Isabel se aferró al móvil mientras circulaban a toda velocidad por el tramo de autopista entre Halsskov y la salida 40 y seguían sin ver destellos azules.
– La Policía va a pararnos en Slagelse, puedes estar segura, Rakel. ¿Por qué has tenido que destrozar la barrera?
– Ahora vemos el tren. Y no lo veríamos si hubiera reducido la velocidad y nos hubiéramos detenido, aunque fueran veinte segundos. ¡Por eso!
– No veo el tren -se alarmó Isabel, mirando el mapa de su regazo-. Ostras, Rakel. La vía del tren hace una curva al norte y después entra en Slagelse. Si le hace la señal a Joshua entre Forlev y Slagelse, no vamos a poder hacer nada, a no ser que salgamos de la autopista ¡AHORA!
La salida 40 desapareció tras ellas mientras Isabel giraba la cabeza. Se mordió el labio.
– Rakel, si las cosas son como yo creo, existe la probabilidad de que Joshua vea la luz dentro de un instante. Hay tres carreteras que atraviesan la vía férrea antes de llegar a Slagelse. Sería un lugar perfecto para echar el saco del dinero. Pero ahora no podemos salir de la autopista porque acabamos de rebasar la salida.
Vio que el mensaje calaba. La mirada de Rakel volvió a adquirir tintes de desesperación. El teléfono móvil sería lo último que querría oír durante los próximos minutos.
De pronto dio un fuerte frenazo y se metió en el arcén.
– Iré marcha atrás -informó.
¿Se había vuelto loca? Isabel apretó las luces de emergencia y trató de bajar el ritmo cardíaco.
– Escucha, Rakel -dijo con tanta calma como pudo-. Joshua ya se las arreglará. No hace falta que estemos allí cuando eche el saco. Joshua tiene razón. Ese cabrón se pondrá de todas formas en contacto con nosotras en cuanto vea el contenido del saco.
Pero Rakel no reaccionaba. Tenía unos planes diferentes por completo, e Isabel la entendía.
– Iré marcha atrás por el arcén -volvió a decir Rakel.
– Ni se te ocurra, Rakel.
Pero lo hizo.
Isabel se soltó el cinturón de seguridad y giró en su asiento. Tras ella se precipitaban columnas de faros de coche.
– ¿Te has vuelto loca, Rakel? Vas a matarnos. ¿Y de qué va a servir eso a Samuel y Magdalena?
Pero Rakel no respondió. Estaba tras un motor que chirriaba en marcha atrás arañando el arcén.
Fue entonces cuando Isabel vio los destellos azules en lo alto de una loma, unos quinientos metros más atrás.
– ¡PARA! -chilló, y Rakel levantó el pie del acelerador.
Rakel alzó la vista hacia las luces azules y se dio cuenta del problema al instante. La caja de cambios protestó con furia cuando cambió de marcha atrás a primera. A los pocos segundos, iban otra vez a ciento cincuenta.
– Ya podemos rezar por que Joshua no llame enseguida para decir que ya ha echado el saco; en ese caso podríamos alcanzarlo. Pero tienes que coger la salida 38, no la 39 -gimió Isabel-. Corremos el peligro de que haya coches patrulla esperando en la salida 39. Puede que estén allí ya. Coge la 38, así seguiremos por la carretera nacional, que está más cerca de la vía del tren. Desde aquí hasta Ringsted la vía discurre entre sembrados, muy lejos de la autopista.
Se puso el cinturón de seguridad y durante los siguientes diez kilómetros pegó la mirada al velocímetro. Los destellos azules de detrás por lo visto no estaban dispuestos a conducir de forma tan arriesgada como ellas. Desde luego que lo entendía muy bien.
Cuando llegaron a la salida 39, hacia el centro de Slagelse, la carretera que venía de la ciudad estaba iluminada por los reflejos de los destellos azules. De modo que los coches patrulla de Slagelse no tardarían en llegar.
Por desgracia, tenía razón.
– Están por ahí, Rakel. ¡Acelera más si puedes! -gritó, apretando el número de Joshua. Después preguntó-: ¿dónde estás ahora, Joshua?
Pero Joshua no respondió. ¿Significaba aquello que ya había arrojado el saco, o significaba algo peor aún? ¿Que el cabrón estaba en el tren? Aquella posibilidad no se le había ocurrido hasta entonces. ¿Sería posible? ¿Que todo aquello de los destellos y echar el saco por la ventana no fuera más que una maniobra de distracción? ¿Que tuviera ya el saco en su poder y supiera que no había dinero dentro?
Giró la cabeza y miró por un segundo a la bolsa de deportes del asiento trasero, donde estaba el dinero.
¿Qué haría entonces aquel cabrón con Joshua?
Llegaron a la salida 38 justo en el momento en que aparecían las luces azules de los coches patrulla, bastante lejos, en el carril contrario. Y Rakel no tocó el freno cuando con chirrido de neumáticos salieron a la carretera nacional 150, y estuvieron a punto de comerse un coche. De no ser por la maniobra de evasión del otro conductor, habría ocurrido algo irremediable.
Isabel notó el sudor resbalando por su espalda. La mujer sentada a su lado no estaba locamente desesperada. Estaba loca, y punto.
– En la carretera no vas a poder escabullirte, Rakel. ¡Cuando la Policía llegue a la carretera nacional van a poder seguir tus luces traseras sin problemas! -gritó.
Rakel sacudió la cabeza y se pegó tanto al coche que tenía delante, y que aún daba bandazos, que casi chocaron con su parachoques trasero.
– No -repuso con calma y apagó las luces-. Ahora ya no.
Fue una decisión inteligente. Menos mal que las luces automáticas de posición no funcionaban.
Por el cristal trasero del coche de delante veían con claridad a dos personas de edad. Decir que estaban espantados era poco, a la vista de sus gestos.
– Cojo una lateral en cuanto pueda -anunció Rakel.
– Entonces, tendrás que encender las luces.
– Ya decidiré yo. Tú mira el GPS. ¿Cuándo hay una carretera transversal que no sea sin salida? Hay que salir de aquí, veo a la Policía detrás.
Isabel miró hacia atrás. Era verdad. Los destellos se acercaban. Estaban a unos quinientos metros, en la salida de la autopista.
– ¡Ahí! -gritó Isabel-. Mira el letrero de delante.
Rakel asintió en silencio. Los conos de luz del coche de delante habían iluminado una señal indicadora. Ponía Vedbysønder.
Entonces apretó el freno y giró. Entró en la oscuridad con las luces apagadas.
– Vale -dijo, pasando en punto muerto junto a un granero y varios edificios-. Vamos a esperar detrás de esta granja, así no nos verán. Y ahora llama a Joshua, ¿vale?
Isabel miró hacia atrás, donde el resplandor de los destellos azules destacaba sobre el paisaje con un aura siniestra.
Luego tecleó el número de Joshua, esta vez con un mal presentimiento.
Escuchó un par de tonos y después Joshua atendió la llamada.
– Sí -fue lo único que dijo.
Isabel asintió en silencio para indicar que Joshua había cogido el teléfono.
– ¿Has entregado el saco? -le preguntó.
– No -respondió, molesto.
– ¿Pasa algo, Joshua? ¿Hay gente a tu lado?
– Hay una sola persona en el vagón aparte de mí, pero está trabajando con los auriculares puestos. No hay problema. Pero no me siento bien. No puedo dejar de pensar en los niños, es espantoso.
Parecía asfixiado y cansado. No era de extrañar.
– Trata de calmarte, Joshua -le aconsejó, aunque sabía que era más fácil decirlo que hacerlo-. Dentro de poco todo habrá terminado. ¿Dónde está el tren ahora? Dame las coordenadas del GPS.
Joshua las leyó.
– Estamos saliendo de la ciudad -dijo.
Era lo que había calculado ella. El tren no podía estar lejos.
– Agacha la cabeza -ordenó Rakel, mientras los coches patrulla pasaban a toda velocidad por la carretera junto a la que habían aparcado. Como si pudiera verlas alguien a aquella distancia.
Pero dentro de poco harían parar al matrimonio de edad. Y contarían que los locos que los seguían con las luces apagadas se habían desviado de pronto de la carretera principal. Entonces los coches de la Policía darían la vuelta.
Читать дальше