Joseph Wambaugh - Cuervos de Hollywood

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Joseph Wambaugh, maestro del thriller policíaco, ha vuelto con una adictiva novela focalizada una vez más en los oficiales de la Hollywood Station del LAPD; en concreto en el papel que desempeñan los «cuervos», nombre popular dela Oficina de Relaciones Comunitarias (CRO), formado por policías que no están satisfechos en las calles y que se sienten más seguros velando por la «calidad de vida» de los vecinos.

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Nate la siguió hasta una gran cocina de gourmet con dos enormes refrigeradores de acero inoxidable y una cocina a gas con quemadores de tipo profesional, también de acero inoxidable. Había tres fregaderos de acero y se preguntó cuál iría a utilizar ella para colar la pasta. ¡Demasiadas opciones!

Cogió el sacacorchos y la botella de pinot grigio e intentó pelar el capuchón y quitar el corcho como había visto hacer a los sommeliers las veces que había podido llevar a una cita a un restaurante caro. Tuvo algunos problemas con el corcho, pero ella pareció no darse cuenta.

– ¿Llevas mucho tiempo trabajando de policía, Nate? -preguntó ella.

– Sí, casi quince años -dijo él.

– ¿De veras? -dijo Margot-. No pareces lo suficientemente viejo.

– Tengo treinta y seis -dijo él. Y luego agregó-: Tú no pareces lo bastante vieja como para tener un hijo de cinco años.

– Podría tener uno mucho mayor, pero no voy a decirte mi edad -dijo ella.

– Ya la sé -dijo Nate-. Tu permiso de conducir, ¿recuerdas?

– ¡Maldición! -dijo ella-. Lo olvidé.

Nate sirvió vino en las copas y dejó una en el escurridor, junto a Margot.

– ¿Tu hijo se queda con la canguro muy a menudo? -preguntó Nate.

– Sólo en ocasiones muy especiales -dijo Margot y de nuevo apareció esa tímida sonrisa.

Él bebió un buen sorbo, pero luego se dijo a sí mismo que era mejor ir despacio, muy despacio. Empezó a pensar en los trucos de actuación, como simular que aquélla era una película protagonizada por Nate Weiss, así que intentó meterse en el personaje; pero estaba indeciso acerca de a quién debería parecerse. Sencillamente, Nate «Hollywood» Weiss no tenía marco de referencia para una cita como ésa.

– Entonces, ¿de veras estás interesado en el Mercedes? -dijo Margot.

– Por supuesto -dijo Nate nerviosamente-. ¿Por qué otra cosa habría llamado?

Ella dejó de rebanar el mango. Reprimiendo una gran sonrisa, le echó un fugaz vistazo antes de decirle de forma inexpresiva:

– No puedo imaginarlo.

Nate sintió que su rostro ardía. ¡Era como un niño cuando estaba con esa mujer!

– ¿Soy poco convincente, o qué? -dijo finalmente-. Claro, me encanta el Mercedes, pero justo compré un coche nuevo el año pasado. Deberías echarme a patadas de aquí.

Margot llevó la botella de vino a la barra del bar, llenó la copa de Nate, y le dijo con repentina seriedad:

– Me alegré de que llamaras, Nate.

– ¿De veras?

– De veras -dijo ella-. Para decirte la verdad, he estado asustada por algo y estaba pensando en hablar con la policía.

– ¿Asustada? ¿Por qué?

– Vamos a cenar y luego hablamos -dijo Margot.

Gert von Braun formó pareja con Dan Applewhite por primera vez cuando él volvió al trabajo después de sus días libres. Los demás policías se dieron cuenta de que poner a Dan «Día del Juicio Final» con alguien tan explosivo como Gert era una combinación infernal. Los policías surfistas habían hecho apuestas sobre cuánto tiempo soportaría Gert escuchar a Dan hablar sobre la calamidad mundial de los musulmanes que se veía venir o acerca del inminente colapso de los mercados financieros mundiales, antes de estrangularlo. Lo que ellos no sabían era que la aversión que sentían Dan y Gert por el sargento Treakle iba a crear un vínculo que nadie hubiera podido predecir.

Todo comenzó cuando el sargento Treakle informó a Gert de que la descarga accidental de su arma con toda seguridad iba a suscitar una reprimenda oficial, la primera en sus once años de carrera. Ella estaba preparada para eso, por supuesto, pero no para el modo como le fue transmitida la información.

El sargento Treakle, que rara vez se molestaba en aprenderse los nombres de los policías, la llamó a su despacho y le dijo:

– Von Braun, va usted a recibir una reprimenda oficial por su negligencia con el arma reglamentaria.

– Me lo imaginaba -dijo Gert, preparándose para marcharse.

– Y eso no es todo -dijo Treakle; al oír esas palabras ella se detuvo en la puerta-: habrá un severo castigo si una cosa así vuelve a ocurrir.

Las sonrosadas mejillas de Gert palidecieron.

– ¿Acaso usted piensa que puede volver a ocurrir, sargento? -dijo.

– Sólo estoy dándole un consejo -dijo el joven sargento, desviando nerviosamente la mirada. La medida del cuello de Gert era más ancha que la de él, y se rumoreaba que había avergonzado a un policía en la División Central cuando éste, un poco ebrio, se atrevió a echar un pulso con ella en una fiesta de Navidad.

Ella se esforzó por mantenerse calmada y dijo:

– Gracias por el consejo.

Pero cuando se disponía a marcharse, el sargento Treakle dijo:

– Parte del problema podría ser su condición física.

Eso la paró en seco. De hecho dio un paso hacia el escritorio y dijo:

– ¿Qué sucede con mi condición física?

– Su peso -dijo él-. Así debe de ser difícil moverse con suficiente rapidez cuando ocurre algo inesperado. Como cuando su teléfono móvil se cae, y usted intenta cogerlo y accidentalmente aprieta el gatillo de su arma. Los oficiales de policía tienen que estar listos para actuar y pensar rápidamente, como si fueran atletas.

Gert fulminó con la mirada al sargento Treakle durante un momento y luego, muy suavemente, dijo:

– He aprobado todos los exámenes físicos desde que comencé este trabajo. Quedé en primer lugar en la prueba de agilidad para mujeres de la academia y competí dos veces en las Olimpíadas de la policía. Ahora tengo una pregunta para usted: ¿ha oído hablar de las leyes de igualdad de oportunidades?

– ¿La de igualdad de oportunidades en el empleo?

– Correcto sargento -dijo ella-. Todo gira en torno a la discriminación en el lugar de trabajo. Y ahora mismo le estoy haciendo un regalo olvidándome de esta conversación. Porque usted me está ofendiendo de manera muy personal.

El sargento Treakle palideció y dijo:

– Hablaremos luego. Tengo que hacer unas llamadas.

Cuando Gert von Braun se reunió con Dan Applewhite en el aparcamiento, el gesto adusto de su cara le indicó que no era el momento adecuado para hablarle de las infecciones bacterianas que afectaban a las divisiones vecinas, ni para decirle que la epidemia era inminente.

Ella condujo en silencio durante cinco minutos y cuando finalmente habló, dijo:

– ¿Has tenido algún problema personal con Treakle?

– Una vez -dijo Dan Applewhite-. Me dijo que cuando hablaba con los ciudadanos adoptaba una expresión agria y que tenía que mejorar mi actitud. Dijo que estaba seguro de que si iba con él a sus clases de estudios sobre la Biblia podría mejorar mi visión de la vida. Que él había renacido y había sido bautizado en un estanque que hay por ahí, con gente que cantaba en la orilla.

– ¿Te dijo eso?

Dan Applewhite asintió.

– Le dije que yo era unitario. Estoy seguro de que no supo lo que era.

– Yo tampoco lo sé -dijo Gert, y luego agregó-: Tuvimos un sargento como él en la comisaría central. A ese tío empezaron a ocurrirle cosas.

– ¿Qué clase de cosas?

– Especialmente a su coche. Si se olvidaba de cerrado con llave se encontraba una cuerda atada desde su puerta hasta la palanca de luces. O encontraba las esposas de plástico colgando del eje y haciendo ruido mientras conducía. O talco en la rejilla del aire acondicionado. Su uniforme se veía luego como si hubiera quedado atrapado en una ventisca.

– Ésas son cosas de niños -dijo Dan Applewhite.

– Una vez fue secuestrado un camión que llevaba unas bolsas enormes de palomitas de maíz y caramelos a una fiesta de la Cámara de Comercio, lo recuperamos y alguien llenó de palomitas de maíz el coche del sargento. Desde el suelo hasta el techo. Si mirabas a través del parabrisas, lo único que se podía ver dentro eran palomitas.

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