Liza Marklund - Studio Sex

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Ocho años antes de los dramáticos sucesos de Dinamita…
La reportera novata Annika Bengtzon acaba de empezar unas prácticas de verano en un importante periódico de Estocolmo, el Kvällspressen. Allí se encarga de la aburrida tarea de atender la línea telefónica de los chivatazos. Pero antes de que haya tenido la menor oportunidad de adentrarse en el frenético mundo del periodismo, aparece el cadáver desnudo de una chica joven en un cementerio. Una stripper que trabajaba en el club Studio Sex ha sido violada y estrangulada, y el principal sospechoso es un secretario del Gobierno. Annika rápidamente se da cuenta de que este caso puede ser la oportunidad para escribir su primer gran artículo y catapultarse a la fama. Aunque a medida que descubre el oscuro infierno de los clubes de alterne, se va internando peligrosamente en un mundo de sexo y violencia.

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– Aquí tienes -dijo y esbozó una sonrisa.

A Annika le temblaban los dedos cuando recibió el documento.

– ¿Dónde estuvo? -inquirió y hojeó los papeles.

– Voló con Estonian Air a Tallin la noche del 27 y alquiló un avión privado para regresar por la noche, aterrizó en Barkarby. El avión privado era estonio. ¿Deseas la suma de la cantidad en coronas suecas?

– No, gracias, no es necesario -respondió Annika.

Miró fijamente las copias de los recibos de las tarjetas de crédito que tenía frente a ella. Habían llegado a la Inspección el lunes 30 de julio. El ministro alquiló el avión con la Eurocard del gobierno. Annika esperaba encontrar la misma firma desordenada que en el recibo de Studio Sex, pero ésta era redonda e infantil.

– Muchísimas gracias -dijo Annika y sonrió a la mujer-. No sabes lo mucho que esto significa para mí.

– De nada -repuso la mujer.

Sus pies resonaban contra el asfalto casi sin tocarlo, rebotaban sobre las cámaras de aire de las zapatillas y la lanzaban hacia arriba junto a sus entrecortadas carcajadas.

¡El jodido agarrado no pudo esperar a que alguien pagara sus gastos!

Casi parecía levitar mientras regresaba a Hantverkargatan. ¡Tenía razón! El ministro había estado en otra parte y no deseaba que se supiera.

Cabrón, pensó. ¡Está quemado!

El teléfono sonaba cuando abrió la puerta de la casa, se lanzó sobre él y respondió jadeando.

– Hola, soy el jefe de información de la Comisión de Exportación -dijo un hombre con una pronunciación bien clara-. Al parecer deseabas tener acceso a unos documentos.

Annika se dejó caer sobre el sofá con el abrigo y el bolso colgando del hombro.

– Me han informado de que la Comisión Superior de Exportación no pertenece ahora a la administración y que no es posible tener acceso.

– Sí que lo es, tienes que hacer una petición por escrito, luego la registramos y comprobamos si el documento se puede entregar. Aunque muchos son confidenciales.

Vaya, pensó. Ahora sí se puede.

– Muchísimas gracias por llamar -dijo Annika fatigada.

La señora de la Comisión con la que había hablado primero no tenía ni idea, pero Annika no tenía fuerzas para irritarse por la estupidez de los funcionarios. Muchos aún no sabían que el principio de acceso del pueblo a los documentos públicos era una parte del derecho de libertad de prensa de la Constitución. Todos los documentos públicos debían ser entregados inmediatamente si alguien los solicitaba, a no ser que fueran confidenciales.

Una tenía que hacer de todo, pensó Annika, si quería que las cosas salieran bien.

Se levantó y colgó el abrigo y el bolso, luego llamó a la empresa Cherry para informarse de cuándo podía empezar a trabajar.

– Estamos completos -informó el jefe de personal-. Llama en primavera.

La realidad la alcanzó como un ladrillazo en la nuca. Colgó el auricular y exhaló un suspiro. ¿Qué podía hacer?

Se puso de pie inquieta, bebió agua en la cocina y miró en el cuarto de Patricia. La mujer dormía profundamente con la boca abierta. Annika se la quedó mirando un rato.

Patricia sabe mucho más de lo que me ha contado, pensó. Es una estupidez que la policía no sepa dónde está.

Cerró la puerta con cuidado y se dirigió de nuevo al teléfono. Q estaba en su oficina.

– Claro que me acuerdo de ti -dijo él-. Tú eras la que investigaba sobre Josefin Liljeberg.

– Entonces trabajaba como periodista -repuso Annika-. Ahora lo he dejado.

– Vaya -contestó el policía, divertido-. ¿Por qué me llamas?

– Sé dónde vive Patricia.

– ¿Quién?

Ella se sintió como una imbécil.

– La compañera de piso de Josefin.

– ¡Ah, ya caigo! ¿Dónde vive?

– En mi casa. Compartimos apartamento.

– Ya he oído eso antes -dijo el policía-. Ten cuidado.

– No digas tonterías -replicó Annika-. Me gustaría saber cómo va la investigación.

Él rió.

– Vaya.

– Sé que el ministro estuvo aquella noche en Tallin -dijo ella-. ¿Por qué no quiere que eso se sepa?

La risa del policía cesó.

– Eres la hostia investigando cosas. ¿Cómo lo descubriste?

– Seguro que vosotros lo sabíais desde el principio.

– Sí, claro. Sabemos muchas cosas que no filtramos a la prensa.

– ¿Sabéis lo que estuvo haciendo allí?

El policía dudó un instante.

– En realidad, no. Eso no formaba parte de la investigación.

– ¿No has pensado en ello? -preguntó Annika.

– No mucho -contestó el policía-. Me imagino que en una reunión política.

– ¿Un viernes por la noche?

Permanecieron en silencio.

– A mí no me interesa lo que hizo el ministro -replicó el policía-. Solo me incumbe el asesino.

– ¿Y no es Christer Lundgren?

– No.

– El asesinato está policialmente resuelto, ¿verdad? -inquirió Annika.

Q resopló.

– Gracias por contarme lo de Patricia. No es que la echemos de menos, pero nunca se sabe.

– ¿No me puedes contar nada de la investigación? -preguntó Annika suplicando.

– Entonces deberías tener algo más que darme. Ahora tengo cosas que hacer…

Colgaron. Annika se dejó caer de espaldas sobre el sofá y cerró los ojos Tenía unas cuantas cosas en las que pensar.

– ¿Tienes un momento?

Anders Schyman levantó la vista, Berit Hamrin asomaba su cabeza por la puerta.

– Claro -contestó el director y cerró el documento que tenía en la pantalla-. Pasa.

Berit cerró la puerta cuidadosamente tras de sí y se sentó en el nuevo sofá de cuero.

– ¿Cómo van las cosas? -preguntó Berit.

– Más o menos -repuso Schyman-. Sabes que es difícil maniobrar con este acorazado.

Berit sonrió.

– No cambia de curso con facilidad -dijo ella-. Pero quiero que sepas que a mí me parece que haces lo correcto. Son necesarios los pasos que estás dando hacia una evaluación y una mayor toma de conciencia.

El hombre suspiró levemente.

– Está bien que alguien piense como yo -apuntó él-. Hay veces en las que creo que nadie más lo hace.

Berit se restregó las manos.

– Bueno -dijo-, he estado pensando en la situación de la redacción de sucesos. Tenemos una plaza libre después del traslado de Sjölander a nacional. ¿Se va a cubrir?

Schyman se volvió hacia la estantería y sacó un archivador, lo hojeó y meditó.

– No -repuso a continuación-. El consejo de redacción ha decidido que Sjölander se quede en la redacción de nacional, sucesos tendrá que funcionar contigo y los otros dos. El presidente desea que por el momento mantengamos un perfil discreto con los sucesos. Está conmocionado después de la crítica de Studio sex.

Berit se mordió el labio.

– Me parece que está equivocado -apuntó Berit cuidadosamente-. No creo que frenando salgamos de esta crisis. Creo que deberíamos acelerar. Reivindicarnos, trabajar de verdad pero meditando bien lo que hacemos. Por desgracia, eso es imposible con el personal con el que contamos en la actualidad.

Anders Schyman asintió.

– Estoy de acuerdo contigo. Pero, tal y como están las cosas ahora mismo, no tengo ninguna posibilidad de realizar una apuesta así. Eso implica, como bien has dicho, tanto una reestructuración como nuevos puestos de trabajo.

– Respecto a eso, tengo una proposición -apuntó Berit, y el director sonrió.

– Ya me imagino -repuso él.

Berit se impacientó.

– Annika Bengtzon es una joven muy despierta. Le da la vuelta a las cosas, piensa de una forma completamente distinta. A veces es algo impulsiva, pero eso se puede corregir. Creo que deberíamos contratarla.

El director agitó los brazos.

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