Liza Marklund - Paraíso

Здесь есть возможность читать онлайн «Liza Marklund - Paraíso» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Paraíso: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Paraíso»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un huracán barre el sur de Suecia sembrando el caos a su paso. Dos hombres yacen muertos en el puerto de Estocolmo, con sendos disparos a bocajarro en la cabeza. Una muchacha trata de salvar su vida. Encuentra refugio en Paradise, una fundación dedicada a las personas cuyas vidas están en peligro.
Annika Bengtzon, redactora de un periódico, está tratando de reconstruir su vida tras la violenta muerte de su prometido. Cubrir la historia de Paradise es la oportunidad que necesita para volver a encaminar su vida personal y profesional. Pero, como está a punto de descubrir, ni Paradise ni la muchacha, Aida, son lo que aparentan. La búsqueda de Annika de la verdad la obligará a ella misma y a Aida a enfrentarse a sus turbulentos pasados, y al final Annika se verá ante la decisión más difícil de su vida.

Paraíso — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Paraíso», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Schyman los observaba en silencio.

– ¿Sería mejor la historia si escondieran a hombres cuya vida corre peligro? -preguntó.

Esto provocó más movimiento de sillas y miradas al reloj; ¡Dios!, ¡qué tarde es! Habrá que volver al trabajo. ¿Qué ha dicho?

Hora de irse, se encendió de nuevo la radio, la sala se llenó de ajetreo y bullicio.

Anders Schyman volvió a su escritorio con el habitual sentimiento de ligera frustración que aquellas sesiones de planificación le provocaban normalmente. La forma en que la dirección clasificaba la realidad, su incestuosa visión de cómo eran las cosas, su falta total de autocrítica.

Al sentarse y comenzar a repasar los boletines de noticias, sólo tenía una idea en la cabeza: ¿En qué demonios quedará todo esto?

Annika bajó del autobús en la parada frente al supermercado Co-op. La acera estaba sucia y resbaladiza. Encorvó los hombros, indiferente a las miradas. Por el rabillo del ojo observaba a la gente vestida con chillones atuendos de esquí que pasaba cerca de ella. Se volvió; si querían mirar, que miraran, a ella le daba igual. Habían echado arena en la calle. Bajó a la carretera y se encaminó hacia las fábricas. La zona industrial contrastaba contra la enorme grisura del cielo invernal. Como siempre, evitó mirar los hornos abandonados, dirigiendo la vista hacia la izquierda, posando la mirada con cariño en las viejas y hermosas casas de los trabajadores con sus estructuras pintadas de rojo intenso. A la derecha se encontraba su antiguo apartamento, y ella miró en esa dirección; había permanecido desocupado desde que ella se mudó.

Al parecer, ya no era así.

Sorprendida, se detuvo en mitad de la calle.

Cortinas y flores en la ventana, una pequeña lámpara de zapatero.

Alguien vivía en su cocina, dormía en su cuarto. Alguien que pintaba la casa, regaba las plantas y cuidaba de todo. Las ventanas habían vuelto a la vida.

La intensidad del alivio que sintió la sorprendió, fue casi físico. Como si le quitaran un peso de encima. El habitual deseo de querer desaparecer se desvaneció. Por primera vez después de los hechos terribles que había vivido, sintió que una oleada de ternura hacia aquella vieja comunidad industrial.

Lo he pasado bien aquí, pensó. Tuvimos buenos momentos. De vez en cuando hubo amor entre ellos.

Annika dejó el vecindario, llegó a Granhedsvägen, apretó el paso, se puso el bolso al hombro y miró al cielo. El viento susurraba en lo alto de los pinos. Pronto oscurecería.

Me pregunto si habrá árboles en otros planetas, pensó.

El camino estaba helado y duro cuando echó a andar por él. Pasaron algunos coches con las luces antiniebla, nadie a quien ella conociera.

El silencio se intensificó. El crujido de sus pisadas, su respiración regular, el rumor difuso de un avión que se dirigía al aeropuerto de Arlanda. Se sentía cada vez más ligera y grácil, mientras contemplaba los alrededores.

El bosque había sido muy castigado por la tormenta. En el claro que había detrás de Tallsjön, casi todos los brotes de pino se habían partido. Habían caído postes de teléfono y de electricidad. Había árboles destrozados por todas partes y de cualquier manera, con las raíces arrancadas y expuestas, partidos a la altura de un hombre, hendidos, con las crestas abiertas. La carretera estaba llena de ramas rotas. Tuvo que pasar por encima de los restos de un abedul caído.

Somos tan vulnerables, pensó Annika. Es tan poco lo que realmente podemos controlar…

Por el camino que llevaba a Lyckebo aún no había pasado el quitanieves. Un coche había estado allí un día antes más o menos, las huellas se extendían el doble de su anchura cuando se descongelaban y luego volvían a congelarse formando canales de hielo. Resultaba difícil andar. El bolso le rebotaba en la cadera.

La barrera en el camino que marcaba los límites de Harpsund estaba abierta. Se hallaba rodeada de abedules. Allí la oscuridad era más intensa, la tormenta no había causado muchos daños. El gobierno podía permitirse cuidar de sus bosques.

Pasó el arroyo. Había una escultura de hielo en el lugar donde brotaba el agua. Se oía un goteo por debajo de aquella costra. Las huellas de animales de distintas formas y medidas se cruzaban entre sí: alces, corzos, liebres, jabalíes. Las que ya tenían varios días se habían hecho enormes.

Y, de pronto, se abrió el claro con los tres edificios de ladrillo rojo: la casa, la leñera y el granero. Todo parecía tranquilo. La casa del árbol a la izquierda, el prado descendiendo hacia el puente. Se detuvo y se quitó los guantes y el gorro para dejar que el viento procedente del lago le alborotara el pelo. Cerró los ojos y respiró profundamente. La imagen del claro se grabó en su retina como un negativo en blanco y negro, inmóvil, sin color, sin sonido. Lentamente, una sensación de inquietud empezó a apoderarse de ella: ¿qué era lo que fallaba en aquel escenario?

Abrió los ojos de par en par, y la luz la envolvió. Reconoció la escena con absoluta claridad y al cabo de dos segundos supo lo que ocurría.

No salía humo de la chimenea.

Dejó caer el bolso en el suelo y echó a correr, sintiendo que sus propios latidos rugían como un pulso atronador en el cerebro. Abrió la puerta y encontró frío y oscuridad, el pestilente olor del peligro.

– ¡Abuela!

Las piernas de la anciana con sus medias de color marrón asomaban por debajo de la mesa plegable, le faltaba un zapato.

– ¡Abuela!

Al levantar la mesa, Annika se pilló el dedo anular izquierdo con la bisagra de la hoja de la mesa.

– ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!

La mujer yacía de lado y perdía un poco de sangre por la boca. Annika voló a su lado, le cogió la mano, la tenía muy fría, le acarició el cabello, llenándosele los ojos de lágrimas, notando cómo le subía la adrenalina.

– Abuela, Dios mío… ¿Me oyes? ¿Abuela…?

Annika le buscó el pulso en la muñeca, pero no encontraba el punto adecuado, le palpó la garganta, nada allí tampoco. Con las manos calientes y húmedas colocó a la anciana boca arriba y se inclinó sobre ella, tratando de percibir si respiraba. Sí, respiraba.

– ¿Abuela?

Un gemido, seguido de un murmullo.

– ¡Abuela!

La cabeza de la mujer cayó a un lado. La sangre de la mejilla se le había secado. Tenía la barbilla floja. Más gemidos, luego un sollozo.

– Duele -dijo ella-. Ayúdame.

– Abuela, soy yo. Oh, Dios, te has caído, voy a ayudarte…

Técnicas básicas de primeros auxilios, pensó Annika, mientras le acariciaba la cabeza a la anciana. Comprobar la respiración, posibles heridas y síntomas de shock. Tenía que mantenerla caliente.

Rápidamente se puso de pie y corrió hasta la habitación. La cama gustaviana estaba hecha. Con un único movimiento, Annika tiró de la ropa de cama, las sábanas y el fino colchón de arriba incluidos, y volvió corriendo a la cocina. Extendió el colchón en el suelo, levantó el cuerpo de su abuela por el tronco y de una patada introdujo el colchón debajo de ella, luego le puso las caderas y las piernas encima. A continuación extendió las sábanas y las mantas encima de su abuela, levantándole las piernas para entremeter la ropa de la cama. El siguiente paso fue cubrirle la cabeza con su gorro de lana, tocándole su áspero cabello gris con manos temblorosas.

Una ambulancia, pensó Annika.

– Espera un poco, abuela -le dijo-. Voy a buscar ayuda. Vuelvo enseguida.

La mujer le respondió con un nuevo gemido.

Salió corriendo de la casa, cruzó el bosque, pasó el arroyo, la barrera, siguió por la carretera, se agachó por debajo de un tendido eléctrico derribado, saltó de un prado a otro por el pantano y subió corriendo la colina hasta Lillsjötorp.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Paraíso»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Paraíso» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Paraíso»

Обсуждение, отзывы о книге «Paraíso» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x