No estaba acostumbrada a presumir, y no solía enfadarse. A pesar de todo, le sentó bien. Se percató de que Strup parecía cohibido.
– Por Dios, seguro que puedes hacerlo -dijo conciliadoramente, como un examinador amable-. No era mi intención herirte. -En el momento en que salía, se giró con una sonrisa y añadió-: ¡Pero la oferta sigue en pie!
Cuando cerró la puerta, marcó el número de teléfono de la jefatura de Policía. Al cabo de un rato le atendió una recepcionista de mal humor; pidió que le pasaran al fiscal adjunto Sand.
– Soy Karen.
Él no respondió, y durante una centésima de segundo sintió la peculiar tensión que había surgido entre ellos antes del fin de semana, pero que entre tanto casi había olvidado. Tal vez era eso lo que quería.
– ¿Qué sabes de Peter Strup?
La pregunta se abrió paso a través de la tensión. Él no pudo disimular su asombro.
– ¿Peter Strup? Uno de los abogados defensores más competentes del país, tal vez el mejor, lleva siglos en activo ¡y la verdad, es un tipo muy majo! Eficaz, famoso y sin un solo rasguño en el esmalte. Lleva casado veinticinco años con la misma mujer, tiene tres hijos, que han salido muy bien, y vive en una villa modesta en Nordstrand. Lo último lo sé por la prensa rosa. ¿Qué pasa con él?
Karen contó su historia. Fue escueta, no añadió ni quitó nada. Al acabar dijo:
– Algo falla. No puede estar buscando trabajo. ¡Y se tomó la molestia de venir a mi despacho! ¡Podría haberme llamado otra vez! -Parecía casi indignada, pero Håkon se había puesto a pensar y no dijo nada-. ¡Oye!
– Que sí, mujer, aquí estoy -reaccionó él-. No, la verdad es que no lo entiendo, pero es probable que simplemente pasara por allí. Tal vez estaba en las inmediaciones por algún asunto de trabajo.
– En fin, puede ser, pero entonces me extraña que no llevara un maletín o algo así.
Håkon estaba de acuerdo, pero no dijo nada. Nada de nada. Aunque estaba pensando con tal intensad que no hubiera sido raro que Karen lo oyera.
– Esto es un código de libro. Eso al menos está claro.
El anciano estaba seguro de lo que decía. Se hallaba en la cantina de la séptima planta junto con Hanne Wilhelmsen y Håkon Sand.
Era un hombre guapo, delgado y muy alto para su generación. Aunque el pelo era más escaso de lo que fue en tiempos, aún conservaba el suficiente como para tener una imponente cabellera blanquecina, peinada hacia atrás y cortada hacía poco. Tenía una cara poderosa y bien definida, con la nariz recta, de estilo nórdico, y unas gafas que se balanceaban elegantemente sobre la punta. Iba bien vestido, con un jersey rojo oscuro y unos distinguidos pantalones azules. Las manos sujetaban la hoja de papel con firmeza y tenía una alianza atascada en el dedo anular derecho.
Gustav Løvstrand era policía retirado. Había comenzado su vida laboral durante la guerra, en los servicios secretos del Ejército, pero más tarde había apostado por una carrera en la Policía, más orientada hacia el público. Era un hombre de enorme aplomo, muy apreciado y respetado por sus compañeros antes de que lo reclutara la Brigada de Información, donde terminó su carrera como consejero. Había experimentado la gran alegría y satisfacción de ver a sus tres hijos trabajando en servicios relacionados con la Policía. Gustav Løvstrand cultivaba a su mujer y sus rosas, disfrutaba de la vida de jubilado y ayudaba a todo aquel que opinaba que él aún tenía algo que aportar.
– Es sencillo ver que se trata de un código de libro. Mirad -dijo, y dejó la hoja sobre la mesa y señaló la ristra de números-: 2-17-4, 2-19-3, 7-29-32, 9-14-3,12-2-29,13-11-29,16-11-2. Increíblemente banal -añadió con una sonrisa.
Los otros dos no entendían bien lo que quería decir, fue Hanne la que se atrevió a preguntar:
– ¿Qué es un código de libro? ¿Y por qué está tan claro que lo es?
Løvstrand la miró durante un momento y después señaló la primera fila de números.
– Tres dígitos en cada grupo. Número de página, de línea y de letra. Como veis, sólo los primeros números de cada grupo tienen alguna conexión lógica. O bien es el mismo número que el anterior, o bien es más alto: 2, 2, 7, 9, 12, 13, 16 y así sucesivamente. El número más alto en segunda posición es el 43, rara vez los libros tienen más de cuarenta y pocas líneas en una página. Si se tiene el libro de que se trata, el enigma se resuelve de inmediato. -Añadió que el código no debía de estar hecho por profesionales, los códigos de libros eran fáciles de reconocer-. Pero son increíblemente difíciles de descifrar. ¡Hay que saber de qué libro se trata! Si encima han acordado un código para saber de qué libro se trata, has de tener mucha suerte para averiguarlo. Cuando me mandaste esta copia, me pasé por una librería. Me dieron una lista con más de 1.200 libros cuyo título contiene las palabras «las alas». ¡Nada menos! En realidad, estas palabras también podrían ser un código, así que estaríamos en las mismas. Sin el libro adecuado, no hay manera de resolver esto. -Plegó la hoja y se la dio a Hanne, que parecía desanimada, porque no quería quedarse con el papel, aunque fuera una copia; sus muchos años en los servicios secretos habían dejado su huella-. Pero con lo banal que es el código en sí mismo, yo buscaría lo más evidente. Buscad el libro en el entorno cercano. Tal vez tropecéis con él. Gran parte del trabajo policial de calidad es resultado de una mera casualidad. Buena suerte.
Los otros dos se quedaron sentados sin decir nada.
– Míralo positivamente, Håkon -dijo Hanne al final-.
Al menos sabemos que no andamos tan desencaminados. No creo que el abogado Olsen tuviera necesidad de escribir sus alegatos en código. Sin duda tiene que ser algo que intentaba ocultar.
– Pero ¿qué? -suspiró Håkon-. ¿Repasamos otra vez lo que tenemos?
Les llevó un rato. Al cabo de una hora, los dos estaban de bastante mejor humor. Estaba claro que cabía la posibilidad de que encontraran el libro. Además, hacia poco, les habían confirmado que el abogado Olsen se había reunido con su cliente el día que tenían una cita, aunque la reunión no había tenido lugar en el despacho y a ambos les sorprendía que se hubieran reunido en un sitio tan público como Gamle Christiania.
– Podría ser la señal de que era una reunión en confianza -dijo Håkon lúgubremente.
– You never know -dijo Hanne preparándose para irse.
– ¿Por qué hablas tanto en inglés?
– Porque soy una apasionada de Estados Unidos. -La subinspectora sonrió algo avergonzada-. Sé que es una mala costumbre.
Se bebieron el resto del café y se fueron.
Esa misma tarde, dos excursionistas charlaban sentados sobre un árbol caído en Nordmarka. El mayor se había colocado una bolsa de plástico bajo el trasero para protegerse de la humedad. El otoño estaba pasando por su época más prototípica, en el aire había diminutas gotas de llovizna, además de una suave neblina. No veían gran cosa, pero tampoco estaban ahí para disfrutar del paisaje. Uno de ellos lanzó una piedra a la relumbrante laguna del bosque y ambos mantuvieron silencio mientras las ondas se extendían bellamente siguiendo las leyes de la física, hasta que el agua estuvo de nuevo quieta.
– ¿Va a reventar todo el tinglado?
Lo preguntaba el más joven de los dos, un hombre de treinta y pocos años. La voz tenía un aire de calma tensa. Estaba asustado, y se le notaba, aunque intentara parecer relajado.
– No, no va a reventar -lo tranquilizó el mayor-. El sistema está construido con esclusas cerradas. Hemos podado una de las ramas. Una lástima, la verdad, porque era lucrativa. Pero era necesario. Hay demasiado en juego.
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