Sara Paretsky - Golpe de Sangre

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Victoria Warshawski debe averiguar quién es el padre de su amiga Caroline. Pero nadie quiere oír hablar de ello y su investigación choca con un extraño miedo al pasado en una truculenta historia de crimen y seducción familiar.
Golpe de sangre es una novela en la más pura tradición del género policíaco, pero también, como siempre en su autora, una profunda mirada sobre la corrupción, el escándalo político y los dramas de familia.
Victoria Warshawski, universitaria y radical, divorciada y treinteañera, hija de un policía de origen polaco y de una emigrante italiana que quiso ser cantante de ópera, es ya uno de los personajes más fascinantes de la novela negra.

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Volví al coche y regresé hacia el Sector Este, entre la Ciento Quince y la Avenida G. La casa estaba a medio camino de la manzana, un edificio de ladrillo nuevo con uuna valla alta a su alrededor y cierre electrónico en la entrada. Toqué el timbre y esperé. Estaba a punto de volver a tocar cuando una voz de mujer llegó vacilante por el automático.

– Quisiera ver a Art hijo -vociferé-. Me llamo Warshawski.

Se produjo un largo silencio y después la cerradura se abrió con un clic. Empujé el portón y me introduje en la posesión. Al menos se parecía más a una gran posesión que a la típica casita del Sector Este. Si ésta era realmente la residencia de Art, presumí que sería porque aún vivía con sus padres.

Por modesta que fuera la impresión que producían las oficinas de Art el Viejo, no había escatimado en comodidades domésticas. El solar que había a la izquierda había sido anexionado y convertido en un precioso patio ajardinado. En un extremo había una construcción de cristal que podría albergar una piscina interior. Dado que a espaldas de la propiedad corría una reserva forestal, todo ello producía la sensación de estar en el campo a sólo media milla de una de las zonas industriales más activas del mundo.

A paso vivo recorrí el acceso de losas de piedra hasta la entrada, una galería porticada cuyas columnas tenían un aspecto algo incongruente junto al ladrillo moderno. Una rubia marchita me esperaba en el umbral. El entorno tenía alguna pretensión de magnificencia pero ella era puro Sector Sur, con su vestido de flores recién planchado y el delantal almidonado encima.

Me saludó nerviosa, sin intentar invitarme a pasar.

– ¿Quién… quién ha dicho que era?

Saqué una tarjeta del bolso y se la entregué.

– Soy amiga del joven Art. No habría querido molestarle en casa pero no le han visto en la oficina del distrito y es importante que me ponga en contacto con él.

Sacudió la cabeza ciegamente, un movimiento que le prestó un fugaz parecido con su hijo.

– No… no está en casa.

– No creo que le importe hablar conmigo. De verdad, Sra. Jurshak. Sé que la policía está intentando localizarle, pero yo estoy del lado de su hijo, no de los otros. Ni del de su padre -añadí con un destello de inspiración.

– De verdad, no está en casa -me miró afligida-. Cuando el sargento McGonnigal vino preguntando por él, el Sr. Jurshak se puso furioso, pero no sé donde está, señorita… No le he visto desde después del desayuno, ayer por la mañana.

Intenté digerir el dato. Quizá el joven Art no había estado en condiciones de conducir anoche después de todo. Pero si había tenido un accidente, su madre habría sido la primera en enterarse. Aparté de mí una inoportuna visión de la Laguna del Palo Muerto.

– ¿Me podría dar los nombres de algunos de sus amigos? ¿Alguien con quien tenga bastante confianza para pasar allí la noche sin avisar?

– El sargento McGonnigal me preguntó lo mismo. Pero… pero nunca ha tenido amigos. Vamos, es que yo he preferido que se quedara en casa por la noche. No me gustaba que anduviera por ahí como muchos chicos de ahora, metiéndose en drogas y en bandas, y es mi único hijo, que si lo pierdo no tengo otro. Por eso estoy tan preocupada. Sabe que me pongo muy nerviosa si no sé dónde está y sin embargo, míralo, fuera la noche entera.

No sabía qué decir, porque con cualquiera de los comentarios que me apetecía hacer habría dejado de hablar conmigo. Al final pregunté si era la primera vez que había pasado tanto tiempo fuera de casa.

– No, no -dijo simplemente-. Algunas veces tiene que trabajar toda la noche. Cuando hay una presentación importante que hacer para un cliente o algo así. En los últimos meses ha tenido varias de ésas. Pero nunca sin llamarme.

Sonreí levemente para mis adentros: el chico era más emprendedor de lo que yo había imaginado. Pensé unos instantes y después dije con cuidado:

– Yo participo en uno de esos casos importantes, Sra. Jurshak. El nombre de la cliente es Nancy Cleghorn. Art está buscando unos papeles que le interesan. ¿Podría decirle que los tengo yo?

El nombre no pareció tener significado alguno para ella. Al menos no palideció y se desmayó, ni retrocedió alarmada. Por el contrario, me pidió que lo apuntara porque tenía una memoria horrible, y estaba tan preocupada por Art que no creía retener bien el nombre ni a la fuerza. Escribí el nombre de Nancy y un breve mensaje informándole de que tenía sus carpetas al dorso de la tarjeta.

– Si algo ocurre, Sra. Jurshak, puede dejarme un mensaje en ese número. A cualquier hora, día o noche.

Cuando llegué al portón ella seguía en el umbral de la puerta, con las manos envueltas en el delantal.

Sentí no haber sido más insistente con el joven Art anoche. Estaba asustado. Sabía lo que fuera que Nancy sabía también. De modo que o bien mi aparición había sido el último giro de la tuerca -había huido para evitar la suerte de Nancy-; o había encontrado ya la suerte de Nancy. Tendría que ir a ver a McGonnigal, decirle lo que sabía, o más bien lo que sospechaba. Pero. Pero. En realidad no tenía nada concreto. Acaso sería mejor dar al chico veinticuatro horas para que reapareciera. Si ya estaba muerto, daría igual. Pero si seguía vivo, debía informar a McGonnigal para que pudiera contribuir a que continuara así. Di vueltas y vueltas al asunto.

Al final aplacé la decisión volviendo en el coche a Chicago Sur, primero para entregar las carpetas de Nancy en PRECS, después para hacer una visita a Louisa. Se mostró encantada de verme, apagó la tele con el control remoto y después me asió la mano con dedos quebradizos.

Cuando fui poco a poco llevando la conversación hacia Pankowski y Ferraro y su fracasado pleito, pareció auténticamente sorprendida.

– No sabía que esos dos estuvieran tan enfermos -dijo con su voz ronca-. Yo los veía de vez en cuando antes de morir y nunca dijeron ni esta boca es mía de eso. Ni sabía que hubieran llevado a Xerxes a juicio. Esa compañía se portó muy bien conmigo; quizá los chicos se metieron en líos. No sería raro con Joey: siempre fue un problema para alguien. Por lo general, alguna chica que no tenía la cabeza en su sitio. Pero el bueno de Steve, ése era el hombre cabal a machamartillo, ya me entiendes. No veo por qué no le iban a pagar a él su indemnización.

Le conté lo que sabía de sus enfermedades y su muerte y sobre la angustiosa vida de la Sra. Pankowski. Aquello provocó su risa rasgada de toses.

– Ya, yo le podría haber dicho algunas cosillas de Joey. Todas las chicas del turno de noche podían, bien mirado. Yo ni siquiera sabía que estuviera casado el primer año que trabajé allí. Cuando me enteré puedes estar bien segura de que le di el pasaporte. Conmigo no iba eso de ser la otra mujer. Claro que hubo otras menos quisquillosas, y te tenías que reír con él. Es terrible pensar que tuvo que pasar por lo que estoy pasando yo estos días.

Charlamos hasta que Louisa se sumió en su sueño jadeante. Era evidente que nada sabía de las preocupaciones de Caroline. Tenía que reconocérselo a la mocosa; protegía bien a su madre.

22.- El dilema del doctor

El Sr. Contreras me esperaba ansioso frente a la casa cuando llegué. La perra, percatada de su estado inquieto, bostezaba nerviosa a sus pies. Cuando me vieron, ambos expresaron su alegría: la perra brincó a mi alrededor en círculos mientras el viejo me reprendía por no haberle comunicado mi ronda del día.

Le pasé un brazo por los hombros.

– ¿No va a empezar ahora a montarme la guardia, verdad? Repita veinte veces al día: ya es una mujercita, puede descalabrarse si quiere.

– No bromees, niña. Ya sabes que no tendría que decir esto, no tendría siquiera que pensarlo, pero tú eres mi familia más que mi propia familia. Cada vez que miro a Ruthie no logro entender cómo Clara y yo pudimos tener una hija así. Cuando te miro a ti es como si fueras de mi propia sangre. Te lo digo de verdad, muñeca. Tienes que cuidarte. Por mí y por su alteza real aquí presente.

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