Sin embargo, el solo hecho de estar en un lugar podría sugerir una idea, permitir una conexión mental, que de otro modo tal vez nunca se produciría. ¿Quién sabe cómo funciona el proceso?
Tal vez fui allí en busca de alguna clase de conexión con la pobre chica Álvarez. Tal vez sólo quería pasar unos minutos caminando sobre la verde hierba, mirando las flores.
Entré en el cementerio por la Calle 25 y salí siete manzanas y media más al sur, a la 34. Para llegar allí me había abierto paso por todo Park Slope y estaba en el límite norte del sector de Sunset Park y sólo a un par de manzanas del pequeño parque que da nombre al barrio.
Caminé hasta el parque y lo crucé. Luego, uno a uno, me abrí camino hacia los seis teléfonos públicos desde los que habían llamado a casa de Khoury, empezando por el que está en New Utrecht Avenue, a la altura de la Calle 41. El que más me interesaba estaba en la Quinta Avenida, entre la 49 y la 50. Ése era el teléfono que habían usado dos veces, el que parecía estar más cerca de su base de operaciones. A diferencia de los otros teléfonos, no estaba situado en la calle sino dentro de la entrada de una lavandería automática que estaba abierta las veinticuatro horas.
Había dos mujeres en el lugar, ambas gordas. Una doblaba ropa, mientras la otra estaba sentada en una silla, inclinada contra la pared de cemento, leyendo un ejemplar de la revista People con la foto de Sandra Dee en la portada. Ninguna de las dos prestaba la menor atención a la otra, ni a mí. Dejé caer una moneda de veinticinco centavos en la ranura del teléfono y llamé a Elaine. Cuando contestó, le pregunté:
– ¿Sabes si todas las lavanderías automáticas tienen teléfono? ¿Es algo corriente? ¿Siempre se puede encontrar un teléfono público en una lavandería?
– ¿Tienes idea de los años que hace que espero que me hagas esa pregunta?
– ¿Y bien?
– Es halagador que creas que lo sé todo, pero debo decirte algo. Hace años que no piso una lavandería. Más aún, ni siquiera estoy segura de haber estado alguna vez en una. Tenemos lavadoras en el sótano. De manera que no puedo contestar a tu pregunta, pero puedo hacerte otra. ¿Por qué?
– Dos de las llamadas a Khoury la noche del secuestro venían de un teléfono público en una lavandería automática en Sunset Park.
– Y estás en ella en este preciso momento. Me estás llamando desde ese mismo teléfono.
– Así es.
– ¿Y? ¿Qué importancia tiene si otras lavanderías tienen teléfonos? No me lo digas, lo deduciré yo misma. No puedo explicármelo. ¿Por qué?
– Estuve pensando que tenían que vivir muy cerca para que se les ocurriera usar este teléfono. No se ve desde la calle, de manera que, a menos que uno viva a una o dos manzanas de él, no se pensaría en usarlo cuando se necesitara hacer una llamada. A menos que todas las lavanderías automáticas del mundo tengan teléfono público.
– Pues bien, no sé qué pasa con las lavanderías automáticas. No hay ningún teléfono en nuestro sótano. ¿Qué haces tú con tu ropa para lavar?
– ¿Yo? Hay una lavandería en la esquina de mi hotel.
– ¿Tiene teléfono?
– No lo sé. Dejo la ropa por la mañana y la recojo por la noche, si me acuerdo. Ellos lo hacen todo. Se la doy sucia y me la devuelven limpia.
– Apuesto a que no la separan por colores.
– ¿Qué es eso?
– No tiene importancia.
Salí de la lavandería y tomé un café con leche en el local cubano de la esquina. Había hablado desde ese teléfono el muy hijo de puta. Y yo estaba muy cerca de él.
Tenía que vivir en el vecindario. Y no sólo en la zona, sino casi seguramente a una manzana o dos de la lavandería. No me resultaba difícil empezar a creer que podía sentir su presencia en un radio de pocos metros de donde yo estaba sentado. Pero todo eso era una porquería. Yo no tenía que recoger vibraciones. Todo lo que tenía que hacer era imaginarme lo que debió de ocurrir.
La eligieron cuando salió de su casa, la siguieron hasta D'Agostino, dejaron de hacerlo cuando el dependiente del supermercado la acompañó hasta el coche y luego volvieron a seguirla hasta Atlantic Avenue. La raptaron cuando salió de la tienda de Ayoub y se fueron con ella en la parte trasera de la furgoneta. ¿Y se dirigieron hacia dónde?
A cualquier sitio, entre una docena de lugares posibles. Una calle lateral de Red Hook. Un callejón detrás de un almacén. Un garaje.
Había un intervalo de varias horas entre el secuestro y la primera llamada telefónica, y me imaginaba que habían pasado una buena parte de esas horas haciéndole a ella lo que le habían hecho a Pam Cassidy. Después de su muerte, se dirigieron a su casa y dejaron el coche en su propio aparcamiento, si es que ya no estaban allí. La furgoneta, que llevaba un letrero que la identificaba como perteneciente a una empresa de TV de Queens, recibiría atención cosmética. Taparían las letras impresas o las eliminarían con un lavado si habían empleado pintura lavable. Si tenían la infraestructura adecuada en el garaje, hasta podían pintarla de otro color.
Y entonces ¿qué? ¿Un curso acelerado de «Carnicería para Principiantes»? Podrían haberlo hecho entonces o podrían haber esperado hasta más tarde. No tenía importancia.
Luego, a las 3.38, la primera llamada. A las 4.01, la segunda, es decir, la primera llamada de Ray desde la lavandería automática. Y más llamadas, hasta que, a las 8.01, la sexta mandó a los Khoury a entregar el dinero. Después de haber hecho la llamada, Ray u otro hombre estaría en condiciones de vigilar el teléfono público de Flatbush y Farragut, marcando su número cuando Khoury se acercara.
¿Era necesario eso? Le habían dicho a Kenan que estuviera allí a las ocho y media. Podrían haber llamado a intervalos de un minuto comenzando pocos minutos antes de la hora señalada. Cada vez que Khoury llegaba y contestaba el teléfono, tendría la impresión de que le llamaban cuando él y su hermano llegaban con el coche.
Sin importancia. Comoquiera que lo hubieran hecho, la cosa es que hicieron la llamada y Kenan la atendió y fueron a Veterans Avenue, donde es probable que uno o más de los secuestradores ya estuvieran instalados. Se produjo otra llamada, coordinada probablemente con la llegada de los Khoury, ya que los secuestradores querrían estar, en este caso, en condiciones de vigilar cuando los Khoury dejaran el dinero.
Una vez que lo hubieron dejado, una vez que se habían librado de ellos, una vez que fue evidente que ninguno de los dos se había quedado para vigilar el coche, Ray y su amigo, o amigos, se apoderaron del dinero y alzaron el vuelo.
No. Por lo menos uno de ellos se quedó en el lugar y observó cómo los Khoury buscaban en el coche, sin encontrar a Francine. Luego se hizo la llamada diciéndoles que volvieran a casa, que ella regresaría antes que ellos. Y luego, mientras los Khoury realmente volvían a Colonial Road, los secuestradores regresaban a su base de operaciones. Estacionaron la furgoneta y…
No, no. La furgoneta había quedado en el garaje. Todavía no la habían maquillado por completo, y era probable que el cadáver de Francine Khoury estuviera todavía en la parte de atrás. Habían usado otro vehículo para trasladarse hasta Veterans Avenue.
¿El Ford Tempo robado para la ocasión? Era posible. O un tercer coche, con el Tempo robado y escondido, para usarlo con un único fin: la entrega de los despojos.
Tantas posibilidades…
De una manera u otra, sin embargo, ya habían sacado el Tempo con el cuerpo de Francine. Habían descuartizado el cadáver, envuelto en plástico cada trozo y asegurado cada paquete con cinta adhesiva. Rompieron la cerradura del maletero, lo llenaron como se llena una lata para carne en conserva, fueron en dos coches hasta Colonial Road y, en la esquina, se metieron en un aparcamiento. Estacionaron el Tempo y, quienquiera que lo hubiese conducido, se reunió con su camarada en el otro coche y luego se fueron a casa.
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