Anne Holt - La Diosa Ciega

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La exitosa abogada Karen Borg ha sacado a pasear a su perro cuando se tropieza con un cadáver. ¿De quién? Solo Dios sabe, el cuerpo ha perdido su cara. Hanne obtiene una confesión de un sospechoso vendedor de drogas quien también confiesa a Karen después de pedirle que le defienda. El sendero conduce a la cima de la profesión jurídica.
En esta primera entrega de la serie se presenta a los personajes -la brillante y también arrogante Hanne Wilhelmsen y sus colegas- y el escenario -un mundo en el que la diosa de la justicia lleva los ojos vendados-. La tarea del equipo de Wilhelmsen es destapar los ojos de esa diosa ciega. La trama parte de un asesinato que desata una investigación de una red de corrupción y drogas. A lo largo del libro se va descubriendo las partes implicadas en ésta y finalmente se conoce que ciertos miembros del cuerpo de la policía, así como del departamento de Justicia, participaron en la misma. El motivo: financiar las operaciones de los servicios secretos noruegos.

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Había conseguido reducir su pila a doce casos sin resolver.

Se estaba acercando a sus objetivos personales y el humor iba mejorando. Cogió la carpeta más gruesa.

No sabían mucho más sobre los motivos por los que Ludvig Sandersen había tenido que acabar, de un modo tan brutal, en el mundo que algunos afirmaban que era el mejor. Por el bien de Ludvig Sandersen, Hanne esperaba que fuera ella la que se equivocaba y que en aquellos momentos el difunto estuviera sentado en una nube, vestido de blanco, y disfrutando sin restricción de los polvos blancos que habían convertido su vida terrenal en un infierno.

El caso aún no había sido relacionado con el del asesinato del abogado Olsen. Lo había hablado con Sand el viernes, porque ella pensaba que ya tenían la suficiente información como para proponer una vinculación oficial. Él se había opuesto.

– Es mejor que esperemos un poco -había dicho.

Pero ella sentía que había llegado el momento de mirar los dos casos simultáneamente. Apartó el expediente y bajó los pies de la mesa. Los botines golpearon el suelo y rebuscó en el bolso las llaves que servían también para los despachos de los demás agentes. El caso lo tenía Heidi Rørvik, cuyo despacho se encontraba dos puertas más allá.

Wilhelmsen no vio a nadie en el pasillo al salir. Había silencio, como correspondía a un domingo por la tarde. En el momento en que iba a abrir la puerta del despacho de Rørvik, sintió pasos detrás de ella. Se giró, pero demasiado tarde. El golpe, asestado con un objeto que tampoco comprendió qué era, la alcanzó con fuerza en la sien. Su cabeza explotó en un violento mar de luces y tuvo tiempo de percibir que, antes de caer al suelo, sangraba en abundancia. El cuerpo quedó sin fuerza alguna y no pudo amortiguar la caída. La cabeza recibió otro golpe en el momento en que el lado izquierdo de la frente chocó con el suelo, pero Hanne no se dio cuenta. Estaba ya inconsciente y sólo alcanzó a registrar la intensa sensación de que la vida se había acabado, antes de sumergirse en una oscuridad que le evitó sentir el dolor provocado por el desgarro de la piel de la frente, que formaba una enorme sonrisa desdeñosa que asomaba por encima de los ojos cerrados.

Se despertó a causa de las intensas náuseas. Estaba tumbada boca abajo, con la cabeza en una postura retorcida e incómoda. La urgencia por vomitar eran tan enorme que, por un triste rato, consiguió ahogar la sensación de que se le iba a reventar la cabeza. Sentía dolor por todas partes. Con mucho cuidado, comprobó que tenía dos grandes desgarros sangrantes, uno en la frente y otro sobre la oreja derecha, y constató con fatigada sorpresa que el dolor que le producían no era mayor que el punzante dolor luminoso que provenía de algún sitio de su interior, en las profundidades de la cabeza. Wilhelmsen permaneció unos minutos tumbada luchando contra las náuseas, pero al final tuvo que tirar la toalla. Por algún instinto, tuvo las fuerzas suficientes como para incorporarse sobre los brazos, como un niño que mira la televisión, y pudo vomitar sin tragar nada. Se sintió un poco mejor.

Se secó la frente, pero no pudo evitar que la sangre le cayera en un ojo y le dificultara la visión. Intentó levantarse. El pasillo azul no dejaba de dar vueltas, y tuvo que realizar el esfuerzo por etapas. Al final consiguió ponerse en pie. Se apoyó contra la pared y fue entonces cuando probó a entender lo que había pasado. No recordaba nada. Le entró el pánico. No sabía por qué estaba allí, pero comprendió que estaba en la jefatura. ¿Dónde estaban los demás? Consiguió llegar tambaleándose a su propio despacho y manchó de sangre el teléfono al marcar el número de su casa. Tuvo que hacerlo varias veces, le costaba acertar con las teclas correctas. La luz de la ventana le molestaba muchísimo y sentía martillazos detrás de los ojos.

– Cecilie, tienes que venir a buscarme. Estoy enferma.

Soltó el teléfono y volvió a desmayarse.

La oscuridad le resultaba placentera. Seguía doliéndole la cabeza, pero donde antes había tenido desgarros sangrantes, percibió que ahora tenía suaves vendas. No sentía en absoluto las heridas, así que supuso que le habían suministrado anestesia local. La cama era de metal y, tras palparse los vendajes, descubrió que le habían puesto una vía en una mano. Hanne estaba en el hospital y Cecilie estaba sentada a su lado. -Ahora lo estás pasando mal -dijo su compañera, y sonrió al coger la mano que no tenía entubada-. Me asusté un montón cuando te encontré. Pero ha salido todo bien. Yo misma he revisado tus radiografías, no hay indicio de fractura en ningún sitio. Tienes una fuerte conmoción, una conmoción cerebral. Las heridas eran muy feas, pero ya te las han cosido y se van a curar.

Hanne se echó a llorar.

– No me acuerdo de nada, Cecilie -susurró.

– Eso no es más que un poco de amnesia -dijo Cecilie con una sonrisa-. Es normal. No te preocupes, te vas a quedar aquí un par de días o tres, y luego podrás disfrutar de tres deliciosas semanas de baja. Yo te cuidaré. -El llanto no había cesado, Cecilie se inclinó sobre Hanne con mucho cuidado y apoyó la cara contra la cabeza vendada, de modo que su boca quedó a la altura de la oreja de Hanne-. Con esa cicatriz en la frente vas a estar muy sexy -susurró-. Muy, pero que muy sexy.

Lunes, 12 de octubre

– Esto no puede ser, me cago en la hostia. -Håkon Sand sólo decía palabrotas cuando estaba furioso-. ¡No estamos seguros ni en el despacho, joder! ¡Y en un puto domingo! -Las palabras salían como escupitajos de su boca, acusaciones de ineptitud sin destinatario; se encontraba en medio de la habitación y marcaba con el pie el ritmo de sus propios exabruptos-. ¡De qué sirve poner candado en las puertas y tener un sistema de seguridad cuando nos pueden atacar en cualquier momento!

El jefe de la sección A 2.11, un hombre estoico de cincuenta y pocos años, escuchaba y presenciaba la protesta sin mudar la expresión de su cara. No tomó la palabra hasta que el fiscal adjunto se hubo desahogado.

– No tiene mucho sentido colgarle el muerto a nadie en especial. No somos una fortificación y tampoco pretendemos serlo. En un edificio con cerca de dos mil empleados, cualquiera puede haberse colado en el momento en que alguien entraba por la puerta de personal. Sólo hay que coordinar el paso, así de sencillo. Se puede uno esconder detrás de uno de los árboles junto a la iglesia y entrar pegado a algún empleado que tenga tarjeta de acceso. Seguro que tú también le has abierto la puerta a gente que entraba detrás de ti, aunque no los conocieras. -Sand no contestó, cosa que el jefe de sección interpretó acertadamente como una admisión-. Además, en teoría alguien puede esconderse dentro del edificio mientras aún está abierto. Salir, siempre se puede salir. Más que preguntarnos cómo, deberíamos preguntarnos por qué.

– El porqué está más que claro, carajo -le espetó Sand-. El caso, coño, ¡el caso! ¡El expediente ha desaparecido del despacho de Hanne! No es que eso sea una tragedia en sí mismo, tenemos copias, pero es obvio que alguien ha querido saber lo que sabíamos. -De pronto se interrumpió, miró el reloj y el enfado pasó a ser una risa avergonzada-. Me tengo que ir corriendo. Me ha citado la comisaria principal a las nueve. Hazme un favor: llama al hospital y averigua si Hanne puede recibir visitas. Déjame un recado en la antesala en cuanto sepas algo.

La diosa Justicia era impresionante. Se alzaba treinta y cinco centímetros del tablero de la mesa, y el óxido del bronce indicaba que tenía cierta edad. La venda de los ojos estaba casi verde y la espada de la mano derecha era rojiza.

Pero los dos platillos de la balanza estaban brillantes y se balancearon levemente a causa del movimiento que provocó su entrada en la habitación. No se pudo contener y tocó la estatuilla.

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