Sara Paretsky - Lista negra

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Una historia de secretos y mentiras que atraviesa cuatro generaciones.
Tras los atentados del 11 de septiembre, la detective V.I. Warshawski acepta un extraño encargo de uno de sus clientes más importantes: debe vigilar la antigua mansión de su madre, pues la anciana está segura de ver luces en ella.
En medio de la noche, la investigadora encuentra en los jardines de la casa el cadáver de un periodista negro. Al ver que la policía está más que dispuesta a dar carpetazo al asunto, la familia del difunto contrata los servicios de Warshawski para que les ayude a limpiar su buen nombre.
De este modo, la detective se irá enredando en una tela de araña hecha de lujuria, dinero mal adquirido, secretos ocultos y poder que se remonta a la época de la “caza de brujas” del senador McCarthy y las tristemente famosas listas negras.
Warshawski se dará cuenta de que hay fuerzas muy poderosas empeñadas en que la sórdida verdad no salga a la luz, y de que tendrá que poner toda su habilidad en juego sino quiere correr el riesgo de ser un eslabón más en la cadena de extorsiones y asesinatos.

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– ¿Tienes idea…? No, por lo visto no. Esto no es como llamar a uno de mis colegas del condado de Cook. Sólo conozco a Jerry Hastings y muy superficialmente, y si él me llamara para decirme que volviese a examinar un cadáver le diría que se fuera al infierno. De modo que eso es lo que espero que él haga conmigo.

– ¿No podrías decir que tienes el cadáver de alguien muerto en parecidas circunstancias y que quieres comparar información? ¿O que te permitan ver a Marcus Whitby por esa misma razón? -Había comenzado a toser nuevamente y tuve que hacer una pausa para tomar un poco de té.

– No. Lo que puedo hacer es una autopsia privada si la familia contrata mis servicios. Si les entregan el cuerpo, están en su derecho de tomar esa decisión.

Tapé el auricular y se lo expliqué a Amy y Harriet, que frunció el ceño con preocupación.

– Mamá… se negará. Lo único que quiere es llevarse a Marc de aquí lo antes posible. ¿No se puede hacer nada más?

Cuando le transmití la respuesta de Harriet a Bryant éste me dijo:

– Entonces no hay nada que yo pueda hacer. Si quieres esa autopsia, tendrás que conseguir que la familia entregue el cuerpo para que yo o cualquier otro realice un examen privado. O darle a Jerry Hastings una razón de peso para que vuelva a examinar el cuerpo.

– ¡Necesito tiempo para investigar! -exclamé frustrada.

– Mira, Warshawski, si la familia no está dispuesta a que le hagan una autopsia privada, entonces no tendrás más remedio que dejar que se lleven el cuerpo por la mañana. Y hablando de mañana, falta poco para que amanezca. Me vuelvo a la cama. Y a ti más te vale empezar a hacer gárgaras, o la próxima vez que te vea será en mi mesa de autopsias… eso suponiendo que mueras en el condado de Cook.

Vishnikov colgó, pero estaba empezando a explicarle el problema a Harriet cuando llamó.

– En mi morgue ando siempre a la gresca con empleados incompetentes que pierden la documentación referente a los cadáveres.

Volvió a colgar antes de que pudiera contestar. Levanté una mano a mis visitantes, instándolas a que guardaran silencio, mientras yo, con el ceño fruncido, daba vueltas al consejo de Vishnikov. Sólo tenía una posibilidad. Hurgué entre los papeles que había dejado caer de mi maletín hasta encontrar el número del teléfono móvil de Stephanie Protheroe.

– He visto las noticias de la televisión esta noche -dije cuando respondió a mi llamada-. El comisario parece muy convencido de que el señor Whitby se ahogó voluntariamente.

– No encontramos nada que sugiera lo contrario -dijo ella.

– Oficial, está conmigo la hermana de Whitby. Estaban muy unidos; y le resulta muy difícil creer que su hermano se haya suicidado.

– Siempre es difícil para las familias -replicó Protheroe.

– ¿Han encontrado su coche? -pregunté-. ¿O descubierto cómo llegó a Larchmont Hall? ¿A cuánto está? ¿A unos ocho kilómetros de la estación de tren más cercana? ¿Hay allí servicio de taxis?

Una larga pausa me decía que Protheroe se daba cuenta de que había lagunas en la investigación sobre la muerte de Whitby. No insistí más en eso.

– La señorita Whitby me ha contratado para que haga algunas averiguaciones. Normalmente aconsejo a las familias que pidan una autopsia privada si no están satisfechas con el médico forense. Pero lo único que quiere la madre es llevarse a su hijo de Chicago y darle sepultura; ella no dará su consentimiento para que le hagan un análisis de sustancias tóxicas ni nada por el estilo.

– Así que usted está en un apuro, ¿verdad? -Protheroe no era hostil, sino prudente.

– Claro que si la documentación sobre el cadáver se traspapelara durante tres o cuatro días, puede que descubriera otra razón, diferente a la de que se tropezó y se ahogó, por la cual el señor Whitby estuviera en New Solway. Puede que encontrara su coche. Puede que encontrara algo que hiciera que el doctor Hastings quisiera repetir la autopsia sin que a nadie le pareciera mal.

– ¿Y por qué iba yo a arriesgar mi carrera por este asunto? -preguntó Protheroe.

– Bueno, porque creo que usted eligió este trabajo por la misma razón que yo: porque le importa más la justicia que los donuts.

– Deje en paz los donuts. Me han salvado la vida más veces que el chaleco antibalas. -Cortó la conexión.

– ¿Va a ayudarnos la persona con la que acaba de hablar? -preguntó Harriet angustiada.

– Creo que sí, pero no lo sabremos hasta que su madre vaya a reclamar el cuerpo de su hermano mañana.

Amy Blount me miraba con respeto, pero me dio la impresión de que no esperaba que yo respondiera adecuadamente.

– Deberíamos dejar que se fuera a la cama. ¿Ha enfermado por tratar de salvar a Marc?

– No es más que un resfriado -dije ásperamente-. ¿Con quién puedo hablar mañana que sepa en qué trabajaba el señor Whitby, o qué pudo haberlo llevado a New Solway? ¿Tenía novia, o algún amigo íntimo por aquí?

Harriet se frotó el entrecejo.

– Si tenía alguna relación seria con alguien, era demasiado reciente como para que nos lo hubiera contado a mí o a mamá. El editor de la revista se llama Simón Hendricks; él debe de saber en qué trabajaba Marc, si es que estaba escribiendo algo para T-Square. Marc también hacía trabajos de freelance, ¿sabe? En cuanto a sus amigos, ahora mismo no se me ocurre ninguno. Conozco a sus amigos de la universidad, pero no a los de Chicago.

– Empezaré con la revista por la mañana -dije-. Y puede que pregunte a su madre por los amigos de Whitby.

Ella volvió a sonreír fugazmente.

– Mejor no; a mamá le disgustaría saber que la he contratado.

Sofoqué un gruñido: el segundo cliente en una semana con problemas entre madre e hijo; eso significaba que tenía que andarme con cuidado.

– ¿Qué hay de la casa de su hermano? ¿Sería posible entrar en ella? Tal vez encontremos notas o algo así. Yo le registré los bolsillos, con la esperanza de encontrar alguna identificación, pero no tenía llaves. Hasta que no he hablado con la oficial hace un momento, no se me había ocurrido pensar en eso, pero el caso es que no llevaba llaves, ni de la casa ni del coche, a menos que se le cayeran en el estanque.

Harriet se volvió hacia Amy perpleja.

– Pero… el coche… no había pensado en eso.

– ¿Qué coche tenía? -Cogí una libreta entre el montón de papeles que había en la mesa-. ¿Un Satura SL1? Tenemos que comprobar si lo dejó en casa.

Amy se ofreció a buscar a un abogado o a cualquier otra persona a la que Marcus Whitby pudiera haber dejado una llave de su casa. No les dije que yo misma podría abrir la cerradura si era necesario: un truco del oficio que me reservo para cuando no tengo más remedio que utilizarlo. Al mencionar el registro de los bolsillos, me acordé del lápiz y de la caja de cerillas que había encontrado en ellos. Había dejado ambas cosas en un cuenco de la entrada cuando saqué el osito de peluche de Catherine de uno de mis bolsillos. Fui a por ellos y se los enseñé a Harriet y Amy.

El agua había convertido la cartulina de la caja de cerillas en una masa amorfa imposible de abrir. La solapa delantera parecía haber sido de color verde. Con la humedad se había puesto negruzca, y si tenía algún logotipo, lo único que se veía era algo así como el dibujo infantil de una estrella. No figuraba dirección ni número de teléfono. Podría intentar que me la abrieran en un laboratorio forense para ver si Whitby había escrito algo. El lápiz era un vulgar y corriente número 2 sin marca.

Harriet miraba la caja do cerillas por un lado y por otro. Ni ella ni Amy tenían idea de su procedencia, pero Harriet quería conservarla como uno de los últimos objetos que debió de tocar su hermano. Volví a mirar con atención tanto la caja como el lápiz. No iban a revelarme nada, así que se los entregué a Harriet Whitby.

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