Leonard pilló al primer chico de los recados que pasó por ahí, un mexicano, le dio un billete de diez dólares y le dijo:
– Ven conmigo a la oficina del jefe.
Esta vez llamó a la puerta con el mexicano bien aferrado y dijo:
– Alí, he traído un amigo esta vez.
Alí estaba sentado a la mesa mirando al pasillo, sus manos entrelazadas bajo la barbilla. La mirada en su rostro era tan adusta como la del ladrón de bolsos de la otra noche tras enterarse de que su nuevo compañero de celda era un violador de niñas.
– Por favor, entra -dijo Alí.
– Dejaré la puerta abierta -dijo Leonard, y entonces se dirigió al mexicano-. ¿Cuál es tu nombre, hijo?
– Marcos -dijo el chaval.
– Vale, Marcos, quédate aquí un minuto -dijo Leonard, dejando la puerta abierta; así Alí sabría que había un testigo en caso de que tuviera en mente hacer algo violento. Entonces Leonard avanzó por la habitación hacia la mesa de Alí y cogió la pila de billetes que le estaba esperando.
– Adiós, Leonard -dijo Alí-. No quiero más negocios entre nosotros.
– No te pongas en plan diva ofendida -dijo Leonard-. Esto es lo que llaman quid pro quo. Es jerga de abogado y significa que somos justos el uno con el otro.
Cuando se fue de la oficina le pasó al chico de los recados otro billete de diez dólares y dijo:
– Gracias por ser mi guardaespaldas, hijo. Alí Aziz entró en su pequeño baño, cerró la puerta, pasó el pestillo y abrió los dos grifos para aplacar el sonido. Aferrándose al lavamanos, se puso a gritar hasta que la baba le resbaló por la barbilla.
Bix Rumstead se encontraba más despierto después de haberse echado una siesta y de haberse duchado y afeitado. Se puso una camisa azul pálido de Oxford y unos pantalones chinos limpios, y se tragó una aspirina para disminuir el atroz dolor de cabeza. Se sentía capaz de resistirse a Margot Aziz mientras el sol todavía estuviese bien alto en el cielo sobre las colinas de Hollywood y su resolución no se iba a ver quebrada por tres o cuatro tragos de alcohol. Es lo que solía durar cuando estaba con ella, esa resplandeciente mujer tan distinta a su esposa.
Bix no creía que Margot estuviera realmente enamorada de él. Su desgraciado matrimonio le hacía creer que sí. Pero tener a una mujer como Margot Aziz profesándole su amor, tan pasional, había sido algo aplastante. Margot no era tan tímida como su mujer, Darcey. Era locuaz y sofisticada y siempre sabía exactamente qué decir. Era traviesa y divertida y le hacía sentir que era un hombre de mundo, un hombre más importante. Le hacía sentir tan joven como ella.
Cuando Bix era capaz de dar un paso atrás y analizar lo que había sucedido con más sobriedad no le encontraba sentido. Sólo habían intimado durante cinco meses. Sólo habían tenido encuentros sexuales media docena de veces, siempre en hoteles donde ella alquilaba una habitación y lo esperaba hasta que acababa de trabajar. Y siempre le había proveído de bebidas para remitir sus miedos y su culpabilidad. Había quedado embebido por esta increíble mujer que sostenía que nunca había engañado a su marido hasta que encontró a Bix, y había logrado que se lo creyese.
Bix aparcó su pequeña furgoneta en la pista de entrada y Margot tardó muy poco en abrir la puerta. Iba vestida como siempre que se encontraban. Llevaba pantalones de sastre color crema que se ajustaban a su cuerpo, un sencillo top negro y un delicado collar de oro, sin pendientes, sin pedrería. Sus orejas eran perfectas y rara vez las adornaba. Sus hombros eran amplios y cuadrados, su bronceado era perfecto todo el año.
Bix estaba encantado de que no llevase téjanos de tiro bajo y un jersey corto que expusiera su abdomen firme como solía hacer en sus citas diurnas. Es cuando resultaba más sensual, cuando él se sentía más indefenso ante ella.
– Hola, cariño -dijo ella.
– Sólo puedo quedarme el tiempo justo para oír la historia y ofrecerte mi consejo -dijo él.
– Por supuesto -dijo Margot-. Entra.
Cuando estuvieron dentro del vestíbulo de granito, Margot dijo:
– Vamos a sentarnos en la terraza y admirar la polución, ¿te parece? Las toxinas están maravillosas a esta hora del día.
La siguió a través del salón hasta las puertas correderas y salieron fuera. Sobre la mesa había una jarra de té helado junto con atún ahumado, crema de queso, cebolla cortada, alcaparras y una crujiente baguette francesa ya cortada.
– Oleremos fatal después de comer todo esto, pero qué diablos -dijo Margot.
Bix se sentó, sentía la boca seca, de modo que tomó un sorbo de té. Entonces dijo:
– Cuéntame, Margot. ¿Qué pasa?
– Sus amenazas son más evidentes ahora -dijo ella.
– ¿Cómo de evidentes?
– Le habla descaradamente a Nicky en mi presencia cuando recoge a nuestro hijo para su canguro nocturno. Se asegura de que le oigo decirle a Nicky lo bonito que es Arabia Saudí. O le dice a Nicky que le encantará ver las pirámides de Giza. Cosas así.
– Está intentando pincharte -dijo Bix-. Ese tipo está atado a Estados Unidos. De hecho, está atado a los negocios que tiene aquí, en Hollywood. No se va a ir a ningún sitio.
Margot untó una rebanada de pan con atún y crema de queso y cebolla, espolvoreándolo con unas alcaparras, y se la pasó a Bix. Pensó que ella tenía las manos más bonitas que había visto jamás, y como siempre, sus uñas conjuntaban con el brillo de su lápiz de labios.
– Siempre hablo con Nicky cuando regresa de sus visitas a su padre -siguió Margot-, pero últimamente está frío, se cierra cuando está conmigo. Sé que Alí le ha ordenado no contarme cuáles son sus planes de futuro.
– Tiene cinco años, Margot -dijo Bix-. Alí no va a hacer planes de viaje con un niño tan pequeño. Sólo le habla y trata de mantener a Nicky en contacto con la cultura de su padre. No es más que eso.
– La última vez que Alí vino por él, mi hijo era un niño diferente a cuando volvió.
– ¿Cómo de diferente?
Margot dio un sorbo a su té helado y dijo:
– Me llevé a Nicky a la cama conmigo esa noche y le abracé y le besé y le pregunté de qué hablaban él y su padre. Y él me dijo: «¿Vas a venir a vivir con nosotros, mami?». Le pregunté dónde, y dijo: «Cuando conozca a mi abuela y mi abuelo». «Ya conoces a tu abuela y tu abuelo», le contesté, «los has visto un montón de veces. ¿Recuerdas cuando vinieron aquí y nos fuimos a bucear a Barstow?»; pero él dijo: «No, mis otros abuelos. Los que viven al otro lado del océano».
– Eso no implica que vaya a huir con Nicky -dijo Bix.
– Tengo información de una buena fuente de que ha puesto la Sala Leopardo en venta con ayuda de un broker. Está vendiendo todos sus activos, y eso no tiene nada que ver con el divorcio. Alí es muy hábil. Tiene bienes secretos que no hemos sido capaces de encontrar.
– Eso sigue sin ratificar que esté preparándose para abandonar el país. ¿Tiene Nicky pasaporte?
– ¿Sabes lo fácil que es viajar desde este país a Oriente Medio con un niño, si estás forrado de pasta? Simplemente saltas al coche con tu chaval y conduces tres horas hacia el sur, hasta Tijuana. Una vez allí está tirado arreglar pasaportes y vuelos a cualquier sitio que te dé la gana.
– Tu imaginación se está convirtiendo en la mejor parte de ti -dijo Bix.
– Hay más -dijo Margot. Se detuvo unos instantes, y luego dijo-: ¿Te importaría si me tomo un trago? Entonces será más fácil hablar de esto.
No parecía muy feliz con la idea, pero replicó:
– Adelante.
Volvió con un vodka triple con hielo en un vaso largo, tal como le gustaba a él. Con una rodaja de lima colgando en el borde del vaso en lugar de limón exprimido dentro, exactamente a su gusto.
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