Jussi Adler-Olsen - Los Chicos Que Cayeron En La Trampa

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Los Chicos Que Cayeron En La Trampa: краткое содержание, описание и аннотация

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A finales de los años noventa, la policía encuentra, en una casa de veraneo en el norte de Dinamarca, a dos hermanos adolescentes brutalmente asesinados. Han sido golpeados, torturados y violados sin compasión. La investigación policial apunta a que los culpables pueden hallarse entre un grupo de jóvenes de buena familia, hijos de padres exitosos, ricos, cultos. Sin embargo, el caso se cierra muy pronto por falta de pruebas concluyentes hasta que, pocos años más tarde, uno de los sospechosos se entrega sin razón aparente y confiesa el crimen. Supuestamente, el misterio se ha resuelto. Pero entonces ¿por qué los archivos del caso aparecen veinte años después en el despacho del inspector Carl Mørck, jefe del Departamento Q? Al principio Mørck piensa que el caso está ahí por error, pero pronto se da cuenta de que en la investigación original se cometieron muchas irregularidades…

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Carl asintió. Un deporte peligroso.

Se encontró a Mona Ibsen frente a Jefatura con un bolsón enorme echado al hombro y una mirada que le dijo que no antes de que él llegara a abrir la boca.

– Estoy considerando seriamente la posibilidad de llevarme a Hardy a casa -le dijo en voz baja-, pero creo que no dispongo de suficiente información sobre cómo podría afectarnos tanto a nosotros como a él desde el punto de vista psicológico.

La miró con ojos cansados. Por lo visto había dado en la diana, porque cuando le preguntó si quería ir a cenar con él para hablar de las consecuencias que una decisión de ese calibre podía tener en cada una de las partes implicadas, la respuesta de la psicóloga fue afirmativa.

– Sí, no estaría mal -contestó regalándole una de esas sonrisas que lo noqueaban como un derechazo en el estómago-. Al fin y al cabo, tengo hambre.

Carl se quedó sin habla. No sabía qué decir. La miró a los ojos con la esperanza de que bastara con su encanto natural.

Después de una hora delante de la comida y cuando Mona Ibsen empezaba a estar a punto de caramelo, se sintió embargado por una sensación de alivio y de entrega tan beatífica que se desplomó dormido sobre el plato.

Primorosamente dispuesto entre el filete de solomillo y el brécol.

36

El lunes por la mañana las voces habían enmudecido. Kimmie fue despertando lentamente y paseó la mirada por su antigua habitación con aire aturdido; tenía la mente en blanco. Por un instante creyó que tenía trece años y no había oído el despertador una vez más. ¿Cuántas veces la habían mandado a clase sin más sustento para pasar el día que las pestes que echaban Kassandra y su padre? ¿Cuántas veces había pasado la jornada en su pupitre del colegio de Ordrup soñando con irse mientras le protestaban los intestinos?

Entonces recordó lo que había sucedido un día antes, lo abiertos e inertes que estaban los ojos de Kassandra.

En ese momento empezó a tararear de nuevo su vieja canción.

Una vez vestida, cogió el fardo, bajó a la planta inferior, echó un rápido vistazo al cadáver de Kassandra y se sentó en la cocina a susurrarle los posibles menús a su pequeña.

En esas estaba cuando sonó el teléfono.

Se encogió ligeramente de hombros y levantó vacilante el auricular.

– ¿Sí? -contestó imitando la voz afectada y ronca de su madrastra-. Al habla Kassandra Lassen. ¿Con quién tengo el placer?

Una sola palabra le bastó para reconocer aquella voz. Era Ulrik.

– Disculpe que la llame, soy Ulrik Dybbøl Jensen, no sé si me recuerda -se presentó-. Creemos que es posible que Kimmie se dirija hacia su casa, señora Lassen, y en tal caso le rogamos que tenga usted cuidado y que haga el favor de avisarnos en cuanto entre por la puerta.

Kimmie miró por la ventana de la cocina. Si llegaban por allí, no la verían si se escondía detrás de la puerta. Y los cuchillos de la cocina de Kassandra eran de lo más selecto. Cortaban la carne, por tierna o dura que estuviese, como si fuera mantequilla.

– Si la ve, tenga usted un cuidado extremo, señora Lassen, pero sígale la corriente. Hágala pasar y reténgala. Y llámenos, le prometo que iremos en su auxilio.

Dejó escapar una risita cautelosa para que resultara un poco más plausible, pero no consiguió engañarla. Aún no había nacido el hombre capaz de auxiliar a Kassandra Lassen frente a Kimmie. Estaba demostrado.

Le dio tres números de móvil que ella no conocía, el de Ditlev, el de Torsten y el de Ulrik.

– Muchísimas gracias por avisarme -dijo de corazón mientras anotaba los teléfonos-. ¿Y podríais decirme dónde os encontráis? ¿Llegaríais a Ordrup rápidamente llegado el caso? ¿No sería mejor que llamara a la policía si fuera necesario?

Era como si lo tuviera delante. En aquellos momentos, lo único que podría hacerle parecer más preocupado sería un crack en Wall Street. ¡La policía! Qué palabra tan fea.

– No, creo que no es buena idea -replicó-. ¿No sabe que a veces tardan más de una hora en presentarse? Bueno, y eso si es que reaccionan. Con los tiempos que corren, señora Lassen… Las cosas ya no son como antes.

Soltó un par de bufidos de desdén para persuadirla de la dudosa efectividad de las fuerzas del orden.

– No estamos lejos de su casa, señora Lassen. Hoy hemos venido a trabajar y mañana subiremos a una finca que tiene Torsten Florin en Ejlstrup. Vamos a ir de cacería a una zona de arboleda cerca de Gribskov que pertenece a sus tierras, pero los tres llevaremos los móviles conectados. Puede llamarnos a cualquier hora y nosotros llegaremos diez veces antes que la policía.

Conque en Ejlstrup, en casa de Florin. Conocía el lugar.

Y los tres a la vez. No podía pedir más.

Ya no había prisa alguna.

No la oyó abrir la puerta, pero sí gritar.

– ¡Hola, Kassandra! ¡Soy yo, venga, arriba! -rugió una voz que hizo temblar los cristales y le heló la sangre.

En el vestíbulo se abrían cuatro puertas, una que conducía hacia la zona de la cocina, otra hacia el baño donde se encontraba Kimmie, otra que llevaba a un comedor y de allí a My room , donde yacía el cuerpo rígido de Kassandra, y, por último, otra que bajaba al sótano.

Si aquella mujer estimaba en algo su vida, abriría cualquiera de ellas menos la que daba al comedor y a la sala.

– ¡Hola! -gritó en respuesta al saludo mientras se ponía las bragas.

Los pasos que se oían al otro lado de la puerta se detuvieron en seco, y al abrir Kimmie se topó con dos ojos desconcertados.

No conocía a aquella mujer; a juzgar por la bata y el delantal de color azul que se estaba poniendo, debía de ser una especie de asistenta o empleada del hogar.

– ¿Qué tal? Soy Kirsten-Marie Lassen, la hija de Kassandra -se presentó tendiéndole la mano-. Lo siento, pero Kassandra se sentía mal y la han ingresado en el hospital, de modo que hoy no la necesitamos.

Estrechó la mano vacilante de la empleada.

No cabía duda, no era la primera vez que oía su nombre. Su apretón fue rápido y superficial y su mirada estaba alerta.

– Soy Charlotte Nielsen -contestó con frialdad mientras echaba un vistazo hacia el salón por encima del hombro de Kimmie.

– Supongo que mi madre volverá el miércoles o el jueves; la llamaré para entonces. Mientras tanto, yo me ocuparé de la casa.

La palabra madre le abrasó los labios; una palabra que jamás había empleado para referirse a Kassandra, aunque ahora lo estimaba necesario.

– Esto está un poco desordenado -dijo la asistenta con la mirada clavada en el abrigo de Kimmie, que estaba tirado en la silla Luis XVI del vestíbulo-. Creo que voy a darle un repasito a la casa. De todas formas, tenía que estar aquí todo el día.

Kimmie se colocó delante de la puerta del comedor.

– Oh, es muy amable por su parte, pero hoy no.

Poniéndole una mano en el hombro, la condujo hacia su abrigo.

La mujer no se despidió al marcharse, pero salió con las cejas visiblemente levantadas.

Será mejor que nos deshagamos de ese saco de huesos, se dijo Kimmie, que se debatía entre una tumba en el jardín y el descuartizamiento. De haber tenido ella o Kassandra un vehículo, sabía de un lago en el norte de Selandia donde aún cabían un muerto o dos más.

De pronto se detuvo a escuchar a las voces y recordó qué día era.

¿Por qué tomarse la molestia? , le preguntaban. Si mañana es el día en que todo va a pasar a formar parte de una unidad superior

Estaba a punto de subir al piso de arriba cuando oyó un ruido de cristales rotos en My room .

En unos segundos llegó al salón y pudo comprobar que si la empleada se salía con la suya no tardaría en hacerle compañía a Kassandra y quedarse con la misma expresión de pasmo eterno.

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