Liza Marklund - Studio Sex

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Ocho años antes de los dramáticos sucesos de Dinamita…
La reportera novata Annika Bengtzon acaba de empezar unas prácticas de verano en un importante periódico de Estocolmo, el Kvällspressen. Allí se encarga de la aburrida tarea de atender la línea telefónica de los chivatazos. Pero antes de que haya tenido la menor oportunidad de adentrarse en el frenético mundo del periodismo, aparece el cadáver desnudo de una chica joven en un cementerio. Una stripper que trabajaba en el club Studio Sex ha sido violada y estrangulada, y el principal sospechoso es un secretario del Gobierno. Annika rápidamente se da cuenta de que este caso puede ser la oportunidad para escribir su primer gran artículo y catapultarse a la fama. Aunque a medida que descubre el oscuro infierno de los clubes de alterne, se va internando peligrosamente en un mundo de sexo y violencia.

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– ¿Joachim también se queda con el dinero de las otras chicas?

– No, claro que no. Todas las chicas están aquí por el dinero. Ganan mucho, más de diez mil por noche, sin impuestos.

Los ojos de Annika parpadearon.

– ¿Qué dice Hacienda de eso?

Patricia suspiró.

– No tengo ni idea, Joachim y Sanna se encargan de las finanzas.

– Pero si tú registras el dinero del bar en el libro de contabilidad, entonces tendréis que pagar impuestos.

Patricia se irritó.

– Como comprenderás hay libros distintos. ¿Vamos a la ruleta?

Annika dudó.

– ¿Entonces yo? ¿Qué voy a ganar?

Patricia arrugó la frente y se dirigió hacia la entrada.

– No sé lo que habrá pensado Joachim -repuso.

Annika le dio la espalda al oscuro y horrible local. Se balanceó sobre sus zapatos, el tacón se hundió en la moqueta sintética y levantó un polvillo rojo oscuro.

La mesa de la ruleta estaba gastada, el tapete verde tenía marcas de quemaduras y ceniza. La zona de juego, tan real con sus números y sus cuadrados, hizo que desapareciera su inseguridad.

– Hay que cepillar el tapete -indicó Annika e inspeccionó la mesa de juego.

Mientras Patricia buscaba los instrumentos, Annika dejó que su mano se deslizara por el borde de la mesa. Esto podía hacerlo, no era peligroso. Ella no estaba en la propia sala de sexo, aquella entrada no se diferencia mucho del vestíbulo del Stadshotel de Katrineholm.

Patricia le enseñó dónde estaban los utensilios, Annika cepilló la mesa y recogió las fichas.

– ¿Por qué son de distintos colores? -preguntó Patricia.

– Para diferenciar a los jugadores -explicó Annika y apiló las fichas alrededor de la ruleta, veinte en cada pila-. ¿Dónde está la bola?

– Hay dos, una grande y otra pequeña -dijo Patricia y sacó una caja de cartón-. No sé cuál es la correcta.

Annika sonrió y sopesó las bolas en sus manos. El movimiento le resultó familiar, le dio fuerzas.

– Giran con distinta velocidad. Yo prefiero la grande.

Hizo girar la ruleta en el sentido contrario a las agujas del reloj, tomó la bola grande entre el corazón y el pulgar, la soltó contra el canal de la ruleta, lanzándola en sentido contrario. Patricia se quedó boquiabierta.

– ¿Cómo lo has hecho? -preguntó.

– Se debe al giro de la muñeca -explicó Annika-. La bola tiene que dar por lo menos siete vueltas, si no el lanzamiento es inválido. Yo suelo hacer una media de once.

La bola redujo velocidad y se desplomó en el número 19. Annika se inclinó sobre la ruleta.

– Cuando lance de nuevo la bola tengo que hacerlo desde el número en el que la he cogido.

– ¿Por qué? -inquirió Patricia.

– Para impedir las trampas.

– ¿Cuáles son los premios?

Annika le explicó por encima lo que pleno, caballo, transversal, cuadro y otras apuestas significaban y el valor de las combinaciones vecino y seisena. Todas las apuestas tenían diferentes premios.

Patricia se llevó las manos a la cabeza.

– ¿Cómo se puede calcular el premio?

– Se hace bastante rápido -reconoció Annika-. Al principio es más fácil si se te da bien sumar mentalmente, pero pronto se aprenden las diferentes combinaciones.

Le mostró cómo contaba la ganancia, veinte fichas en cada pila, las partía por la mitad, dejaba que los dedos se deslizaran por el borde de forma que el resto de las fichas siguieran. Patricia observaba fascinada el rápido movimiento de dedos de Annika.

– ¡Joder, qué chulada! -exclamó-. Quizá la ruleta sea algo para mí.

Annika se rió y lanzó la bola.

En ese mismo instante llegaron las otras chicas.

Sanna, la relaciones públicas, estaba completamente desnuda junto a su atril cuando los clientes comenzaron a llegar. Sonreía y bromeaba, flirteaba e incitaba, les decía a los hombres lo calientes que se pondrían. Annika reconoció su voz como la del contestador automático. Una vez que Sanna les hubo cobrado, los clientes dirigieron sus miradas hacia Annika y la alcanzaron como flechas, le produjeron la sensación de que el sujetador se encogía y el pecho se le veía más. Bajó la vista, miró fijamente las quemaduras del tapete, y se obligó a no cubrirse con las manos. Nadie estaba interesado en jugar a la ruleta.

– Tienes que coquetear -le dijo Sanna fríamente después de que un grupo de ejecutivos italianos entrara en la sala de striptease -. Tienes que ser un poco más sexy, coño.

Annika se sintió avergonzada.

– No soy muy buena haciendo esto -respondió con una voz demasiado clara.

– Entonces tendrás que aprender. No sirve de nada tenerte ahí parada si no haces dinero.

Los ojos de Annika brillaron.

– La mesa está aquí de cualquier manera -replicó-. ¿Te molesta que yo esté? ¿Quieres que pague por respirar?

La carcajada de un hombre desde la escalera de caracol las hizo callar.

– Me parece que tenemos dos gatas salvajes en la misma jaula -dijo el hombre que bajaba lentamente por la escalera.

Annika supo inmediatamente que era Joachim, pelo rubio y largo, ropa cara y provocativa, una gruesa cadena de oro colgando del cuello. Era la clase de tipo por el que Josefin se operaría los pechos.

Se acercó y saludó.

– Annika -dijo ella-. Me alegro de estar aquí.

Sanna frunció el ceño.

Joachim la estudió detenidamente, asintió aprobador al llegar a sus pechos.

– Tú estarías bien en el escenario -apuntó él-. Si quieres puedes tener un número esta misma noche.

Nadie me pregunta el apellido, pensó Annika y se esforzó por sonreír con naturalidad.

– Gracias -dijo ella-, pero primero probaré con la ruleta.

– ¿Sabes? -señaló él-, Sanna tiene razón. Tienes que ganar mucho dinero, si no no valdrá la pena.

La sonrisa de Annika se borró.

– Lo intentaré -repuso y bajó la vista.

– Quizá, primero deberías estar en el bar con las otras chicas unas cuantas noches, aprender cómo funciona esto.

Joachim estaba muy cerca de ella, Annika sentía su presencia electrizante. Era atractivo, tenía que reconocerlo. Cerró los ojos un instante antes de levantar la vista y encontrar su mirada.

– Sí -contestó ella-, es una buena idea. Pero me gustaría ver si consigo que algún cliente juegue al salir.

Justo en aquel mismo instante salieron dos vendedores de seguros medio borrachos de la sala de striptease. Tenían la frente perlada de sudor y la ropa ligeramente desordenada. Annika fue hacia ellos, les puso el pecho en el rostro y les pasó los brazos por sus hombros.

– Hola, chicos -dijo-. Ya habéis tenido suerte en el amor, pero una noche sólo es una noche de verdad si se tiene también suerte en el juego, ¿verdad?

Esbozó la mejor de sus sonrisas, las rodillas le temblaban. Joachim tenía un muslo pegado a su trasero, deseaba gritar bien alto.

– No, joder -dijo uno de ellos.

Annika dio un paso hacia delante y se separó del muslo de Joachim, abrazó al otro hombre.

– ¿Y tú qué? Tú pareces un chico con suerte, un auténtico caballero. Ven y juega una partida conmigo.

El hombre sonrió.

– ¿Y qué gano yo? ¿Te gano a ti?

Annika consiguió reír.

– ¿Quién sabe? -replicó ella-. Quizá ganes tanto dinero que puedas comprar a la chica que quieras.

– Okey -repuso el hombre y sacó la cartera, su amigo le siguió de mala gana.

Puso un billete de cien sobre la mesa.

Annika sonrió abatida. El viejo acababa de pagar varios miles por beber Pommac y ver chicas desnudas, y ahora ella tenía que sudar por un billete de cien.

– Con esto ni siquiera se consigue poner la bola en juego -dijo ella suavemente-. Mira, guapo, aquí jugamos fuerte. Grandes apuestas, grandes ganancias. Mil coronas, veinte fichas.

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