– ¿A qué se dedica tu padre? -dijo Bix, intentando no tragar la bebida. «Da sorbos», se dijo.
– Se jubiló de la oficina de correos -dijo Margot.
– Funcionario -dijo Bix-. Como yo.
– Bix -dijo Margot, en un tono más serio-. ¿Me harías un favor enorme?, ¿traerías aquí tu pistola?
– ¿Qué? ¿Quieres pegar tiros a los cuervos de la colina? Yo también soy un cuervo, ¿recuerdas? -las consonantes de nuevo se le trababan en la lengua y en la garganta.
Pero le pareció una ocurrencia muy divertida y soltó una carcajada antes de tomar un buen trago del vaso. Estaba intentando recordar si se trataba de la cuarta o de la quinta copa. Estaba seguro de que podía manejarse bien hasta llegar a la sexta, pero Margot las servía tan cargadas que iba a tener que parar en la quinta. ¿Era ésta la quinta?
– Creo que te conté que había recibido clases de tiro en una armería del Valle. Y estoy segura de que tienes razón, un revólver es lo mejor que me puedo comprar, pero la pistola de 9 mm que disparé en aquella clase me pareció muy cómoda, si es que se puede aplicar una palabra así a una pistola. ¿Te importaría traer la tuya para que pueda hacerte unas preguntas sobre su manejo? Si lo prefieres puedes darme las llaves del coche y la traigo yo.
– Yo la traigo -dijo Bix con un suspiro-. He de ir a mear.
Se levantó del sofá tras dos intentos y cruzó el salón haciendo eses en dirección al lavabo, más allá del vestíbulo. Después de tirar de la cadena se miró en el espejo e intentó concentrarse en sus pupilas. ¿Estaba borracho? Mejor no tomarse otro vodka. Igual era mejor tomar un poco de agua con gas. Después de eso se iría a casa.
En el instante en que abrió la puerta de su furgoneta para sacar su 9 mm de debajo del asiento, Bix Rumstead lo sintió: una corazonada de peligro. El pelo de su cuello se erizó cuando tocó la pistola, y tembló. Los instintos de policía que había desarrollado durante los últimos veintidós años le estaban diciendo que se metiera en el coche y se largase colina abajo para no volver a conducir colina arriba nunca más. Pero decidió que estaba siendo ridículo. La velada era agradable y pronto estaría de regreso a su nido. Después de una última copa.
Mientras estaba fuera Margot sacó del cajón de la despensa dos cápsulas magenta y turquesa que había cogido de su joyero aquel mismo día. Apartó una y vació el contenido en la bebida, removiéndola con el hielo. No le gustó que no se disolviese del todo, no quería que Bix reuniese energía suficiente para conducir de regreso a su casa. Los gránulos trepaban hacia el hielo, y ella pensó que Biz absorbería muy poco en su organismo, así que vació la segunda cápsula y las tiró por el baño. Se preparó otro vaso con tónica, hielo y lima.
Cuando Bix volvió a la casa, una bebida recién servida lo esperaba sobre la inmensa mesa de cristal y metal. Se sentó de nuevo y retiró la Beretta de su funda. Tras tomar un trago de la nueva bebida, dijo:
– ¿Es éste el tipo de arma que disparaste?
– Sí -dijo ella-. Me gustó la sensación, pero no estoy segura de cómo va la seguridad. No querría que fuese demasiado fácil para Nicky descorrer el seguro si, Dios no lo quiera, algún día llegara a encontrarla.
– No puedes vigilarle cuando no está -dijo Bix enfáticamente-. Ésa es la razón por la que comprar un arma no es buena idea.
– ¿Qué es eso de la empuñadura? -dijo ella-. ¿El seguro?
– No -dijo Bix, con la articulación cuidadosa de los ebrios-. Es un decocker, la palanca que bloquea el martillo. Con esta arma no tienes que mover el seguro antes de disparar. Podemos sacar el arma, apuntar y apretar el gatillo. La primera ráfaga es doble y exige que tires fuerte del gatillo. El resto es sencillo. Espera mientras la pistola expulsa los casquillos vacíos. Después tienes que apretar el decocker para recargar con seguridad. Dale al martillo y de nuevo está lista, en la posición de disparo.
– Sólo hay que apretar el gatillo, ¿verdad?
– Aprieta con el dedo índice -dijo él-. No estires ni sacudas el arma.
– Lo tengo -dijo ella-. Creo que me compraré una de éstas.
Bix empezó a hipar y Margot se puso en pie, diciendo:
– Te traeré un bitter con lima. Siempre funciona.
Bix enfundó el arma y tomó un largo trago de vodka, pero no detuvo los hipos. Ella volvió con una salsera. En ella había una cuña de lima empapada en bitter.
– Muerde esto y chupa fuerte -dijo ella con media sonrisa.
Obedeció y se encogió de hombros.
– ¡Sabe fatal!
– Suavízalo -dijo, y lo hizo, con más vodka.
– ¿Mejor? -preguntó ella.
Se sentó sin hablar por un momento y dijo:
– Mis hipos son historia.
– ¿Lo ves? -dijo ella-. ¿Cómo te iba a traer yo algo malo?
Había otro cuervo de Hollywood que tenía mucho que beber esa noche. Hollywood Nate estaba disfrutando de sus días libres. Había ido a un estreno en Westwood, después paró en el restaurante Bossa Nova, en Sunset Boulevard, un local que abría hasta muy tarde, frecuentado por policías. Vio una patrulla de color blanco y negro en el aparcamiento, pero no conocía a los dos polis del interior. Después de comer se dirigió al Micelli's, en Las Palmas, pensando que tal vez allí se encontrara con algún compañero, pero no había nadie conocido en el local. Se quedó y bebió un vaso de tinto de la casa. Luego otro.
Nate iba tocado cuando se metió en su Mustang. Y por ello hizo algo que nunca admitiría haber hecho. Algo que nunca olvidaría, que siempre se preguntaría por qué lo había hecho, y cuyo recuerdo le llenaría de remordimiento en el futuro: condujo hasta Mount Olympus.
Nunca se la había sacado de la cabeza, aunque la atracción inicial que había sentido por ella se había desvanecido. Le atraía el misterio que ella suponía. ¿Quién era? ¿En qué andaba metida? No sabía qué iba a hacer si veía su BMW rojo saliendo o entrando por la entrada de su garaje. No creía tener la fuerza suficiente para caminar hasta la puerta y tocar 4el timbre a esa hora de la noche. ¿Qué le diría? «Sí, Margot, acepto el trabajo de guardia de seguridad en tu casa. ¿Por qué no me has llamado?»Era un hombre adulto, había cumplido treinta y seis años, y este comportamiento era infantil y estúpido, y aun así seguía conduciendo en dirección a Hollywood Hills, hacia Mount Olympus, sin que lo empujase ninguna decisión racional. Cuando llegó allí vio la minifurgoneta Dodge azul y la reconoció. Bix Rumstead a menudo aparcaba cerca de su Mustang en el aparcamiento sur, y una vez le había dicho a Bix que su furgoneta se parecía a las de refuerzo de la patrulla antivicio. Le preguntó a Bix si alguna vez había tenido que pasar vapor por la zona de carga y retirar los condones después de llevar a las putas a la cárcel.
Ver la furgoneta le hizo encarar la otra posibilidad que no había querido considerar. ¿Estaba celoso de que Margot Aziz prefiriese a Bix Rumstead antes que a Hollywood Nate Weiss? Nate pasó por delante de la casa, giró más arriba en la colina y echó un vistazo a la casa de Margot Aziz mientras conducía lentamente y pasaba por delante otra vez. Pensó que Jetsam tenía razón. Aquella casa tenía aura.
– ¡Estoy borracho! -admitió Bix Rumstead.
– Simplemente estás algo achispado -dijo Margot, retirando el cojín que había entre ellos en el sofá mientras Rod Stewart cantaba You go to my head.
– Tengo que irme, Margot -dijo él.
– ¿Qué tal un beso de buenas noches para el camino?
Se deslizó con velocidad hacia él y Bix sintió el aliento de ella en su cuello. Le besó con la lengua, y después le besó en la cara y el cuello y pasó las manos por todo su cuerpo mientras él gemía suavemente.
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