Fredric Brown - El Caso De La Señora Murphy

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ESTABA TENDIDO en mi cama esa noche con una costilla rota y un trombón roto. La costilla sanaría, pero no el trombón, según decidí.
A ambos los había roto la noche anterior, bajando las escaleras, en camino a una reunión de aficionados: unos cuantos tipos a quienes había conocido y a los que les gustaba juntarse una noche cada dos semanas para producir ruido. La punta del pie tropezó en una rotura de la alfombra de la escalera, agujero que no estaba allí antes, a unos cuantos peldaños de la parte inferior, y me eché en clavado hacia un aterrizaje de tres puntos, el primero de los cuales había sido el extremo de la caja del trombón. Me había cortado la respiración por un momento y me había dolido, pero no mucho peor que cuando uno se lastima un dedo o se golpea el tobillo contra algo. La señora Bardy, la patrona, oyó la caída y llegó corriendo desde su apartamento al fondo del primer piso; llegó y comenzó a ocuparse de mí, como una gallina de sus polluelos, aun antes de que me levantara. Mi primer pensamiento no fue para mí ni para el trombón (yo no me lastimo con facilidad y la caja debía haber protegido al instrumento), sino para el tapete. Alguien pudo haberse roto el cuello a causa de él.

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Ángela decidió que finalmente ya estaba bastante soñolienta como para irse a la cama, y Dolan la acompañó. Yo aproveché los pocos minutos que estuvo ausente para poner al tanto al tío Am de las pocas cosas que había sabido. No fue mucho.

Ahora Dolan estaba de regreso con nosotros, y nos dijo que le agradaría escuchar cualesquiera ideas o sugerencias que le pudiéramos dar. Dirigí la vista al tío Am para que él principiara.

– Primero que todo, señor Dolan…

– Será mejor que me diga Vince – lo interrumpió -. Yo los he llamado Am y Ed.

– Está bien, Vince. Primero, tenemos la cuestión de si podremos o no hacer algo más por usted. Legalmente, quiero decir. Esta noche fue una emergencia, o parecía serlo, así que no titubeamos, ni titubearemos, acerca del hecho de que usted nos llamó en lugar de a la policía. En lo que respecta a continuar en el caso, puede haber alguna diferencia.

– ¿Por qué, Am? No hay ninguna ley que exija que un propietario presente una denuncia si no lo desea. Ni siquiera si hubiesen robado algo, y hasta donde sabemos, nada se llevaron. Un asesinato o un crimen más serio, sí. O si a Ángela la hubiesen maltratado muchísimo más… pero no es así.

– No, no fue más grave. Un balazo sí hubiera tenido que denunciarlo, y también el doctor que la curara, no así un moretón. Sin embargo, no es eso lo que estoy tratando de decir. ¿Qué si su pálpito hubiese sido correcto y esos individuos se encontrasen todavía aquí? ¿Qué hubiese usted hecho con ellos?

– ¡Maldita sea, Am, cómo puedo contestar eso? Hubiese dependido de ellos. Si hubieran estado armados e iniciado un tiroteo, ¿qué alternativa habría tenido? En ese caso, hubiera tenido que llamar a la policía. Y entregarle lo que hubiese quedado de ellos. Hubiera estado justificado, así como los que me hubiesen estado ayudando. Sería defensa propia, además del hecho de que los habíamos pescado in fraganti.

– ¿Y si no hubiesen estado armados? O, armados o no, ¿se hubieran entregado pacíficamente?

– ¿Cómo demontres sé lo que hubiera hecho con ellos, sin saber lo que tuviesen qué decir acerca del motivo por el que se encontraban aquí? Probablemente los habría denunciado, pero, ¿cómo lo podría decir de seguro? Quizá les hubiese dado un buen susto, causándoles cuatro moretones en los ojos, por lo de Ángela. Insisto, no hay ninguna ley que diga que yo los debiera entregar a la policía.

»Pero sí le puedo decir que hay una cosa que no hubiera hecho, y ésa es matarlos o hacer que los mataran a sangre fría, o que los llevaran a dar un paseíto de noche o… ¡Caramba, Am, la época de eso ha pasado ya! Soy un hombre de negocios, no un gángster. Lo único que pasa es que mi negocio es ilegal y, por esa misma razón, cuanto menos tenga que meterme con los polizontes, mucho mejor para mí. Tenemos una administración reformadora en estos momentos, y un fiscal a quien nada le gustaría más que una excusa para hacerme unas cuantas preguntas a las que me sería embarazoso contestar.

El tío Am aprobó con la cabeza.

– Puedo ver todo eso, Vince. Aquí está nuestro problema. El mío y el de Ed, quiero decir. Ayudarlo a pescar algunos criminales in fraganti, esta anoche, hubiera sido una cosa. Acepto su palabra de que no los hubiese mandado matar a sangre fría. Porque de hacerlo, hubiera tenido que matarnos a Ed y a mí también… y eso habría sido una carnicería. Supongamos que seguimos trabajando en el caso y conseguimos la identidad de esos hombres y sus razones para haber estado aquí; lo que pretendían llevar a cabo y que aparentemente no lograron. Sólo Dios sabe cómo obtendríamos esos informes para usted; no obstante, digamos que sí lo hacemos. ¿Llevaría usted esos datos a la policía? ¿O se ocuparía usted del asunto personalmente, lo cual nos convertiría a nosotros en cómplices?

– Déjeme reflexionar en esto, Am. Espere, lo pondré en esta forma. No puedo prometer que entregaré ningunos informes a la policía hasta que sepa qué son. Y si ustedes desean seguir trabajando para mí, les puedo prometer lo siguiente. Nada de ataques o de venganzas personales. Por lo menos nada peor que una paliza, y me tiene que conceder que a eso sí tengo derecho por lo que hicieron a Ángela. Y eso únicamente si averiguo que carecen de importancia que no merecen que se les entregue a la policía. ¿Está bien?

El tío Am se volvió a mí y levantó una ceja.

– ¿Qué crees tú, Ed?

¡Gracias a Dios!, fue mi primer pensamiento. Había estado deteniendo la respiración con el temor de que el tío Am rechazara el caso de golpe. Si lo hubiese hecho, habría estado completamente justificado y yo hubiera estado con él. Y hubiese sobrevivido, porque uno no se muere de curiosidad, del mismo modo que no se muere de amor o de penas. Pero no hubiera sido fácil.

– El señor Dolan tiene razón en una cosa, tío Am – repuse -. Ningún crimen grave se ha cometido.

– Muchacho, ningún crimen grave se ha cometido todavía. Y todavía es una palabra muy importante en esa frase. Si se comete, será preciso que se dé parte a la policía, y van a tomar muy a mal hasta lo que se ha hecho ya. Sea lo que fuere de lo que se trate, imposible dejar de llamar a ésta una situación potencialmente explosiva. ¿Estás dispuesto a tomar el riesgo?

– Sí lo estoy, pero…

Dolan me interrumpió.

– Un momento, amigos. Entiendo que no están hablando de riesgos en el sentido ordinario, sino que se preocupan por la posibilidad de perder su licencia. ¿Correcto?

– Correcto – contestó el tío Am.

– Entonces, dejen de preocuparse. La razón por la que no llamé a la policía esta noche fue que quise que esto se manejara a la manera de la demarcación, con la casa de policías y policías y probablemente reporteros. Los periódicos se darían gusto con lo que aconteció esta noche, si lo supieran. Ya saben el sesgo que le darían: batallas de pandillas que regresan; esa clase de publicidad. Sería lo peor que pudiera ocurrir al sindicato, y no estoy en una posición suficientemente elevada como para que no se me presentaran dificultades por provocar esa clase de propaganda. Ustedes pueden muy bien entender eso. Eso no significa que no vaya a tener una conversación discreta con un buen policía, por lo menos, alguien que me escuche y quizá me dé un buen consejo y guarde silencio sobre el asunto. ¿Conoce usted al capitán Brandt?

El tío Am asintió con un ademán.

– Bueno. Un recordatorio para mañana, para hoy, digo, será una charla con él. ¿Conoce él los nombres de ustedes?

El tío Am repitió su movimiento, diciendo:

– Por lo menos creo que se acuerde de nosotros. Nos hemos encontrado por casualidad en ciertos lugares varias veces.

– Bueno. Le diré que, debido a que no quiero que se maneje como asunto de policía rutinario, los contraté para que investiguen unos cuantos ángulos. ¿Los soltaría eso del gancho?

– Desde luego que sí – contestó el tío Am sonriéndose -. Así que procedamos con nuestra sesión de autopsia del asunto. ¿No le molesta que la inicie con unas cuantas preguntas?

– Dispárelas – y Dolan se recargó en su sillón.

– Sólo para eliminarla, la posibilidad de que fueran más o menos ladrones ordinarios que buscaban dinero. ¿Hay mucho en la casa?

– No lo que yo llamaría mucho. No hay dinero del sindicato. No se guarda aquí. Oh, de vez en cuando me encuentro cargado con unos cuantos miles que debo guardar por la noche hasta que los deposite en el banco o los pase a un corredor que tuvo alguna apuesta fuerte y debe pagarla; no ahora, ni en el curso de una semana.

Señaló hacia un cofrecito al otro extremo del cuarto.

– Allí es en donde estaría si hubiese algún dinero. En este momento habrá unos cuatrocientos dólares. Dinero personal, porque pago muchas cuentas en efectivo, y algunos documentos privados. No hay ningún registro del sindicato.

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