Mari Jungstedt - Nadie Lo Conoce

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Con la resolución del último caso en el que estuvo implicado, el comisario Anders Knutas se siente deprimido y agobiado. Espera ansioso la llegada de las vacaciones de verano para pasar unos días con su familia. Pero antes debe ocuparse de un nuevo caso.
Un grupo de arqueólogos está excavando en un viejo poblado vikingo de Gotland, pero ignoran que un grave peligro se cierne sobre ellos. Todo empieza con el descubrimiento, por parte de dos niñas, del cadáver decapitado de un caballo en un prado cerca de su casa. Parece que el criminal, obedeciendo a un antiguo rito vikingo, ha torturado al animal antes de llevarse su cabeza y su sangre. El caso se complica peligrosamente cuando la holandesa Martina Flochten, una de las estudiantes del grupo de arqueología, desaparece sin dejar rastro y es hallada asesinada unos días más tarde. Posteriormente un importante político de la isla, Gunnar Ambjörnsson, encuentra en la caseta de su jardín una cabeza de caballo y Anders Knutas y su equipo se preguntan si será la próxima víctima.
Una vez más, Anders Knutas y el periodista Johan Berg, que ahora vive en la isla y espera el nacimiento de su hija, necesitarán todo su valor e inteligencia para resolver este cruel caso con ecos de cultos ancestrales.

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Cuando ya casi habían terminado, llamaron a la puerta y entró Erik Sohlman. A juzgar por su gesto tenía algo importante que contar.

– Tengo una cosa que añadir -dijo cuando Knutas terminó de hablar.

– Cuenta.

– Los buzos que han rastreado en las proximidades de Warfsholm han encontrado un anillo que pertenece a Martina.

– ¿Dónde?

– Junto al albergue, en el fondo del agua al borde del cañaveral, es decir, que se encontraba en aguas poco profundas. Se trata de un anillo de plata grande y bastante pesado, con piedras de diferentes colores. Hemos ampliado el cordón policial en esa zona y en estos momentos estamos buscando más rastros. Yo tengo que regresar allí.

– ¿Dónde está el anillo?

– En el laboratorio.

Knutas se retrepó en la silla.

– Eso coincide bastante bien con la hipótesis del forense, según la cual a la chica la ahogaron allí, luego el asesino cargó el cuerpo en un coche y condujo hasta Vivesholm para rematar su obra.

– Es de suponer que sólo mantendría la cabeza de la chica bajo el agua el tiempo necesario -añadió Sohlman-. Tenía arena y algas marinas bajo las uñas que seguramente se le metieron mientras él la sujetaba. El fondo es cenagoso allí también, así que ella debió de hundir los dedos en el fango. Puede que fuera entonces cuando perdió el anillo, que es uno de esos que se aprietan por los extremos y está abierto en el centro.

Una especie de abatimiento cayó sobre la sala. Quizá los mismos pensamientos ocupaban todas las mentes. La imagen de Martina, luchando inútilmente por su vida junto a las cañas, mientras sus compañeros estaban de fiesta a tan solo unos cientos de metros de allí y no tenían ni idea de lo que estaba ocurriendo.

– Parece planeado -afirmó Kihlgård-. A sangre fría. Tiene que haber calculado la manera de encontrarse con ella a solas, de manera que pudiera perpetrar la agresión. Lo que quiero decir es que nadie va por ahí con un cuchillo, una soga y ese tipo de cosas en el coche si no tiene un motivo.

– Quizá llevaba un tiempo espiándola -sugirió Karin-. No sabemos cuánto tiempo ha estado esperando la ocasión. Tal vez lo único que sucedió es que aquella noche tuvo suerte.

– ¿Estamos seguros de que era justo a Martina a quien acechaba? -preguntó Kihlgård-. ¿Quién nos dice que no buscaba solamente una víctima, la que fuera?

– También puede ser así, desde luego -admitió Knutas.

– Otra cosa que me llama la atención es que perpetrar este crimen tiene que haber llevado tiempo -continuó Kihlgård-. Habrá necesitado dos horas como mínimo para poder hacer todo eso.

– Y luego tenemos ese componente ritual. ¿Qué nos sugiere?

Knutas dirigió la mirada hacia la especialista en psiquiatría.

– Es demasiado pronto para que pueda pronunciarme -dijo Agneta Larsvik-. Quiero ver más fotografías de la víctima y tener más datos, así como dar tiempo a que llegue el informe de la autopsia. Además, quiero ver el lugar del crimen para poder decir algo con seguridad.

– ¿Pero cuál es tu primera reacción? -insistió Karin.

– Lo que vemos aquí -dijo con la mirada puesta en la foto de Martina que ocupaba toda la pantalla- es una expresión de violencia extrema, inverosímil. Esa forma de actuar tan extraña me lleva a pensar en un agresor solitario, gravemente enfermo y con un terrible desprecio hacia las mujeres. Quizá sin experiencias sexuales. El cuchillo en la tripa puede indicar cierta curiosidad por el cuerpo femenino, de la misma manera que hay agresores que introducen objetos en la vagina para examinarla. El hecho de que esté desnuda podría significar algún tipo de conexión sexual, pero como ya he dicho, en estos momentos es imposible sacar conclusiones claras.

– ¿Es una persona sin antecedentes? -preguntó Karin.

– Probablemente no. Me inclinaría a pensar en un criminal joven que ha cometido graves actos violentos con anterioridad, un asesinato tan macabro no se comete la primera vez.

– ¿Por qué piensas que es joven?

– Una persona tan enferma que es capaz de cometer un crimen de este tipo no pasaría desapercibida mucho tiempo entre la gente. Sencillamente, no podría haber llegado a cumplir muchos años sin acabar en la cárcel. Pero recuerda, no es más que una primera impresión.

– ¿Te dice algo el modus operandi? -preguntó Knutas con gesto decidido.

Todas las miradas estaban fijas en Agneta Larsvik.

– El hecho de que el asesino haya colgado el cuerpo puede inducir a pensar que quiere ser visto. Al exponer a su víctima quiere decirnos que es peligroso, algo así como: «¡Mira lo que soy capaz de hacer!». Podría significar que el asesino pretende comunicarnos que es mejor que lo paremos a tiempo, antes de que vuelva a hacer lo mismo de nuevo.

A última hora de la tarde llegó por fax el resultado preliminar de la autopsia desde la Unidad del Instituto Forense de Solna. Knutas pensó con gratitud en el forense, cerró la puerta de su despacho y empezó a hojear los papeles.

Martina había muerto, en efecto, ahogada. Sus pulmones estaban gravemente hinchados, tenía espuma en los bronquios y agua salada en el estómago. Habían encontrado restos de esperma en la vagina, pero no había ninguna lesión que hiciera sospechar la existencia de violencia sexual. Habían enviado una prueba de esperma al Instituto Forense de Linköping. El corte del abdomen era profundo y había afectado a la arteria aorta y al intestino. Tenía una tasa de 1,2 de alcohol en sangre, lo cual indicaba claramente que estaba bajo los efectos de la bebida cuando la asesinaron.

El hallazgo del anillo apuntaba a que el asesinato propiamente dicho había tenido lugar en Warfsholm, en concreto, en la orilla de la playa delante del albergue. No muy lejos de la entrada y del aparcamiento, pero en una zona oculta tras los matorrales de enebro que crecían entre ellos. El asesino probablemente había tenido la audacia de aparcar ahí mismo. Una vez que la hubo asesinado, le resultaría de lo más sencillo llevarla y cargarla en el coche. Los arbustos impedían que alguien lo viera. Luego, sin duda, se dirigió directo a Vivesholm. Debían de ser las dos o las tres de la madrugada. A esas horas los veraneantes dormían profundamente en sus casas.

El asesino tuvo que aparcar el vehículo junto a la valla, lo bastante alejado como para que no se viera desde la verja ni desde las viviendas. Luego sacó el cuerpo y lo trasladó hasta el bosquecillo.

Con toda seguridad había preparado el lugar con anterioridad. Colgar un cadáver era un trabajo duro. Una mujer difícilmente habría tenido fuerzas para hacerlo, al menos ella sola. Pero, claro está, podía tratarse de dos o más agresores.

¿Por qué habría elegido el asesino colgar el cuerpo y hacerlo así más visible y más fácil de descubrir? Eso no sólo aumentaba el riesgo de que lo descubrieran, sino que además se expuso a que lo vieran al llevar a cabo la maniobra. ¿Sería aquello, como pensaba la experta en psiquiatría, una manera de llamar la atención? Knutas albergaba ciertas dudas.

Luego estaba lo del corte en la tripa. En el caso de que no tuviera nada que ver con las teorías de Agneta Larsvik que lo relacionaban con la curiosidad sexual, ¿qué podía significar eso? ¿Quería el criminal humillar a su víctima, era la propia violencia extrema lo que lo excitaba?

En caso contrario, y tal como Knutas lo veía, sólo quedaba otra posibilidad: desangrar el cuerpo, exactamente igual que había sucedido con el caballo. La sangre se utilizaría después para algún fin concreto.

La pregunta era cuál.

Gunnar Ambjörnsson, político socialdemócrata del ayuntamiento, vivía solo. Lo había hecho desde que era mayor de edad y se sentía a gusto así. Poder estar a su aire y no tener que estar constantemente poniéndose de acuerdo con la gente acerca de diferentes cosas, transigir, dar y recibir. Eso ya se había visto obligado a hacerlo demasiadas veces de pequeño con sus cuatro hermanos cuando vivían en un pequeño piso de alquiler en los bloques de viviendas de la calle Irisdalsgatan, en Visby. Siempre había compartido habitación, en el cuarto de estar el sofá delante del televisor estaba continuamente ocupado, se producían apreturas alrededor de la mesa a la hora de comer, nunca había dispuesto de un rincón para él solo. El único lugar donde se podía estar en paz era en el baño y no mucho tiempo.

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