Liza Marklund - Studio Sex

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Ocho años antes de los dramáticos sucesos de Dinamita…
La reportera novata Annika Bengtzon acaba de empezar unas prácticas de verano en un importante periódico de Estocolmo, el Kvällspressen. Allí se encarga de la aburrida tarea de atender la línea telefónica de los chivatazos. Pero antes de que haya tenido la menor oportunidad de adentrarse en el frenético mundo del periodismo, aparece el cadáver desnudo de una chica joven en un cementerio. Una stripper que trabajaba en el club Studio Sex ha sido violada y estrangulada, y el principal sospechoso es un secretario del Gobierno. Annika rápidamente se da cuenta de que este caso puede ser la oportunidad para escribir su primer gran artículo y catapultarse a la fama. Aunque a medida que descubre el oscuro infierno de los clubes de alterne, se va internando peligrosamente en un mundo de sexo y violencia.

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– ¿Y no había nada que delatara la procedencia de los documentos?

– No. Fueron entregados en dos grandes sacas.

Annika arqueó las cejas.

– ¿Sacas? ¿Sacas de patatas?

Berit asintió.

– No se me ocurrió pensar dónde habían estado, me concentré en el contenido de los documentos. Fue uno de los mejores soplos de mi vida.

Annika sonrió.

– Comprendo. ¿Cómo eran las sacas?

Berit la observó durante unos segundos.

– Ahora que lo dices, las sacas tenían un texto impreso.

– ¿No viste lo que decía? -preguntó Annika.

Berit cerró los ojos y se pellizcó con el dedo gordo y el índice entre los ojos, suspiró, se pasó la mano por la frente y se chupó los labios.

– ¿Y…? -demandó Annika.

– Pudo ser una valija -apuntó.

Annika no comprendió.

– ¿Qué coño es una valija?

– En la Convención de Viena hay un parágrafo que trata de la inviolabilidad de la comunicación entre un Estado y sus representantes en el extranjero, me parece que es el artículo 27. Eso significa que el correo diplomático se envía en unas valijas especiales que son inmunes a los controles. El correo del gobierno pasa la aduana en las sacas. Pudo ser una de esas sacas.

Annika sintió que el vello se le ponía de punta.

– ¿Cómo pudo llegar al Estado Mayor?

Berit titubeó.

– Una valija sueca nunca llegaría hasta allí. En realidad siempre van desde Asuntos Exteriores a las distintas embajadas y al revés.

– Pero ¿ésta era extranjera?

Berit meneó la cabeza.

– No, me debo de confundir. Una valija sueca es azul con un texto amarillo que dice «diplomatic». Esta era gris con el texto rojo. No pensé en lo que ponía, sólo me interesaba tener una idea del tamaño del archivo, si contenía los papeles originales o copias. Por desgracia no eran los originales…

Permanecieron sentadas en silencio un momento, Annika observó a su antigua compañera.

– ¿Cómo sabes todo esto? Artículos y convenciones…

Berit sonrió.

– A lo largo de mi vida he escrito sobre casi todo. Algunas cosas se quedan.

Annika dejó que su vista resbalara por la ventana.

– Pero ¿podía haber sido una valija extranjera?

– O un saco de patatas -replicó Berit.

– ¿Ves por dónde van los tiros? -preguntó Annika.

– ¿Cuáles? -preguntó Berit sorprendida.

– Te lo contaré cuando esté segura -dijo Annika-. ¡Gracias por ayudarme!

Le dio a Berit un rápido abrazo, abrió el paraguas y se introdujo en el aguacero.

Diecinueve años, cuatro meses y treinta días

Él adivina el abismo como una vertiginosa sensación en la oscuridad, hace equilibrios al borde sin ser consciente del precipicio. Esto se manifiesta en exigencias convulsivas y labios apretados. Me chupa y me succiona hasta que mi clítoris es tan grande como una ciruela, asegura que los chillidos son de placer no de dolor. La hinchazón dura unos días, me escuece cuando me muevo.

Ando a tientas. La oscuridad es enorme. La angustia cuelga como una humedad gris en mi interior, imposible respirar. El llanto habita justo bajo la superficie, siempre presente, inseguro, cada vez más difícil de controlar. La realidad se encoge, se reduce por la presión y el frío.

Mi única fuente de calor propaga al mismo tiempo una crudeza heladora.

Y él dice

que nunca

me dejará marchar.

Miércoles, 5 de septiembre

– Aquí no se puede vivir, coño. No hay agua caliente, ni siquiera un jodido retrete. ¿Cuándo vas a volver a casa?

Sven estaba sentado en la cocina en calzoncillos y comía leche cuajada.

– Ponte algo -dijo Annika y se anudó la bata-. Patricia está durmiendo ahí dentro.

Se dirigió a la cocina y se sirvió café.

– Justo -refunfuñó Sven-. ¿Qué coño hace aquí?

– Necesitaba un sitio donde vivir. Yo tenía un habitación vacía.

– Y esta cocina -replicó Sven- es peligrosísima. Vas a prenderle fuego a toda la casa.

Annika suspiró en silencio.

– Es una cocina de gas, no es más peligrosa que las eléctricas.

– No digas chorradas -le espetó Sven.

Annika no respondió, bebió su café en silencio.

– Escucha -dijo Sven suplicante después de algunos minutos-, deja todo esto y vente a casa conmigo. Ahora ya lo has probado, has visto que no funciona. Tú no eres una periodista peleona, esta ciudad no es para ti.

Se levantó, se puso detrás de su silla y comenzó a darle un masaje en los hombros.

– Pero yo, sin embargo, te quiero -murmuró él, se inclinó y le mordió el lóbulo de la oreja. Sus manos se deslizaron por su cuello y asieron cuidadosamente sus pechos.

Annika se levantó y sirvió el café.

– Aún no voy a volver a casa -dijo cuidadosamente.

Sven la miró inquisitivamente.

– ¿Y tu trabajo? -inquirió él-. Tienes que empezar en el KK después de las elecciones.

Ella respiró profundamente.

– Tengo que irme -anunció-. Hoy tengo mucho que hacer.

Se apresuró a salir de la cocina y vestirse. Sven se situó en la puerta y la estudió mientras ella se ponía los vaqueros y la camiseta.

– ¿Qué haces durante todo el día? -preguntó.

– Investigo una serie de cosas -contestó Annika.

– ¿No estarás viendo a otro?

Annika dejó que los brazos le colgaran en un gesto de abandono.

– Por favor -repuso-. Aun cuando tú piensas que soy una nulidad como periodista hay otros que piensan que soy okey

Él la interrumpió abrazándola.

– Yo no creo, en absoluto, que seas una nulidad -replicó él-. Al contrario. Me cabrea mucho cuando hablan mal de ti en la radio. Yo ya sé lo fantástica que eres.

Se besaron apasionadamente, Sven comenzó a bajarle la cremallera.

– No -dijo Annika y apartó al hombre de su lado-. Tengo que irme si quiero hacer…

Él la acalló con un beso y la tumbó en la cama.

El archivo del Fina Morgontidningen estaba pared con pared de la entrada del Kvällspressen. Annika se apresuró a pasar a través de las puertas con la mirada clavada en el suelo. No deseaba encontrarse a nadie conocido y pasó discretamente por la recepción y entre las estanterías de periódicos. Tres hombres estaban sentados donde los microfilmes, en la mesa grande, ella dejó su bolso en la mesa pequeña.

El número nueve de Folket i Bild Kulturfront de 1973 salió a comienzos de mayo. Cogió el archivador del Morgontidningen de abril de ese mismo año y comenzó a hojear. Esto era una idea peregrina, tenía que reconocérselo a sí misma. Arrancó el apunte del cuaderno y lo puso frente a ella:

Archivo nacional, Gravgatan 24.

Archivo internacional, Valhallavägen 56.

Las hojas del periódico estaban amarillentas y rasgadas por algunas partes. El texto era diminuto y difícil de leer, no tenía más de siete puntos. La edición era embrollada y dispersa. Los anuncios de moda la hicieron reír, la gente de principios de los setenta parecía ridícula.

Pero el contenido de los artículos le resultó increíblemente familiar. Millones de personas estaban amenazadas de hambruna en África, a los jóvenes les costaba adaptarse al mercado laboral, Lasse Hallström había hecho una nueva película para televisión que se titulaba: ¿Vamos a tu casa, a la mía o cada uno a la suya?

Por lo visto también se celebraba el campeonato del mundo de hockey sobre hielo, Olof Palme había pronunciado un discurso en Kungälv. La guerra del día se combatía en Vietnam y Camboya, el escándalo del Watergate comenzaba a desmadejarse en Washington. Suspiró. Ni una línea sobre lo que buscaba.

Cambió de archivador, del 16-30 abril al 1-15 abril.

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