Patricia Wentworth - El Estanque En Silencio

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Ninguna ley impide que una famosa actriz, con mucho dinero y algún que otro remordimiento, quiera sentirse acompañada en su vejez, tras retirarse de la escena. Pero el sentido común debiera de impedir que, a cambio de no estar solo, una vieja rica reuniera en una solitaria mansión rural a un conjunto de parientes parásitos dispuestos a quedarse en exclusiva con su herencia. Porque así pasa lo que pasa: se empieza con envidias, rivalidades y rencores y se termina por encontrar cadáveres flotando en el estanque de la finca.

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Su pie tocó el suelo, tanteó el borde de césped y siguió. Cuando se encontró fuera, en el camino pudo apresurarse.

Se encontraba cerca de la bifurcación cuando se dio cuenta de que alguien se acercaba en dirección opuesta…, una segunda figura en la sombra, que caminaba con suavidad, sin hacer ruido. Se paró junto a un árbol que se inclinaba sobre el pilar más cercano, y una mujer pasó cerca de ella. La luz de una linterna tembló brevemente junto a la puerta de postigo, sobre el pequeño caminito situado entre la puerta y un pequeño porche de madera. Y entonces se apagó la linterna, se levantó el postigo, y la mujer avanzó por el caminito hacia la casa. Ellie se quedó dónde estaba, observando a la mujer. No sabía quién era aquella mujer. Pensó que podía ser Edna Ford que había seguido a Geoffrey. Si le encontraba aquí, con Esmé Trent, ¿qué iba a suceder? No lo sabía. Pero tenía que saberlo… Tenía que saberlo.

Se dirigió hacia la puerta de postigo, pero no siguió avanzando hacia la puerta de la casa. Se encaminó hacia la derecha, pasando entre un acebo y un gran macizo de romero que se extendía hacia la casa. Su fuerte olor llegó hasta ella al rozarlo y el acebo le pinchó. El jardín estaba descuidado en esta parte. Las ventanas de la sala de estar daban a este lado… ventanas de bisagras, con las cortinas echadas. Había una luz en la habitación que daba a las cortinas un brillante color ámbar. Ellie se acercó y vio que la ventana más cercana estaba entreabierta. Las habitaciones de la casa eran pequeñas y la noche era cálida y silenciosa. Esmé Trent era una de esas personas que se ahogaban si permanecía sentada en una habitación con las ventanas cerradas. Todas las ventanas de bisagras se abrían hacia el exterior. Muy lentamente, con mucho cuidado, Ellie levantó la barra de metal y tiró de la hoja de la ventana hacia ella. Ahora, ya no había nada entre ella y las voces que sonaban en el interior de la habitación, excepto el espesor de una cortina. Oyó a Geoffrey Ford decir:

– Te digo que nos vio allí.

Esmé Trent emitió un sonido de impaciencia.

– ¡No creo que haya visto nada! Sabes perfectamente que no podría decir la verdad ni aunque lo intentara.

Había un fuego encendido en la habitación. Su débil olor llegó hasta Ellie. Oyó a Geoffrey empujarlo con el pie.

– Entonces, ¿cómo sabía que estábamos en el estanque si no nos vio allí?

– Creo que está probando suerte. Nos estaba vigilando, ya sabes. Puede que nos viera deslizamos por detrás de la cortina y supusiera que habíamos salido. No podía saber dónde estábamos, y mucho menos cerca del estanque. Sólo quiere ponernos en una situación difícil. Ya sabes que es muy celosa.

– No sé.

Esmé Trent se echó a reír.

– ¡Pero si se huele a un kilómetro! No sé si lo habrás intentado alguna vez con ella, pero estoy segura de que le encantaría si lo hicieras.

Ellie experimentó una sensación de perplejidad. Había pensado que estaban hablando de la esposa de Geoffrey, pero debía tratarse de alguien más. Ahora, le oyó decir a él:

– A Meriel le gustaría que cualquiera se interesara por ella. No es eso a lo que me refiero.

– ¿A qué te referías?

– A que está dispuesta a plantear problemas, y puede hacerlo.

– ¡Pero mi querido Geoffrey, sé sensato! ¿A quién le va a importar que nos vayamos a dar un paseo por el jardín?

Desde detrás de la cortina se oyó el ruido de una puerta que se abría.

27

Meriel no podría haber deseado hacer una entrada más dramática. Todo estaba saliendo tal y como ella quería. Sin ninguna intencionalidad previa, había sentido el impulso de ponerse el viejo vestido verde, de modo que cuando decidió seguir a Geoffrey no hubo necesidad ninguna de hacer otra cosa que coger una linterna. El suave tejido que se ajustaba a su cuerpo y el color oscuro eran perfectos para el papel que iba a jugar, y cuando llegó a la casa sólo tuvo que entrar en ella y abrir de par en par la puerta de la sala de estar, haciéndolo con suavidad y precaución. No era la primera vez que utilizaba aquel truco cuando quería escuchar algo, y nadie se había dado cuenta nunca. Era cuestión de tener el pulso firme y tomarse el tiempo necesario para hacer girar el tirador de la puerta y dejar libre la cerradura.

Y ahora que tenía la puerta entreabierta, cuando oyó la pregunta de Esmé: «¿A quién le va a importar que nos vayamos a dar un paseo por el jardín?», terminó de abrir la puerta, y quedándose en el umbral dijo, con su más profundo tono de voz:

– Puede que.a la policía le importe, ¿no creéis?

Esmé Trent tenía un cigarrillo en la mano. El humo se elevaba lentamente; enarcó las cejas y con voz fría y sarcástica, preguntó: -¿Jugando a ser actriz, Meriel?

El color del rostro de Geoffrey Ford se hizo más profundo. Allí se iba a producir una fuerte discusión, y no había otra cosa que más le disgustara. Y aquellas dos mujeres eran temperamentales. Tuvo un fugaz pensamiento para Ellie Page, gentil y pegajosa, como debía ser una mujer…, aunque lo peor de esa clase de mujeres era que todo se lo tomaban demasiado a pecho.

Meriel penetró en la habitación, cerrando la puerta tras ella de un golpe. Después, con un tono de voz rabioso y hablando rápidamente, dijo:

– La policía no lo pensará así cuando les diga que estuvisteis junto al estanque al mismo tiempo que alguien empujó a Mabel Preston al agua.

Esmé Trent se llevó el cigarrillo a los labios y después dejó salir el humo con deliberada lentitud. Sus labios, muy pintados, se mantenían firmes, como su mano. Manteniendo la misma entonación sarcástica, dijo:

– Pareces saber bastante de eso, ¿verdad? Sabes cómo fue ahogada y cuándo. Podrías llegar a desear no haber puesto esas ideas en la cabeza de la policía. Después de todo, tú te rompiste el vestido en el seto, lo que demuestra que también estabas allí. Mientras que en lo referente a Geoffrey y a mí, sólo es tu palabra contra la nuestra. Tú dices que estuvimos allí, y nosotros lo negamos. Y eso hace dos a uno a nuestro favor -lanzó otra nubecilla de humo de su cigarrillo-. La sala estaba muy caliente. Nosotros salimos a tomar un poco de aire fresco y dimos un paseo por el prado. Nunca nos acercamos al estanque. Así fueron las cosas, ¿no es cierto Geoffrey?

Le miró por encima del hombro y vio sus ojos indecisos. Geoffrey se había levantado y permanecía allí, frente a la silla donde estuviera sentado momentos antes, bajada la mano que sostenía el cigarrillo, con la ceniza cayendo sobre la alfombra. Sintió un gran desprecio por él. Tenía el aspecto de un caballo a punto de espantarse. No era escrupulosa, pero siempre mantendría bien cerradas las cercas.

La mirada que le lanzó, le obligó a hablar.

– Sí…, sí…, claro.

Meriel se echó a reír.

– No eres muy bueno mintiendo, ¿verdad, Geoffrey? Creía que a estas alturas ya tenías mucha más práctica. ¿O es que siempre le dices a Edna dónde has estado y con quién? Pero supongo que esto es un poco diferente, claro. No todos los días se empuja a alguien a un estanque y se le ahoga, y supongo que es muy inquietante descubrir que alguien te ha visto.

El color de la rabia acudió entonces a su rostro.

– ¿Te has vuelto loca? Mabel Preston se ahogó…, ¡tropezó, se cayó al estanque y se ahogó! ¿Por qué iba yo…, por qué iba a desear a alguien ahogarla?

– ¡Oh, no se trata de ella!… No a la pobre Mabel. Creiste que se lo estabas haciendo a Adriana. Pero luego resultó que no era ella. Sólo era el abrigo de Adriana… el que no me quiso dar a mí cuando se lo pedí. Todo hubiera ido bien si lo hubiese llevado ella…, ¿verdad? Todos nosotros habríamos quedado libres y con el dinero suficiente para hacer lo que quisiéramos. Es una lástima que no lo consiguieras, ¿verdad? ¡Pero yo diré que lo intentaste! Y no me limitaré a decirlo…, ¡lo juraré! Vosotros dos estabais allí, en la glorieta… Pude escuchar vuestros murmullos. Y cuando me alejé, vi a Mabel

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