– ¿Y qué hay de cercenar un pecho?
– A todo lo que llega eso es a una agresión en primer grado, que es una acusación menor que la violación y la sodomía. Creo que la pena máxima son quince años.
– Eso me parece injusto -añadió-. Yo diría que es peor que el asesinato. Una persona mata a otra, bueno, tal vez no pudo evitarlo, tal vez tenía un motivo. Pero lastimar así a otra persona sólo por placer… ¿Qué clase de gente actúa así?
– Los enfermos o los malvados, elige.
– ¿Sabes que lo que me está volviendo loco es pensar en lo que le hicieron a Francey?
Estaba de pie, se paseaba, cruzó la habitación y miró por la ventana. Dándome la espalda, añadió:
– Trato de no pensar en eso. Trato de decirme a mí mismo que la mataron enseguida, que luchó y le pegaron para acallarla y le dieron un golpe demasiado fuerte y murió. Así y se acabó: pum, liquidada. -Se volvió y los hombros se le hundieron-. ¿Qué mierda de diferencia hay? Sea lo que fuere lo que le hicieron pasar, ya se terminó. Ha dejado de sufrir. Desapareció, no es más que cenizas. Lo que no sea cenizas está con Dios, si es cierto que es así como funciona la cosa. O está en paz, o ha vuelto a nacer en un pájaro, en una flor o en quién sabe qué. O simplemente desaparecida. No sé cómo funciona ni qué ocurre después de que uno muera. Nadie lo sabe.
– No.
– Uno oye esta mierda, acerca de las experiencias cercanas a la muerte, de atravesar un túnel y encontrar a Jesús o a tu tío favorito y ver la película de toda tu vida. Quizás ocurra así. No lo sé. Tal vez eso sólo resulte con las experiencias ante la proximidad de la muerte. Quizá la muerte real sea diferente. ¡Quién sabe!
– Yo no lo sé
– No. ¿Y a quién coño le importa? Nos preocuparemos por eso cuando nos ocurra. ¿Cuánto es lo máximo que les puede caer por la violación? ¿Dijiste veinticinco años?
– Según el código, sí.
– Y sodomía, dijiste. ¿Qué significa eso legalmente? ¿Anal?
– Anal u oral.
Frunció el entrecejo.
– Tengo que parar esto. Todo lo que hablamos lo traslado inmediatamente a Francine y no puedo hacerlo. No hago más que volverme loco. Te pueden caer veinticinco años por joder a una mujer por el culo y un máximo de quince por arrancarle las tetas. Ahí hay algo que no cuadra.
– Sería difícil cambiar la ley.
– No. Sólo estoy buscando la manera de convertirlo en la culpa del sistema, eso es todo. De todos modos, veinticinco años no son suficientes. La vida no es suficiente. Son animales, deberían estar muertos como la mierda.
– La ley no puede hacer eso.
– No. Está bien. Todo lo que la ley tiene que hacer es encontrarlos. Después, puede pasar cualquier cosa. Si van a la cárcel, bueno, no es muy difícil meter a alguien en la cárcel. Hay muchos tipos allí que no tienen inconveniente en ganarse unos dólares. O digamos que el tribunal los deja ir o salen bajo fianza y esperan el proceso. Están al aire libre y es más fácil atraparlos. -Meneó la cabeza-. Escúchame, ¿quieres? Como si yo fuera el padrino, que está echado hacia atrás y ordenando asesinatos. Quién sabe lo que va a pasar. Tal vez yo pierda parte de esta furia para entonces, tal vez veinticinco años en una celda suenen como que vayan a ser bastantes para entonces. ¿Quién sabe?
– Podríamos tener suerte y encontrarlos antes que la policía -dije.
– ¿Cómo? ¿Dando vueltas alrededor de Sunset Park, sin saber a quién estamos buscando?
– Y valiéndonos de parte de lo que la policía descubra. Una cosa que van a hacer es mandar todo lo que tienen a la oficina del FBI, que dibuja perfiles de asesinos en serie. Tal vez nuestra testigo llene algunos de los huecos de su memoria y tengamos un retrato robot con el que trabajar, o por lo menos una descripción física decente.
– De manera que quieres seguir con esto.
– Decididamente.
Lo analizó y asintió.
– Vuelve a decirme cuánto te debo.
– Le di mil a la chica. El abogado no le cobra nada. Los técnicos en informática que interfirieron los archivos de la compañía telefónica, recibieron mil quinientos y la habitación del hotel costó ciento sesenta, más un depósito de cincuenta dólares por el teléfono, que no traté de recuperar. O sea un total de dos mil setecientos.
– ¡Ajá!
– He tenido otros gastos, pero me pareció razonable pagarlos con mi dinero. Fueron gastos anómalos y no quise postergar la acción hasta tener tu aprobación. Si algo no te parece correcto, estoy preparado para discutirlo.
– ¿Qué hay que discutir?
– Tengo la sensación de que hay algo que te está perturbando.
Kenan suspiró profundamente.
– Se nota, ¿no? En la primera conversación que tuvimos, cuando regresé el otro día, me pareció que dijiste algo acerca de haberle pedido dinero a mi hermano.
– Así es. No lo tenía, por lo que tuve que reunirlo yo mismo. ¿Por qué lo preguntas?
– ¿No lo tenía o dijo que esperaras a que tuvieras mi aprobación?
– No lo tenía. En realidad, manifestó específicamente que estaba seguro de que cubrirías esos gastos, pero que él no tenía nada en efectivo.
– ¿Estás seguro de eso?
– Completamente. ¿Por qué? ¿Cuál es el problema?
– ¿No te dijo que podía dejarte usar parte de mi dinero? ¿Nada por el estilo?
– No. En realidad…
– ¿Sí? ¿En realidad qué?
– Dijo que sin lugar a dudas tenías dinero en casa, pero que no tenía acceso a él. Y añadió algo irónico acerca de que no le darías a un drogadicto la combinación de tu caja de seguridad, ni aunque fuera tu hermano.
– Eso dijo, ¿eh?
– No estoy seguro de que se refiriera personalmente a ti. El sentido era que nadie en su sano juicio le daría esa información a un drogadicto porque no se podía confiar en él.
– ¡Así que hablaba en general!
– Eso me pareció.
– Podría haber sido personal -dijo-. Y habría tenido razón. Yo no le confiaría esa clase de dinero. Probablemente le confiaría mi vida, pero ¿una cantidad de seis cifras? No, no lo haría.
No dije nada.
– Hablé con Petey el otro día. Me imaginaba que vendría aquí pero no ha aparecido -dijo.
– ¡Ah!
– Algo más. El día que me fui me llevó al aeropuerto. Le di cinco mil dólares por si tenía alguna emergencia. De manera que cuando le pediste dos mil setecientos…
– Menos que eso. Le hablé el sábado por la tarde y eso era antes de que necesitara los mil para la chica Cassidy. No sé qué cifra le mencioné. Mil quinientos o dos mil, muy probablemente.
Meneó la cabeza.
– ¿Le encuentras sentido a esto? Porque yo, no. Lo llamas el sábado y te dice que no vuelvo hasta el lunes, pero que sigas adelante y pongas tú el dinero, que yo te lo devolveré. ¿Es eso lo que dijo?
– Sí.
– ¿Por qué lo haría? Entiendo que no quiera desprenderse de nada de mi dinero si cree que yo podría oponerme. Pero en lugar de rechazar tu petición y aparecer como un tipo duro, podría haberte dicho que no tenía dinero. Pero al mismo tiempo está aprobando el gasto. ¿Tengo razón?
– Sí.
– ¿Le diste la impresión de que tú tenías mucha pasta?
– No.
– Porque podría imaginarse que, si lo tenías, lo pusieras tú. De otro modo, Matt, no me gusta decirlo, pero tengo un mal presentimiento acerca de esto.
– Yo también.
– Creo que está consumiendo.
– Eso parece.
– Está tomándonos el pelo, dice que va a venir y no aparece, lo llamo y no está. ¿A qué te suena esto?
– No lo he visto en ninguna reunión desde hace semana y media. Es cierto que no siempre vamos a las mismas reuniones, pero…
– Pero esperas encontrarle de vez en cuando.
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