Recibí una llamada de Amy en cuanto colgué.
– Los documentos de Pelletier se encuentran aquí mismo, en la biblioteca de la Universidad de Chicago. ¿Quieres que me acerque a consultarlos?
– Creo que iré yo misma -respondí-. Se trata de salir de pesca, y yo misma no sé qué es lo que quiero pescar.
– Por lo que he podido averiguar por teléfono, es un archivo enorme -dijo-. Cuarenta cajas de ésas que se usan para guardar documentos, ya sabes. Si te pasas por aquí ahora, puedo ayudarte a echarles un vistazo.
Miré mi agenda: vacía hasta las cuatro, cuando tendría una reunión con una pequeña empresa para la que rastreaba cheques sin fondo. Le dije a Amy que estaría con ella en veinte minutos.
CHICO MARAVILLA
Qué tal, Chico Maravilla,
¿Con qué se alimentaba César? Tu joven novia es una atractiva potrilla, y tu enamoramiento es comprensible, pero hasta que no crezca y aprenda a leer no me engatuses con ella. Si no te gusta Tierra sombría, dilo tú mismo; recibir una carta de la chica diciendo «en este momento no encaja en nuestro catálogo» es un insulto tan grave que quiero creer -apenas, te advierto, producto del autoengaño- que no sabías que tu chica me había escrito. Otra cosa que me lleva a esta conclusión es saber que tú no eres uno de esos gallinas metidos en este negocio, temeroso de tocarme porque los gorilas de Washington me metieron en la cárcel durante seis meses y eliminaron mis libros de todas las embajadas del mundo. A mí y a Dash. Ya no habrá ningún secretario del secretario en Canberra que pueda ser corrompido por El halcón maltés o Historia de dos países. Dash, pobre bastardo, está cavando su propia tumba a fuerza de tragos, pero yo me niego a rendirme tan fácilmente.
Era una copia en papel carbón, por lo tanto sin firmar, pero la tinta de las letras aún la hacía legible.
Como había dicho Amy, el archivo de Pelletier era enorme. Nos encontrábamos frente a frente en una mesa en la sala de libros raros de la Universidad de Chicago, rodeadas por cajas de papeles y libros. Cuando firmamos en el registro, el bibliotecario dijo que Pelletier de pronto se había convertido en un tema candente; éramos las segundas en pedir esos documentos en el último mes.
Con el instinto del detective nato, Amy dijo que sí, que su primo Marcus siempre se le adelantaba, y el bibliotecario confirmó que Marcus Whitby había estado revisando las cajas hacía tres semanas. Sólo había ido una vez, dijo, así que lo que fuera que buscara lo consiguió en la primera visita. Teníamos suerte, añadió, de que Mike Goode, el bibliotecario jefe, hubiera rotulado las cajas.
Aun así, era una masa ingente para inspeccionar. La colección tal vez fuera el sueño hecho realidad de un crítico literario, pero una pesadilla para un detective. Pelletier lo había conservado todo: facturas, órdenes de desahucio, menús de cenas importantes… Era tan consciente de su relevancia histórica que incluso había hecho copias de sus cartas. Casi todas eran como ésta a Calvin, largas diatribas contra algo o alguien. En los años treinta y cuarenta la correspondencia era efusiva cuando no cáustica: observaciones ingeniosas sobre personas o acontecimientos públicos.
Con el tiempo, en cambio, Pelletier se volvió amargado y resignado. Escribió furioso al New York Times por la reseña de Tierra sombría, a la Universidad de Chicago por no mantenerlo como profesor en los sesenta, a su casero por subirle el alquiler, a la lavandería por perderle una camisa. Amy y yo nos miramos con desasosiego: ¿qué había encontrado Marc entre semejante montaña en su primera visita?
El Herald-Star le dedicó dos columnas en su necrológica. La leí para obtener información biográfica. Había nacido en Lawndale, en el West Side de Chicago, en 1899, un año en la Universidad de Chicago, soldado voluntario en Francia en 1917 y a la vuelta se había afiliado al movimiento obrero radical que se extendía por Chicago y todo el país.
Pelletier no ocultó haber sido comunista durante los años treinta y cuarenta. Historia de dos países estaba basada en sus quince meses de estancia en España durante 1936 y 1937, donde luchó con la brigada Abraham Lincoln durante la Guerra Civil. El libro supuestamente contenía retratos apenas disfrazados de Picasso y Hemingway, y revelaba los argumentos que sobre la guerra esgrimía una célula del Partido Comunista, cuyos miembros posiblemente fueran personas reales que Pelletier conoció durante su encarcelamiento en Chicago.
Llamado a declarar ante el diputado Walkcr Bushnell y el Comité de Actividades Antiamericanas, éste lo presionó duramente para que identificara a los personajes del libro, pero él se negó alegando que se trataba de una obra de ficción, y pasó seis meses en prisión por desacato al tribunal. Más tarde, como escritor incluido en la lista negra, encontró dificultades para publicar su trabajo y escribió novelas románticas bajo el pseudónimo «Rosemary Burke». Murió el jueves de neumonía, agravada por su estado de desnutrición, a la edad de setenta y ocho años.
Pelletier escribió otra novela antes de Historia de dos países, y dos más en la década siguiente. Las cuatro fueron publicadas con éxito de crítica y ventas, a pesar de que todos los entendidos coincidieron en que Historia de dos países era su obra maestra. Después de eso hubo una laguna de cerca de diez años hasta que terminó Tierra sombría, y parece ser que presionó a Calvin para que la comprara, pues Bayard la publicó en 1960.
Encontramos otra carta en papel carbón de 1962 dirigida a Calvin, en la que le decía que no le sorprendía que Bayard sólo hubiera vendido ochocientos ejemplares de Tierra sombría, pues se negaban a gastar un centavo en publicidad.
Ochocientas personas estaban pasando el rato en una librería, curioseando o intentando evitar al cobrador de impuestos, cuando de repente cayó en sus manos un ejemplar de Tierra sombría. ¿Qué hizo Olin contigo en esa sala del tribunal? ¿Te dijo que te dejaría en paz si pisoteabas a tus amigos de juventud?
Me restregué los ojos.
– Esto es más que un día normal de trabajo. Casi quisiera que Pelletier no hubiese conocido a Bushnell y Taverner; me encantaría saber quiénes fueron sus compañeros comunistas en los años treinta.
– ¿Eso tiene algo que ver con el asesinato de Marc? -preguntó Amy.
– No lo sé -dije con petulancia-. Pero al repasar las reseñas, veo que en Historia de dos países aparece un fotógrafo homosexual negro; quizás ese personaje era en realidad Llewellyn. También muchos intelectuales y otras personas relacionadas con la universidad. Sería estupendo que él nos proporcionara la clave de todo esto.
Amy hizo una mueca.
– Esto parece una tesis doctoral, y no la obra de un gran escritor. Yo leí Historia de dos países para una clase de literatura. Está maravillosamente escrita, y es más profunda que Por quién doblan las campanas, pero creo que Tierra sombría no se vendió bien porque no era un buen libro. Tal vez Pelletier estaba demasiado angustiado cuando lo escribió, o quizá había perdido la práctica. Aun antes de estar en la lista negra, dejó de escribir ficción y trabajaba mucho para Hollywood.
– ¿Tierra sombría contenía detalles autobiográficos, al estilo de Historia de dos países? Es decir, ¿podría enterarme de algo acerca de Calvin y su grupo si lo leo? Porque Pelletier se hizo amigo de Calvin después de que Ediciones Bayard comprara Historia de dos países.
– ¿Quieres decir que es otra novela de clave? Si Tierra sombría lo es, no me di cuenta al leerlo, porque no reconocí a ninguno de los personajes. Supongo que podría sacarlo de la biblioteca y ver ahora reconozco a alguno.
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