– ¿Estás planeando adoptarla?
– No, y no cometeremos la estupidez de compartir el apartamento ni peinamos una a la otra tampoco. Pero puedo conseguirle trabajo en una casa decente o enseñarle cómo hacerse de una agenda y trabajar fuera de su apartamento. Si es lista, ¿qué crees que hará? Poner un par de anuncios en Screw y hacer que los que tienen fantasías con las tetas sepan cómo pueden conseguir una por el precio de dos. Te estás riendo otra vez. ¿Éste es también un lenguaje callejero?
– No, sólo es divertido.
– Entonces te permito que te rías. No sé, tal vez tendría que no meterme y dejarla vivir su vida. Pero me gustaba la idea.
– A mí también.
– Creo que merece algo mejor que la calle.
– Todas lo merecen -asentí-. Puede salir bien de ésta. Si encuentran a los tipos y hay un juicio, podría tener sus quince minutos de fama. Y tiene un abogado que se asegurará de que nadie consiga su historia sin pagarle por ella.
– Tal vez hasta haya una película para televisión.
– No lo descartaría, aunque no creo que podamos contar con Debra Winger en el papel de nuestra amiga.
– No, es probable que no. ¡Ah, ya lo tengo! ¿Estás conmigo en esto? Lo que haces es conseguir una actriz que la represente, que sea una paciente que haya sufrido una mastectomía en la vida real. Lo que quiero decir es: ¿estamos discutiendo conceptos elevados o qué? ¿Te das cuenta de la clase de declaración que haríamos? -Hizo un guiño y siguió-: Ésa es mi persona del mundo del espectáculo. Apuesto a que te gusta más mi acento arrabalero.
– Lo tendría que decidir a cara o cruz.
– Bastante justo. Matt, ¿te importa trabajar en un caso como éste y luego pasárselo a la policía?
– No.
– ¿En serio?
– ¿Por qué habría de molestarme? No podría justificar que me lo reservara para mí. El Departamento de Policía de Nueva York tiene unos recursos y un potencial humano que yo no tengo. Lo hubiera llevado lo más lejos posible, pero nada más. Seguiré el ejemplo que recibí anoche y veré qué puedo descubrir en Sunset Park.
– ¿No le dices a la policía lo de Sunset Park?
– No hay forma de hacerlo.
– Matt, tengo una pregunta.
– Adelante.
– No sé si quieres oírla, pero tengo que preguntártelo. ¿Estás seguro de que son los mismos asesinos?
– Tienen que serlo. Un trozo de alambre utilizado para amputar un pecho. Una vez con Leila Álvarez y otra vez con Pam Cassidy. Ambas víctimas arrojadas en cementerios. ¿Qué más quieres?
– Sí, ya me imaginaba que los que se lo hicieron a Pam también se lo habían hecho a la chica Álvarez y a la mujer de Forest Park, la maestra de escuela.
– Marie Gotteskind.
– Pero ¿qué hay de Francine Khoury? No fue arrojada en un cementerio, no le amputaron un pecho y, aparentemente, fue raptada por tres hombres. Si había algo de lo que Pam estaba segura era de que había solamente dos hombres, Ray y el otro.
– Podría haber sólo dos con Francine Khoury.
– Tú dijiste…
– Sé lo que dije. Pam también dijo que fueron del asiento del conductor a la parte trasera de la furgoneta. Tal vez pareció que realmente había tres personas porque cuando uno ve a dos tipos entrar en la parte de atrás de una furgoneta y luego ésta arranca, se supone que había alguien delante para conducirla.
– Tal vez tengas razón.
– Sabemos que esos tipos liquidaron a Gotteskind. Gotteskind y Álvarez están ligadas por el asunto de los dedos, de su amputación e inserción, y a Álvarez y Cassidy les amputaron un pecho, de manera que eso significa…
– Que los tres son el mismo dúo. Está bien, te sigo.
– Pues bien, los testigos oculares de Gotteskind también dijeron que había tres hombres, los dos que la raptaron y uno que conducía. Ésa puede haber sido una ilusión. O pueden haber tenido tres ese día y nuevamente el día que asesinaron a Francine, pero uno de los tipos estaba en casa con gripe la noche que se llevaron a Pam.
– Estaba en su casa masturbándose -sentenció, malhumorada, Elaine.
– Lo que fuera. Le podríamos preguntar a Pam si hubo alguna referencia a otro hombre. «A Mike le gustaría su culo», o algo así.
– Tal vez le llevaron su teta a Mike.
– «Eh, Mike, tendrías que haber visto la que se salvó.»
– Ahórrame eso, ¿quieres? ¿Crees que Pam conseguirá describirlos adecuadamente?
– No lo creo.
Pam dijo que no recordaba cómo eran los dos hombres, que cuando trataba de imaginárselos veía rostros indefinidos, como si hubieran llevado puestas medias de nailon como máscaras. Por eso la primera investigación se convirtió en un ejercicio inútil en cuanto le dieron unos álbumes con fotos de delincuentes sexuales para que las examinara. No sabía qué caras buscaba. Después lo probaron con un técnico en retratos robot, pero eso también fue inútil.
– Cuando estaba aquí -dijo Elaine- yo no dejaba de pensar en Ray Galíndez.
Galíndez era un policía del Departamento de Nueva York y un artista, con una habilidad extraordinaria para engancharse en el relato de un testigo y conseguir un parecido notable. Dos de sus bocetos, enmarcados y barnizados, estaban en la pared del cuarto de baño de Elaine.
– Tuve la misma idea -dije-, pero no sé lo que le podría sacar a ella. Si hubiera trabajado con ella un día o dos después de los hechos, podría haber llegado a algo. Ahora ha pasado demasiado tiempo.
– ¿Y la hipnosis?
– Es posible. Debe de tener un bloqueo de memoria y, tal vez, un hipnotizador podría desbloquearla. No sé nada al respecto. Los jurados no confían demasiado en eso y tampoco estoy seguro de confiar yo.
– ¿Por qué no?
– Creo que los testigos hipnotizados pueden crear falsos recuerdos con su imaginación debido a un deseo insatisfecho. Sospecho de muchos de los recuerdos incestuosos que oigo en las reuniones, recuerdos que brotan de repente, veinte o treinta años después del hecho. Estoy seguro de que algunos de ellos son reales, pero tengo la sensación de que muchos no lo son y salen del contexto, porque la paciente quiere hacer feliz a su terapeuta.
– A veces es real.
– Sin duda. Pero a veces no.
– Quizás. Te concedo que es el trauma de moda actualmente. Las mujeres que no tengan recuerdos incestuosos no tardarán en preocuparse porque sus padres las consideraban feas. ¿Quieres jugar a que soy una niña mala y tú eres mi papaíto?
– Me parece que no.
– No eres divertido. ¿Quieres jugar a que soy una fría y astuta puta callejera y a que tú estás sentado tras el volante del coche?
– ¿Tendría que ir a alquilar un coche?
– Podríamos fingir que el sofá es el coche, pero sería una limusina. ¿Qué podemos hacer para mantener nuestra relación excitante y ardiente? Te ataría, pero te conozco. Te quedarías dormido.
– Especialmente esta noche.
– ¡Ajá! Podríamos fingir que te gustan las deformidades y que a mí me falta un pecho.
– ¡Que Dios no lo permita!
– Sí, amén a eso. No quiero beshrei, como diría mi madre. ¿Sabes qué es beshrei? Creo que significa invocar algo, un equivalente yiddish de atraer la desgracia. «Ni siquiera lo digas, podrías darle ideas a Dios.»
– Bueno, no lo hagas.
– No. Querido, ¿quieres, sencillamente, ir a la cama?
– Ahora sí que dices algo bueno.
El martes me acosté tarde y cuando desperté Elaine ya se había ido. Una nota en la mesa de la cocina me decía que podía quedarme todo el tiempo que quisiera. Me serví el desayuno y vi la televisión un rato. Después salí y anduve caminando aproximadamente durante una hora, hasta terminar en el edificio Citicorp, a tiempo para la reunión del mediodía. Luego fui a ver una película en la Tercera Avenida, fui andando hasta el Frick, donde vi las pinturas, después cogí un autobús que baja por Lexington y llegué a tiempo a la reunión de las cinco y media, a una manzana de la estación Grand Central, donde los pasajeros se afanaban por llegar al vagón restaurante.
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