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Liza Marklund: Paraíso

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Liza Marklund Paraíso

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Un huracán barre el sur de Suecia sembrando el caos a su paso. Dos hombres yacen muertos en el puerto de Estocolmo, con sendos disparos a bocajarro en la cabeza. Una muchacha trata de salvar su vida. Encuentra refugio en Paradise, una fundación dedicada a las personas cuyas vidas están en peligro. Annika Bengtzon, redactora de un periódico, está tratando de reconstruir su vida tras la violenta muerte de su prometido. Cubrir la historia de Paradise es la oportunidad que necesita para volver a encaminar su vida personal y profesional. Pero, como está a punto de descubrir, ni Paradise ni la muchacha, Aida, son lo que aparentan. La búsqueda de Annika de la verdad la obligará a ella misma y a Aida a enfrentarse a sus turbulentos pasados, y al final Annika se verá ante la decisión más difícil de su vida.

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Sin pararse a pensar en su propia seguridad, el guardia salió de su vehículo y se acercó a los hombres. Estaban a pocos metros de distancia. Su reacción fue casi de asombro. Los cuerpos tenían un aspecto extraño, como si fueran hermanos pequeños de Marty Feldman: con los ojos parcialmente fuera de sus órbitas y la lengua colgando. Ambos tenían una pequeña marca en la parte superior de la cabeza, y a los dos les faltaba una oreja, así como grandes trozos de la nuca y el cuello.

El hombre contempló a los dos muertos durante un espacio de tiempo que más tarde no supo precisar. Le interrumpió una ráfaga de viento que le tiró al suelo. Extendió las manos para evitar la caída y metió una de ellas en un charco de tejido cerebral. La sustancia viscosa y pegajosa que le escurría por los dedos le provocó una repentina y violenta náusea. Vomitó sobre el parachoques de su automóvil y a continuación se limpió frenéticamente esa sustancia pringosa de las manos en la tapicería del asiento del conductor.

La central de Comunicaciones de la Policía de Estocolmo, en Kungsholmen, recibió la llamada del Frihamnen de Värtan a las 05.31. La noticia llegó a la redacción del periódico Kvällspressen tres minutos después. Fue Leif quien llamó para dar la información.

– El coche 1120 está camino de Värtan, y también dos ambulancias.

En ese momento de la mañana, cuarenta y nueve minutos después del cierre y veintiséis minutos antes de entrar en imprenta, reinaba en la redacción el habitual caos de concentración y creatividad. Los redactores, con los ojos enrojecidos, tecleaban los últimos titulares, daban el toque final a la frase introductoria y los pies de foto de la primera plana y corregían erratas. Jansson, el redactor de noche, examinaba la maqueta y enviaba páginas a la imprenta a través de la nueva autopista electrónica.

En aquel momento, quien respondió a la llamada en la que informaban del doble asesinato fue la redactora del turno de noche, Annika Bengtzon.

– ¿Qué significa eso? -preguntó, mientras escribía algo frenéticamente en un post-it.

– Al menos dos muertos -dijo Leif y cortó la llamada para ser el primero en dar la noticia al siguiente periódico. El segundo en dar un dato no recibía ninguna compensación.

Annika se puso de pie y colgó el teléfono en un mismo movimiento.

– Dos fiambres en el Frihamnen de Värtan. Posibles asesinatos, pero sin confirmar -dijo a Jansson, que estaba de espaldas-. ¿Quieres que salga en la primera edición?

– No -respondió Jansson, sin darse la vuelta.

– ¿Se lo paso a Carl y Bertil? -preguntó ella.

– Sí -respondió Jansson.

Ella se dirigió al despacho de los reporteros con la nota amarilla pegada en el índice a modo de bandera.

– Jannson quiere que mires esto -dijo ella apuntando con el dedo al reportero.

Carl Wennergren cogió el papel con una ligera expresión de disgusto.

– Ha llegado Bertil Strand, por si tenéis que ir allí -dijo ella-. Está en el laboratorio fotográfico.

Annika se dio la vuelta y se marchó sin esperar a que Carl respondiera. La relación entre ellos no era lo que se dice cordial. Se arrellanó en su silla. Estaba exhausta. La noche había sido dura, con muchos asuntos de última hora. Un huracán se había abatido la noche anterior primero sobre Escania y luego sobre el país entero. Kvällspressen había dedicado muchos recursos a cubrir la tormenta, y con gran éxito. Se había logrado enviar a periodistas y fotógrafos en el último avión a Sturup para reforzar a la redacción de Malmö. Los periodistas de Växjö y Gotemburgo habían estado allí toda la noche, más un grupo de corresponsales, proporcionando textos y fotos. Todo el material llegó con el despacho de la noche, y el trabajo de Annika consistía en organizar y estructurar los artículos. Eso significaba reescribir cada uno de ellos, de forma tal que armonizaran entre sí y se adecuaran al contexto. Su nombre aún no figuraba en ninguna parte del periódico, salvo en la caja con la información sobre huracanes que había preparado con antelación. Era redactora, una más entre los muchos periodistas anónimos y desconocidos.

– ¡Mierda! -gritó Jansson de pronto-. No ha salido el puñetero amarillo de la foto de primera plana. Maldito…

Fue corriendo a la mesa de imágenes y a gritos preguntó por Pelle Oscarsson, el jefe de la sección de arte. Annika sonrió lánguidamente: Mundo Feliz. Según los profetas del futuro, con la tecnología digital todo sería más rápido, más seguro, más sencillo. En realidad, la malvada criaturita que habitaba en el cable de la Red Digital de Servicios Integrados, RDSI, y que comunicaba la sala de redacción con las impresoras, de vez en cuando se comía una de las planchas de color, por lo general la del amarillo. Si el error no se descubría de inmediato, el resultado era la publicación de imágenes con una combinación muy extraña de colores. Jansson afirmaba que el tragón de colores era el mismo diablillo que habitaba en su lavadora y que constantemente le comía los calcetines.

– ¡RDSI! -bufó el redactor de noche de vuelta a su mesa, una vez que se hubo evitado la catástrofe y reenviado la imagen-. ¡Vaya mierda!

Annika recogió las cosas de su escritorio.

– Ha salido bien al final, ¿no?

Jansson se dejó caer en la silla con un cigarrillo bajo en alquitrán, sin encender, entre los dientes.

– Lo has hecho muy bien esta noche -dijo con un gesto de agradecimiento-. He visto los originales. Realmente hiciste un gran trabajo.

– Servirá -dijo Annika, algo avergonzada.

– ¿Qué era eso de dos fiambres en el puerto?

Annika se encogió de hombros.

– No lo sé. ¿Quieres que lo averigüe?

Jansson se levantó y salió en dirección a la sala de fumadores.

– Adelante -respondió.

Comenzó por los servicios de urgencias.

– Hemos enviado dos ambulancias -confirmó el director.

– ¿Ningún coche forense? -preguntó Annika.

– Lo discutimos, pero como fue un guardia de seguridad el que llamó, enviamos ambulancias.

Annika tomaba nota. Los coches forenses sólo se enviaban cuando se había confirmado que las víctimas estaban muertas. Según el reglamento, la policía sólo podía pedir un coche forense si la cabeza de la víctima estaba separada del cuerpo.

Resultaba difícil comunicarse con la central de la Policía y tuvo que esperar un buen rato hasta que alguien respondió a la llamada. Luego el oficial de guardia tardó otros cincos minutos en llegar al teléfono. Cuando por fin contestó, lo hizo en manera clara y concisa.

– Tenemos dos cadáveres -dijo-. Dos hombres. Tiroteados. No sabemos si se trató de homicidio o suicidio. Tendrá que volver a llamar.

– Los encontraron en Frihamnen -dijo Annika rápidamente-. ¿Eso les dice algo?

El oficial vaciló.

– En este momento no puedo hacer conjeturas al respecto -respondió-. Saque usted sus propias conclusiones.

En cuanto colgó, supo que la noticia del doble asesinato dominaría el periódico durante los próximos días. Por algún extraño motivo, dos homicidios no representaban exactamente el doble de uno, sino algo infinitamente mayor.

Ella suspiró y pensó en ir a por un café en vaso de plástico. Tenía sed y estaba cansada, le sentaría bien. Pero la cafeína a esa hora de la noche la mantendría despierta hasta bien entrada la mañana, mirando al techo, con el cuerpo dolorido por el cansancio.

¡Qué demonios!, pensó, y se dirigió directamente a la máquina expendedora.

Estaba caliente y le vino bien. Volvió a su silla y se sentó con los pies encima del escritorio.

Un doble homicidio en Frihamnen, ahí es nada…

Sopló sobre la taza de café.

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