Joseph Wambaugh - Cuervos de Hollywood

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Joseph Wambaugh, maestro del thriller policíaco, ha vuelto con una adictiva novela focalizada una vez más en los oficiales de la Hollywood Station del LAPD; en concreto en el papel que desempeñan los «cuervos», nombre popular dela Oficina de Relaciones Comunitarias (CRO), formado por policías que no están satisfechos en las calles y que se sienten más seguros velando por la «calidad de vida» de los vecinos.

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– ¿Estás diciéndome que la tía que viste estaba tan buena como ésa?

– De lujo, tío. Primera categoría.

– ¿Le pediste el teléfono?

– Tío, apenas podía respirar. Estaba todo jodido, ahogándome. Y luego sentí como que los gofres de IHop se me venían a la garganta.

– ¡Ay, no! -dijo Jetsam-. ¿Vomitaste?

– Lo lancé todo -dijo Flotsam, moviendo la cabeza-. Un asco.

– ¡No me cuentes más! -gritó Jetsam, pero quería seguir escuchando.

– Tío, le vomité todo encima. Gritó, salió corriendo para lavarse aquella porquería, y no volví a verla. Estaba taaaaan deprimido.

– Colega -dijo Jetsam con suavidad -, ésa es una de las historias más tristes que he oído nunca.

Cat Song y Gil Ponce eran el último equipo que estaba saliendo del aparcamiento del punto de reunión cuando llegó la unidad 6-X-46 y les hizo señales con las luces.

Jetsam acercó el coche patrulla al otro, situándolo en la dirección opuesta, y dijo:

– Ya ha empezado el juego, ¿eh?

– Sí, y tenemos que irnos ya -dijo Cat-. Treakle está al mando.

– Ay, mierda -dijo Jetsam-. Lo lamento por vosotros.

Flotsam contempló el viejo blanco y negro que estaba aparcado y dijo:

– ¿A qué supervisor le pertenece ese pedazo de mierda?

– A Labios de Pollo -dijo Cat-. Está en una misión de reconocimiento, echando un vistazo al objetivo. No podemos hablar ahora, tenemos que irnos.

– Nos vemos luego -dijo Jetsam, mientras Cat se alejaba para seguir a la caravana de unidades policiales que se disponían a abalanzarse hacia el aparcamiento del almacén.

Flotsam se masajeó el hombro herido mientras Jetsam cambiaba de la frecuencia de base a la de táctica, justo a tiempo para, oír al sargento Treakle, cuya voz sonaba muy aguda a través de las ondas de radio.

– ¡A todas las unidades, diríjanse hacia el objetivo! -dijo Treakle, escupiendo dentro de su Rover-. ¡Diríjanse todas al objetivo!

– Se emociona bastante por un montón de pollos, ¿no? -dijo Jetsam.

– Apuesto a que ese tío tiene tetas de mujer -dijo Flotsam-. Vamos por un burrito.

Mientras los policías surfistas estaban sentados dentro de su coche en Sunset Boulevard disfrutando de su comida Tex Mex, un coche de la Oficina de Relaciones con la Comunidad subía colina arriba hacia Mount Olympus y giraba en la entrada de la casa de Margot Aziz. El conductor se bajó del coche, pero no cerró la puerta. Tenía la intención de volver a subirse, pero finalmente no lo hizo. Entonces cerró la puerta sin hacer ruido, caminó hasta la puerta principal de la casa y tocó el timbre. Oyó pasos dentro, en el recibidor de suelo de mármol, y supo que ella estaba mirando por la mirilla enmarcada en bronce.

Cuando se abrió la puerta ella le lanzó los brazos al cuello y lo besó varias veces en la boca, en las mejillas y en el cuello, mientras él intentaba apartarla. Los ojos de ella se veían brillantes y húmedos bajo la luz de la luna, y tenía algunas gotitas pegadas a las pestañas. Él sintió la humedad en sus mejillas, y pudo sentir su sabor cuando ella lo besó, pero se preguntó por qué sus lágrimas no eran saladas.

– Tenía miedo de que no vinieras -dijo ella-. Tenía miedo de que no volvieras nunca. Hoy te dejé cuatro mensajes en el móvil.

– Tienes que dejar de hacer eso, Margot -dijo Bix Rumstead-. Podría ser que mi compañera descolgase alguna vez.

– ¡Pero no te he visto desde hace veintinueve días y veintinueve noches!

Lo atrajo hacia el recibidor y cerró la puerta. Quería olerle el aliento para ver si había bebido, pero él se resistió otra vez cuando ella intentó besarlo de nuevo.

– No puedo quedarme, Margot -dijo-. He venido en un coche de policía. Tengo que devolverlo a la comisaría.

– Pues hazlo y vuelve pronto -dijo ella-. Te prepararé algo de cenar.

– No puedo -dijo él-. Sólo pasé para decirte que tienes que dejar de llamarme. Vas a meterme en problemas.

– ¿Problemas, Bix? -dijo ella-. ¿Problemas? Yo soy la que tiene el problema. Estoy locamente enamorada de ti. No puedo dormir, no puedo pensar. Tú y yo tenemos algo, Bix, y no puedes echarlo por la borda. Ya casi estoy libre de Alí, falta muy poco. Y entonces seré toda tuya. ¡Yo y todo lo que tengo!

– No puedo. Yo también me estoy volviendo loco de tanto pensar en ti. Pienso en ti, en mi familia… No, no te convengo. No somos buenos el uno para el otro.

– Tú eres el mejor hombre que he conocido nunca -dijo ella, y luego se apretó contra su placa y lo estrechó con fuerza con ambos brazos.

– Tengo que irme -dijo él otra vez, pero ya no se apartaba de ella.

– He intentado ser paciente -dijo ella-. Lo único que me ha sostenido es saber que tu familia se ha ido a visitar a tus parientes políticos hace dos días. Mira, he marcado mi calendario, Bix. Tú eres lo único en lo que pienso. Soy egoísta. Te quiero aquí conmigo todas las noches mientras ellos estén fuera. Quiero tener la oportunidad de convencerte de lo bien que estamos juntos.

– Esta noche no puedo pensar bien -dijo él-. Te llamaré mañana. Tengo que llevar el coche de vuelta a la comisaría.

Ella lo soltó y él la miró. Luego la besó, y ella pudo oler que efectivamente había bebido.

– Mañana, cariño -dijo Margot, sonriendo esperanzada-. Estaré esperando tu llamada.

Cuando Bix Rumstead salió dando marcha atrás y giró para bajar la colina, no vio el Mustang que estaba aparcado una calle más arriba. Nate Hollywood había aguardado todo el día la llamada de Margot, que nunca llegó. Él también había bebido un par de copas aquella tarde después de acabar su turno y, siguiendo un impulso, había ido a Mount Olympus con la intención de llamar a la puerta. Quería averiguar qué diablos era lo que pasaba por la cabeza de aquella mujer. Pero cuando se acercaba a la entrada de la casa vio un coche de policía. Pasó frente a la entrada, dio la vuelta, aparcó y esperó.

No tuvo que seguirle de cerca mucho rato para estar seguro de que el conductor era Bix Rumstead. Estuvo tentado de seguirle hasta la comisaría para tener con él un cara a cara amistoso, para «comparar notas» sobre Margot Aziz. Pero decidió que era mejor esperar hasta estar completamente sobrio.

Después de acabarse su burrito, Jetsam condujo en dirección al almacén donde iban a hacer la redada en lugar de volver a su recorrido habitual.

– ¿Dónde vas, tío? -dijo Flotsam.

– A echar un vistazo a la gran movida de los pollos.

– ¿Por qué?

– ¿Alguna vez has visto un gallo de pelea?

– No, ni tengo ningunas ganas.

– Podríamos aprender algo.

Para cuando aparcaron en el almacén, ya estaba todo bajo control. Todos los espectadores filipinos y mexicanos estaban siendo interrogados, y sus datos introducidos en fichas identificatorias. Se averiguaron los antecedentes de todos ellos. No había nadie fuera del edificio excepto Gil Ponce, que estaba junto a una pila de jaulas con los gallos de pelea que aún chillaban furiosamente y picoteaban el acero de las jaulas.

Jetsam acercó el coche adonde estaba el joven policía, y dijo:

– ¿Qué está sucediendo allí dentro, tío?

– Ahora nada -dijo Gil-. Sólo están identificando a todos los detenidos y averiguando antecedentes. Van a empapelar a unos cuantos. Deberíais haber estado aquí cuando llegamos. Uno de los organizadores intentó escapar, pero Gert le hizo una llave que lo dejó KO.

– Sí, seguro -dijo Flotsam.

Entonces una delgada figura apareció de entre la oscuridad, llevando consigo una jaula. Cuando se acercó vieron que se trataba de Cat Song.

– Ese cabrón de Treakle -les dijo a los surfistas-. Nos hace traer las aves aquí fuera en lugar de esperar a que lo haga Control de Animales. Quiere cerrar el almacén e ir a presumir con el jefe de la guardia sobre su gran redada de pollos, y dejarnos aquí cuidando de las aves hasta que lleguen los de Control de Animales. ¡Tengo el uniforme lleno de plumas y cagadas de pollo!

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