Patricia Wentworth - El Estanque En Silencio

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Ninguna ley impide que una famosa actriz, con mucho dinero y algún que otro remordimiento, quiera sentirse acompañada en su vejez, tras retirarse de la escena. Pero el sentido común debiera de impedir que, a cambio de no estar solo, una vieja rica reuniera en una solitaria mansión rural a un conjunto de parientes parásitos dispuestos a quedarse en exclusiva con su herencia. Porque así pasa lo que pasa: se empieza con envidias, rivalidades y rencores y se termina por encontrar cadáveres flotando en el estanque de la finca.

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Pensó en la gente que vivía bajo su propió techo Geoffrey a quien conocía - фото 14

Pensó en la gente que vivía bajo su propió techo, Geoffrey… a quien conocía desde que tenía cuatro años y era el típico niño ángel, con rizos rubios y una sonrisa sonrosada. En esta ocasión, fue Shakespeare quien acudió a su mente: «Un hombre puede sonreír y sonreír, y ser un villano.» Geoffrey aún conservaba aquella encantadora sonrisa suya. Imposible creer que había propósitos asesinos tras ella. A él le gustaba lo fácil y cómodo, le gustaban las mujeres y el lisonjero incienso que ellas quemaban ante su vanidad, le gustaban las cosas buenas de la vida y conseguir que llegaran hasta él sin ningún esfuerzo. Dentro de todas estas cómodas características, el asesinato sería un fantasma muy incómodo.

Edna…, sentada allí, con su bordado, su mente, o lo que pasaba por serlo, una confusión de todo lo trivial. ¡Qué vida, qué destino, qué monotonía, qué torpeza! ¡Días hechos a partir de lo más pequeño de las cosas pequeñas, meses y años sumergidos en la futilidad! ¿Por qué Geoffrey se había casado con ella? Sus ideas estaban hechas un lío al respecto. En realidad, los dos habían sido impulsados el uno hacia el otro. Edna, como todas las demás mujeres, había quemado su incienso, y la vanidad de Geoffrey y los convencionalismos le habían atraído hacia ella. Recordó que el padre de Edna era abogado, y su madre una persona formidable que asistía a numerosos comités y que, sin duda alguna, no toleraba tonterías. Tenía cuatro hijas sencillas y sin dinero, y las había casado a todas. Si Edna hubiera sido como ella, Geoffrey podría haber sido manejado para su bien. Pero Edna era incapaz de manejar a un ratoncillo, por no hablar de un hombre. ¡Pobre Edna!

Meriel…, ¿por qué diablos había introducido a aquella criatura en su vida? Retrocedió mentalmente a la primera vez que la vio… con seis meses de edad, en brazos de una mujer vieja y asustada, con mucha labia y unos ojos codiciosos. Y el bebé la había mirado a través de los largos cabellos morenos de la mujer con esa extraña mirada, sin parpadear, de las cosas muy jóvenes. Perritos, gatitos, bebés… todos la miran a una, y una no tiene la menor idea de lo que hay detrás de la mirada. La madre de la niña yacía en el suelo, con la navaja del padre clavada en su corazón. Y la niña la miraba con fijeza.

Adriana volvió mecánicamente una página del libro. De haberlo sabido, ¿hubiera mantenido a su lado a la niña? Pensó que, probablemente, lo hubiera hecho. Recordó a Meriel surgiendo de unos primeros meses tormentosos y apasionados, para convertirse en una niña aún más apasionada…, la escolar apasionada e histérica…, la mujer neurótica e inestable. Esto hizo que su pensamiento se tranquilizara. Aquí, si es que estaba en alguna parte, tenía que estar el enemigo. Sólo que resultaba imposible creer una cosa así de una criatura que ha crecido a su lado y que, a pesar de todos sus accesos de mal genio, era una parte de su vida.

Continuó con su lista.

Star…, ¡oh, no, Star no! En Star no había nada de odiar ni de golpear. Star amaba a Star, pero también amaba a otras personas. No tendría tiempo, ni vería ninguna utilidad en un asesinato.

Ninian…, su mente rechazó el pensamiento. El juicio de Janet sobre él concordaba con el suyo propio. Podía ser egoísta, desde luego, quizá algo ligero…, pero ella pensaba que había cosas más profundas debajo de aquello. Sin embargo, no había ningún odio, ni mucho menos esa fría crueldad de golpear allí donde no hay odio.

El personal…, se sintió repentinamente fatigada. Después de todo, ¿qué sabía ella de los seres humanos? Los Simmons… la habían servido desde hacía veinte años. La mujer de la faenas…, respetable hasta los tuétanos, considerando el crimen como una especie de tabú social. Aquella irritante Joan Cuttle, que era la preferida de Edna… Las dejó salir de su mente y cerró el libro, dirigiéndose a Miss Silver.

– Bueno, solamente son las nueve y media, pero supongo que la mayoría de nosotros ha tenido bastante por hoy. Hablando por mí misma, me voy a mi habitación. ¿Y tú? ¿Y Edna?

Miss Silver sonrió y empezó a recoger su labor de punto. Edna Ford terminó la puntada que estaba dando y recogió su bordado. Había permanecido en silencio durante largo rato. Ahora, con un tono de voz débil y cansado, dijo:

– ¡Oh, sí, me vendrá bien irme a la cama! Últimamente no he podido dormir bien. Y no puede una seguir sin dormir. Esta noche, tengo que tomar algo.

25

John Lenton llegó tarde a cenar. Se sentía cansado y un poco más preocupado de lo normal. Mary Lenton era una buena esposa. Le puso la comida en la mesa y no le hizo ninguna pregunta. Si él quería comer en silencio, podía hacerlo. Y si deseaba hablar, estaba allí. Mary pensó que tenía un aspecto terriblemente fatigado, pero creyó ver en su silencio algo más que fatiga. Mantuvo estos pensamientos para sí misma, le cambió el plato cuando terminó con el primero y se dispuso a marcharse. Cuando estaba a punto de salir del comedor con la bandeja, él dijo: -Ven al despacho cuando hayas terminado. Quiero hablar contigo.

Mary dejó la vajilla en una cubeta de agua y acudió al despacho.

Lenton caminaba arriba y abajo de la habitación, con una expresión de perplejidad y enojo en su rostro.

– ¿Qué sucede, John? -preguntó Mary. Su esposo recorrió dos veces más la habitación antes de contestarle:

– Ya sabes que recibí la llamada de una enferma… la vieja Mrs. Dunn allá en Folding…

– ¿Está muy mal?

– No, no…, ella siempre se piensa que se está muriendo…, no le pasa nada más que eso. Pero cuando estaba allí, pensé en visitar a Mrs. Collen para ver a esa hija suya, Olive. Ya sabes que está en Ledbury, con Mrs. Ridley, ayudándola con los niños, y que últimamente no se ha comportado bien del todo… quedándose fuera de casa hasta altas horas de la noche y saliendo con amigos que no le hacen mucho bien. Sólo tiene dieciséis años y Mrs. Ridley está muy preocupada por todo eso. Me llamó esta mañana por teléfono y me pidió que hablara con Mrs. Collen, así es que pensé que, como estaba tan cerca, sería mejor ir a verla.

Mary Lenton se estaba preguntando adónde llevaba todo aquello. Era natural que John se lamentara y se preocupara por Olive Collen, pero, por lo que ella le conocía, nunca pondría aquella cara de preocupación que tenía ahora.

– ¿Sí? -dijo.

John hizo un extraño movimiento abrupto.

– Fui a ver.a los Collen y me encontré con mucho más de lo que esperaba.

Mary le miraba con atención. Su pelo rubio brillaba bajo la luz y su rostro estaba dulcemente serio.

– John, ¿qué ha pasado?

La mano de su esposo descendió suavemente sobre su hombro.

– Hablé con ella sobre Olive. No estaba considerando el futuro del asunto. Es la clase de mujer que puede llegar a ser desagradable.

– ¿Y lo fue?

– Me dijo que me metiera en mis propios asuntos. «¿Qué me dice de lo que está pasando bajo su propio techo?», me preguntó.

– ¡Oh, John!

– Me dijo que Ellie se estaba viendo con Geoffrey Ford. Me aseguró que todo el mundo lo sabía menos yo. Y añadió que era mejor que pusiera las cosas en su sitio en mi casa, antes que ocuparme del carácter de su hija… -se detuvo, apartó las manos de su esposa, se dirigió hacia la ventana y regresó-. No te voy a contar todas las cosas que me dijo. Es una mujer de lengua muy fácil y ligera y no podría repetirlas. Me dijo que Ellie había estado acudiendo a la Casa Ford durante la noche. Me dijo que eso andaba en boca de todo el mundo. Me dijo que Ellie había sido vista regresando de allí ¡a las dos de la madrugada! ¡Quiero saber la verdad! ¿Son todo mentiras o hay algo de verdad en esto? Si sabes algo, ¡me lo tienes que decir!

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