»Él había estado bebiendo, aunque tal vez no pudiera decirse que estaba borracho, y ambos se mostraban calmados y complacientes. Si por mí hubiera sido, les hubiéramos dado las buenas noches y nos hubiéramos dedicado a otra cosa. Pero Vince se había encontrado con cientos de altercados domésticos, y aquel le daba mala espina. También yo podría haberme dado cuenta de que allí había gato encerrado de no haber sido tan novato. Estaba claro que ocultaban algo. Si no, nos habrían dicho que no se había producido ninguna pelea, que en su casa no había problema alguno, y nos habrían mandado al infierno.
»Así que Vince se entretuvo hablando de esto y aquello, y yo me preguntaba qué pretendía, si estaría esperando a que el marido abriese una botella y nos ofreciese una copa. Pero entonces, los dos oímos un ruido, como si se tratase de un gato, aunque estaba claro que no lo era. "Oh, no es nada", dijeron. Pero Mahaffey los quitó de en medio, abrió una puerta y encontramos allí una niñita, de unos 7 años pero bastante bajita para su edad, y entonces nos quedó claro por qué la pelea no había dejado señal alguna en la mujer. Todas las marcas las llevaba la cría.
»El padre le había dado una buena paliza. Estaba llena de moretones, tenía un ojo cerrado, y marcas en los brazos de haberle quemado con cigarrillos. "Se ha caído", insistía la madre, "él jamás la tocaría; la niña se ha caído".
»Los llevamos a comisaría y los encerramos en un calabozo. Después trasladamos a la niña a un hospital, pero antes Mahaffey la metió en una oficina vacía y le pidió a alguien una cámara. La desvistió hasta dejarla en ropa interior, y le sacó una docena de fotos. "Soy muy mal fotógrafo", me dijo, "si saco muchas, a lo mejor logro que alguna se vea".
»Tuvimos que soltar a los padres. Los médicos del hospital confirmaron lo que nosotros ya sabíamos, que las heridas de la niña solo podían ser el resultado de una paliza, pero el marido juraba que él no se la había dado, y la mujer le respaldaba. Y, desde luego, la chiquilla no iba a testificar. En aquella época era muy difícil que las autoridades se metiesen en cuestiones de maltrato infantil. Ahora las cosas han cambiado un poco en ese aspecto, o al menos eso creo yo. Así que no nos quedó más remedio que dejarlos ir.
– Supongo que querías matar a ese hijo de puta -dijo Mick.
– Lo que quería era meterlo en la cárcel. No podía creerme que pudiese hacer algo así y salir impune. Mahaffey me dijo que cosas como esa pasaban continuamente. Los casos como aquel llegaban pocas veces a juicio, a menos que el niño muriese, y en ocasiones, ni aun así. Pero entonces, me preguntaba, ¿por qué se habría molestado en hacer las fotos? Me dio unas palmaditas en el hombro y me dijo que aquellas imágenes valían su peso en oro. La verdad es que no sabía a qué se estaba refiriendo.
»A mediados de la semana siguiente volvíamos a estar en el coche. "Hace buen día", me dijo. "Vamos a dar una vuelta por Manhattan". Yo no tenía ni idea de adónde demonios me llevaba. Terminamos en la Tercera Avenida, a la altura de los números ochenta. Estábamos en una obra; habían derribado un grupo de edificios y estaban haciendo uno grande. "He descubierto dónde va a beber", dijo Mahaffey, y entramos en el bar de la barriada; se llamaba Carney's, Cartey's o algo así; hace mucho que ya no existe. El sitio estaba lleno de tipos con calzado de trabajo y casco, trabajadores de la construcción que estaban en el descanso o acababan de terminar su turno, que pasaban el rato y se tomaban una cerveza para relajarse.
»Bueno, los dos llevábamos el uniforme, y las conversaciones se detuvieron en cuanto entramos. El padre estaba en la barra, en medio de un grupo de colegas. Es curioso, pero ni siquiera recuerdo su nombre.
– ¿Y por qué debías recordarlo? Hace muchos años de todo aquello.
– Pero uno cree que debería recordarlo. Bueno, la cuestión es que Vince se metió en medio de ellos y, señalando al tipo, se giró hacia los hombres que estaban a su alrededor y les preguntó si le conocían. «¿Y les cae bien? ¿Creen que es un tipo decente?». Y todos dijeron que sí, que era buena persona. ¿Qué iban a decir?
»Así que Mahaffey se abrió la guerrera azul del uniforme y sacó un sobre marrón que tenía las fotos de la niña. Había pedido que se las ampliasen a 20 por 25, y habían salido todas perfectas. "Esto es lo que le hizo este cabrón a su propia hija", les dijo y les pasó a todos las instantáneas. "Echad un vistazo, esto es lo que este canalla les hace a los niños indefensos". Y cuando todos las habían visto, les dijo que éramos polis, pero que no podíamos encerrar en la cárcel a aquel individuo, y que tampoco podíamos ponerle un dedo encima; y también les comentó que ellos no lo eran y que una vez que saliésemos por la puerta no podríamos detenerles si decidían hacer lo que considerasen oportuno. «Y sé que harán lo correcto», añadió.
– ¿Y qué hicieron?
– No nos quedamos para verlo. Cuando regresábamos a Brooklyn, Mahaffey me dijo: «Matt, aprende bien esta lección, nunca hagas nada si puedes conseguir que alguien lo haga por ti». Sabía lo que iba a ocurrir, y luego nos enteramos de que, en efecto, habían estado a punto de matar a aquel hijo de puta. Lundy, así se llamaba. Jim Lundy, o tal vez fuese John.
»Acabó en el hospital y estuvo ingresado durante una semana. Pero no se quejó, no dijo quién le había causado las lesiones. Juraba que se había caído y que todo había sido culpa de su torpeza.
«Cuando se recuperó, no pudo volver a aquella obra porque sabía que sus antiguos compañeros no iban a permitir, de ninguna manera, que trabajase con ellos. Pero supongo que siguió en la construcción y que consiguió otros trabajos, porque unos años más tarde oí que se había caído. Se precipitó desde lo alto de un edificio, lo que ellos llaman "irse por el agujero".
– ¿Le empujó alguien?
– No lo sé. Puede que estuviera borracho y perdiese el equilibrio, o incluso pudo haberle pasado estando totalmente sobrio. O quién sabe, tal vez le diese a alguien algún motivo para tirarle del edificio. No lo sé. Tampoco sé lo que fue de la niña. Ni de la madre. Probablemente nada bueno, pero la verdad es que eso se podría decir prácticamente de todo el mundo.
– ¿Y Mahaffey? Supongo que ya habrá muerto.
Asentí.
– Murió en acto de servicio. Tenía que haberse jubilado hacía mucho, pero él no quería, y un día… Ya no éramos compañeros. Yo acababa de hacerme detective gracias a un asunto que resolví en un noventa y nueve por ciento por pura suerte; sea como sea, un día estaba subiendo por las escaleras de otro edificio, y su corazón se paró. Ingresó cadáver en el King's County. En su funeral todo el mundo dijo que probablemente murió como deseaba, pero yo estoy seguro de que no. Yo sabía lo que él quería. Quería vivir para siempre.
Poco antes del amanecer me preguntó:
– Matt, ¿crees que soy alcohólico?
– ¡Por Dios bendito! -le contesté-. ¿Cuántos años me costó a mí aceptar que lo era? Me temo que eso no es algo que pueda decir de nadie más.
Me levanté, fui al baño de caballeros, y cuando volví me dijo:
– Dios sabe que me gusta beber. No podría soportar el mundo sin la bebida.
– Tampoco con ella se soporta muy bien.
– Ya lo sé, pero a veces esta mierda te hace perder un poco la perspectiva. O al menos la difumina un poco.
Levantó el vaso y se lo quedó mirando.
– Dicen que no se puede mirar un eclipse de sol a simple vista, que hay que mirarlo a través de un cristal ahumado para no perder la visión. Y, con la vida, ¿no pasa lo mismo? ¿No se necesita también ahumarla un poco con esto para poder verla?
– Bonito modo de expresarlo.
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