Patricia Wentworth - El Estanque En Silencio

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Ninguna ley impide que una famosa actriz, con mucho dinero y algún que otro remordimiento, quiera sentirse acompañada en su vejez, tras retirarse de la escena. Pero el sentido común debiera de impedir que, a cambio de no estar solo, una vieja rica reuniera en una solitaria mansión rural a un conjunto de parientes parásitos dispuestos a quedarse en exclusiva con su herencia. Porque así pasa lo que pasa: se empieza con envidias, rivalidades y rencores y se termina por encontrar cadáveres flotando en el estanque de la finca.

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Añadió leche a la taza y se la llevó a los labios, pero no bebió. Su mano experimentó una sacudida repentina y volvió a dejar la taza sobre el plato.

– Mire, ¿adónde nos lleva todo esto? ¿Me está pidiendo que crea que Meriel… Meriel… fue a ese estanque en la oscuridad y empujó a Mabel al agua? ¿Y qué hizo eso porque ella llevaba mi abrigo… porque la confundió conmigo? ¿Es eso lo que me está pidiendo que crea?

Miss Silver la miró con una expresión compasiva.

– No soy yo quien está diciendo esas cosas, Miss Ford. Es usted.

– ¿Y qué importa quién las dice? ¿Las piensa usted? ¿Cree usted que Meriel tiró a la pobre Mabel Preston al estanque y la mantuvo allí con la cabeza bajo el agua, creyéndose que era yo? ¿Y qué después regresó a la casa y derramó café en el vestido para ocultar las manchas? Ya sabe que hay musgo en ese parapeto, y el agua del estanque dejaría una señal de suciedad, pero el café…, el café podía ocultarlo todo.

– Miss Ford -dijo Miss Silver con firmeza-, yo no he dicho nada de todo eso. Es usted quien lo está diciendo. Existe la posibilidad de que esas cosas hayan sucedido, pero una cosa que haya sido posible no debe ser aceptada necesariamente como un hecho. Las pruebas circunstanciales pueden inducir a graves errores. Parece que Miss Meriel estuvo en las cercanías del estanque con aquel vestido y que después se lo cambió porque se lo había manchado de café. Hay una posibilidad de que fuera manchado deliberadamente, con el propósito de ocultar otras manchas más comprometedoras, pero no hay prueba alguna de que eso fuera necesariamente así.

Adriana levantó la taza y, en esta ocasión, bebió su contenido de un largo sorbo. Cuando la hubo dejado sobre el plato, dijo:

– Mantiene una actitud de resentimiento contra mí. Es algo que dura desde hace bastante tiempo. Meriel cree que yo podría utilizar mi influencia para lanzarla al teatro. Pero no está dispuesta a ensayar. Se piensa que puede llegar a primera actriz sin necesidad de hacer todo el trabajo duro que eso requiere. Cree que yo lo puedo hacer posible. Bueno, pues no lo haría, aunque pudiera, y no podría hacerlo aunque quisiera. Así se lo dije una vez y ella me odia por habérselo dicho. Y durante estos últimos días está muy enfadada conmigo por ese maldito abrigo. Ella es así, sabe usted. Pone su corazón en algo y tiene que conseguirlo. Pero si lo consigue nueve de cada diez veces deja de preocuparse más por ello. Y ahí tiene…, ¡ésa es Meriel! Sin embargo, no creo.

Su voz no quedó sofocada, sino que se detuvo. No había ningún color bajo el cuidadoso maquillaje. Dio un largo suspiro y continuó como si no se hubiera interrumpido a mitad de la frase.

– No creo que tratara de matarme.

– Es una persona muy incontrolada -observó Miss Silver.

– Siempre está echando humo. Me he pasado toda la vida entre personas así. Se dejan llevar por el mal genio y se lo sacan del pecho. Parece mucho más fuerte de lo que es en realidad. El temperamento artístico… y eso es una verdadera maldición si no se tiene el talento suficiente para controlarlo.

Cuando Meeson acudió para recoger la bandeja, no pareció tener mucha prisa por llevársela.

– ¿De qué sirve convertirme en una espía que chismorrea cuentos? -preguntó, con el aire de quien ha sido mortalmente ofendida y está decidida a poner las cosas en claro.

Adriana, que no estaba acostumbrada a esta actitud, le hizo la pregunta que Meeson estaba esperando.

– ¿Y quién te ha llamado espía que chismorrea cuentos?

Meeson sacudió la cabeza.

– Sí, espía que chismorrea cuentos, eso es lo que he sido… ¡y hace veinte años le habría puesto boca abajo sobre mis rodillas y le habría dado unos buenos azotes! Malcriarla…, eso es lo que ha hecho con- ella. Y no es la primera vez que le he dicho lo que pasaría. ¡Espiando! ¡Yo! Y chismorreando cuentos, ¡algo que no me habría dicho ni mi peor enemigo! «Mira, Meriel -le he dicho-, eso ya me parece un poco demasiado. Miss Ford me ha enseñado ese pequeño trozo de tela del vestido que te rompiste, y todo lo que le dije fue que qué importaba un desgarrón más o menos.» Y ella vino hacia mí hecha una furia y me juró que nunca se lo había desgarrado. Y yo le dije: «¡Oh, sí! ¡Te lo rompiste! ¿Y qué estabas haciendo tú en ese horrible estanque con un vestido completamente nuevo…? ¡Pero no seré yo quien diga nada de eso!» Bueno, pues pareció como si la hubiera golpeado. «Yo no estaba en el estanque», me dijo. Y yo le dije: «¡Oh, claro que estabas! Y fue allí donde te rompiste el vestido, porque fue allí donde Miss Silver encontró el trozo. Yo estaba al otro lado de la puerta abriéndola cuando ella le dijo a Miss Ford que lo había cogido en el seto.»

– Gertie…, ¡estabas escuchando!

Meeson se dio por ofendida.

– Bueno, tenía que abrir la puerta, ¿no?

Y si va usted a empezar a tener secretos conmigo. ¿Qué bien puede hacer eso? Que fue precisamente lo que le dije a Meriel, y fue entonces cuando tuvo el valor de llamarme espía que chismorrea cuentos. ¡Espía que chismorrea cuentos! Me sentí avergonzada de ella y así se lo dije. ¡Con Mr. y Mrs. Geoffrey saliendo de sus habitaciones! ¡Y con Mr. Ninian y Simmons en el vestíbulo! ¡Qué habrán pensado ellos!

Cuando se hubo marchado, Miss Silver habló con un tono de extremada gravedad:

– Miss Ford, acudió usted a mí en busca de consejo, pero cuando se lo di no hizo usted el menor caso. Desde entonces, ha sucedido aquí una tragedia. Ahora me ha llamado con gran urgencia y aquí estoy. Después de haber pasado sólo unas cuantas horas en la casa, no estoy en posición de dilucidar los acontecimientos que han ocurrido aquí, ni puedo dogmatizar sobre las circunstancias, pero me siento en la obligación de hacerle una advertencia. Existen elementos que pueden producir o precipitar otro estallido.

Adriana le dirigió una mirada dura.

– ¿Qué elementos?

– ¿Acaso necesito señalárselos?

– Sí.

Miss Silver obedeció.

– Tiene usted en su casa a tres personas en estado de conflicto mental. Una de ellas muestra una gran inestabilidad emocional. La muerte de Miss Preston ocurrió entre, digamos, las seis de la tarde y poco después de las ocho. Me ha dicho usted que la vio, sin lugar a dudas, a eso de las seis de la tarde. También me ha dicho que pudo ver a Miss Meriel hasta aproximadamente la misma hora.

– Puede usted avanzar la hora hasta las seis y media para las dos -dijo Adriana con tono de voz profunda-. Yo misma hablé con Meriel aproximadamente a las seis y veinte y en cuanto a la pobre Mabel…, bueno, se estaba haciendo oír, incluso en medio de todo aquel jaleo. Tenía una de esas agudas voces metálicas.

– Eso acorta el tiempo, dejándolo en algo menos de una hora y media. Durante ese período, tanto Miss Preston como Miss Meriel estuvieron en el estanque. No sabemos qué las hizo acudir allí, pero no cabe la menor duda de que ambas estuvieron en aquel lugar cerrado por el seto. No existe, desde luego, ninguna prueba de que la visita de Miss Meriel coincidiera con la de Miss Preston. Puede que sucediera así, y puede que no. Pero fuera de un modo o de otro, ella sabe ahora que su presencia allí es conocida, y otros miembros de esta casa también conocen el hecho.

– ¿Qué otros miembros?

– Acaba de escuchar lo que ha dicho Mee- son… Mr. y Mrs. Geoffrey Ford estaban en el descansillo cuando Miss Meriel la acusó de contar chismorreos. El hecho de que un trozo de su vestido desgarrado fuera encontrado en el seto que rodea el estanque, fue mencionado con toda claridad. Ellos tienen que haber oído lo que se ha dicho. En cuanto a Mr. Ninian Rutherford y a Simmons, se encontraban abajo, en el vestíbulo. Ellos también tienen que haberlo oído. De hecho, Mee- son ha dado a entender que todas estas personas oyeron lo que ella dijo. ¿Cree usted que mañana habrá alguien en esta casa que no conozca la presencia de Miss Meriel en el estanque? ¿Y cree usted que ese conocimiento permanecerá exclusivamente limitado a los habitantes de esta casa?

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