Tenía debilidad por los bares de hotel, observó Annika mientras la mujer llamaba al camarero y pedía una botella de agua mineral para las dos.
– El otro día lo dejamos en el proceso de retirada de datos -dijo Annika echándose hacia atrás. Aún tenía el cabello húmedo y olía a champú-. Hacéis que la gente desaparezca. ¿Cómo funciona?
Rebecka suspiró y cogió una servilleta.
– Lo siento -dijo secándose las manos-, pero ahora estamos muy ocupados. Acabamos de recibir un nuevo caso que es bastante complicado.
Annika bajó la mirada sobre su cuaderno y probó el bolígrafo. ¿Podría tratarse de Aida, de Bijelina?, se preguntó para sus adentros.
El camarero trajo el agua. Tenía el delantal limpio. Rebecka esperó a que se retirara, como la primera vez.
– Debe recordar que estas personas están muy asustadas -dijo-. Algunos se sienten casi paralizados por el miedo. No pueden salir a hacer la compra, ni a correos, son incapaces de comportarse como personas normales.
Movió la cabeza como pensando en sus pobres clientes.
– Es terrible. Debemos ayudarles en todo, hasta en los más mínimos detalles prácticos, como el cuidado de los niños, una nueva vivienda, trabajo, escuelas. Y, por supuesto, proporcionarles asistencia psiquiátrica y social: muchos se encuentran en un estado lamentable.
Annika asintió y tomó notas -aquello era algo que comprendía-, y volvió a pensar en Aida.
– ¿Cómo lo hacen? -preguntó.
Rebecka limpió una mancha en su vaso y bebió un sorbo de agua.
– El cliente puede ponerse en contacto con nosotros las veinticuatro horas del día. Es fundamental que siempre puedan contar con alguien cuando las cosas se ponen feas.
Vaya al grano, pensó Annika.
– ¿Dónde vive esta gente? ¿Tienen una casa grande?
– Paraíso tiene acceso a varias propiedades por toda Suecia. O las tenemos en propiedad o las alquilamos a través de un testaferro que impide que se nos localice. Allí los clientes pueden vivir un cierto tiempo. Todos los tratamientos médicos que se siguen durante ese periodo se realizan sin que los profesionales conozcan la identidad del paciente. Por supuesto, no hay historias clínicas ni nada parecido. En lugar de una tarjeta normal con la identificación del paciente, reciben una tarjeta con un número de referencia. La fundación notifica al hospital o a la clínica qué municipio se hará cargo de pagar el servicio. Por lo general, los clientes no solicitan la ayuda en la localidad que corre con los gastos…
Annika tomaba notas. Eso sonaba muy bien.
– ¿Y cuánto tiempo puede estar un… cliente con ustedes?
– El que sea necesario -respondió Rebecka con su vocecilla pero con firmeza-. No hay límite de tiempo.
– ¿Un caso normal?
La mujer se secó las comisuras.
– Si todo marcha como es debido, terminamos en unos tres meses.
– Y cuando les han proporcionado una nueva vivienda y tratamiento médico, ¿hay algo más?
La mujer sonrió.
– Por supuesto. Hay otras muchas cosas que solucionar cuando una persona empieza una nueva vida. Por ejemplo, los pagos salariales y las prestaciones por los hijos. Nuestros contactos en los bancos funcionan de manera parecida al de los médicos. El cliente no necesita tener una cuenta en el lugar donde vive. Cada vez que recibe su sueldo o cuando tiene que efectuar algún pago, los bancos se ponen en contacto con Paraíso, y nosotros efectuamos las transacciones a través de un número de referencia. De la misma manera operamos con nuestros contactos en guarderías, escuelas, centros pediátricos, seguros médicos, Agencia Tributaria… todo. Muchos necesitan asesoramiento jurídico, y también se lo proporcionamos.
Annika tomaba notas.
– Así que les ayudan a buscar nuevos empleos, viviendas, escuelas, médicos o abogados dentro de la estructura de Paraíso.
Rebecka asintió.
– La persona discriminada desaparece detrás de un muro. Cualquiera que busque a alguien cuya información personal se ha borrado se encontrará con nosotros, y eso es todo.
– ¿Y de qué vive esta gente mientras dura el proceso? No podrán trabajar, ¿no?
– No, claro que no -respondió Rebecka-. Muchos están enfermos y reciben una prestación económica, otros cuentan con el cobro de la seguridad social, algunos tienen niños y reciben distintos tipos de ayudas. A menudo también disponen de asesoramiento legal en diversos procesos jurídicos, como por ejemplo en los casos de litigio por la custodia de los hijos.
Annika se quedó meditando en ello.
– ¿Pero si los perseguidores no se rinden, ¿qué hacen ustedes entonces? ¿Pueden ayudar a sus clientes a conseguir un nuevo número de la seguridad social?, ¿los números de identificación personal que utilizamos aquí en Suecia?
– De momento hemos completado con éxito sesenta operaciones. Ni uno solo de nuestros clientes ha tenido que cambiar de identidad. No ha sido necesario.
Annika terminó de escribir y soltó el bolígrafo. Todo eso era sencillamente increíble. Levantó la vista y paseó la mirada por el bar: mesas redondas, gruesas moquetas, iluminación elegante.
¿Dónde están los puntos débiles de esta historia?
Annika meneó la cabeza.
– ¿Cómo pueden estar tan seguros de que todos los que llegan a ustedes están diciendo la verdad? Bien podrían ser criminales que quieren huir de la policía y la justicia…
Rebecka la hizo callar cuando el camarero pasó por su lado.
– ¿Puede traerme otro vaso? Éste estaba sucio. Gracias. Comprendo su pregunta. Pero nadie puede venir a Paraíso a título personal y pedir que se borren sus datos. Sólo trabajamos en contacto con las autoridades. Nuestros clientes llegan a nosotros a través de la policía, las autoridades sociales, la Fiscalía, el Departamento de Relaciones Exteriores, las embajadas, las organizaciones de inmigrantes y las escuelas.
Annika se rascó la cabeza. Vale.
– Pero si su fundación es tan secreta, ¿cómo les llegan los clientes?
A la mujer le trajeron un vaso limpio. Los cubitos de hielo tintineaban.
– Hasta ahora los clientes han llegado a nosotros a través de contactos y recomendaciones. Recibimos casos de todo el país. Como ya le he dicho, la razón de que nos pusiéramos en contacto con ustedes fue porque nos sentimos preparados para expandir nuestras operaciones.
Las palabras se quedaron suspendidas en el aire, y Annika dejó que resonaran durante algunos segundos.
– Exactamente, ¿cuánto cobran por sus servicios? -preguntó.
Rebecka sonrió.
– Nada. Sólo cobramos a las autoridades locales encargadas de los servicios sociales por el tiempo que empleamos y los gastos en los que incurrimos mientras borramos las pistas. No obtenemos ganancias económicas. Sólo aceptamos pagos para cubrir gastos. Aunque se trate de una organización sin ánimo de lucro, tenemos que recibir un pago por nuestro trabajo.
Es cierto, ya lo dijo la vez anterior.
– ¿De cuánto estamos hablando, en términos de dinero?
La figura de porcelana se inclinó y sacó algo de su bolso.
– Aquí tienes unas hojas informativas respecto a nuestra organización. Está redactado de manera informal, quizá no muy elegante, pero las autoridades con quienes hemos contactado a través de este medio, de un modo u otro, nos han conocido y son conscientes de nuestras cualificaciones.
Annika cogió los papeles. En la parte superior figuraba un apartado de correos de Järfälla; luego seguía una lista de servicios, los mismos que Rebecka acababa de describir. En la parte inferior, leyó: Para una estimación de costes, pueden ponerse en contacto con nosotros a través de la dirección y el teléfono que figuran en el encabezamiento.
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