Entonces comprendió que el Frisium era mejor en pequeñas dosis. Muy despistado tenía que andar para que sus mejores consejeros en asuntos amorosos fueran un adolescente de dieciséis años con querencia al punk y un marica que no había salido del armario. Ya solo faltaba la madre de Jesper, Vigga. Como si la oyera. «¿Qué te ocurre, Carl? ¿Problemas de metabolismo? Deberías tomar Rhodiola. Va estupendamente para muchas cosas.»
Se encontró con Lars Bjørn en el puesto de control de la entrada. Él tampoco tenía buen aspecto.
– Es por culpa del puto caso del contenedor -le explicó.
Saludaron al agente que había al otro lado del cristal y atravesaron juntos la columnata.
– Supongo que os habréis dado cuenta de lo mucho que se parece el nombre de las dos calles, Store Kannikestræde y Store Søndervoldstræde. ¿Habéis comprobado las demás?
– Sí, tenemos permanentemente vigiladas Store Strandstræde y Store Kirkestræde. Hemos enviado a varias agentes vestidas de paisano, veremos si tientan al agresor. Por cierto, que sepas que no podemos prescindir de nadie para que te ayude con tu caso, aunque imagino que ya estarás informado.
Carl asintió. En aquellos momentos le traía bastante por saco. Si esa sensación de falta de sueño, estupidez e imprecisión tenía algo que ver con el jetlag , entonces ¿por qué coño existía eso que llamaban viajes de aventura? Viajes de pesadilla se ajustaba mucho mejor.
Rose salió a su encuentro por el pasillo del sótano con una sonrisa que no iba a tardar en borrarle de la cara.
– Bueno, ¿y qué tal por Madrid? -fueron sus primeras palabras-. ¿Tuviste tiempo para un poco de flamenco?
Fue incapaz de responder.
– Venga, Carl. ¿Qué viste?
El subcomisario dirigió sus plomizas pupilas hacia ella.
– ¿Que qué vi? Aparte de la torre Eiffel, París y la cara interna de mis párpados, no vi absolutamente nada.
Rose se disponía a protestar. Pero no puede ser, decía su mirada.
– Mira, no voy a andarme con rodeos. Si se te ocurre volver a organizarme una parecida, puedes considerarte exempleada del Departamento Q.
Después la dejó allí plantada y continuó rumbo a su sillón. Lo aguardaba el abismo de su asiento. Un sueñecito de cuatro o cinco horas con las piernas encima de la mesa y estaría como nuevo, seguro.
– ¿Qué está pasando? -oyó que preguntaba la voz de Assad en el mismísimo instante en que él ponía un pie en el país de los sueños.
Se encogió de hombros. Pues nada, que se disponía a disiparse en el éter. ¿Estaba ciego o qué?
– Rose está triste. ¿Le has hablado mal, Carl?
Estaba a punto de volver a cabrearse cuando descubrió los papeles que Assad llevaba bajo el brazo.
– ¿Qué me traes? -preguntó con aire fatigado.
Su ayudante tomó asiento en uno de los engendros metálicos de Rose.
– Aún no han encontrado a Kimmie Lassen. Hay búsquedas en marcha en todas partes, así que solo es cuestión de tiempo, entonces.
– ¿Alguna novedad en el lugar de la explosión? ¿Han localizado algo?
– No, nada. Por lo que sé, ya han terminado.
Sacó sus papeles y les echó un vistazo.
– He hablado con Vallas Løgstrup -prosiguió-. Han sido muy, muy simpáticos. Han tenido que preguntar a toda la empresa hasta que han encontrado a alguien que sabía alguna cosa de la llave, o sea.
– Muy bien -dijo Carl con los ojos cerrados.
– Uno de sus empleados mandó un cerrajero a Inger Slevs Gade para ayudar a una señora del ministerio que había pedido unas llaves extra, entonces.
– ¿Te han dado una descripción de esa mujer? Porque supongo que sería Kimmie Lassen, ¿no?
– No, no han averiguado qué cerrajero había sido entonces, así que no me han dado ninguna descripción. Se lo he explicado todo a los de arriba. A lo mejor les interesa saber quién tenía entrada a la casa que explotó.
– Muy bien, estupendo. Entonces lo damos por zanjado.
– ¿En qué zanja?
– Déjalo, Assad. Lo siguiente que tienes que hacer es preparar un dossier sobre cada uno de los tres miembros de la banda, Ditlev, Ulrik y Torsten. Quiero todo tipo de información. Relaciones con el fisco, estructura de sus empresas, domicilio, estado civil y todo eso. Tómate tu tiempo.
– ¿Por cuál empiezo, entonces? Ya tengo unas cuantas cosas de los tres.
– Estupendo, Assad. ¿Quieres comentarme algo más?
– Homicidios me ha encargado que te diga que el móvil de Aalbæk ha estado en contacto con el de Ditlev Pram muchas veces.
Cómo no.
– Estupendo, Assad. Entonces está relacionado con el caso. Podemos ir a verlos usándolo como pretexto.
– ¿ Pre texto? ¿De qué texto?
Al abrir los ojos, Carl se encontró con un par de interrogantes de color castaño. Sinceramente, a veces podía ser un poco complicado. Tal vez unas clases particulares de danés pudieran limar un par de metros de aquella barrera lingüística. Aunque, por otra parte, se arriesgaban a que el tipo de pronto empezara a hablar como cualquier funcionario.
– También he encontrado a Klavs Jeppesen -continuó Assad en vista de que su jefe no reaccionaba a su pregunta.
– Estupendo, Assad.
Trató de recordar cuántas veces había usado ya la palabra «estupendo». Tampoco había que crear inflación.
– ¿Y dónde estaba?
– En el hospital.
Carl se incorporó. ¿Y ahora qué?
– Sí, ya sabes.
Se hizo un corte a la altura de la muñeca.
– Me cago en la leche. Pero ¿por qué? ¿Sobrevivirá?
– Sí. He ido a verlo. Ayer.
– Muy bien, Assad. ¿Y?
– Pues nada. Un tipo sin venas en la sangre, eso es todo.
¿Venas en la sangre? Allá que iba de nuevo.
– Me contó que había estado a punto de hacerlo mil veces durante estos años.
Carl sacudió la cabeza. A él ninguna mujer le había causado tanto impacto. Por desgracia.
– ¿Te dijo algo más?
– No. Me echaron las enfermeras.
El subcomisario esbozó una débil sonrisa. Assad se iba adaptando.
De repente, el rostro de su ayudante se transformó.
– Hoy he visto a uno nuevo en la segunda planta. Iraquí, creo. ¿Sabes a qué ha venido?
Carl asintió.
– Sí, es el sustituto de Bak. Lo han mandado de Rødovre. Lo vi anoche en casa de Aalbæk. A lo mejor lo conoces. Se llama Samir. Del apellido, ahora mismo no me acuerdo.
Assad levantó ligeramente la cabeza. Sus labios carnosos se entreabrieron y un sinfín de pequeñas arrugas le rodearon los ojos. No eran desde luego las marcas de una sonrisa. Por un instante pareció ausente.
– Vale -dijo pensativo mientras asentía despacio un par de veces-. El sustituto de Bak. ¿Entonces va a quedarse, o sea?
– Sí, imagino que sí. ¿Pasa algo?
De repente Assad se transformó. Su rostro se relajó y miró a Carl a los ojos con su habitual expresión despreocupada.
– Tienes que hacerte amigo de Rose, Carl. Es una chica muy trabajadora y muy… muy maja. ¿Sabes lo que me ha llamado esta mañana?
No, pero seguro que se lo iba a contar.
– Su beduino favorito. ¿No es mona, entonces?
Mostró los dientes de arriba y sacudió la cabeza con entusiasmo.
Al parecer, la ironía no era precisamente su punto fuerte.
Carl puso su móvil a cargar y contempló la pizarra. El siguiente paso tendría que ser contactar directamente con uno o varios miembros de la banda. Llevaría consigo a Assad para contar con testigos en caso de que se fueran de la lengua.
Además, todavía tenía en la reserva al abogado.
Se acarició el mentón y se mordió la mejilla. Mierda, ¿quién coño le mandaría a él montarle aquel numerito a la mujer de Bent Krum, el abogado? ¡Le había dicho que Krum tenía un lío con su mujer! ¿Cómo se podía ser tan subnormal? Desde luego, concertar una cita con él no iba a mejorar las cosas.
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