Tiré salvajemente de la cuerda de sus cortinas.
– Comprendo: es lo que hace que todo sea tan difícil en estos momentos. ¿Qué pasaría si dejo libre a Benjamin y mata a alguien como tú, una buena persona, que salva vidas, y no alguien relacionado con su lucha universal? ¿Qué pasaría si lo entrego a las autoridades y lo envían a prisión, alejado de todos sus conocidos, donde la población masculina adulta podría violarlo? Si todavía no es un terrorista, eso terminaría por convertirlo en uno.
Ella asintió, con la cara surcada por la preocupación.
– Entonces, ¿qué vas a hacer para resolver ese dilema?
– Está con el padre Lou. Rehabilitó a muchos pandilleros en su momento; tal vez pueda hacer algo por él también.
– Espero por el bien de todos que tengas razón, Victoria. Todo me preocupa, pero también tu seguridad. Tú misma podrías estar en grave peligro, lo sabes. No necesariamente a causa de ese chico, sino por algún policía como el que disparó a la chica de los Bayard. ¿La salud y la seguridad de ese chico egipcio merecen que arriesgues la vida? -Esbozó una sonrisa irónica-. No sé por qué pierdo el tiempo haciéndote esa pregunta. Tú eres como tus perros: una vez que tienes un hueso en la boca, ya no lo sueltas.
Durante un rato hablamos de temas más ligeros, pero a las diez me dijo que debía estar en el quirófano a las seis, y tenía que irme. Y que tuviera cuidado. Me sonrió, pero su mirada era triste.
Las sombrías palabras de Lotty me perturbaron el sueño, llenándolo de imágenes en las que causaba desastres en los que ella moría y Morrell aparecía en la entrada de una cueva, sacudiendo la cabeza ante mí antes de darme la espalda y desaparecer de mi vista. Poco después de las cuatro y media me levanté de la cama. Prefería andar todo el día con los ojos enrojecidos antes que soportar esas pesadillas.
Conduje hasta San Remigio para llegar a la primera misa de la mañana, dando un rodeo por las calles vacías hasta estar segura de que no me seguían. Entré en la capilla de Nuestra Señora en mitad de una lectura, recitada en español por una mujer robusta, enfermera de la escuela. Algunas vecinas de la parroquia estaban allí, y un muchacho somnoliento, estudiante de la escuela, hacía de monaguillo.
Terminada la misa, el padre Lou me llevó a su estudio. Benji estaba bien, algo nervioso en manos cristianas, pero le encantaba ir al gimnasio por la tarde, donde había comenzado a trabajar con el equipo. Y seguía diciendo que no tenía nada que contar respecto a lo que había visto desde la ventana del ático.
– No sé cómo va a funcionar esto. Lo he puesto en cuarto grado, lee en inglés como para estar ahí, y mejorará pronto si se queda. Les dije a los chicos que era africano; en realidad para evitar que lo consideren un enemigo. Pero le hacen algunas bromas pesadas por ser el nuevo, y eso hiere su orgullo. Le expliqué en qué consiste la verdadera fuerza: no se trata de golpear a alguien en el ring, sino de golpear a nuestros demonios. Sólo los que son débiles se unen a pandillas. Aunque nunca se sabe hasta dónde asimilan este tipo de sermones.
Asentí.
– La mezquita a la que asistía, según los periódicos de ayer, difunde la idea de que el sionismo es responsable de lo del World Trade Center, y que los judíos hacen pasteles con sangre de niños musulmanes. Odio pensar que protejo a alguien que piensa en matar a mis amigos.
El padre Lou gruñó.
– Lo mejor que puedo decirte es que me crié escuchando la misma clase de cuentos en la Iglesia católica. Que los judíos mataron a Jesús, y que cocinaban con sangre de niños cristianos. Al crecer aprendí otras cosas, y espero que este chico haga lo mismo. ¿Cómo está la muchacha?
– Reponiéndose rápidamente. Hoy le darán el alta. Hubo un enfrentamiento entre el padre y la abuela. El padre tiene los derechos legales, pero apuesto a que volverá con la abuelita… ¿Puedo hablar con Benji un minuto?
El padre Lou miró el reloj.
– Debe de estar en la cocina. Parece capaz de cuidar de sí mismo. Creo que es un buen muchacho. Tímido, pero con ganas de agradar a la gente.
Caminé por los pasillos sin luz hasta la cocina, donde Benji estaba lavando platos en el viejo fregadero de cinc. Levantó nerviosamente la vista cuando entré, pero se relajó al reconocerme.
Puse una tostada en la tostadora.
– Ayer vi a Catherine. Está mejorando: le dieron en el hombro pero no es grave, y hoy la envían a su casa.
– Eso está muy bien, esas noticias. ¿Le ha dicho dónde estoy?
Asentí.
– Se pondrá en contacto cuando sepa que no corres peligro si te visita. Benji, ¿qué te gustaría hacer a partir de ahora si logramos resolver tus problemas? ¿Quieres quedarte en Chicago o regresar a El Cairo?
Comenzó a secar los platos que había lavado, cuidadosamente, como si fuera porcelana de Sèvres en lugar de vajilla industrial.
– ¿Solucionar mis problemas? ¿Qué significa? ¿Fin de mis problemas?
– Sí, resolverlos.
– Por mi familia es bueno que yo me quede aquí. Les mando dinero y mis hermanas y mi hermanito pueden ir al colegio, donde estudian. Para mí, esconderme siempre no es bueno. No es saludable, es… -Hizo un gesto expresivo, que comprendía humillación y furia-. Y además si me escondo no puedo trabajar. No puedo trabajar si siempre tengo que vivir escondido. Este cura cristiano es como usted dijo, un buen hombre, y me ayuda con el inglés, pero sigo sin poder trabajar, no puedo ir a la mezquita, no puedo ver a mi gente.
– De modo que tengo que conseguir que puedas quedarte aquí y mantenerte alejado de las garras del FBI. -Unté la tostada con mantequilla-. Benji, el domingo pasado un hombre murió en el estanque de Larchmont Hall, la casa donde Catherine te escondió; sabes que se llama Larchmont Hall, ¿verdad? Creo que alguien metió a ese hombre en el estanque; creo que alguien mató a ese hombre. ¿Qué viste cuando esperabas la llegada de Catherine?
– Nada. No vi nada.
Se le cayó el plato que sostenía. Aterrizó sobre las baldosas con un estruendo, haciéndose pedazos. Me agaché a recoger los fragmentos, pero levanté la vista hacia él.
– ¿Por qué tienes miedo de decirme lo que viste? Te salvé de la policía. Ya has visto que me he ocupado de traerte a un lugar seguro. ¿Por qué crees que ahora querría hacerte daño?
– No vi nada. Yo soy pobre, no soy un… profesor, pero sé lo que pasaría. Si vi a alguien, tú le dices a la policía y ellos dicen, ah, el chico egipcio, el terrorista, él es el asesino. Si vi a alguien, ellos me matarán. No, no vi a nadie.
Tiró el paño de cocina en la mesa y se fue corriendo al interior de la rectoría.
RÍGIDO EN LA MORGUE
Abandoné la iglesia tensa y sobresaltada. Mi conversación con Benji confirmaba mi sospecha de que había visto al asesino de Marc. Y se las había arreglado para explicar por qué temía revelarlo. La verdad era que no podía culparlo; la policía había disparado a Catherine Bayard en su ansia por matarlo a él. ¿Por qué habría de confiar en que podía evitar que lo ejecutaran si decidía testificar?
Si pudiera encontrar la manera de quitarle de encima al Departamento de Justicia, quizá Benji me diera información a cambio, pero en aquel momento no se me ocurría ninguna buena idea.
El día no se desarrolló de una manera que me quitara el mal humor. Al regresar a mi apartamento encontré un mensaje de Bryant Vishnikov. Había telefoneado apenas unos minutos antes de mi llegada. Esperando que eso significara que tenía información valiosa, tiré el abrigo y el bolso al suelo y devolví de inmediato la llamada. Interrumpió una autopsia para atenderme.
– ¿Por qué no me dijiste que la ciudad quería una autopsia de tu fiambre?
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