del agua a su alrededor, que de repente parecían ensordecedores. Escuchó cómo abrían la puerta del dormitorio. Los pasos eran ligeros, pero oyó ceder las tablas del suelo cuando alguien se acercó a la cama.
No tenía adónde huir. Tenía que protegerse.
Moviéndose tan suave y silenciosamente como pudo, se desplazó centímetro a centímetro por la bañera hasta que tuvo espacio suficiente para maniobrar. Se apoyó en el borde, con una mano a cada lado para distribuir el peso uniformemente y empezó a auparse.
Con cuidado, poco a poco…
Parecía evidente que quien había entrado en el piso no tenía ni idea de que ella estaba allí, y quería que siguiese así. Al menos hasta que pudiese alcanzar la puerta del cuarto de baño y cerrarla. Estaba medio fuera de la bañera cuando le resbaló una mano y volvió a caerse dentro, soltando un grito al dar con la cabeza en el borde, y lanzando chorros de agua por las paredes y el suelo.
Olvidó el daño que se había hecho en la cabeza en un segundo, mientras luchaba por incorporarse, por controlar la oleada de pánico que la invadía rápidamente. Sabía que quien estuviese en su dormitorio tenía que haberla oído y ahora sabría que no estaba solo.
Escuchó.
Durante unos largos segundos hubo silencio, pero luego volvió a oír pasos saliendo del dormitorio, a no más de tres metros. Oyó al intruso recorrer lentamente el pasillo y detenerse junto a la puerta del cuarto de baño. Miró fijamente el picaporte, repentinamente helada y temblorosa; consciente de que no podía llegar a la puerta antes de que quien estaba fuera la abriese.
La decisión se tomó sola: se estiró hacia el fondo de la bañera mientras empezaba a gritar, con la mano cerrándose en torno a un portavelas de cristal.
– ¡Que te den! Lárgate de aquí de una puta vez. -Lanzó el recipiente de cristal contra la puerta, cerró los ojos durante un segundo mientras se hacía añicos, y luego empezó a echar mano frenéticamente de todo lo que estaba a su alcance; cualquier cosa que pesase. Botellas de champú y acondicionador, un rascador de madera, la jabonera, el propio jabón, gritando mientras los lanzaba uno a uno contra la puerta-. Juro que te mataré. Entra aquí y te mato…
Sintió la fiebre recorriéndole el cuerpo mientras se movía, consciente de que estaba dispuesta a hacerlo. Sus dientes se enterraron en el labio inferior hasta que notó el sabor a sangre y, cuando ya no le quedaba nada por tirar, empezó a pegar patadas y revolverlo todo, con la voz quebrada de furia mientras golpeaba el agua con las manos.
– ¡Que te den! Lárgate y déjanos en paz…
Durante un minuto, o tal vez dos, hubo un silencio. El agua que quedaba empezó a asentarse a su alrededor. Estaba a punto de abalanzarse sobre el cerrojo cuando oyó una voz junto a la puerta, todavía cerca.
– ¿Helen? ¿Va todo bien?
Una entonación familiar; cierto acento del nordeste.
Deering.
Mientras Helen se cambiaba, Deering esperó junto a la puerta del dormitorio, y le explicó lo que había visto al llegar a la puerta del bloque cinco minutos antes:
– Estaba a punto de llamar al timbre cuando salió un fulano a toda velocidad.
– ¿Qué aspecto tenía?
– Ni idea -dijo Deering-. Llevaba capucha y mantenía la cabeza baja. De estatura media, supongo, pero no sabría decirte mucho más. Casi me da con la puerta en toda la cara al salir.
Helen se había puesto pantalones de chándal y una camiseta, y estaba a punto de coger su bata detrás de la puerta cuando sintió que empezaban a temblarle las piernas. Se sentó en la cama y esperó a que se le pasase.
– No me pareció que tuviese sentido dejar que la puerta volviese a cerrarse, ya sabes, y me colé antes de que lo hiciese. Cuando llegué arriba, tu puerta estaba abierta de par en par y te oí gritar.
Quien había estado en su piso podía haber entrado de la misma manera, supuso Helen, ella misma lo había hecho bastante a menudo, pero eso no explicaba cómo había logrado entrar en el piso. Sabía muy bien que había cerrado como era debido. Empezó a pensar en todas las personas que podían tener un juego de llaves. Jenny, y unos cuantos obreros a lo largo de los años. ¿Le habría dado Paul un juego a alguien?
– ¿Helen?
– Perdona -miró hacia la puerta del dormitorio-. Estoy bien. Salgo en un minuto.
– Voy a preparar un poco de té…
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