Fredric Brown - El Caso De La Señora Murphy

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ESTABA TENDIDO en mi cama esa noche con una costilla rota y un trombón roto. La costilla sanaría, pero no el trombón, según decidí.
A ambos los había roto la noche anterior, bajando las escaleras, en camino a una reunión de aficionados: unos cuantos tipos a quienes había conocido y a los que les gustaba juntarse una noche cada dos semanas para producir ruido. La punta del pie tropezó en una rotura de la alfombra de la escalera, agujero que no estaba allí antes, a unos cuantos peldaños de la parte inferior, y me eché en clavado hacia un aterrizaje de tres puntos, el primero de los cuales había sido el extremo de la caja del trombón. Me había cortado la respiración por un momento y me había dolido, pero no mucho peor que cuando uno se lastima un dedo o se golpea el tobillo contra algo. La señora Bardy, la patrona, oyó la caída y llegó corriendo desde su apartamento al fondo del primer piso; llegó y comenzó a ocuparse de mí, como una gallina de sus polluelos, aun antes de que me levantara. Mi primer pensamiento no fue para mí ni para el trombón (yo no me lastimo con facilidad y la caja debía haber protegido al instrumento), sino para el tapete. Alguien pudo haberse roto el cuello a causa de él.

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Murmuré gracias, saqué el pañuelo y me froté con fuerza. Pero no apareció ningún color rojo y Ángela se rió. Si no fuera un lugar ton común, diría que su risa se oyó como el tintinear de unas campanillas de plata. ¡Un cuerno!, lo diré de todos modos porque así fue como sonó, sea o no lugar común.

– Ed, tu tío Am te ha hecho tonto y obligó a descubrirnos. No tienes lápiz de labios; esta clase no se desprende.

Puede ser que no hubiera ninguna mancha en mi pañuelo, pero por la temperatura de mi cara, sabía que estaba muy roja. Rezongué al tío Am, que sonreía como un gato de porcelana, y me fui tras Ángela que se encontraba casi en la puerta.

Se volvió antes de salir.

– ¡Am! ¿Puedo hacerle una pregunta?

– Seguro – asintió con la cabeza.

– ¿Quién echó el costal de arenita, dentro de la pianola chiquita de la señora Murphy?

– ¿Quién puso el pájaro volador dentro del reloj despertador de la señora Murphy?

– Usted gana este punto – concedió con un ligero mohín -. Ya buscaré uno mejor la siguiente vez. Estoy pescando la idea.

Entró en la despensa y la seguí. Tras de nosotros podía oír al tío Am graznando una sonrisita, y supe que le había gustado.

No se detuvo hasta regresar al estudio. Dolan estaba sentado de nuevo ante el escritorio. Steck en le vano, pero entró para dejar pasar a Ángela y yo tomé el puesto de vigilancia. El cara de luna llamado Ernie se encontraba sentado cómodamente en un sillón, pero se levantó rápidamente para dejarlo a Ángela.

Dolan gruñó algo acerca de haberse tardado mucho; luego se calmó y le palmeó el hombro al ponerse en pie.

– Estuvo bien, encanto. Me dio tiempo para explicar a George y a Ernie los detalles de lo que ocurrió. – Volvióse hacia mí -. Ed, usted se queda en donde está y dejaremos a Am en su sitio. Comenzaremos con la parte superior y después iremos bajando.

– ¿Por qué no primero el sótano? – indagó Steck -. Si están ocultos, ése es el lugar en que más probablemente estén. No tomarían el riesgo de regresar por las escaleras después de que Ángela los oyó.

– Mucha verdad, pero si están allí, nos esperarán. Prefiero empezar por arriba, porque probablemente ninguno de los sirvientes se ha vuelto a dormir todavía, y puedo revisar sus cuartos sin tenerlos que despertar otra vez. ¿Alguna otra sugestión?

– Una – murmuró Steck -. Si ese detective de la cocina está cuidando la puerta posterior, puede abrir la que da la cubo de la escalera hacia los peldaños de atrás. Si se estaciona allí puede ver la puerta que cuida, y también que nadie suba o baje por esos peldaños. No queremos revisar arriba y que luego alguien suba allá desde el sótano mientras registramos este piso.

– Magnífica idea, George. Iremos allá a explicarle eso primero, luego subimos por la escalera posterior y empezamos arriba.

Me hice a un lado para dejarlos pasar; Dolan venía al último y se detuvo en el vano para una palabra final a Ángela.

– Encanto, ahora que estás aquí, prefiero te quedes hasta que terminemos los pisos superiores. Después, cuando subas para acostarte, sabremos que está segura, para ti, la parte de allá. ¿No tienes sueño todavía, verdad?

– Me siento muy bien, papá – contestó -. No te preocupes por mí.

– Muy bien, hija mía; no nos tomará mucho. – Volvióse, se reunió con los otros dos, y oí que les decía -; Déjenme ir primero. Am no conoce a ninguno de ustedes dos, y no queremos tiroteos por equivocación. – Luego se perdieron las voces.

Me apoyé contra la chambrana y pregunté a Ángela si le dolía mucho la cara.

– No mucho, Ed. El ojo me palpita un poco, pero no tan fuerte como antes. El doctor me puso una especie de compresa. – Tocóse un lado del rostro con las yemas de los dedos -. La mandíbula está un poco lastimada al tacto; no más. Supongo que tendré que comer comida blanda un día o dos.

– Ángela – le pregunté – ¿cuál es tu opinión de cómo estos individuos pudieron entrar?

– Con una llave, por supuesto. No hay otro modo, Ed. Esta casa tiene acondicionamiento de aire, y las pocas ventanas del frente y de atrás se encuentran selladas.

»Probablemente entraron por la puerta de la calle. Yo eché cerrojo a la posterior cuando entré a medianoche, así que, salvo que se metieran antes y se ocultaran por lo menos dos horas, tuvo que ser por enfrente.

– No veo por qué hubieran tenido que esperar dos horas. O, en todo caso, por qué estarían ocultos ahora.

– Probablemente no lo están; no obstante, puedo comprender el punto de papá que desea estar seguro ciento por ciento. Yo misma me sentiré mejor cuando sepamos que ya se marcharon.

– ¿Cómo pudieron haber conseguido una llave? No me imagino que tu papá las reparta con descuido.

– Desde luego que no. Mas con siete juegos de llaves rodando por ahí, no sería difícil para alguien apoderarse de una, tiempo para obtener un duplicado, o tomar por lo menos una impresión de la que se pudiera hacer.

– Podría ser – comenté -, e imagino que tu padre hará que cambien las cerraduras mañana mismo.

– Si a él no se le ocurre, se lo voy a sugerir. También que no dé las nuevas llaves a todos nosotros. Será molesto tener que abrir la puerta a todo el que llame, pero lo podremos soportar algún tiempo. Voy a hacerle otra sugestión; un cerrojo para la puerta principal. Entonces el último lo corre y nosotros haremos lo mismo el de atrás. Si hubiese habido uno ahora, papá pudo haberlo echado cuando se fue a la cama anoche, supuesto que sabía que yo iba a entrar por el garaje, y probablemente no hubiéramos tenido visitas.

Le contesté que también eso me parecía lógico; entonces oímos un ruido y nos volvimos. Dolan comenzaba a bajar las escaleras con George Steck y Ernie tras él. Cuando llegó al pie dio media vuelta y escuché que les decía:

– Bien, ocúpense ustedes de este piso; deseo hablar con Ángela unos momentos.

– Muy bien – contestó Steck -. ¿Después seguimos para abajo o esperamos por usted en los escalones del sótano?

– Espérenme. Llegaré allí en unos cuantos minutos. Dolan se me acercó y yo entré para dejarlo pasar.

– Bueno, ya está todo registrado arriba.

– ¿Está Sylvia sin novedad? – le preguntó Ángela.

Asintió con un movimiento de cabeza.

– Debe haberse tomado un trago o dos más de lo acostumbrado porque ha dormido profundamente durante todo esto. Ni siquiera despertó cuando revisé su habitación.

– Pobre Sylvia. Eso me recuerda, papito, ¿puedo tomar otra copa ahora? – Tendió su vaso -. Ed me la puede preparar mientras tú estás aquí.

– Seguro, con mucho gusto – le aseguré, acercándome y recibiendo su vaso -. Mientras yo la preparo, éste sería un buen instante para presentar a tu padre las sugestiones acerca de las cerraduras y las llaves.

Me hizo señas de que sí, y ya estaba haciéndoselas explicándole su punto de vista cuando salí. Dolan se fue en cuanto yo regresé con la bebida.

Ocupé ese rato en pedir a Ángela que me diera su versión, de primera mano, de lo que había acontecido en su cuarto; no varió en ninguna forma de la que ya había oído a Dolan.

Como diez minutos más tarde regresaron de su registro del sótano. Ya el tío Am los acompañaba; por fin lo habían liberado de su destierro en Siberia.

Capítulo 13

Eran las tres y treinta, como una hora y media después de que toda la excitación comenzara, y ahora concluyera, excepto por la conversación que nosotros tres, Dolan, el tío Am y yo, sosteníamos en el estudio.

La casa se encontraba libre de intrusos, y así iba a permanecer, por lo menos el resto de la noche, porque ya había un cerrojo en la puerta de entrada, igual que en la posterior. Mientras registraba el sótano, Dolan había encontrado uno extra en un cuartito de herramientas, y lo subió. El hombre de cara de luna llena, llamado Ernie, se había ofrecido para ponerlo. Steck y él también ofrecieron quedarse todo el tiempo que Dolan los necesitara, pero él les manifestó que no había nada más que hacer esa noche y se despidió, con sus agradecimientos. Y corrió el cerrojo tras ellos.

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