Pero tenía un montón de importunas preguntas, con el ataque a Lotty en cabeza de lista. Estaba desesperada por encontrar una palanca para abrirle la boca a Chamfers. Alguien de allí había visto a Mitch, alguien sabía lo que estaba tramando. ¿Algo que no querían que descubriera, hasta el punto de contratar a unos matones para darme una tunda? ¿Algo tan gordo como para partirle la cabeza a Mitch y tirarlo al canal?
Alcé la vista y vi que Rawlings me observaba detenidamente.
– Más vale que no me ocultes nada de lo que quiero saber.
– Te conozco lo suficiente para que me caigas bien, sargento, pero no lo suficiente como para adivinar el tipo de cosas que quieres saber.
– Venga, no intentes camelarme. Creo que voy a comprobar con Finch lo que ha averiguado sobre Kruger.
Se puso a manipular su radio portátil; un par de minutos más tarde sonaba el teléfono de Lotty. Max, que ya salía del dormitorio, se acercó a contestar. Su cara expresó fastidio cuando Rawlings le arrebató el receptor, pero se alejó hacia Audrey sin decir nada.
Max y Audrey entablaron una conversación en voz baja mientras Rawlings le contaba a Finchley lo del ataque a Lotty. La agente Galway se levantó para mirar los libros de Lotty. Al estar Rawlings concentrado en su conversación telefónica, perdió gran parte de su rigidez; parecía joven y más bien frágil para el peso de su equipo reglamentario.
Me acerqué al dormitorio, intranquila, para ver yo también a Lotty. Respiraba con regularidad, aunque profundamente; tenía la piel algo caliente cuando la toqué. Cuando volví al salón Rawlings seguía al teléfono.
– Bueno, ¿quieres investigar a ese tipo, el tal Simon, del que Warshawski no sabe el apellido? ¿Qué has averiguado por ahí?
Los siguientes minutos fueron una serie de gruñidos. Antes de que colgase le di una palmadita en el brazo.
– ¿Te importa que le haga una pregunta, Rawlings?
Tapó el micrófono con su ancha mano.
– Se la haré por ti con mucho gusto, señorita W.
Hasta a los buenos policías les gustan los juegos de poder. Arrugué la nariz y me alejé.
– Puede esperar hasta mañana. Dile hola de mi parte.
Rawlings me tocó el brazo.
– No te subas a la parra, señorita W. Ya basta de mala voluntad por esta noche… ¿Terry? Vic Warshawski quiere decirte algo.
– Hola, Terry. ¿Cómo vas? ¿Has localizado al hijo de Mitch Kruger?
– ¿Te has quedado a gusto, Vic? Te pedí, te rogué, que me dejaras a mí la investigación. Ahora que han herido a la doctora Herschel, ¿sigues sin entender por qué?
Me puse rígida, pero no dejé traslucir la cólera en mi voz.
– Yo no he autorizado ese ataque, Terry. ¿Has cambiado de opinión respecto a Mitch? ¿No cayó borracho al canal, a fin de cuentas?
– Le he contado a Rawlings los progresos que hemos hecho en nuestra investigación. Si quiere pasarte la información, es cosa suya.
– Una ciudadana es atacada y vosotros os ponéis bordes conmigo. Imagino que hay una relación, pero no especialmente atractiva. Antes de que cuelgues tan cabreado, ¿has podido localizar al hijo de Kruger?
Finchley respiró hondo.
– Hace treinta y cinco años que se fue. No he creído que debamos invertir recursos en seguirle la pista. ¿Es que estás maquinando la teoría de que volvió a Chicago a matar a su viejo en un acceso de rabia por algún daño que pudo hacerle hace tantos años?
No pude evitar reírme un poco ante esa idea.
– ¡Caray! No lo sé. Es ingenioso, me gusta. Si se tratara de Ross Macdonald hasta me lo creería. Sólo era una curiosidad. ¿Quieres hablar otra vez con tu colega antes de que cuelgue?
Rawlings me arrebató el teléfono. Tras otros cuantos gruñidos terminó diciendo:
– Tú mandas, Finch -y colgó.
– Entonces, ¿qué ha averiguado la policía sobre Mitch Kruger? -le pregunté.
– Están siguiendo algunas pistas, señorita W. Dales tiempo.
– Oh, por Dios, Rawlings. No soy el noticiero local. No han hecho nada, por la sencilla razón de que su muerte no parece importante. ¿Por qué no lo escupes de una vez, para variar? ¿Han peinado al menos el barrio?
Sus ojos marrones se entornaron, pero no dijo nada.
Sonreí.
– ¡Mi sueldo de una semana contra el tuyo a que no han hablado con los vecinos!
Una sonrisa desganada le ablandó el gesto.
– No me tientes. Terry ha hablado con ese Chamfers tuyo. Chamfers reconoce que Mitch había estado rondando por allí tratando de mendigar algún trabajillo, pero dice que él nunca lo vio personalmente, sólo se lo oyó decir al capataz. Aunque hubiesen contratado a gente, dice que no hubiera metido en la empresa a un tipo tan viejo como Kruger y tan borracho. Finch va a seguir investigando a ese estibador que se cabreó tanto contigo, pero no ve ninguna relación entre el ataque a la doctora y la fábrica.
– ¿Por qué me ha echado la bronca por eso, entonces?
– Tal vez simplemente no le gusta que le pises el terreno. A ninguno de nosotros nos hace mucha gracia.
– Bueno, yo soy una sola y vosotros sois diez mil, así que creo que podéis cuidaros solos.
Un ligero bufido de la agente Galway a nuestras espaldas hizo volverse a Rawlings.
– ¿Quiere algo, agente?
Sacudió la cabeza, con su pequeña cara oval tan carente de expresión que creí haber imaginado la risita.
Audrey palmoteó la mano de Max y se acercó a mí.
– Y creo que todos vosotros también podéis cuidaros solos. Vic, ¿llevarás a Lotty al Beth Israel mañana para la radiografía y todo eso?
– ¿Crees que está bien? Me ha parecido que tenía fiebre.
– Puede que tenga un poco. Si te parece que le sube mucho la temperatura o que está muy inquieta durante la noche, llámame. Si no, te veré por la mañana. ¿Digamos a las diez?
Asentí y la acompañé hasta la puerta. Max decidió escoltarla hasta el coche: la calle de Lotty no es el lugar más apetecible para pasear sola en la oscuridad.
Miré por la ventana sin ver, preguntándome quién habría ido a ver a la señora Polter haciéndose pasar por el hijo de Mitch Kruger. Aunque Finchley no hubiese intentado localizarle, el hijo podía haberse enterado por otra vía de la muerte de Mitch de todas formas. Quizá a través de Jake Sokolowski. Como Jake y Mitch habían vivido recientemente juntos, quizá Jake supiera cómo comunicarse con los alejados familiares de Mitch. Pero aun así, su hijo tenía que haber hecho milagros viajando para poder presentarse tan rápido en casa de la señora Polter.
– ¿Qué estás pensando, señorita W.? -preguntó bruscamente Rawlings.
Sacudí la cabeza.
– No mucho. A decir verdad, me gustaría dormir un poco.
Soltó un bufido.
– Suéltalo, por una vez. Llevo suficiente tiempo viéndote como para saber cuándo tienes un as en la manga. Estás deseando quedarte sola para poder sacártelo y contemplarlo. Si decides compartir tu pequeño truco de magia, llámame por la mañana. Galway, vámonos.
Cuando él y la agente se hubieron marchado, me sentí bruscamente agotada. Max me ayudó a llevar el colchón del diván al cuarto de Lotty.
– ¿Me despertarás si hay algún problema? -me preguntó.
– Por supuesto, Max -dije suavemente. Sólo le movía la preocupación, al fin y al cabo.
Se alisó la frente con su mano cuadrada y se fue al cuarto de invitados.
Limitaciones de la tecnología
Lotty pasó serenamente la noche. Se despertó sobre las ocho con mucho dolor, y con ganas de refunfuñar. Saqué el colchón al salón y la ayudé a vestirse. Max le preparó café y tostadas. Rechazó el primero por estar demasiado claro, y las últimas por estar demasiado quemadas.
Max la besó en el cuello.
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