– En dónde había oído yo el apellido Lissander -respondió Gösta-. Resulta que vivieron aquí un tiempo.
– ¿Quiénes? -dijo Patrik desconcertado.
– El matrimonio Lissander, Iréne y Ragnar. Con los niños, Christian y Alice.
– Pero… eso es imposible -afirmó Patrik meneando la cabeza-. Entonces ¿cómo es que nadie reconoció a Christian? Eso no puede ser.
– Que sí, que nadie lo reconoció -dijo Martin-. Al parecer, su madre adoptiva había heredado; Christian era muy obeso de pequeño. Quítale sesenta kilos y añade veinte años y unas gafas, seguro que resulta difícil creer que se trate de la misma persona.
– ¿De qué conocía Ernst a la familia? ¿Y de qué la conocías tú? -quiso saber Patrik.
– A Ernst le gustaba Iréne. Al parecer, se liaron en una fiesta y, a partir de entonces, aprovechaba cualquier ocasión para pasar por su casa. Así que fuimos allí más de una vez.
– ¿Dónde vivían? -preguntó Paula.
– En una de las casas que hay al lado del salvamento marítimo.
– ¿En Badholmen? -preguntó Patrik.
– Sí, muy cerca. La casa era de la madre de Iréne. Una verdadera arpía, por lo que he oído decir de ella. Madre e hija pasaron muchos años sin hablarse, pero cuando aquella murió, Iréne heredó la casa y la familia se mudó de Trollhättan.
– ¿Y sabe Ernst por qué volvieron a mudarse? -preguntó Paula.
– No, no tenía ni idea. Pero al parecer, fue una decisión repentina.
– Ya, pues en ese caso, Ragnar no nos lo ha contado todo -dijo Patrik. Empezaba a estar harto de tantos secretos, de que todo el mundo se callase lo que sabía. Si todos hubiesen colaborado, ya hacía tiempo que habrían resuelto el caso.
– Buen trabajo -dijo mirando a Gösta y a Martin-. Mantendré otra charla con Ragnar Lissander. Debe de haber otra razón para que no mencionase que habían vivido en Fjällbacka. Debía de saber que era cuestión de tiempo que lo averiguáramos.
– Pero eso no responderá a la pregunta de quién es la mujer a la que buscamos. Me inclino a creer que es alguien de la época que Christian pasó en Gotemburgo, después de que se mudara de casa y hasta que volvió a Fjällbacka con Sanna. -Martin pensaba en voz alta.
– Me pregunto por qué volvió aquí -intervino Annika.
– Tenemos que indagar más a fondo el período que Christian pasó en Gotemburgo -asintió Patrik-. Por ahora, solo conocemos a tres mujeres que hayan tenido relación con él: su madre biológica, Iréne y Alice.
– ¿Y no podría ser Iréne? Ella debería tener motivos para vengarse de Christian, teniendo en cuenta lo que le hizo a Alice -intervino Martin.
Patrik guardó silencio un instante, pero luego meneó la cabeza despacio.
– Sí, yo también había pensado en ella y todavía no podemos descartarla, pero no lo creo. Según Ragnar, ella nunca supo lo que había ocurrido. Y aunque lo supiera, ¿qué motivo tendría para atacar también a Magnus y a los demás?
Recordó el encuentro con aquella mujer tan desagradable en la casa de Trollhättan. Y el desprecio que destilaban sus comentarios sobre Christian y su madre. Y, de repente, se le ocurrió una idea. Eso era, sí, eso era lo que había estado rondándole por la cabeza desde la segunda vez que hablaron con Ragnar, eso era lo que no encajaba. Patrik cogió el móvil y se apresuró a marcar el número. Todos lo miraban perplejos, pero él levantó el dedo para indicarles que debían guardar silencio.
– Hola, soy Patrik Hedström, quería hablar con Sanna. De acuerdo, lo comprendo, pero ¿podrías ir a preguntarle una cosa? Es importante. Pregúntale si el vestido azul que encontró en el desván le habría estado bien a ella.
»Sí, ya sé que suena extraño, pero sería de gran ayuda si le preguntaras. Gracias.
Patrik aguardó y, al cabo de unos minutos, la hermana de Sanna volvió al auricular.
– Ajá… Bien, muchas gracias. Y saludos a Sanna. -Patrik colgó pensativo.
»El vestido azul es de la talla de Sanna.
– ¿Y qué? -preguntó Martin, expresando lo que pensaban todos.
– Es un tanto extraño, teniendo en cuenta que su madre pesaba ciento cincuenta kilos. Ese vestido debía de pertenecer a otra persona. Christian le mintió a Sanna cuando le dijo que era de su madre.
– ¿Podría ser de Alice? -preguntó Paula.
– Sí, podría ser, pero no lo creo. En la vida de Christian ha existido otra mujer.
Erica miraba el reloj. Al parecer, a Patrik se le había presentado un día complicado. No sabía nada de él desde que salió aquella mañana, pero no quería molestarlo llamando por teléfono. La muerte de Christian habría provocado un caos en la comisaría, seguramente. Bueno, ya llegaría.
Esperaba que no siguiera enfadado con ella. Nunca lo había estado de verdad hasta ahora, y lo último que quería era decepcionarlo o entristecerlo.
Erica se pasó la mano por la barriga. Parecía crecer sin control y a veces era tal la angustia que sentía ante todo lo que se le venía encima que se le cortaba la respiración. Al mismo tiempo, se moría de ganas. Eran tantos sentimientos encontrados. Alegría y preocupación, pánico y expectación, un lío fenomenal.
Y lo mismo debía de sentir Anna. Tenía remordimientos por no haber estado pendiente de cómo se encontraba su hermana. Estaba tan ocupada consigo misma… Después de todo lo que había ocurrido con Lucas, el que fue marido de Anna y padre de sus dos hijos, el embarazo de otro hombre debía de removerle un sinfín de sentimientos. Erica se avergonzaba de lo egoísta que había sido hablando solo de sí misma y de sus cosas, de sus miedos. Llamaría a Anna al día siguiente para proponerle que se tomaran un café o que salieran a dar un paseo. Así tendrían tiempo de hablar tranquilamente.
Maja se acercó y se le subió a las piernas. Parecía cansada, a pesar de que no eran más que las seis y hasta las ocho no era hora de acostarse.
– ¿Y papá? -preguntó Maja pegando la mejilla a la barriga de Erica.
– Sí, papá no tardará en llegar -dijo Erica-. Pero tú y yo tenemos hambre, así que vamos a prepararnos algo de cenar. ¿O a ti qué te parece, cariño? ¿Vamos a cenar las chicas solas?
Maja asintió.
– ¿Salchicha y macarrones? ¿Con montones de kétchup?
Maja asintió de nuevo. Desde luego, mamá sabía preparar una cena solo para chicas.
– ¿Cómo debemos proceder? -dijo Patrik acercando su silla a la de Annika.
Fuera la noche estaba como boca de lobo y todos deberían haberse ido a casa hacía mucho, pero nadie hizo amago siquiera de dirigirse a la puerta. Salvo Mellberg, que se había marchado silbando hacía un cuarto de hora.
– Empezaremos por los registros libres. Pero dudo de que encontremos nada. Ya los revisé cuando estuve indagando sobre el pasado de Christian y me extrañaría mucho que se me hubiera pasado nada por alto. -Annika parecía estar disculpándose y Patrik le puso la mano en el hombro.
– Ya sé que eres la minuciosidad en persona, pero a veces se nos pasan las cosas. Si los miramos juntos, puede que veamos algo que nos haya pasado inadvertido antes. Creo que Christian debió de vivir con una mujer mientras estuvo en Gotemburgo o, al menos, tuvo una relación con ella. Y quizá podamos dar con algún dato que nos ponga sobre su pista.
– Sí, claro, la esperanza es lo último que se pierde -dijo Annika girando la pantalla para que Patrik también la viera-. Ningún matrimonio anterior, ¿lo ves?
– ¿Hijos?
Annika tecleó rápidamente y señaló la pantalla.
– No, no figura como padre de más niños que Melker y Nils.
– Joder. -Patrik se pasó la mano por el pelo-. Bueno, puede que esto sea un absurdo. No sé por qué creo que se nos ha escapado algo. Pero seguramente las respuestas no están en estos registros.
Читать дальше