– Son unas noticias estupendas. El señor Janoff estará encantado -dijo-. Cuando él y el señor Rossy salieron de Springfield todavía no se había llevado a cabo la votación. Chick, ¿puedes entrar en la Red y averiguar quiénes han votado a nuestro favor? Le llamaré al coche, porque se iba directamente desde Meigs a una cena.
Un hombre joven, de cara lozana, abandonó con gesto obediente la habitación.
– ¿Iba a cenar con el señor Rossy? -pregunté.
El resto de los presentes se volvieron y se quedaron mirándome como si viniera de Marte. La secretaria de Rossy, una mujer espectacular, con una melena oscura muy brillante y un traje azul marino hecho a medida, preguntó quién era yo y por qué quería saberlo. Me presenté y le dije que Rossy me había invitado a cenar a su casa aquella noche. Cuando me llevó hacia su mesa para mirar en la agenda, todos los presentes en la habitación comenzaron a cuchichear a nuestra espalda: si Rossy me había invitado a su casa, yo debía de ser alguien importante y necesitaban saber quién era.
La secretaria fue caminando muy rápidamente a lo largo del pasillo con sus zapatos de tacón altísimo. Ralph y yo seguimos su estela.
– Sí, señora Warshawski, recuerdo que el señor Rossy me pidió que averiguara su número de teléfono, pero no me dijo que la hubiera invitado a cenar. Bueno, no consta en mi agenda. ¿Quiere que hable con la señora Rossy? Ella es la que se ocupa de todo lo referente a su agenda personal.
Ya tenía la mano colocada sobre el aparato. Apretó una tecla de las que tienen los números grabados en la memoria, habló con brevedad con la señora Rossy y me dijo que, efectivamente, me esperaban a cenar.
– Suzanne -dijo Ralph cuando ella empezaba a recoger su mesa-, Bertrand se llevó la semana pasada un expediente para estudiarlo. Quisiéramos que nos lo devolviera. Hay una investigación en marcha sobre ese asunto.
Suzanne se fue taconeando al despacho de Rossy y volvió casi de inmediato con la carpeta de Sommers.
– Perdone, señor Devereux. Dejó un mensaje en la grabadora pidiéndome que se la devolviera pero, como decidió en el último minuto acompañar al señor Janoff a Springfield, con las prisas de arreglar su partida, se me había olvidado. También quería que le dijera a usted lo mucho que aprecia el trabajo que ha hecho Connie Ingram en este asunto.
Ralph soltó un gruñido carente de entusiasmo. No quería admitir que nadie dudara de las personas de su equipo, pero que yo hubiese encontrado el nombre de Connie en la agenda de Fepple, evidentemente, le tenía preocupado.
– Sé que Connie Ingram ha sido de inestimable ayuda para conseguir la copia de todos los documentos relacionados con este expediente -dije-. ¿Fue el señor Rossy quien le dijo que llamara a Fepple? Quiero decir al agente.
Suzanne levantó las cejas, perfectamente depiladas, como si se hubiera quedado estupefacta al oír que un simple peón intentaba sonsacarle los secretos de su jefe.
– Eso tendrá que preguntárselo al señor Rossy. Tal vez en la cena pueda hacerlo.
– Realmente, Vic… -dijo Ralph resoplando mientras íbamos de nuevo hacia su oficina-. ¿Qué estás tratando de sugerir? ¿Que Connie Ingram está involucrada en el asesinato del agente? ¿Que Rossy fue quien, de alguna manera, se lo ordenó? ¡Contrólate un poco!
Me puse a pensar en el rostro serio y redondo de Connie Ingram y tuve que admitir que no parecía ni una asesina ni la cómplice de un asesino.
– Quiero saber cómo llegó su nombre a la agenda de Fepple si no se citó con él ni fue ella misma a su oficina para introducir ese dato en el ordenador -dije manteniéndome en mis trece.
Ralph apretó los dientes y soltó un gruñido.
– No me extrañaría que lo consiguieras, si crees que eso te serviría para algo.
– Eso nos vuelve a situar en el punto de partida. ¿Por qué no dejas que hojee la carpeta de Sommers para que me pueda largar de aquí y dejarte en paz?
– Nunca me has dejado precisamente en paz, Vic.
Me pareció que ya tenía bastante de aquel tonito y su doble sentido, así que le quité la carpeta y empecé a hojear su contenido. Él se inclinó sobre mí mientras yo miraba con mucha atención cada uno de los papeles. No veía nada extraño en los informes de los pagos del tomador del seguro ni en el registro de reclamaciones. Aaron Sommers había comenzado a hacer pagos semanales el 13 de mayo de 1971 y había acabado de pagar íntegramente la póliza en 1986. Había una solicitud por defunción, firmada por su viuda y protocolarizada ante notario, fechada en septiembre de 1991 y pagada unos días más tarde. Había dos copias del cheque cobrado: la que Connie había impreso a partir de la microficha y la que Fepple le había pasado por fax. Parecían idénticas.
Adjunta a una carta dirigida a Ajax en la que se les comunicaba la formalización del seguro, figuraba una copia de la hoja de trabajo de Rick Hoffman en la que éste había anotado las cantidades de los pagos semanales. Yo había supuesto que la firma tendría una letra tan historiada como la de la hoja que había encontrado en el maletín de Fepple, pero se trataba de una caligrafía común y corriente.
Ralph miraba detalladamente cada una de las hojas, en cuanto yo acababa con ellas.
– Supongo que está todo en orden -dijo cuando acabamos de verlas todas.
– ¿Sólo supones? ¿Es que hay algo que no esté bien?
Negó haciendo un movimiento de cabeza, pero tenía aspecto de desconcierto.
– Está todo. Todo en orden. Todo como los diez mil expedientes que habré inspeccionado a lo largo de los últimos veinte años, pero no sé por qué hay algo que me resulta raro. Bueno, tú vete, que yo me voy a quedar con Denise mientras hace fotocopias de todos los documentos para que haya dos testigos del contenido del expediente.
Ya eran más de las seis. Por si acaso Posner continuaba estando ante las puertas, decidí bajar a ver si todavía podía seguirle el rastro a Radbuka. Ya casi estaba en el ascensor, cuando Ralph me alcanzó.
– Perdona, Vic. Antes me pasé un poco, pero es que la coincidencia de que tú estuvieras en la planta al tiempo que se había perdido una microficha, sabiendo que, a veces, utilizas métodos poco ortodoxos…
Torcí el gesto.
– Tienes razón, Ralph, pero te juro que no me acerqué a tu microficha. ¡Palabra de scout!
– Me gustaría saber qué demonios tenía de importante ese condenado seguro de vida -dijo, dando un golpe con la palma de la mano contra la pared del ascensor.
– El agente que vendió el seguro, Rick Hoffman, lleva muerto siete años. ¿Seguirá teniendo tu compañía un registro con su dirección o la de su familia o algo sobre él? Tenía un hijo que ahora, no sé, debe de andar por los sesenta años y quizás él tenga algunos papeles que arrojen un poco de luz sobre esta situación -era como buscar una aguja en un pajar, pero tampoco contábamos con ningún otro material consistente.
Ralph sacó una agendita del bolsillo de la camisa y garabateó una nota.
– He empezado la tarde acusándote de robo y la voy a acabar como si fuera tu chico de los recados. Veré qué puedo averiguar, aunque no me hace ninguna gracia que hayas llamado a la policía. Ahora querrán andar por aquí e interrogar a Connie y me niego a creer que matara a ese tipo. Podría haberle disparado si hubiera tenido una pistola y si hubiera quedado con él para ir a verlo y si él se hubiera pasado de la raya, pero ¿tú te la puedes imaginar planeando un asesinato e intentando que pareciese un suicidio?
– Siempre he sido demasiado impulsiva, Ralph, pero no puedes andar acusándome por ahí basándote simplemente en que mis métodos no son ortodoxos. Además, tienes que enfrentarte al hecho de que alguien estuvo revolviendo en ese archivo. La solución a la que habéis llegado la señorita Bigelow y tú no es más que poner un parche, tenéis que contarle a los policías que están investigando la muerte de Fepple que alguien ha robado esa microficha. Deberías hacer que vinieran por aquí, independientemente de cómo pueda afectar a la imagen de tu empresa. Y, en cuanto a Connie Ingram, debería contestar a sus preguntas, pero demuéstrale que eres un buen tipo poniéndola en contacto con los de vuestra asesoría jurídica. Asegúrate de que alguien de ese Departamento esté presente cuando la interroguen. Parece que confía en la señorita Bigelow, que ella también la acompañe durante el interrogatorio. Todo dependerá de cuándo se introdujo su nombre en el ordenador de Fepple y de si tiene alguna coartada para la noche del viernes.
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