Elizabeth George - El Peso De La Culpa

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Parece que Asuntos Internos va a dejar de investigar de una vez por todas a la brillante, pero indisciplinada detective Barbara Havers. Tras una suspensión temporal como policía, Havers regresa al trabajo a las órdenes del lúcido Inspector Lynley en un extraño caso: el hallazgo de dos jóvenes en un bosque, con signos visibles de haber sufrido una cruenta muerte. Un asesinato de especial virulencia que abre una puerta hacia las oscuras y poderosas alteraciones de la psique humana. Un sórdido espacio en el que el sexo deviene en sadomasoquismo, y el pasado se adentra en la cara odiosa de una doble vida.

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– ¿No han identificado al muchacho? -preguntó Lynley-. Mi superior me dijo que nadie lo ha conseguido.

– Se está investigando la matrícula de una moto, una Triumph encontrada cerca del coche de la chica, detrás de un muro de la carretera, en las afueras de Sparrowpit. -Señaló la aldea en un plano catastral desplegado sobre un escritorio apoyado contra la pared que sustentaba la pizarra-. Hemos buscado al dueño de la moto desde que los cadáveres fueron encontrados, pero nadie se ha presentado a reclamarla. Debía de pertenecer al chico. En cuanto nuestros ordenadores se pongan en marcha de nuevo…

– Dicen que dentro de un momento -anunció una de las mujeres.

– Perfecto. -Hanken frunció el entrecejo-. Conseguiremos la información del registro.

– Podría ser robada -murmuró Nkata.

– También saldrá en el ordenador.

Hanken encendió otro cigarrillo.

– Ten compasión, Pete -dijo una de las agentes-. Nos pasamos todo el día aquí.

Hanken hizo caso omiso de la súplica.

– ¿Cuál es su opinión hasta el momento? -preguntó Lynley, una vez finalizado su estudio de las fotografías.

Hanken buscó debajo del plano catastral un sobre de papel manila grande. Contenía fotocopias de cartas anónimas encontradas a los pies del muchacho muerto. Se guardó una.

– Échenles un vistazo -dijo, y tendió el sobre a Lynley.

Nkata se acercó a su superior, mientras Lynley empezaba a ojear las cartas.

Había ocho comunicados en total, cada uno confeccionado con palabras y letras mayúsculas recortadas de periódicos y revistas y después pegadas a hojas en blanco. Todos los mensajes eran parecidos, empezando con vas a morir más pronto de lo que crees, continuando con ¿qué tal sienta saber que tienes los días contados?, y terminando con vigila tu espalda porque cuando menos te lo pienses, atacaré y morirás. no hay lugar adonde huir ni lugar donde esconderse.

Lynley leyó las ocho misivas y luego alzó la cabeza y se quitó las gafas.

– ¿Fueron encontradas en alguno de los cuerpos? -preguntó.

– Dentro del círculo de piedras. Cerca del chico, pero no encima.

– Podrían estar dirigidas a cualquiera, ¿no? Tal vez no estén relacionadas con el caso.

Hanken asintió.

– Fue lo primero que pensé. Pero al parecer estaban dentro de un sobre grande encontrado en el lugar de los hechos. Con el nombre «Nikki» escrito con lápiz fuera. Y estaban manchadas de sangre. Son esas manchas oscuras, por cierto. Nuestra fotocopiadora no las registró en rojo.

– ¿Huellas?

Hanken se encogió de hombros.

– El laboratorio está en ello.

Lynley asintió y volvió a examinar las cartas.

– Son bastante amenazadoras, pero ¿las enviaron a la chica? ¿Por qué?

– El porqué es el móvil del crimen.

– ¿Cree que el chico estaba implicado?

– Creo que era un capullo en el lugar y el momento equivocados. Complicó el asunto, pero nada más.

Lynley devolvió las cartas al sobre y lo entregó a Hanken.

– ¿Complicó el asunto? ¿Cómo?

– Provocó que se pidieran refuerzos. -Hanken había tenido todo el día para analizar el lugar del crimen, examinar las fotografías, estudiar las pruebas y hacerse una idea de lo sucedido. Explicó su teoría-. Tenemos a un asesino que conoce los páramos muy bien, y que sabía exactamente dónde encontrar a la chica. Pero cuando llegó, vio algo inesperado: ella no estaba sola. Él solo llevaba un arma…

– El cuchillo desaparecido -apuntó Nkata.

– Exacto. De modo que tenía dos alternativas. Separar al chico de la chica de alguna manera y apuñalarles de uno en uno…

– O llamar a un segundo asesino -concluyó Lynley-. ¿Es eso lo que piensa?

– En efecto -dijo Hanken. Tal vez el otro asesino estaba esperando en el coche. Tal vez él, o ella, partió hacia Nine Sisters Henge en compañía del otro. En cualquier caso, cuando se hizo evidente que había dos víctimas en potencia en lugar de una sola, y un único cuchillo para realizar el trabajo, el segundo asesino tuvo que entrar en acción. Y utilizó la segunda arma, el pedazo de piedra caliza.

Lynley volvió a examinar las fotos y el plano del lugar.

– Pero ¿por qué señala a la chica como la víctima principal? ¿Por qué no el chico?

– Por esto.

Hanken le entregó la hoja de papel que había separado de las demás cartas anónimas, anticipándose a la pregunta de Lynley. De nuevo se trataba de una fotocopia. Y de nuevo estaba tomada de otra nota. Esta, sin embargo, estaba escrita a mano: «esta puta se ha llevado su merecido.” Con la última palabra subrayada tres veces.

– ¿La encontraron con las demás? -preguntó Lynley.

– La llevaba encima -dijo Hanken-. Metida en un bolsillo.

– Pero ¿por qué dejar las cartas después de cometer el crimen? ¿Y por qué dejar la nota?

– Para enviar un mensaje a alguien. Es el propósito habitual de las notas.

– Lo acepto en el caso de la nota dejada en su cuerpo, pero ¿por qué dejaron las cartas hechas a base de palabras y letras recortadas y pegadas?

– Piense en el estado del lugar del crimen. Había basura por todas partes. Y estaba oscuro. -Hanken apagó el cigarrillo-. Los asesinos ni siquiera sabían que las cartas estaban allí. Cometieron una equivocación.

Al fondo de la habitación, el ordenador resucitó por fin.

– Ya era hora -dijo una de las mujeres, y empezó a introducir datos y esperar respuestas. La otra agente la imitó, trabajando con las hojas de actividades y los informes que el equipo de investigación ya había entregado.

Hanken continuó.

– Piense en el estado mental del asesino, me refiero al asesino principal. Sigue a nuestra chica hasta el círculo de monolitos, decidido a llevar a cabo el trabajo, y la encuentra acompañada. Ha de conseguir ayuda, lo cual le desconcierta. La chica logra huir, lo cual le desconcierta todavía más. Después, el chico opone feroz resistencia, y el campamento queda patas arriba. Lo único que le preocupa, me refiero al asesino, es eliminar a las dos víctimas. Como el plan se ha ido al carajo, no se le ocurre pensar que la Maiden llevaba las cartas encima.

– ¿Por qué lo hizo? -Al igual que su superior, Nkata había vuelto a examinar las fotos del lugar de los hechos. Se volvió hacia ellos-. ¿Para enseñárselas al chico?

– Nada indica que conociera al chico antes de que murieran juntos -dijo Hanken-. El padre de la chica vio el cadáver del muchacho, pero no lo reconoció. Dijo que nunca le había visto. Y conoce a los amigos de ella.

– ¿Pudo matarla el chico? -preguntó Lynley-. ¿Para convertirse después en otra víctima, sin comerlo ni beberlo?

– No, a menos que mi forense haya errado en la hora de las muertes. Calcula que murieron con una hora de diferencia. ¿Cuántas probabilidades existen de que dos asesinatos sin la menor relación ocurran en el mismo sitio una noche de un martes de septiembre?

– No obstante, eso parece, ¿no? -dijo Lynley.

A continuación preguntó dónde se hallaba el coche de Nicola Maiden en relación con el círculo de monolitos. ¿Habían tomado huellas de yeso de los neumáticos en aquel lugar? ¿Habían encontrado huellas de pisadas dentro del círculo? En cuanto al rostro del muchacho, ¿qué opinaba Hanken de las quemaduras?

Hanken contestó de manera satisfactoria a las preguntas, con la ayuda del plano y los informes que sus hombres habían redactado. Desde el fondo de la habitación, la agente Peggy Hammer, cuyo semblante siempre había recordado a Hanken una pala con pecas, gritó:

– ¡Pete, ya la tenemos!

Copió algo que aparecía en el monitor.

– ¿La Triumph? -preguntó Hanken.

– Exacto. La tenemos.

Le tendió una hoja.

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