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Liza Marklund: Dinamita

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Liza Marklund Dinamita

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En las bulliciosas y estresantes oficinas editoriales del periódico Kvällspressen la periodista Annika Bengtzon intenta conseguir el artículo entre los artículos. Para ello se debate en una constante lucha interior entre las exigencias que le suponen su vida familiar y su ambición profesional. Valiente, compasiva, inteligente, con un lado oscuro y autodestructivo, se obstina por informar sobre la verdad, sin importarle cómo conseguirla. Durante los meses pre-Olímpicos una bomba estalla en uno de los estadios de la ciudad. Christina Furhage, una de las mujeres más importantes del país, vuela en pedazos. Ésta es la oportunidad de Annika para catapultarse a la fama y el reconocimiento de sus compañeros. Tendrá que averiguar quién intenta sabotear los Juegos y por qué. Tiene una pista como punto de partida: en la explosión se utilizó dinamita de la empleada en la construcción.

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– ¡Evacuad el túnel! -exclamó hacia la puerta-. ¡Que las ambulancias esperen! Tenemos una bomba.

El policía se inclinó sobre ella y Annika cerró los ojos. Oyó que había más gente en los alrededores, pisadas y voces.

– Tranquila, Annika, esto lo arreglamos -anunció el policía.

Beata gimió a unos metros.

– Ten cuidado de que ella no alcance el cable -dijo Annika en voz baja.

El policía se levantó y siguió el cable con la vista. Luego dio un par de pasos, cogió el cable verde y amarillo y lo dejó a su lado.

– Bueno -le dijo a Annika-. Ahora vamos a ver lo que tenemos aquí.

– Es Minex -informó Annika-. Pequeños, del color de los envoltorios de caramelos.

– Yes -respondió el policía-. ¿Qué más sabes?

– Son casi dos kilos, el mecanismo de detonación puede ser inestable.

– ¡Mierda! No soy demasiado bueno con esto.

A lo lejos Annika oyó sirenas y ruidos.

– ¿Están en camino?

– Correcto de nuevo. Es una suerte que estés viva.

– No fue fácil -contestó Annika y estornudó.

– Ahora quédate completamente quieta.

Él se concentró unos segundos para estudiar la carga explosiva. Luego cogió el cable de la parte superior de la bomba y tiró de él. No ocurrió nada.

– ¡Gracias, Dios mío! -susurró él-. Era tan fácil como pensaba.

– ¿Qué? -dijo Annika.

– Era una carga explosiva corriente, de ésas que se utilizan en las obras. No era una bomba. Sólo hay que quitar el detonador del cartucho y la carga se desactiva.

– Estás bromeando -dijo Annika escéptica-. ¿Quieres decir que yo he podido hacerlo sola en cualquier momento?

– Más o menos.

– ¡Joder! ¿Entonces por qué he estado aquí toda la noche? -preguntó enfadada consigo misma.

– Bueno, también tenías una cuerda alrededor del cuello. Eso te hubiera matado con la misma efectividad. Tienes unas marcas muy feas en el cuello. Y si ella hubiera conseguido juntar el cable a la pila hubiera sido el final, para ti y para ella.

– También tenía un temporizador.

– Espera, te voy a quitar la dinamita de la espalda. ¡Joder! ¿Qué ha utilizado para sujetarla?

Annika resopló profundamente.

– Cinta adhesiva de obra.

– Okey, espero que no haya detonadores en la cinta adhesiva. Bien, corto por aquí, ahora ya está…

Annika sintió desaparecer el peso de la espalda. Se apoyó contra la pared y se arrancó del vientre la cinta adhesiva.

– No hubieras podido ir muy lejos -dijo el policía y señaló las cadenas-. ¿Sabes dónde están las llaves?

Annika negó con la cabeza y señaló a Beata.

– Debe tenerlas en el bolsillo.

El policía cogió la radio e informó que podían entrar, la carga explosiva estaba desactivada.

– Hay más dinamita ahí -informó Annika señalando.

– Vale, nos ocuparemos de ella.

Tomó los cartuchos con la cinta aislante y los dejó entre los otros, luego fue hacia Beata. La mujer yacía totalmente inmóvil, boca abajo, la sangre manaba del agujero en el hombro. El policía le buscó el pulso y le levantó el párpado.

– ¿Se salvará? -preguntó Annika.

– ¿A quién le importa? -contestó el policía.

Y Annika se oyó decir a sí misma:

– A mí me importa.

Dos camilleros aparecieron en el túnel empujando una camilla. Con la ayuda del policía colocaron a Beata en ella. Uno de los hombres revisó los bolsillos y encontró dos llaves de candado.

– Déjame a mí -pidió Annika y el policía se las lanzó.

Los camilleros controlaron las constantes vitales de Beata mientras Annika se quitaba las cadenas. Se incorporó sobre sus piernas tambaleantes y observó a los hombres mientras se llevaban a Beata hacia la salida del túnel. La mujer parpadeaba y vio a Annika. Pareció como si intentara decir algo, pero la voz no la acompañó.

Annika siguió la camilla con la mirada hasta que se perdió tras la esquina. Más personas y policías comenzaban a entrar en el túnel. Las conversaciones llenaron el aire, las voces subían y bajaban. Se tapó los oídos; en cualquier momento se desplomaría.

– ¿Necesitas ayuda? -le preguntó su fuente.

Suspiró y notó que volvería a llorar.

– Sólo quiero irme a casa -respondió.

– Deberías pasar por el hospital y hacerte un control -dijo el policía.

– No -replicó Annika decidida y pensó en sus pantalones cagados-. Primero tengo que ir a Hantverkargatan.

– Deja que te ayude, estás complemente groggy.

El policía la cogió por la cintura y la acompañó hacia la salida. Annika de pronto notó que le faltaba algo.

– Espera, mi bolso -dijo y se detuvo-. Quiero mi bolso y mi ordenador.

El hombre le dijo algo a un policía uniformado y alguien le dio su bolso.

– ¿Es tu ordenador? -pregunto el policía.

Annika dudó.

– ¿Tengo que contestar a eso ahora mismo?

– No, podemos esperar. Venga, ahora vete a casa.

Se acercaban a la salida y Annika vislumbró un enjambre de personas en la oscuridad bajo el estadio. Se detuvo instintivamente.

– Sólo son policías y personal sanitario -le informó el hombre a su lado.

En el mismo momento que puso su pie fuera del túnel alguien le disparó un flash en plena cara. Durante un segundo se quedó completamente ciega y se oyó a sí misma bramar. Comenzó a vislumbrar los contornos y vio la cámara y al fotógrafo. Llegó en dos pasos y lo tumbó de un derechazo.

– ¡Hijo de puta! -exclamó ella.

– Bengtzon, ¡joder! ¿Qué haces? -gritó el fotógrafo.

Era Henriksson.

Le pidió a los policías que se detuvieran en Rosetten, el supermercado junto a su casa para comprar acondicionador de pelo. Luego subió por las escaleras los dos pisos hasta su apartamento, abrió la puerta y entró en el silencioso recibidor. Era como si estuviera en otro tiempo, como si hubieran pasado muchos años desde la última vez que estuvo aquí. Se quitó toda la ropa y la dejó caer en el suelo del recibidor. Luego cogió una toalla del cuarto de baño contiguo y se secó el vientre, las nalgas y el pubis. Después se fue directamente a la ducha y ahí se quedó mucho tiempo. Sabía que Thomas estaba en el Grand Hotel; volverían a casa cuando los niños se despertaran.

Se vistió con ropa limpia. Toda la ropa sucia, los zapatos y también el abrigo, los metió en una gran bolsa de plástico negra. Seguidamente se llevó la bolsa y la tiró en el basurero del patio.

Ya sólo le quedaba hacer una cosa antes de irse a dormir. Encendió el ordenador de Christina; la batería estaba casi agotada. Cogió un disquete y archivó su propio artículo que estaba en un icono del escritorio. Después dudó un momento, pero luego pulsó dos veces en una carpeta de Christina llamada «Yo».

Allí había siete documentos, siete capítulos y todos comenzaban por una palabra: Existencia, Amor, Humanidad, Felicidad, Mentiras, Maldad y Muerte.

Annika abrió el primero y comenzó a leer.

Había hablado con todas las personas que rodeaban a Christina Furhage o que estaban cerca de ella. Todas ellas habían contribuido a crear la imagen de la jefa de los Juegos que Annika tenía.

Al final, la misma Christina se había decidido a hablar.

Epílogo

A finales de junio, justo seis meses después de la última explosión, Beata Ekesjö fue condenada por el tribunal de Estocolmo por tres asesinatos, cuatro intentos de asesinato, daños, destrozos, secuestro, robo y conducción ilegal. No pronunció ni una palabra durante todo el juicio.

La sentencia significaba reclusión en un psiquiátrico con especial prueba de evaluación de su estado mental. Esta no fue apelada y se declaró firme tres semanas después.

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