Lawrence Block - 8 millones de maneras de morir

Здесь есть возможность читать онлайн «Lawrence Block - 8 millones de maneras de morir» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

8 millones de maneras de morir: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «8 millones de maneras de morir»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Por orden médica, Matt Scudder acaba de dejar el alcohol, pero mantenerse sobrio parece más difícil que mantenerse con vida, incluso en una ciudad como Nueva York. Una mole que, como Scudder sabe muy bien, puede aplastar a cualquiera. A pesar de su juventud, Kim también lo sabía, y por so había intentado escapar. Seguro que no merecía la vida de prostituta que el destino le había concedido, y sin duda no merecía la muerte que le tocó, y que Scudder no pudo evitarle. Para redimirse, el ex policía tendrá que encontrar a quien ha convertido a la chica en papilla, y para ello, arriesgar lo que aún queda de sí mismo. Esta novela le valió a Lawrence Block el premio Edgar, y marca un hito en la vida de su gran personaje, Matthew Scudder.

8 millones de maneras de morir — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «8 millones de maneras de morir», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

No dije nada.

– Usted es mi hombre, ya que trabaja para mí. Pero no estoy seguro de lo que eso significa.

– No sé adónde quiere ir, Chance.

– Mierda. El problema es que no sé hasta qué punto puedo confiar en usted. Es ahí a donde quiero ir. De hecho tengo que confiar en usted. La prueba es que lo llevé a mi casa. Nunca había llevado a nadie más a mi casa. ¿Por qué hice eso?

– No lo sé.

– Quiero decir que si fuera para presumir. Algo así como decir: "Vea la clase que tiene este negro". ¿O es que lo invité para que usted viera mi espíritu? Qué más da. Mierda, sea lo que sea tengo que confiar en usted. ¿Pero tengo razón para ello?

– Yo no puedo pensar por usted.

– No, no puede -clavó su barbilla entre el pulgar y el índice-. La llamé anoche, a Sunny, dos veces, no hubo respuesta, al igual que usted. Bueno no es nada serio. No había contestador pero eso tampoco es grave porque a veces se olvida de conectarlo. Luego llamé otra vez, una hora y media o dos horas más tarde, y de nuevo no hubo respuesta. ¿De manera que qué hice? Me fui a su casa en el auto. Por supuesto tengo una llave. Es mi apartamento. ¿Por qué no habría de tener una llave?

Ahora ya sabía a donde quería ir, pero dejé que lo dijera el mismo.

– Pues bien, estaba ahí. Aún está ahí. Lo ve, sigue ahí, pero muerta.

VEINTIDÓS

Ella estaba muerta. Yacía sobre su espalda, desnuda, un brazo por debajo de la cabeza, el otro recogido por encima de la mano descansando en la caja torácica, justo debajo de su pecho. Su cuerpo, en el suelo, se encontraba a un par de pasos de la cama sin hacer, sus cabellos cobrizos estaban desparramados por encima y por detrás de su cabeza. Por la comisura de sus labios pintados un hilo de vómito se dejaba caer hasta la moqueta como espuma en el mar. Entre sus fornidas entrepiernas blanquecinas, una mancha de orina oscurecía la moqueta.

Había moratones en su rostro y frente, y otro en uno de los hombros. Palpé su muñeca buscando el pulso, pero sus carnes estaban demasiado frías para que hubiera la más mínima vida en ellas.

Sus ojos abiertos miraban hacia arriba. Quise cerrar sus párpados. No hice nada. Pregunté:

– ¿La ha movido?

– Por supuesto que no. No he tocado nada.

– No me mienta. Usted removió el apartamento de Kim después de su muerte. Seguro que echo un vistazo por aquí.

– Abrí un par de cajones. No me llevé nada.

– ¿Qué era lo que buscaba?

– No lo sé, tío. Cualquier cosa que me interesase. Encontré dinero: doscientos dólares. Lo dejé donde estaba. Encontré una cartera con cheques y también la dejé.

– ¿Cuánto tenía en el banco?

– Menos de mil. Ninguna fortuna. Lo que sí encontré fue un montón de píldoras. Ellas contribuyeron a lo que aquí ve.

Señaló a un tocador al otro lado de la habitación. Allí, en medio de innumerables botes y botellas de productos de belleza y perfumes, había dos frascos vacíos a los que había pegado una receta médica. El nombre del paciente en ambos era S. Hendryx, si bien las recetas habían sido prescritas por diferentes médicos y vendidas en diferentes farmacias, ambas del barrio. Uno de los frascos había contenido Valium, el otro Seconal.

– Yo siempre echaba un vistazo en su armario de medicinas -dijo-. Como si se tratara de un acto reflejo, sabe. Y lo único que siempre tuvo fue un no sé qué antiasmático para la fiebre. Cuando abrí aquel cajón anoche me encontré una farmacia entera. Y todo con recetas.

– ¿Qué fue lo que encontró?

– No leí todas las etiquetas. No quise dejar mis dedos donde no debía. Por lo que vi era casi todo sedantes. Muchos tranquilizantes: Valium, Libriun, Elavil. Somníferos como el Seconal de allí. Un par de excitantes, como ese como se llame, Ritalin. Pero mayormente tranquilizantes -movió la cabeza-. Hay algunas mierdas de las que jamás he oído hablar. Nos haría falta un médico para que nos dijese qué es cada una de ellas.

– ¿Usted no sabía que ella tomaba píldoras?

– No tenía ni idea. Venga y mire esto.

Abrió un cajón con mucho cuidado de no dejar huellas y dijo señalando con el dedo:

– Mire.

En uno de los lados del cajón, junto a un montón de jerseys, había dos docenas de frascos de píldoras.

– Esto es de alguien que está muy metido en este mundo -dijo-. Alguien que tiene miedo de que se le acaben las existencias. Y yo no sabía nada de ello. Eso me duele, Matt. ¿Ha leído la nota?

La nota estaba en el tocador. Un frasquito de colonia hacía de pisapapeles. Aparté el frasquito con el dorso de mi mano y llevé la nota junto a la ventana. Sunny la había escrito con tinta marrón en un papel beige y me hacía falta una luz buena para leerla.

Leí:

Kim, has tenido suerte. Encontraste a alguien que lo hiciera por t i . Yo tuve que hacerlo yo misma. Si hubiera tenido el coraje habr í a usado la ventana. Podr í a cambiar de idea a mitad de camino y re í rme el resto de la ca í da. Pero no tuve el coraje y la cuchilla no me sirvi ó .

Espero haber tomado bastantes esta vez.

No tiene sentido. Los buenos tiempos ya no tienen sentido. Chance, lo siento. T ú me ense ñ aste los tiempos felices, pero se han acabado. La multitud se fue a sus casas al descanso, ya no se escuchan cantos y ni siquiera hay nadie que guarde el tanteo.

No hay paradas en un tiovivo. Ella agarr ó el anillo de cobre y le ti ñó el dedo de verde.

Nadie va a comprarme esmeraldas. Nadie va a darme ni ñ os. Nadie va a salvar mi vida.

Estoy harta de sonre í r. Estoy cansada de cazar y de ser cazada. Los tiempos felices se han acabado.

Por la ventana pude ver el Hudson en Nueva Jersey en el horizonte. Sunny había vivido y muerto en el trigésimo segundo piso de un complejo rascacielos de apartamentos llamado Lincoln View Gardens. No había visto ningún tipo de jardín a no ser por las macetas con las palmeras que decoraban la entrada.

– Ahí debajo esta el Lincoln Center -me dijo Chance.

Asentí.

– Hubiera sido mejor haber instalado a Mary Lou aquí. A ella le gustan los conciertos, de manera que le quedarían al lado de casa. Lo que ocurre es que ella vivía en el lado oeste. Así que preferí instalarla en el este. Así era mejor. Un cambio radical.

No me interesaba lo más mínimo la filosofía del proxenetismo. Le pregunté:

– ¿No es la primera vez?

– ¿Que ella se suicida?

– Que lo intenta. Ella escribió "Espero haber tomado bastantes esta vez". ¿Sabe si hubo una vez que no tomó bastantes?

– No, desde que la conozco. Y de eso hace un par de años.

– ¿Qué quiere decir cuando dice que la cuchilla no le sirvió?

– No lo sé.

Me acerqué a ella, examiné su muñeca en el brazo que había extendido por encima de la cabeza. Se distinguía claramente una cicatriz horizontal. Encontré una cicatriz idéntica en la otra muñeca. Me incorporé. De nuevo leí la nota.

– ¿Qué hacemos ahora, tío?

Saqué mi agenda y copié lo que había escrito palabra por palabra. Usé un Kleneex para borrar las huellas que podía haber dejado en la hoja y la coloqué donde la había cogido, utilizando nuevamente el frasquito de colonia como pisapapeles.

Le dije a Chance:

– Dígame lo que hizo la pasada noche.

– Exactamente lo que le he dicho. La llamé y, no sé por qué, tuve un presentimiento y vine aquí.

– ¿A qué hora?

– Después de las dos. No sé la hora exacta.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «8 millones de maneras de morir»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «8 millones de maneras de morir» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «8 millones de maneras de morir»

Обсуждение, отзывы о книге «8 millones de maneras de morir» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x