Liza Marklund - Studio Sex

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Ocho años antes de los dramáticos sucesos de Dinamita…
La reportera novata Annika Bengtzon acaba de empezar unas prácticas de verano en un importante periódico de Estocolmo, el Kvällspressen. Allí se encarga de la aburrida tarea de atender la línea telefónica de los chivatazos. Pero antes de que haya tenido la menor oportunidad de adentrarse en el frenético mundo del periodismo, aparece el cadáver desnudo de una chica joven en un cementerio. Una stripper que trabajaba en el club Studio Sex ha sido violada y estrangulada, y el principal sospechoso es un secretario del Gobierno. Annika rápidamente se da cuenta de que este caso puede ser la oportunidad para escribir su primer gran artículo y catapultarse a la fama. Aunque a medida que descubre el oscuro infierno de los clubes de alterne, se va internando peligrosamente en un mundo de sexo y violencia.

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Y él dice

que nunca

me dejará marchar.

Viernes, 7 de septiembre

Annika sintió ganas de vomitar de cansancio cuando sonó el despertador. Lo apagó rezongando, le dolían las piernas, pesadas como el plomo. La lluvia continuaba repicando sobre el alféizar, a un ritmo discontinuo con diferente fuerza en sus golpes.

Se sentó en el sofá del cuarto de estar y realizó dos llamadas. Tuvo suerte. Los dos hombres estaban localizables. Acordó encontrarse con el primero al cabo de una hora y con el otro al día siguiente. Luego se volvió a meter en la cama e intentó dormir media hora más. Cuando se levantó estaba aún más cansada. Olía a un sudor fuerte y ácido, pero no tuvo fuerzas para bajar a ducharse. Se pasó un poco de desodorante por las axilas y se puso un jersey grueso.

Él ya había llegado, estaba sentado a una mesa junto a la ventana y miraba fijamente a la lluvia correr por la vidriera. Delante tenía una taza de café y un vaso de agua.

– ¿Te acuerdas de mi? -preguntó Annika y alargó la mano.

El hombre se levantó y esbozó una sonrisa.

– Claro -respondió-. Tuvimos un buen encontronazo.

Annika se sonrojó, se dieron la mano y se sentaron.

– ¿Qué quieres exactamente? -inquirió Q.

– Studio Sex lleva doble contabilidad -dijo Annika-. Joachim engaña a Hacienda. Los libros de verdad, en los que figuran las auténticas cifras, sólo están en el club de vez en cuando.

Annika se bebió de un trago el vaso de agua del policía. Q arqueó las cejas.

– Be my guest -dijo él-. De cualquier manera no tenía sed.

– Ahora están ahí hasta el sábado.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó el policía con calma.

– Trabajo allí como crupier. Ya no soy periodista. He dejado mi trabajo y he abandonado el sindicato. A las chicas del club les pagan directamente en mano. No se pagan impuestos ni seguridad social.

– ¿Quién te ha contado todo eso?

– Patricia. Ella no es responsable ni tiene nada que ver con la economía, pero escribe las cifras en los libros de recaudación del bar. Y además lo vi esta madrugada.

El policía se levantó y se dirigió a la barra, pidió otra taza de café y cogió dos vasos de agua. Lo colocó todo sobre la mesa.

– Pareces necesitar una dosis de cafeína -apuntó él.

Annika bebió, el café estaba templado.

– ¿Por qué me cuentas todo esto? -preguntó Q quedamente.

Ella no respondió.

– ¿Sabes lo que estás haciendo? -inquirió él.

Ella bebió agua.

– ¿Qué?

– Estás cooperando con la policía -anunció él-. Creía que eso quedaba por debajo de tu dignidad.

– Ya no tengo que preocuparme de proteger a mis fuentes -respondió Annika secamente-. No represento a los medios, le digo a la policía lo que quiero.

Él la observó divertido.

– ¡Venga ya! -exclamó-. Las cosas no son tan sencillas. Si te conozco bien, estás ahí sentada pensando en el provecho que le sacarás a esto.

Ella se agitó.

– Bullshit -repuso ella-. No me conoces en absoluto.

– Sí, a la periodista que hay en ti.

– Está muerta.

– Bullshit -contraatacó él-. Está herida y cansada. Sólo está tomándose un respiro y pronto saldrá de nuevo a la pista.

– Nunca -espetó ella.

– ¿Así que vas a ser crupier en tugurios de mala muerte el resto de tu vida? Sería una pena.

– Creía que pensabas que soy un coñazo.

Q sonrió ampliamente.

– También lo eres, como un grano en el culo. No está mal, lo necesitamos. Tenemos que sentir que estamos vivos.

Ella lo observó con desconfianza.

– Te estás quedando conmigo -dijo.

– Sí, quizá un poco -repuso él.

– Lo podéis detener por la contabilidad -apuntó ella-. No sé lo que hay en ella, pero debería ser suficiente como para cerrar el club. Además yo misma estoy cometiendo un delito, practico juegos de azar en la ruleta. A Joachim le parece bien.

– Entonces acabarán pillándote -dijo Q-. Más tarde o más temprano.

– Esta noche pienso volver allí, luego lo dejaré. Ayer gané ocho mil coronas, con una noche más me apañaré hasta que me den el desempleo.

– Eso dicen todos -replicó él.

Annika calló, la vergüenza le quemaba el rostro. Comprendió que él tenía razón, bajó la vista hacia sus manos.

– Ya he hablado demasiado -dijo-. Ahora sólo quiero escuchar.

El policía se levantó y regresó con un sándwich de queso.

– Esto es completamente off the record -señaló él-. Si alguna vez escribes algo te asaré a fuego lento.

– Coacción y amenazas -replicó Annika.

Él esbozó una rápida sonrisa y luego se puso serio.

– Tenías razón -informó él-. El asesinato de Josefin Liljeberg está policialmente resuelto.

– ¿Por qué no lo detenéis? -preguntó Annika demasiado alto.

Q se inclinó sobre la mesa de mármol.

– ¿No crees que lo haríamos si pudiéramos? -contestó en voz baja-. Joachim tiene una coartada perfecta. Seis chicos aseguran que estaba en Sturecompagniet a las cinco y que luego se fue con ellos en un taxi limusina a una fiesta privada. Todos los muchachos cuentan la misma historia.

– ¡Pero están mintiendo! -exclamó Annika.

El policía mordió su pan seco.

– Por supuesto -replicó y tragó un bocado-. El problema es demostrarlo. Un camarero de Sturecompagniet asegura que Joachim estuvo allí, pero no puede aclarar a qué hora exactamente. Tampoco puede decir cuándo se marchó. El chófer del taxi limusina confirma que llevó a un grupo de jóvenes borrachos de Stureplan a Birkastan. Joachim tiene el recibo. El chófer no puede confirmar ni desmentir que Joachim estuviera en el taxi, no vio a los muchachos que estaban sentados detrás. Y Joachim no estuvo sentado delante ni pagó. La dueña del piso de Rörstrandsgatan dice que Joachim se quedó dormido en el sofá alrededor de las seis. Seguramente dice la verdad.

– Joachim estaba en el club poco antes de las cinco -dijo Annika encolerizada-. Se peleó con Josefin, Patricia los oyó.

Q suspiró.

– Yes, lo sabemos. Es la palabra de Patricia contra la de siete chicos. Si, y digo si, este asesinato llevara alguna vez a una acusación y consiguiéramos romper la historia de los muchachos, entonces todos tendrían que ser acusados de falso testimonio. Eso es casi imposible.

Permanecieron sentados un rato en silencio, Annika bebió del café frío. El policía comió su sándwich de queso.

– Puede que alguno hable -dijo Annika.

– Sí -repuso Q-. El problema es que la mayoría de ellos estaban tan borrachos que no recuerdan nada. Les han servido la historia como si fuera verdad y creen realmente lo que dicen. Calculo que uno o quizá dos de los chicos son conscientes de que mienten. Pero son los mejores amigos de Joachim. Y de pronto ahora ambos se mueven con mucho dinero. Nunca abrirán el pico.

Annika se sentía cansada, rozando el malestar.

– ¿Qué pasó realmente? -preguntó agotada.

– Lo que tú piensas -contestó Q-. Joachim la estranguló detrás de la lápida.

– ¿Y la violó?

– No, allí no, entonces no. Aunque ella tenía esperma, y la prueba de ADN mostró que era de Joachim, al parecer tuvieron una relación sexual unas horas antes y aún le quedaban restos.

Annika cerró los ojos y rebuscó en su memoria.

– Pero primero anunciasteis que fue una violación -dijo ella-. Dijisteis que había indicios de violencia sexual.

El policía se acarició la frente.

– Casi todas eran antiguas heridas -relató-, sobre todo en el ano. Solía violarla analmente.

Ella sintió de repente ganas de vomitar.

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