Patricia Wentworth - El Estanque En Silencio

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Ninguna ley impide que una famosa actriz, con mucho dinero y algún que otro remordimiento, quiera sentirse acompañada en su vejez, tras retirarse de la escena. Pero el sentido común debiera de impedir que, a cambio de no estar solo, una vieja rica reuniera en una solitaria mansión rural a un conjunto de parientes parásitos dispuestos a quedarse en exclusiva con su herencia. Porque así pasa lo que pasa: se empieza con envidias, rivalidades y rencores y se termina por encontrar cadáveres flotando en el estanque de la finca.

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Preston acercándose a través del prado, llena de alcohol y hablando sola. Como ves, tengo algo que contarle a la policía… -se detuvo y añadió-: Si es eso lo que decido hacer.

La mirada alerta de Esmé Trent había ido de uno al otro. Ahora, con voz fría y hablando con lentitud, dijo:

– ¿Y qué esperas conseguir yendo a la policía? Será mejor que te lo pienses otra vez. Tú dices que estábamos en la glorieta y nosotros decimos que no. Pero, además, ¡y escucha con cuidado, Meriel!…, nosotros decimos que viniste aquí y trataste de chantajearnos porque sabías que Geoffrey y yo éramos amigos y te sentías celosa. También podríamos contar algunas de las cosas amigables que has estado diciendo sobre Adriana. Le interesaría mucho conocer tu pensamiento de que fue una lástima que no fuera ella la ahogada -sus ojos, fijos sobre Meriel, tenían una expresión brillante y dura; lanzó una breve risa y siguió diciendo-: ¿Sabes una cosa? Será mejor que no asomes tu cuello por ninguna parte. Geoffrey dice que hay algo raro en el hecho de que te tiraras el café sobre ese vestido que llevabas el sábado. Ahora me pregunto cómo llegaste a hacerlo…, ¿o prefieres que te lo diga? Sí, me parece que eso será mejor, ¿verdad? Y creo que te puedo dar la contestación. El café es un líquido muy adecuado para ocultar la clase de manchas que podías haberte hecho en un vestido de color claro si te hubieras dedicado a empujar a alguien en un estanque y mantener su cabeza bajo el agua. Y a propósito, ¿qué has hecho con ese vestido? Si no lo puedes presentar, parecerá un poco extraño, ¿no crees? Y si has sido bastante estúpida como para llevarlo a la tintorería, la policía podrá obtener pruebas sobre la clase de manchas que te hiciste en él. No creo que el café lo haya podido cubrir todo. No, mi querida Meriel, será mucho mejor que mantengas la boca cerrada.

Y si dejas de dramatizar y lo piensas un poco, también empezarás a entenderlo así.

La palidez natural de Meriel se había hecho cadavérica. Sus ojos relampaguearon. Se sintió llevaba por un arrebato de furia. Retrocedió hasta que pudo sentir la puerta a sus espaldas. Tanteó con la mano hasta encontrar la manija y empujó la puerta hasta que hubo espacio suficiente para pasar a través del hueco. El quedarse allí, en el umbral, dominando la habitación, le ayudó a recuperar la confianza. Miró fijamente a Geoffrey, enojado y turbado, después a Esmé Trent, a quien odiaba con todo su corazón y dijo:

– Suponed que estuviera dispuesta a jurar que yo misma os vi ahogarla, ¿qué creéis que pasaría?

– No te creerían -replicó Esmé.

– ¿Lo intentamos? -preguntó Meriel.

Después, se volvió y atravesó el pequeño vestíbulo, bajó hasta el caminito y se marchó por la puerta de postigo.

28

Ellie la oyó marchar. Después de todas las demás cosas, percibió los pasos de Meriel, alejándose. Al principio, fue un alivio oírla marchar. Y después, sobreponiéndose al alivio, sobreponiéndose a todo, quedó en ella el recuerdo de lo que había oído decir a Meriel. Llegó todo a su mente en forma repentina y con aquellos pensamientos vino el temor, un temor terrible, capaz de encogerle el corazón. Tuvo que apoyarse en el alféizar de la ventana debido al temor que estaba sacudiendo su cuerpo. No sólo temblaba su cuerpo, sino también sus pensamientos. De no haber tenido ante sí algo en que apoyarse, se habría caído. Y entonces, quizá ellos habrían escuchado algo y la habrían encontrado allí.

Ante el pensamiento de ser descubierta por Esmé Trent, una fría neblina pareció situarse entre ella y el brillo de color ámbar procedente de la habitación iluminada. Había voces al otro lado de aquella neblina. Esmé Trent estaba diciendo con una voz penetrante:

– Es peligrosa.

– ¿Qué ha querido decir, Esmé? -preguntó Geoffrey, en un tono de voz bajo y preocupado-. ¿Qué ha querido decir?

– Ha dicho que te vio empujarla al agua.

– ¿A mí… o a ti?

– Ha dicho «os vi».

– Podía haberse referido a cualquiera de nosotros.

– O a los dos -su voz sonó dura y tirante.

– No sé lo que quieres decir.

– Bueno, no lo hicimos juntos…, eso lo sabemos los dos. Pero… nos separamos. Creiste oír acercarse a alguien. Si de veras oíste a alguien, probablemente sería Mabel Preston. Yo me marché por un lado y tú por el otro. La cuestión es: ¿volviste tú allí?

– Esmé, te juro…

– Déjate de tonterías, ¿volviste?

– ¡Por Dios, claro que no!-exclamó él y al cabo de una pausa llena de tensión, preguntó-: ¿Y tú?

Sus pestañas cuidadosamente maquilladas, se alzaron.

– ¡Vamos, Geoffrey! ¿Qué esperas que diga? Sugiero que te reprimas la histeria y te marches. ¡Supongo que no querrás que Meriel continúe su truco de aparecer por aquí llamando a continuación a la policía del condado! Yo diría que en su actual estado de ánimo es capaz de hacer cualquier cosa. Y por muy estúpida que sea toda esta cuestión, despertaría las más curiosas sospechas. Sugiero que vayas detrás de ella y la convenzas.

El color rojizo se le había desvanecido del rostro. Permaneció en pie, mirándola.

– ¿Qué puedo hacer?

Esmé se echó a reír.

– ¡Mi querido Geoffrey! ¿Me vas a decir ahora que no sabes cómo convencer a una mujer? Meriel siempre ha querido hacer el amor contigo. ¡Alcánzala y hazle una buena actuación!

El color volvió repentinamente a su cara. Por un momento, hubiera sido capaz de golpearla. Pero el instante pasó y consiguió controlarse.

– Haré lo que pueda para convencerla.

Fuera, junto a la ventana abierta, Ellie oyó a Esmé Trent decir algo, pero no pudo esperar para saber de qué se trataba. Tenía que alejarse de allí antes de que Geoffrey Ford saliera. En cuanto dejó de mirar el brillo que se filtraba a través de las cortinas, le resultó difícil ver a su alrededor. El brillo anaranjado le dejó medio ciega. Tuvo que ir tanteando el camino por el estrecho sendero que rodeaba la casa. Con los brazos extendidos ante ella estaba a no más de un metro del porche cuando se abrió la puerta. Había una luz encendida en el pequeño vestíbulo. La luz brilló sobre las piedras y le mostró el camino hacia la puerta de postigo. Geoffrey Ford la habría visto si en aquel instante no se hubiera vuelto. Cuando ya estaba en el umbral, le oyó decir:

– Esmé… -y a continuación-: No puedes pensar que…

Y después, él avanzó por el camino.

Esmé Trent permaneció donde estaba para verle marchar. La puerta de postigo se cerró tras él y sus pasos se alejaron hacia la bifurcación y el camino. Ellie permaneció donde estaba, helada. Si Esmé miraba hacia allí, la vería. La luz del pequeño vestíbulo brillaba sobre las piedras. Esmé continuó donde estaba, pero mirando en la dirección en la que se había marchado Geoffrey. Transcurrió el tiempo. Pareció infinito, pero llegó a su fin. Esmé se dio media vuelta, cerró la puerta, y la luz desapareció. Y con ello volvió a Ellie Page una sensación de vida, pero llena de temor. Llegó hasta la puerta y echó a correr como un ser asustado de los bosques, pasando por entre los pilares derrumbados y alcanzando el camino. No supo entonces, y no pudo saberlo más tarde, qué le hizo doblar a la derecha, en lugar de a la izquierda, mientras seguía corriendo. Dicen que, en el caso de indecisión una persona acostumbrada a utilizar la mano derecha, tenderá a girar hacia la derecha. Pero en este caso no daba igual girar a un lado o a otro, porque de haber girado hacia la izquierda habría llegado casi inmediatamente a la protección del jardín de la vicaría, mientras que al girar a la derecha se introdujo en el camino situado entre la casa del guarda y la entrada a la Casa Ford. Sin duda le impidió el pánico que se apoderó de ella el pensar de modo que aquella preferencia por la mano derecha fue inconsciente..Pero, aunque fuera así, ella corrió con una urgencia desesperada y llegó al oscuro camino que llevaba a la Casa Ford.

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